El 20 de febrero, los españoles fuimos llamados a votar en un referéndum consultivo para expresar nuestro apoyo o nuestro rechazo a un tratado por el que se establece una constitución para la Unión Europa. Y este tipo de referéndum no es sino una maniobra más, un paso más, dentro de todo un proceso de alianzas […]
El 20 de febrero, los españoles fuimos llamados a votar en un referéndum consultivo para expresar nuestro apoyo o nuestro rechazo a un tratado por el que se establece una constitución para la Unión Europa. Y este tipo de referéndum no es sino una maniobra más, un paso más, dentro de todo un proceso de alianzas entre las burguesías europeas que comenzó el 9 de mayo de 1950 cuando se lanzó el proyecto de Robert Schuman de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero para Francia y la República Federal Alemana y que un año más tarde fue firmada por varios países. Proceso de alianzas que se ha acelerado en los últimos quince años conformando la actual Unión Europea.
Para nuestra revista, el debate sobre las formas que está tomando la construcción de esta Europa es uno de los más importantes en el momento actual, ya que este hecho histórico va a afectar directamente en las condiciones de vida y el futuro de los trabajadores españoles y europeos. Por esta razón dedicamos un número especial al asunto fundamental de Europa y al actual proceso de unión.
Escribía Marx en El Capital «en este caso y como ha ocurrido históricamente, la fracción dirigente de la sociedad tiene gran interés en dar el sello de la ley al estado de cosas existentes y en fijar legalmente las barreras que el uso y la tradición han trazado… ,esto se produce, por lo demás «espontáneamente», tan pronto como la reproducción de la base del estado de cosas existentes y las relaciones que se encuentran en su origen adquieren, con el transcurso del tiempo, una forma reglamentada y ordenada… debiendo tomar el aspecto de una sociedad sólida, independiente del simple azar o de lo arbitrario».
Sacamos a colación esta reflexión porque para nosotros, sin duda, esta es una de las funciones fundamentales del Tratado Constitucional (TC): institucionalizar las nuevas/viejas prácticas de dominación y explotación que el gran capital viene desarrollando e imponiendo en el último periodo en Europa Occidental con su extensión a los países del Este de Europa. Esta «constitución», que carece de los fundamentos básicos para llamarse como tal (ni hemos sido partícipes de elección de una asamblea constituyente ni de referéndum vinculante alguno, son ejemplos que lo argumentan), nace de la sistematización de los anteriores tratados realizados por organismos indirectos, elitistas y tecnocráticos, como la famosa Convención, que no han hecho sino profundizar en la hegemonía neoliberal y autoritaria que actualmente rige los procesos de expansión de la Unión Europea (UE). Pero por si no fuera ya suficiente el peso abrumador de la burguesía europea en el proyecto del TC, éste tuvo otra vuelta de tuerca en la Conferencia intergubernamental (jefes de Estado y de Gobierno) de junio de 2004, que luego firmaron en octubre del mismo año en Roma. Y hay que decir que en todo ese proceso, es decir, desde el punto de vista del contenido y de la forma, el proverbial déficit democrático que ha caracterizado la gestación y desarrollo de la UE, lejos de remediarse se ha consagrado con creces.
Las condiciones de posibilidad en las que el TC es elaborado son las de una derrota de los pasados intentos de construcción del socialismo en Europa, junto con una clase trabajadora fragmentada y en gran parte sometida, desarmada en lo político y en lo ideológico frente a la explotación capitalista, con la carencia fundamental de una organización política unificada en el ámbito europeo, capaz de representar sus intereses y articular un proyecto antagonista al Capital. Sin estas premisas la aparición del TC no habría sido posible.
Una perspectiva que se le debe asignar a este proceso de unión de Europa es el de configuración de un bloque imperialista europeo que eleve la capacidad para rivalizar con otros países imperialistas, sobre todo con los Estados Unidos de Norteamérica. El TC recoge algunas de las condiciones que necesitan determinados países imperialistas europeos para constituir dicho bloque.
