Los Yes Men fracasaron. A pesar de tener a su favor cuantiosos recursos y medios de comunicación, los promotores del sí a la Constitución naufragaron. Resulta pertinente interrogarse acerca de lo que los resultados del escrutinio dicen sobre el sistema de representatividad tal como lo conciben los representantes electos. En primer lugar, se debe hablar […]
Los Yes Men fracasaron. A pesar de tener a su favor cuantiosos recursos y medios de comunicación, los promotores del sí a la Constitución naufragaron. Resulta pertinente interrogarse acerca de lo que los resultados del escrutinio dicen sobre el sistema de representatividad tal como lo conciben los representantes electos.
En primer lugar, se debe hablar de un voto de resistencia. Resistencia a la embestida político mediática que culminó cuando, a tres días de la contienda, el jefe del Estado francés, mirando profundo a los ojos de sus administrados, les recordó que la Confederación Europea de los Sindicatos se había pronunciado de forma unánime a favor del sí. Resulta paradójico que el presidente de un gobierno que en lo interno se caracteriza por sus políticas antisociales llame en su auxilio a una camarilla de burócratas. Que busque el apoyo de un grupo de líderes que, después de décadas de contubernios con sus respectivos gobiernos, se anidaron en Bruselas y, sólo atentos a la resonancia que puede darles la cercanía de los centros de poder, estuvieron sordos al clamor de las bases sindicales, quienes día a día se las tenían que ver con el desmantelamiento de sus conquistas sociales, con despidos, delocalizaciones y privatizaciones por doquier.
Aturdidos por el ruido de lo que «en lo más profundo les dictaba su conciencia», los dirigentes políticos ignoraron la advertencia que, en buena hora, los militantes de la CGT, el principal sindicato francés, dieron a sus líderes cuando se aprestaban a pronunciarse por el sí.
La necesidad de una lectura desde el ámbito social se confirma con el análisis local de los resultados. Mientras en el acomodado barrio de Neuilly 80 por ciento de los votos fueron por el sí, en los barrios del norte de Marsella, castigados por el desempleo y la marginación, se registró el mismo porcentaje a favor del no. En el norte del país, región obrera y de tradición socialista centenaria, el no alcanzó cerca de 70 por ciento. Y eso a pesar, o tal vez justamente a causa de la campaña arrogante a favor del sí, del presidente del consejo regional, el ex ministro socialista de la cultura Jack Lang.
Uno de los argumentos más mencionados en contra del no por quienes desde el Partido Socialista y del Partido Verde hacían campaña por el sí fue que los franceses no debían confundir la censura al gobierno actual con la necesaria construcción europea. En realidad, lo que pesó a la hora de decidir fue justamente el fenómeno inverso. Cansados de los métodos autoritarios que pregonaban dejar a los expertos la responsabilidad de aprobar sin consultar un mamotreto que, como la propuesta de Constitución, consta de 338 artículos, y está redactado de forma ilegible para que la plebe no lo pueda entender, los franceses se apasionaron como nunca por el debate.
Las reuniones de campaña por el no se transformaron en talleres de capacitación popular donde los ciudadanos asistían armados con papeles y lápices. Y aparentemente el ejercicio fue fructífero, incluso para la autoestima del ciudadano común y corriente. Un obrero, invitado a comentar los resultados delante de las cámaras de televisión, afirmó categórico: «Si los políticos piensan que el proyecto de constitución europea no tiene que ver con el desbarajuste de las políticas sociales no han entendido bien de qué trata el tema».
Con una participación popular de semejante tamaño, el concepto mismo de democracia, envuelto por los eurócratas en fórmulas opacas y vacías, recobró su sentido verdadero: la reapropiación por la ciudadanía de la «cosa publica», que había sido confiscada por promotores de marketing politiquero. Esto a la vez dejó sin efecto el temor, sabiamente alimentado por los medios de comunicación, de que el no significaría un voto a favor de una extrema derecha retrograda y xenófoba. En realidad, el Frente Nacional, principal agrupación de la extrema derecha, realizó una campaña más que discreta. En cambio los dirigentes del Partido Socialista y del Partido Verde tendrán que meditar las razones que llevaron respectivamente a 56 por ciento y 60 por ciento de sus militantes a desobedecer las consignas partidarias.
Sería equivocado explicar el voto francés como una renovada muestra de arrogancia jacobina heredada de revoluciones pasadas. En la Europa que hoy se construye, las lecciones se aprenden de la historia propia. Pocos días antes de que los franceses se pronunciaran, los alemanes castigaron en comicios regionales a la «democracia social de mercado» promovida por la coalición rosa-verde en el gobierno, simultáneamente a la puesta en práctica de políticas que han provocado una regresión social sin precedente en este país, antes considerado campeón de la bonanza económica y de la construcción europea. Por eso un diputado alemán, convencido de que sus compatriotas hubieran igualmente rechazado la ratificación del tratado constitucional, se mostró aliviado de que la carta magna de su país no permitiera el referendo.
Parece ser que el autismo político del que los dirigentes partidarios hacen gala en Europa entera no es sino el producto planeado, con conocimiento de causa, de la soberbia hecha ley.
* Periodista francesa. Ha trabajado muchos años en Nicaragua y Alemania