El partido socialista francés y las fuerzas de la coalición de centroizquierda que gobiernan en Italia intentan reacomodarse a las señales de una sociedad que reclama más cambios. Nunca resulta del todo aconsejable extraer indicios muy precisos y categóricos de fenómenos políticos bastante distintos entre sí. De todas maneras, la decisión, por un lado, de […]
El partido socialista francés y las fuerzas de la coalición de centroizquierda que gobiernan en Italia intentan reacomodarse a las señales de una sociedad que reclama más cambios.
Nunca resulta del todo aconsejable extraer indicios muy precisos y categóricos de fenómenos políticos bastante distintos entre sí. De todas maneras, la decisión, por un lado, de los demócratas de Izquierda (DS) y de La Margarita de Italia de crear, antes de octubre de 2007, lo que se dará en llamar el Nuevo Partido Democrático, y por el otro, el intento fallido de la candidata socialista Ségolène Royal, de obtener los votos del candidato centrista François Bayrou en las últimas elecciones de Francia, parecen señalar las nuevas, notorias, considerables aunque no imprevistas dificultades de la izquierda en estos dos países.
Y, dado que Italia y Francia tienen una cultura y una historia política no demasiado diferentes, tal vez sea posible intentar una interpretación generalizadora que abarque diferencias y semejanzas y sugiera transformaciones futuras.
La razón por la cual demócratas de Izquierda y margueritos decidieron unirse es, pese a las interpretaciones mucho más positivas que esgrimen de manera sensiblemente astuta los dirigentes de ambos partidos, sustancialmente la toma de conciencia de que para la centroizquierda italiana las cosas no andan bien.
Es cierto que desde abril de 2006 hay en Italia un gobierno de centroizquierda, pero es también, sobre todo, más cierto que la coalición es frágil y que el gobierno y su dirigente, Romano Prodi, se ubican más bien por debajo del 50% del consenso para su acción y enfrentan una crisis de popularidad y de fe.
Además, los Demócratas de Izquierda no consiguen crecer electoralmente y parecen clavados en un mísero 17,5% de los votos, con lo cual constituyen el más pequeño de los partidos de izquierda en el gobierno entre las democracias europeas.
Por otra parte, es verdad que los socialistas franceses gracias a la Royal, lograron, pese a todo, el 26% de los votos en la primera vuelta y que la izquierda francesa alcanzó de todos modos el 47% en la segunda vuelta.
Pero también es verdad que ya van tres elecciones presidenciales perdidas por la izquierda que a lo largo de la historia ya quincuagenaria de la Quinta República, ganó, gracias a Fran©ois Mitterrand, solamente dos de ocho.
La contraprueba, o la desmentida, de la debilidad, surgirá de las elecciones legislativas del 10 y el 17 de junio, pero las dificultades políticas ya son evidentes. La extrema izquierda y los verdes franceses se han reducido casi hasta la extinción y sin la ayuda del centro la derrota habría sido mucho más grande.
¿Es absolutamente necesario, entonces, que en Italia y Francia, las izquierdas sigan intentando renovarse? La respuesta es indudablemente afirmativa, pero las nuevas estrategias no parecen estar ya elaboradas, e incluso la fusión entre los DS y La Margarita parece más dictada por la desesperación (política, se entiende) que por la idea de proyectar un futuro mejor.
En Francia, los socialistas habían conseguido en los años 70 y 80 llegar a ser un partido joven, dinámico, competente y vencedor. Posteriormente, después de Mitterrand, gobernaron de todos modos con Lionel Jospin como primer ministro, durante cinco años (1997-2002), pero dejaron de renovar sus ideas y se fragmentaron en corrientes personalistas hasta llegar a ser responsables del fracaso del referéndum sobre la Constitución Europea.
Por desgracia, dejando bien claro ante todo que estamos hablando de un partido de hombres y mujeres inteligentes y capaces, no se ve a nadie, ni aun entre los intelectuales franceses, que tenga una receta nueva, atractiva, susceptible de funcionar rápidamente.
No basta con la crítica al gran proceso de transformación que los franceses llaman »mundialización». Hace falta una propuesta; de lo contrario, como se vio, la derecha -y el neopresidente Sarkozy es realmente la derecha- gana.
En Italia, el Partido Democrático todavía es indefinible, pero la imagen de conjunto es un poco confusa. Un »Manifiesto de los valores» no produjo ningún entusiasmo político y cultural y no contiene ninguna idea que resulte de algún interés.
Respecto de dos temas centrales que interesan: uno la política interna italiana, o sea la laicidad del Estado, desafiada vigorosa, brutalmente incluso, por el Papa y los obispos italianos, el otro, la política europea, o sea estar, adherir, seguir con el Partido del Socialismo Europeo, las posiciones expresadas por muchos exponentes de La Margarita son diferentes, es más, a veces claramente divergentes de las de la mayoría de los DS.
Cuesta entender adónde puede llegar un partido de este tipo y además cuánto tiempo puede durar si ante las primeras dificultades comenzara una fuga de hombres y mujeres desilusionados e insatisfechos.
Pero el problema es más grave todavía. Los dirigentes de los dos partidos fundadores, que luego tendrán que repartirse los puestos en el nuevo partido, hasta ahora no han elaborado ninguna estrategia política e institucional para el futuro. Continúan invocando el Olivo de 1996 sin darse cuenta de que, pasados diez años, ninguna historia puede repetirse con éxito. La nostalgia en política puede ser un sentimiento apreciable. Hace recordar tiempos felices. Pero no cambia y no mejora la política. No hace ganar las elecciones.
(*) Profesor de ciencia política (Universidad de Bolonia y UNIBO-sede Buenos Aires). Italia.