¿Será posible una fusión de las burguesías de los diferentes estados europeos con la consiguiente superación de sus enfrentamientos por el dominio y por la extensión de su influencia en las diferentes regiones del planeta?. Y en ese caso, ¿tendrá un carácter duradero? Este debate es ya viejo con numerosos puntos de encuentro con la polémica entre Kautsky, con su teoría del ultraimperialismo donde razonaba «…¿No puede la política imperialista actual ser desalojada por otra nueva, ultraimperialista, que en vez de la lucha de los capitales financieros nacionales entre sí colocase la explotación común de todo el mundo por el capital financiero unido a escala internacional?. En todo caso, es concebible tal fase nueva del capitalismo», y Lenin que plantea que, presuponiendo la pervivencia del capitalismo, dichas alianzas sólo pueden ser efímeras pues las esferas de influencia sólo pueden establecerse sobre la base de la fuerza económica general, financiera, militar, etc., dichas alianzas sólo pueden ser «treguas» entre las futuras guerras. Las alianzas pacíficas se hacen para preparar las guerras futuras y, al mismo tiempo, surgen de las guerras pasadas, estando profundamente interrelacionadas. Los hechos en aquella época le dieron la razón a Lenin.
En lo que pueda derivar este proceso de integración en el futuro está aún por ver. Hasta hoy podemos decir que el TC es una alianza, en este momento pacífica (pero que sí guarda en sus artículos una orientación claramente militarista, belicista e intervencionista fuera de las fronteras europeas, véase los artículos 41-1 y 41-3), entre los estados imperialistas europeos, al servicio de sus burguesías nacionales, donde sus intereses siguen enfrentados con los de otras burguesías nacionales, europeas o de Norteamérica. Por el momento, el territorio europeo, tras la destrucción de Yugoslavia, queda al margen de los enfrentamientos, pero de los enfrentamientos bélicos conviene matizar. Sin embargo, después del día 20 de febrero permanecen abiertos los escenarios propios de conflictos inter-imperialistas: Alemania en su expansión hacia el Este aliada con Francia con su dominio sobre gran parte de África, Inglaterra aliada al capital norteamericano que codicia el control estratégico y de recursos del Asia Central o España oscilando entre su adhesión al eje franco-alemán o al norteamericano, mientras se debate entre la consolidación de su dominio en América Latina y la necesidad de extenderlo a nuevas regiones. Y a esta UE bajo el TC se añade otra fuerte contradicción como es el hecho de que la «Constitución» recoge y reconoce la pertenencia de los Estados a la OTAN, supeditada al control de los Estados Unidos, y el cumplimiento de los compromisos que se deriven de esta pertenencia.
Pero antes que nada, el TC es una «santa alianza» de las burguesías europeas contra sus respectivas clases trabajadoras que busca: a) profundizar la fractura de los trabajadores, aumentando la ya de por sí brutal competencia a la que se ven abocados, b) eliminar los servicios públicos como tales, pues las necesidades del Capital lo llevan a exigir que todo sea mercantilizado, c) avanzar en el militarismo con la consolidación y fortalecimiento de una industria armamentística propia, d) retroceder en la democracia, ocultándose los Estados en eso que llaman la Unión Europea y las políticas de la Unión, para y en definitiva, e) institucionalizar el capitalismo en su forma actual, fruto de una nueva correlación de fuerzas, que se ha construido tras largas y duras «campañas» del Capital contra las clases trabajadoras y explotadas.
El gancho de la Carta de Derechos Fundamentales no equilibra ni de lejos la ofensiva capitalista neoliberal recogida en el nuevo Tratado, que impone la más completa subordinación cuando no esclavización de los trabajadores por los mecanismos de la economía de mercado. Estos mecanismos que son los de la economía capitalista pura y dura arrasan con el derecho al trabajo, el pleno empleo, el salario decente, la vivienda y la protección social, y todos aquellos otros derechos laborales y sociales que las constituciones burguesas no se habían atrevido negar formalmente hasta ahora.
