Traducido por Caty R.
«El sarkozismo certifica la adhesión a las tesis de los neoconservadores estadounidenses, la derrota del gaullismo y el triunfo del ‘neopetainismo'»
«Francia es pro árabe utilitariamente, pero sustancialmente pro israelí. Que los israelíes desconfíen de las atenciones intempestivas de sus amigos franceses, atenciones que a veces encubren propósitos inconfesables».
El 17 de mayo de 2008 Nicolas Sarkozy celebra el primer aniversario de su entrada en funciones como VI presidente de la V República Francesa, un acontecimiento al que desea dar un esplendor especial hermanándolo con un viaje oficial a Israel con ocasión del sexagésimo aniversario de la declaración de independencia del Estado hebreo.
Programado en el apogeo de su carrera para marcar una apoteosis de su poder, el viaje de este presidente «mestizo» a su país favorito, se debería llevar a cabo en junio, en las cotas más bajas de su popularidad, y a la vez que el Primer Ministro israelí está enfangado en varios escándalos relacionados con dinero ilegal.
Así, el viaje de Sarkozy a Israel está perdiendo su esplendor hasta el punto de que aparece como un incordio, tanto para el país anfitrión como para el visitante, e incluso como un hándicap para la diplomacia del mejor amigo francés de Israel.
¿Qué balance hace de la evolución de la diplomacia francesa un año después de la elección de Nicolas Sarkozy? ¿Se trata simplemente de una adhesión a las tesis atlantistas clásicas o a las de los neoconservadores estadounidenses?
Los franceses jugaron a la ruleta rusa en la elección presidencial de mayo de 2007: Nicolas Sarkozy ganó, Francia perdió. El delirio narcisista en el que se ha bañado durante un año desemboca brutalmente en el mayor engaño político de la historia de la V República. Se ha demostrado que los eslóganes de la campaña no eran más que «señuelos», tanto en el plano interno como en el exterior.
En el ámbito interno, por «trabajar más para ganar más», había que entender «trabajar más para pensar menos». El eslogan era una falsedad, ya que las cajas del Estado estaban vacías y Nicolas Sarkozy lo sabía perfectamente. La única categoría social que se ha beneficiado de esa promesa es el grupo rentista de los poseedores de capitales, las grandes fortunas, los que se levantan tarde, que actualmente están amparados por el «escudo fiscal». Esta medida demuestra que el poder está en manos de la oligarquía.
Además, el sarkozismo certifica la derrota del gaullismo y el triunfo del «neopetainismo» cuyas dos principales figuras decorativas, Rachida Dati Y Rama Yade (ministras del gobierno de ascendencia argelina y marroquí respectivamente, N. de T.), sirven de tapadera de las leyes represivas del rastreo genético, la emigración selectiva y la exclusión nauseabunda. Al declararse gaullista y absorber las tesis de la extrema derecha xenófoba, el sarkozismo, en realidad, ha depurado la disputa de la legitimidad sobrepasando la fusión de las dos grandes familias de la derecha francesa, que alcanzó su punto más álgido en las presidenciales de 2002.
Las presidenciales de 2002 colocaron a los franceses frente a la vergonzosa disyuntiva de elegir entre un «estafador» y un «fascista», dos políticos septuagenarios, veteranos de la época de la Guerra Fría, que han estado en primera línea de la escena política durante casi cuarenta años, los dos candidatos más viejos, más ricos y más desprestigiados de todos los aspirantes, mutuamente reforzados en una campaña enfocada sobre la seguridad; uno, Jacques Chirac, heredero de un gaullismo descarriado en el mercantilismo más desenfrenado; el otro, Jean Marie Le Pen, heredero de un «vichysmo» sublimado por un ex torturador de la guerra de Argelia; el primero, creador de una fórmula chauvinista de una refinada demagogia sobre los «ruidos y olores» de las familias emigrantes que sangran a la seguridad social con su fertilidad genética; el segundo, autor de una expresión absolutamente abominable, «el Durafour crématoire (…) point de détail de l’Histoire» (juego de palabras entre el apellido del historiador Durafour y la palabra «four» -horno- en relación con los hornos crematorios nazis de los que Le Pen afirmó que eran un «simple detalle histórico», N. de T.). El sarkozysmo rehace la unidad de la derecha sobre la base de las tesis de la extrema derecha de Pétain y la apariencia de la derecha gaullista.
