«Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; si muere, da mucho fruto» Evangelio según San Juan Máximo Andrade Rivera vivió las dos grandes etapas de Nicaragua: vivió la dictadura somocista y la victoria sandinista. Don Mancho, como le apodan sus vecinos del Nancital 2, comunidad rural del […]
«Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; si muere, da mucho fruto»
Evangelio según San Juan
Máximo Andrade Rivera vivió las dos grandes etapas de Nicaragua: vivió la dictadura somocista y la victoria sandinista. Don Mancho, como le apodan sus vecinos del Nancital 2, comunidad rural del norte Nicaragua, ha sido pobre y trabajador toda su vida. «Y sigo siéndolo y lo seré hasta que me muera». Con esa humildad campesina, dice no saber mucho de la historia, pero sí sabe de lo que ha sufrido, del hambre y de la represión, y sabe de trabajar de sol a sol por un salario incierto. Nunca quiso empuñar un arma durante la guerra porque «eso de matar» jamás fue consigo. Sin pedir nada a cambio, ha llevado su vida por los cauces del altruismo, al igual que su hermano Georgino Andrade, el cual murió a manos de la contra por ser uno de los líderes de lo que se denominó La Cruzada Nacional de Alfabetización, una iniciativa del FSLN que se propuso acabar con el analfabetismo enquistado en Nicaragua.
«Georgino se disponía a cenar cuando 4 hombres entraron en su casa. Fuera les apoyaban más, armados. Eran las 18:30 del 18 de mayo del 80, y la contra se presentó por sorpresa para matarlo», cuenta Máximo. A Georgino Andrade le perforaron el cuerpo 16 veces en el cuello, costillas y nuca por enseñar a los nicaragüenses a leer y escribir. Su delito: reparar el daño (y la ignorancia) fruto de 40 años de dictadura somocista. Su apoyo: 100.000 técnicos sandinistas, trabajadores comprometidos con la iniciativa pedagógica del frente. Georgino declaraba días antes de morir: «Primero pasarán por mi cadáver, si quieren atacar a un brigadista».
Una de las primeras medidas que la Junta de Gobierno adoptó tras la victoria de la Revolución Sandinista de 1979 fue esa batalla popular, desinteresada y filantrópica por alfabetizar al pueblo nicaragüense, la cual se libró sin descanso, día a día, de marzo a agosto de 1980. En esos 6 meses de proceso popular revolucionario se consiguió que el 51.2% de analfabetismo se redujera hasta un 12.9%, según datos de la UNESCO, aunque la cifra oficial que maneja el Ministerio de Educación (2004) es del 18.8%. Una batalla pedagógica y arriesgada, que tuvo rostros como el de Georgino Andrade, cuya sangre derramada por una Nicaragua más libre no hizo sino armar de conocimiento, de fundamentos y de conciencia a su pueblo: «La gente se sintió golpeada y temió, pero reaccionó, reaccionamos. Eso fue lo que logramos. Eso fue el fruto», explica Don Mancho.
Georgino era religioso, católico, como la mayoría de nicas, y delegado de la palabra de Dios. También era alfabetizador, miliciano y miembro de los CDS (Comités de Defensa Sandinistas). Empuñando lápiz, cruz o fusil, Georgino luchó por la libertad y la construcción de su pueblo, y no desistió nunca en su labor, hasta aquel domingo de mayo en que la hoja del machete atravesó su piel y acabó con su vida. La contra lo mató, y su hermano Mancho narra los motivos: «No es lo mismo una persona que simpatiza con el frente, que una que simpatiza y además predica a favor. Ese era el caso de mi hermano: además de sentir inclinación, orientaba, atraía a la gente. Por eso lo consideraron un peligro y por eso lo mataron».
Los educadores del colegio San Luis Beltrán de Chinandega llegaron a San Francisco del Cuanijiquilapa para llevar a cabo la labor alfabetizadora, y enseguida vieron en Georgino facultades que lo capacitaban para ocupar un lugar más importante dentro del sandinismo. Su entusiasmo, su mentalidad, su convencimiento y su discurso en contra de la burguesía reinante hicieron que los técnicos departamentales lo vieran con buenos ojos. Ahora bien, también ese fue el motivo de su muerte. La contra fijaba su objetivo en aquellas personas capacitadas para extender los progresos del sandinismo, y la primera víctima resulto ser Georgino Andrade.
Transcurridos los seis meses del proceso de alfabetización, se crearon organismos para dar continuidad al proyecto. Uno de estos fueron los Colectivos de Educación Popular (CEP), del cual Don Mancho era coordinador. Los Maestros Populares que integraban los CEP, se trasladaban a las comunidades para impartir lecciones de forma gratuita: «Se trabajaba para el bien del pueblo», explica. La muerte de Georgino impulsó el proceso de alfabetización, pero sin el trabajo de los técnicos de campo no se hubiese conseguido reducir las cifras de analfabetismo hasta los niveles actuales.
Por tanto, de esa muerte nació instantáneamente un legado imborrable, una huella que marcó el camino del proceso revolucionario sandinista (tan insípido e irreal a día de hoy, pero que en su momento hizo brillar los ojos de la población con sus grandes esperanzas de cambio y sus políticas de expropiación de bienes y propiedades burguesas, medidas sanitarias a nivel nacional, electrificación de barrios y regiones marginados, nacionalización de las minas, y un largo y esperanzador etcétera). Como dice Arturo Carrasco, jefe de organización de las milicias del municipio de San Francisco: «Muchos de los que lucharon en aquellos días, si no hubiesen muerto, hoy no estarían en el Frente Sandinista».
Hoy, 37 años después, colegios, parques y plazas exhiben su nombre, certificando una muerte injusta y trascendental para la historia de Nicaragua, una muerte a manos de un ejército que, desde la falacia, EEUU orquestaba en nombre de la democracia. Luis Enrique Mejía Godoy le cantaba con patriotismo y reverencia al que está considerado como el primer mártir sandinista de la alfabetización: «Georgino, compañero, tu luz será más viva. Escuelas y caminos pronunciarán tu nombre, cuando los campesinos escriban libertad. Georgino, compañero, igual que en el pasado, todo el mundo ha jurado por tu muerte vencer».
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