En este sentido vienen operando desde hace tiempo las deslocalizaciones de empresas. Y que ahora la conocida directiva Bolkestein pretende «redondear». La polémica directiva tiene como objetivo «establecer un marco jurídico que suprima los obstáculos a la libertad de establecimientos de los prestatarios de servicios y a la libre circulación de los servicios entre los Estados miembros». El primer resultado de esta directiva es que se tratarán a todos los servicios por igual (salvo los financieros, de telecomunicación y de transportes que ya tienen sus directivas particulares), y no se nombra ni se excluyen aquellos servicios considerados hasta la fecha de interés público general como la educación, la sanidad o los servicios sociales. O sea, vía libre a privatizar lo que todavía no habían privatizado, cosa que ya nos lo sugieren en el TC (artículos III-148 y III-166 dan ejemplo). Y la otra terrible cara de esta directiva es la aplicación del principio del «país de origen». Este principio consiste en que la empresa que preste unos servicios estará sometida únicamente a la legislación del Estado en el que tenga su sede social, independientemente de las leyes del Estado en el que realmente esté actuando. Así veremos rápidamente muchas empresas con sede social en el país con peores condiciones laborales y actuando en otros países, logrando así sortear derechos de los trabajadores que se creían intocables.
Y es que el panorama «constitucional» europeo, se mire por donde se mire, no es el cuento rosa de la Europa unida sin guerras, y menos aún el de una «Europa social», porque lo que se divisa desde esta consagración de la Europa de Maastrich es más de lo mismo, más reformas laborales, más recortes de los presupuestos sociales en función de alcanzar el déficit cero. Más explotación y opresión de las clases trabajadoras, en nombre de la inviabilidad del socialdemócrata «Estado de bienestar», sobre el que hoy sin tapujos se pasa página para volver al capitalismo más depredador e inhumano del siglo XIX al que los imperativos de la plusvalía capitalista nos ha devuelto, por mucho que el reloj de los siglos diga que estamos en el siglo XXI.
El referéndum en España:
El hecho de que en España los dos principales partidos, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP), o sea que Gobierno y Oposición, defendieran el Sí parecía de entrada facilitar bastante tanto la precipitada convocatoria como el resultado del voto afirmativo. Por el No en el ámbito nacional, con presencia en el parlamento, sólo participaba Izquierda Unida (IU); mientras que los partidos nacionalistas se han mostrado divididos, favorables unos y disconformes otros por diferentes motivos. Pese a los ingentes recursos económicos y mediáticos, la campaña institucional, costeada por el erario público, ha sido de una parcialidad informativa escandalosa dirigida a sofocar el No, a cuyos llamamientos se pretendía condenar al más consumado de los ostracismos. De hecho, encontrar durante aquellos días en la pantalla de televisión intelectuales, gente de la cultura o personalidades preparadas en defensa del No era digno de asombro, y no porque éstos no existieran en nuestro país sino porque el filtro mediático en esta ocasión ha sido descarado. Todo ha sido una monótona y cansina sintonía llamando a la participación y al voto favorable bajo una ridícula discusión entre los líderes del PSOE y el PP sobre quién era el más favorable al TC de los dos.
Sin embargo, el llamado a la participación no tuvo los resultados esperados siendo el referéndum del 20 de febrero los comicios con más baja participación desde la muerte de Franco. Unos comicios en forma de referéndum donde no tiene cabida como motivo de la abstención el escepticismo o desencanto de la población hacia las distintas alternativas partidistas y de gobierno, ya que en este caso lo que se votaba no era una opción partidista sino un sí o un no al TC. Por lo que sobre todo se entiende la alta abstención como un masivo desinterés hacia el proceso de integración europea, un proceso que desde su comienzo ha contado en escasas ocasiones con la participación popular y se ha sostenido en la desinformación general. De hecho según las encuestas la inmensa mayoría de la población desconocía la letra del Tratado. Motivo para la reflexión sobre la validez de este tipo de democracia.
La participación que superó escasamente el 40%, se ha manifestado con un 76% a favor del texto constitucional, un 17% en contra y un 6% de voto en blanco. En términos relativos se valora como una holgada victoria, que era de esperar ante la hegemonía y monopolio mediático de los partidarios del TC. Pero hay que entender asimismo la debilidad de los siés. Pues afirmar que sobre la base de la escasa participación, el 42 por ciento, las tres cuartas partes son síes tan sólo equivale a decir que son un tercio del censo total. Aunque poco importe para las oligarquías españolas y europeas, el TC se ha impuesto en España sobre una muy débil legitimación y un escuálido apoyo social.
