La cuarta ronda de negociaciones en aras de la firma de un tratado de libre comercio (TLC), entre la Unión Europea y América Central, bautizado por la UE como «Acuerdo de Asociación» (ADA), concluyó el 18 de julio pasado en Bruselas. Esta ronda se inscribe como antesala de una próxima reunión que tendrá a Guatemala […]
La cuarta ronda de negociaciones en aras de la firma de un tratado de libre comercio (TLC), entre la Unión Europea y América Central, bautizado por la UE como «Acuerdo de Asociación» (ADA), concluyó el 18 de julio pasado en Bruselas. Esta ronda se inscribe como antesala de una próxima reunión que tendrá a Guatemala como sede, en la segunda semana de octubre del presente año. Para entonces, se discutirá «producto por producto»: el meollo de la negociación, en la que se exhibirán las pruebas de cohesión y los choques de intereses.
Este ADA, es «un TLC con rostro más humano», según los negociadores europeos, visto que más allá del intercambio de mercancías incluye diálogo político y cooperación internacional. Pero la sociedad civil centroamericana no traga el anzuelo y como dice el diputado salvadoreño por el FMLN Sygfrido Reyes «en realidad se trata del típico TLC envuelto en papel de regalo».
En el pasado de Centroamérica se recuerda la explotación histórica de las transnacionales de la fruta, el café y otras materia primas, que instalaban y deponían dictaduras con la condecendencia de las élites locales. Hoy en cambio, después de dos décadas de la llegada de la transición democrática, son los tratados comerciales los que institucionalizan el trabajo sucio de la explotación, en una especie de modernización de la injusticia.
Con el fin de las guerras civiles y los movimientos de liberación en centroamérica (en los años noventa), hoy el panorama político está cambiando: en Guatemala está en el poder el presidente Alvaro Colom, que desde hace menos de un año guía el país y se dice de centro-izquierda, y junto al gobierno hondureño de Zelaya se están abriendo a las iniciativas solidarias como Petrocaribe, el «brazo energético» del ALBA, una iniciativa que representa el alter-ego de los TLC’s propuestos por el Norte del mundo (sin duda, no por mérito de estos dos gobiernos, más bien porque la inflación alimentada por la crisis en acto en Centroamérica substrae consenso y nutre la oposición política interna). En Nicaragua, estrecho entre promesas, nuevos compromisos y viejos enemigos, ha regresado desde hace un año y medio al poder Daniel Ortega, el comandante de la Revolución de los años ochenta, que dio tantos dolores de cabeza a la administración Reagan. En Panamá guía el país el progresista Martín Torrijos, hijo de Omar Torrijos, un gran amigo de la Revolución Sandinista. En el Salvador, en cambio, el presidente Antonio Saca, socialdemócrata de derecha y filo USA, está llegando al final de su criticado mandato, mientras la antigua guerrilla, el FMLN (hoy un partido político en la vida pública, desde el final de la guerra en el 1992) está intentando crear una plataforma electoral inclusiva con Mauricio Funes al frente, con buenas posibilidades de vencer las elecciones en marzo del próximo año.
Sobre este andamiaje político en contínua metamorfósis, los gobiernos europeos pretenden que la aprobación del ADA no vaya más allá del primer semestre del 2009. Pero, «en la otra cara de la moneda» de este tratado, se esconde un acuerdo geo-estratégico, aseguran las organizaciones populares del istmo centroamericano. La UE es el segundo socio comercial de Centroamérica (después de los Estados Unidos), importa el 0,43% y exporta el 0,40% de su comercio con el resto del mundo. Este ADA, en efecto, parece no estar interesado en las mercancías centroamericanas en sí; un acuerdo bilateral con Costa Rica, que cubre el 60% de la balanza comercial UE-CA, resolvería el «problema mercancías». El verdadero botín son los sectores estratégicos de las economías nacionales, como la generación energética, la gestión del servicio hídrico y la construcción de represas, la telefonía y la riqueza de la reserva bio-genética: maná del cielo que esperan con apetito las transnacionales farmacéuticas.
Además, la intención de hacer de centroamérica un Hub cerealicola se hace cada vez más evidente, con la pretensión de asegurar la producción de etanol a base de maíz, alimento sobre el cual se basa la autosuficiencia y la cultura alimentaria de estos países. El precio del maíz -según la FAO- se ha duplicado en la región en el 2007, estimulado por el incentivo hacia un futuro bio-mercado de combustibles con una serie de necro-efectos colaterales. De hecho, este ADA se encuentra con una América Central (con sus cerca de 37 millones de habitantes), que día a día se vuelve más pobre. La inflación viene alimentada cotidianamente por un tríptico de efectos de la globalización en Centroamérica: «el efecto etanol» dispara los precios de los cereales, seguido de las alzas del precio del petróleo que catalizan la reacción, irradiando la carestía en la mayoría empobrecida de la población y al final, la recesión que viene de los Estados Unidos, principal socio comercial de Centroamérica con una balanza comercial de 40% entre importaciones y exportaciones. Resultado: más indigencia para los ya los hambrientos.
A cuentas hechas, es éste el paisaje social en el cual los gobiernos europeos intentan insertarse y reclaman su parte del botín en el olvidado Centroamérica. La Unión Europea se enrumba en la dirección de la tendencia global (luego de la parálisis de los ultimos años en las negociaciones en la OMC) y pretende recorrer el sendero abierto por los Estados Unidos, que el año pasado en el clásico «divide y vencerás» ha concluido una serie de tratados bilaterales, poniendo en escena la participación de la sociedad civil Centroamericana, para llegar a la firma del DR-CAFTA . Al parecer, Europa intenta esta vía con el objetivo de entrar en Latinoamérica por su puerta más débil en términos comerciales y de cohesión política regional. Todo esto porque con el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones, no ha tenido mejor suerte.
Las perspectivas para el futuro, afirman las organizaciones populares, no son alentadoras: el incremento de las importaciones de cereales de los países centroamericanos, que por cada 5 toneladas de maíz que ingresa a uno de ellos, un campesino se vuelve emigrante y con él, emigran y se pierden en la ciudad, siglos de sabiduría campesina sin pasaje de regreso.
El trabajoso proceso de integración Centroamericana, una de las condiciones que los gobiernos europeos han impuesto para la puesta en marcha de las negociaciones, es un proceso que avanza como con el freno de mano accionado. De una parte mediatizado por el nacionalismo inculcado históricamente para manejar mejor a estos países y no permitir la formación de un frente común. De otra, debido a las asimetrías existentes entre estos países: los 886 dolares del PIB per capita de Nicaragua, vuelcan al vecino Costa Rica (con sus 4908 dolares al año), un millón de nicaraguenses desempleados. Desigualdades como éstas, obstaculizan la apertura de las fronteras a personas y mercancías, para las cuales es necesario más tiempo, aseguran las organizaciones populares de la región.
Estos tratados, declaran los dirigentes de Vía Campesina, «están hechos a la medida de las grandes transnacionales y de las élites agro-exportadoras locales. Al final, quien paga el costo social de sus consecuencias somos nosotros, los campesinos y agricultores centroamericanos, son 42 las transnacionales europeas que están esperando el semáforo verde para lanzarse sobre los recursos de nuestros países».