¿A qué necesidad responde esta nueva pedagogía política que quiere instaurar el presidente? ¿Se trata simplemente de una ruptura con lo que denomina la «ideología del remordimiento»?
Nicolas Sarkozy procede a una reescritura autoritaria de la historia. Debido al impulso y el significado que toma de ciertos hechos históricos, se agarra al registro de la falsificación. Realmente es un falsificador. La corrupción de la memoria y la captación de la herencia a las que procedió en el asunto Guy Môcquet no podrían ocultar la realidad. Era absolutamente necesario exaltar el patriotismo y el espíritu de sacrificio del joven comunista resistente, pero este ejercicio pedagógico habría ejercido su función terapéutica si el presidente hubiera denunciado a los verdugos, es decir, a la policía, la base de su poder de seguridad, el instrumento de su política represiva, que fue en aquella época el instrumento de la política de Vichy que Sarkozy deja caer y honra en cualquier circunstancia, la que ya operaba en el asunto Môcquet, de la misma manera que operaba en las redadas de niños judíos y en la deportación de miles de franceses de confesión judía. Al presidente de Francia le correspondía, ésa habría sido su grandeza, no desembarazarse de la paja que obstruye su vista (el remordimiento), sino extirpar la viga que afecta a los franceses de una ceguera política propicia a todas las desviaciones odiosas. La formación de las futuras generaciones no debe hacerse sobre la mentira, la falsificación, la connivencia, la demagogia y la suposición.
En el plano exterior, ¿en qué ha consistido la ruptura?
La ruptura predicada por Sarkozy no se ha limitado a una adhesión a las tesis atlantistas, que podría entenderse para un país occidental, sino que ha llegado a una sumisión a las tesis neoconservadoras, es decir, a la corriente de pensamiento más radical de la derecha conservadora del conjunto occidental. Esto es evidente en el plano del conflicto árabe-israelí. Nicolas Sarkozy ha cerrado el paréntesis gaullista y ha devuelto a Francia a la etapa anterior, la de la connivencia con las potencias coloniales de la época; Francia y Gran Bretaña, con Israel, frente al mundo árabe, especialmente contra los dos puntales del nacionalismo árabe contemporáneo, en particular Egipto (expedición de Suez 1956) y Argelia (guerra de liberación nacional 1956-1962).
La invitación al presidente israelí Simon Peres a una visita oficial en Francia entre dos vueltas de las elecciones municipales es una maniobra rastrera, displicente y despreciable en la medida en que, de una manera subliminal, pretende instrumentalizar el judaísmo institucional francés en una consulta electoral interna en Francia. Si se hubiera programado después de las elecciones municipales, no habría suscitado las mismas suspicacias y recelos. Que los israelíes desconfíen de las atenciones intempestivas de sus amigos franceses, atenciones que a veces encubren propósitos inconfesables. El hecho de cambiar el antisemitismo recurrente de la sociedad francesa que existía antes de la llegada de los primeros árabes y musulmanes a Francia, por una fobia árabe «de ley», no engrandece al autor de este viraje, ni al país que gobierna, ni al pueblo que le avala.
Nicolas Sarkozy es la prueba evidente de que Francia es pro árabe utilitariamente, pero sustancialmente pro israelí. En este punto, y sólo en éste, tiene asegurada nuestra gratitud eterna, ya que está demostrando que la singularidad francesa en el ámbito internacional es una engañifa, un tapa-miserias de la auténtica relegación diplomática en la gestión de los asuntos del mundo. Los repetitivos gestos de poderío de Nicolas Sarkozy forman parte de la falsificación. Sacar pecho delante de la CRIF (consejo representativo de las instituciones judías de Francia) declarando que nunca estrecharía la mano de cualquiera que no reconozca a Israel, forma parte de las fábulas y fabulaciones con las que recorrió, durante los primeros meses de su mandato, una decena de países árabes de los que casi ninguno reconoce al Estado hebreo, como Argelia, Arabia Saudí, las petromonarquías del Golfo o Libia, a cuyo presidente, Muammar Gadafi, incluso se le invitó a una visita oficial en Francia.