El voto del No, pese a las dificultades ha superado las previsiones. En términos relativos ha obtenido un 17 por ciento, lo que equivale a dos millones y medio de votantes, lo que ciertamente rebasa la fuerza electoral de las fuerzas políticas partidarias del No. Y por supuesto dice bastante a favor de las plataformas extraparlamentarias por el No y del esfuerzo realizado por el activismo social y sindical (al margen de las cúpulas sindicales que apoyaron sintomáticamente el Sí) que llevaron el peso de la campaña por el No en la calle y en el día a día. Pero tampoco queremos ignorar otras posibles procedencias del voto del No, como el sector de la ultraderecha o votantes del PP que contradecían a su partido con tal de perjudicar al Gobierno de Zapatero. Sí nos gustaría apuntar que en el sector por el No hemos echado en falta líderes políticos de los trabajadores con una mayor voluntad en movilizar a las bases, para realizar un trabajo de fondo entre las clases populares, de concienciación y fomento de la organización, que construya un tejido social consciente con objetivos y vida más allá del referéndum.
Como corolario diremos que hemos vivido otra embestida más del capitalismo europeo, en el que el día 20 de febrero no debe ser entendido como el final de nada. Sino una batalla más dentro de una larga lucha de décadas, de siglos, entre las dos principales clases antagonistas de esta sociedad: la burguesía y la clase trabajadora. Y no podemos ocultar que la actual situación de las fuerzas capitalistas es de contundente superioridad frente a las fuerzas trabajadoras. Con el poder de sus Estados, de sus medios de comunicación, de la mayoría de los partidos (incluidos algunos de izquierda), de sindicatos, de asociaciones civiles y del mundo de la cultura y la intelectualidad, la lucha de los asalariados se hace muy difícil. Pero también queremos resaltar que hemos sido testigos de la emanación de nuevas iniciativas, de luchas, de plataformas y otras organizaciones contra la Europa capitalista, con gran incorporación de jóvenes y con el apoyo también de profesionales, profesores universitarios, intelectuales y gente de la cultura que no son asimilados por los mecenas del orden establecido. Dependerá nuestro futuro de hacer crecer esta esperanza, de la consolidación y extensión de estos movimientos entre las clases populares, de la conformación de una organización política revolucionaria en el ámbito europeo y de la difusión del pensamiento de clase que pueda transformar las luchas entre «Constitución Sí o Constitución No» en algo más profundo: en la lucha entre una sociedad para los explotadores o una sociedad para los trabajadores.
Consejo de Redacción de Laberinto, abril 2005
Este número especial de Laberinto ha tratado de abarcar distintos temas relativos a la construcción de esta Europa, enmarcados en el contexto del pasado referéndum sobre el Tratado Constitucional. Aunque la fecha de los comicios la hayamos dejado atrás el interés de estos artículos no se enmarca en la coyuntura pasada, sino que los trabajos publicados sirven de formación, reflexión y análisis para la comprensión presente y futura. De esta manera abrimos este número con un interesante artículo sobre la compleja realidad francesa ante el próximo referéndum que allí se celebrará y continuamos con un fundamental texto sobre el sindicalismo europeo y el papel que está jugando, desde sus distintas aristas, en esta Europa del Capital. Los acompañan trabajos sobre los fines reales del TC bajo un estudio de los artículos del mismo, sobre el sentido de los derechos humanos en general y su trato en el TC, reflexiones sobre el imperialismo europeo y una futura constitución, sobre la inmigración frente a la UE y el TC, un análisis profundo sobre la Europa capitalista con un programa de mínimos para la construcción de otra Europa unida. Además incluimos un interesante trabajo comparativo entre el TC y la Constitución española y otro sobre las patentes de software y la relación tecnológica entre EE.UU. y la UE. En Nuestros clásicos hoy de este número hemos publicado un texto de Lenin que entendemos, pese a las décadas transcurridas, un elemento digno de lectura y reflexión para estos tiempos, mientras que en El hilo de Ariadna planteamos un interesante problema a nuestros lectores sobre la cuestión del poder en la UE y la lucha por éste. Concluimos este número con la sección cultural compuesta de una serie de relatos, poemas y un comentario a la película Alejandro Magno de Oliver Stone.
Deseamos que su contenido, ya sea en su integridad o parcialmente, sirva de instrumento de trabajo en la actividad teórica y política de quienes se aproximen a su lectura.