El Partido Socialista de Hungría, del primer ministro Ferenc Gyurcsany, ha revalidado suvictoria de 2002, marcando un hito en el paísmagiar. Y lo ha hecho tras llevar a cabo una política económica de gasto público vista por la UE como un abierto desafío. Una paradoja de la que, evidentemente, Bruselas no sacará las oportunas lecciones. […]
El Partido Socialista de Hungría, del primer ministro Ferenc Gyurcsany, ha revalidado suvictoria de 2002, marcando un hito en el paísmagiar. Y lo ha hecho tras llevar a cabo una política económica de gasto público vista por la UE como un abierto desafío. Una paradoja de la que, evidentemente, Bruselas no sacará las oportunas lecciones.
El Partido Socialista de Hungría (MSZP) ha hecho historia al lograr, por primera vez desde el derrumbe del Bloque Oriental, vencer en unas elecciones desde el Gobierno.
El fenómeno, prácticamente inédito en todos los países del este europeo, supone la ruptura de la regla de oro por la que la oposición pasaba automáticamente a gobernar, aupada por una población sumida en la desesperanza y engañada por promesas siempre incumplidas.
En Occidente escasean los análisis sobre la inestabilidad política estructural de esos países, y las más de las veces se limitan a achacarla al medio siglo de socialismo real que rigió en aquellos países, pese a los tres largos lustros de inacabada «transición desde el comunismo» no se sabe bien hasta cuándo y a dónde.
Esos mismos análisis han pasado de puntillas sobre el hecho de que el Partido Socialista Húngaro ha revalidado su triunfo de 2002 haciendo precisamente caso omiso a las exigencias de disciplina presupuestaria y ortodoxia económica neoliberal impuestas por la Unión Europea.
Hungría, que ingresó en la Unión en la última ampliación a Veinticinco de 2004, lleva desde entonces, y bajo la dirección del primer ministro Ferenc Gyurcsany, una carrera contrarreloj de inversiones y gasto públicos en un intento de «modernizar» el país. El mediático primer ministro no dudó en utilizar un lenguaje con reminiscencias chinas por no decir maoístas al bautizar a su programa como el Plan «de los cien pasos». Un plan que ha combinado la construcción de autopistas y la aprobación de una nueva paga extra con planes para recortar impuestos o para comprar armamento.
Y su plan funciona, si atendemos al 4% de crecimiento económico anual, al control del déficit y a la avalancha de inversiones extranjeras, incluido el control del desempleo.
Pero el 6,1% de déficit público del año pasado (por encima del 3% que postula la UE) ha sido contestado desde Bruselas con crecientes amenazas, tanto de sanciones como de recorte en los fondos estructurales que recibe el país magiar.
BERLIN y PARIS
Gyurcsany ha defendido su gestión recordando que la UE la conforman los Veinticinco, no los comisarios de Bruselas, e insistiendo en que «Europa no debe ser sólo números».
Cuestiones de filosofía política que ha aderezado con un fácil argumento, al recordar que Alemania y el Estado francés, los pesos pesados de la Unión, llevan años incumpliendo las exigencias de rigor presupuestario y que, evidentemente, no han sido sancionados.
Frente a estas distintas varas de medir, el primer ministro ha llegado a criticar a la UE por mantener una estrategia de castigo a sus socios del Este.
¿Revuelta desde el flanco oriental? Probable y desgraciadamente, no, y menos desde el liderazgo de un converso al capitalismo. Un líder que encara la exigencia, de aquí a 2008, de cumplir con los criterios de Maastricht, de cara a la integración del país en el sistema del euro en 2010, justo al final de su nueva legislatura.
Ayer mismo, y tras la resaca electoral, Gyurcsany prometió que cumplirá, en obra y plazo, esos compromisos, y prometió o amenazó con «el período de reformas más intenso desde la transición» de 1989-1990.
Anteriores y similares promesas a la UE las ha incumplido en los últimos años. Pero el tiempo corre y fuera de Europa hace mucho frío.
¿Y en 2010? La derecha, que no pudo evitar la derrota pese a hacer una campaña con promesas de pleno empleo y con un lenguaje con tintes «nostálgicos» del comunismo, esperará a recoger el fruto. Para que vuelva la regla de oro de la política húngara. El Gobierno, a la oposición. –
Un Jodorkovski a la húngara
PERFIL
Ferenc Gyurcsany
Edad: 44 años.
Lugar: Papa (este de Hungría).
Nacido en la pobreza, Gyurcsany fue nombrado en los ochenta máximo responsable de las juventudes comunistas.
Tras el derrumbe del Bloque Oriental, dejó la política por el mundo de la empresa y se convirtió en multimillonario al calor de las salvajes privatizaciones de los noventa.
Oportuno, volvió a la política en pleno triunfo de los socialistas y fue ministro y consejero del Gobierno de Peter Medgyessy, tecnócrata sin carisma a quien reemplazó en el cargo en setiembre de 2004.
Su imagen enérgica y de seguridad en sí mismo ha movilizado a las bases socialistas, desmoralizadas tras años de ataques de la oposición.
También ha insuflado aires nuevos a la formación, heredera del Partido Socialista de los Obreros Húngaros.
Anglófono y con una gran capacidad mediática, el primer ministro frecuenta conciertos de rock y edita un blog muy popular. Es amigo de Blair y se confiesa defensor del capitalismo. Sus oponentes le acusan de ser un oportunista sin convicciones. –