Es lamentable que la prensa francesa no haya señalado sus incoherencias, lo mismo que no destacó la incongruencia cuando Sarkozy pretendía explicar el Holocausto en las escuelas mientras un jefe del ejército israelí, el viceministro de Defensa, se propuso infligir un holocausto a los palestinos de Gaza, sin que este asunto tampoco haya suscitado el menor comentario en la prensa francesa. Para cualquiera que conozca las dificultades a las que se enfrenta la diplomacia francesa, Sarkozy delira con su pretensión de organizar, el 13 de julio de 2008 en París, una cumbre de los países mediterráneos, es decir, una cumbre que juntaría a Israel, Libia, Argelia y también, y sobre todo, a Siria, que mantiene una relaciones execrables con Francia.
Por lo tanto, la nueva diplomacia Sarkozy-Kouchner no es la adhesión a las tesis occidentales, sino que marca la importación de Francia al punto de vista neoconservador estadounidense. ¿Qué se puede esperar en los próximos años?
No hay que llorar por la leche derramada. Habría sido mejor oír las voces de alerta que, desde luego, no faltaron.
Nicolas Sarkozy ganó y Francia perdió. Y los más desfavorecidos apechugan con la parte más pesada de la carga: de las prebendas fiscales (para los ricos, N. de T.) a las franquicias sanitarias, la supresión del reembolso de los gastos ópticos, el intento de suprimir la tarjeta de familia numerosa, la subida de los precios del transporte y el gas. No hay una medida que compense la erosión del poder adquisitivo, a pesar de que se trataba de uno de los puntos fuertes del programa electoral de Nicolas Sarkozy. Este es el nuevo humanismo que encarna el sarkozismo.
En el siglo XX, el imperio francés, con su mercado cautivo y su contingente de «morenos» salvó las deficiencias de la metrópolis, tanto en el plano militar como en el económico. (No olvidemos que la última gran victoria militar francesa se remonta dos siglos, Austerlitz 1805, después nada más, sino una serie de desastres militares: Waterloo, Fachoda, Sedan). Francia sólo volvió a conseguir la victoria en 1918 con la participación masiva de los aliados, ciertamente, pero también gracias a los pueblos «morenos» (500.000 combatientes del imperio francés), casi la población de la ciudad de Marsella. Es decir, ¿quien sostuvo el mito de la grandeza de Francia?
En el siglo XXI, no como imperio, sino como coto cerrado, Francia tiene que pagar un fuerte precio por sus virajes imputables, en primer lugar, a la posición protofascista inherente a un sector de la sociedad francesa de la que Nicolas Sarkozy es la excrecencia política y la ilustración mediática. Un fuerte precio con el déficit de dos mil millones de euros en las cuentas públicas, el déficit crónico del comercio exterior, el desempleo estructural endémico, el desmembramiento del tejido social, la marginalización creciente de sus anclajes tradicionales, el mundo árabe y África. Francia tiene que pagar muy caro el delirio narcisista que se apoderó ella con la elección de Nicolas Sarkozy como presidente de la República Francesa.
Original en francés: http://renenaba.blog.fr/2008/05/18/p4189451#more4189451
Le Sarkophage es una publicación francesa de análisis político que apareció el 14 de julio de 2007 con la declaración: «La elección de Nicolas Sarkozy implica una ruptura con nuestra memoria política, social y cultural», y se declaraba una publicación comprometida «contra todos los sarkozismos y por la resistencia intelectual, política y social». Paul Ariès, el responsable de redacción, es filósofo, politólogo y promotor de un movimiento refundador de la izquierda alternativo a la socialdemocracia del Partido socialista francés. Es autor, entre otras obras, del libro Misère du Sarkozysme : Cette droite qui n’aime pas la France, ed. Broché, 2006, y declara que «apuesta por la inteligencia colectiva y la vuelta a la política» www.lesarkophage.com
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.