Despejar las incógnitas del siglo XXI constituye un ejercicio más difícil que las peripecias de un prestigitador del circo francés, el más antiguo de Europa. Los políticos contemporáneos recomiendan mesura y cautela en los pronósticos. Los economistas, exigen cifras concretas mitigantes de la crisis mundial que alcanza a todos. Los militares tejen los hilos de […]
Despejar las incógnitas del siglo XXI constituye un ejercicio más difícil que las peripecias de un prestigitador del circo francés, el más antiguo de Europa. Los políticos contemporáneos recomiendan mesura y cautela en los pronósticos. Los economistas, exigen cifras concretas mitigantes de la crisis mundial que alcanza a todos. Los militares tejen los hilos de una estrategia, que puede ser más audaz y agresiva, o con una retirada discreta.
La primera pregunta ante la victoria electoral del nuevo Presidente estadounidense es ¿qué representará para la Unión Europea? Lo único tangible para ellos era que el decadente mandato de George W. Bush debía finalizar. La «caída de los dioses» también era necesaria para otros continentes y grupos regionales.
La segunda incógnita sería ¿tendrán algún respiro los eurocomunitarios ante la convulsa situación internacional que legaron los republicanos? Predecir si mejorará la posición de los europeos más desarrollados sería tan complejo como descifrar los sortilegios de la antigüedad. Estamos en el siglo XXI.
Durante su reciente periplo europeo, el nuevo Presidente Barack Obama lanzó el mensaje de que ese Continente «contribuyese más y mejor a contrarrestar las diversas amenazas a la seguridad global, desde Irán al Medio Oriente y la proliferación nuclear». Cuando visitó Berlín reconoció que Afganistán «enfrentaba una alarmante situación». La Canciller Angela Merkel argumentó ique «prefería a los militares alemanes en la restauración del país asiático».
«La compleja contienda preelectoral estadounidense impide descifrar entre los compromisos y su plasmación. El candidato demócrata prometió «una salida responsable de Irak, llevar a buen término el combate contra Al Qaeda y los talibanes, garantizar la seguridad de las armas y los materiales nucleares y hacerlos inaccesibles para los terroristas y los Estados parias, lograr una auténtica seguridad energética y reconstruir las alianzas».
Uno de los aspectos que han incidido sobre el malestar popular en diversos países miembros de la UE es el compromiso de arriesgar la vida de soldados europeos en otros continentes, producto de las guerras decididas por Washington, sin que se avizore el final de la contienda.
En su discurso del 4 de junio pasado ante el AIPAC [1] , Barack Obama certificó su compromiso con Israel, porque los intereses estadounidenses y del lobby judío -que también contribuyó a costear la victoria de John F. Kennedy- son más poderoso que todos los intentos por alejarse del Medio Oriente. En esa oportunidad encomió la verdadera amistad israelo-estadounidense; se deslindó de las acusaciones lanzadas sobre sus orígenes pro-islámicos; exteriorizó su dolor ante el holocausto sufrido por los judíos; enfatizó que el Estado israelita debe mantenerse y que el nuevo gobierno contribuiría por vía pacífica para que también los palestinos alcancen su Estado; coadyuvaría a la reanudación de las conversaciones entre Israel y Siria. Sin embargo, expresó que «Irán representa el mayor peligro y desafío en la región porque apoya a los terroristas, manipula el uranio e influye sobre los precios del petróleo». En síntesis proclamó el modelo exitoso de cooperación defensiva entre Tel Aviv y Washington y aseveró que «siempre mantendrá su compromiso militar para defender la seguridad estadounidense y de su aliado».
La cruzada antislámica se afianzó mediante las torturas, los traslados forzosos y los actuales campos de concentración «antiterroristas» estadounidenses, ocultos o apoyados por diversos países de la UE, que alcanzaron un descrédito que no ha podido recomponerse hasta la fecha. La opinión pública internacional y diversas organizaciones no gubernamentales fracasaron en su empeño para que en Guantánamo cesaran las flagrantes violaciones de los derechos más elementales de los mal denominados «combatientes ilegales». Ahora la heterogénea Amnistía Internacional plantea un plazo de 100 días al nuevo gobierno demócrata, para que clausure la prisión. Si éste accede, la Unión también sortearía parte del atolladero moral en que sumió su proclamado prestigio como protectora de los derechos humanos.
El derrotero de la política estadounidense hacia el Medio Oriente transita a partir de sus propios intereses y de los designios israelitas. Ante las variantes de proseguir y desatar nuevas guerras o retirarse del área habría que despejar disyuntivas, que afectan la credibilidad en el mundo sobre el respeto de la Unión Europea a la justicia y la aplicación de procedimientos punitivos que provocan constantes denuncias sobre frecuentes y crecientes violaciones de los derechos humanos y del Derecho Internacional Humanitario. Sigue pendiente la solución del escándalo sobre los vuelos y cárceles secretos en el que se ha involucrado.
Otro de los problemas que aquejan a la Unión Europea es salir del marasmo que representa el actual descalabro financiero estadounidense, especialmente para los países que utilizan el euro como moneda. El asunto concierne a los economistas, pero diversas instituciones de la UE no pueden ocultar que si con el régimen de Bush el panorama era tenebroso, ahora tal vez podrían aspirar a soluciones más sensatas, que evidentemente no serían extraídas de un sombrero mágico.
Varias interrogantes pueden ser ¿cuál interlocutor estadounidense es más accesible para los países más poderosos de la UE: un demócrata o un republicano? ¿Qué representará para los gobernantes británicos, alemanes, franceses, suecos, polacos y checos el diálogo con un Presidente que -aunque nada pobre- proviene de un grupo étnico preterido por los europeos?
Los mensajes de augurios y salutación se reproducen a la velocidad del sonido. Ya florece la conocida diplomacia activa eurocomunitaria: el Presidente de la Comisión, Joao Barroso llamó a «promover un multilateralismo que beneficie a todo el mundo y emplazó a que Estados Unidos y la Unión Europea participen como aliados al conducir al mundo a un orden distinto». El Presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Pöttering consideró que el resultado electoral «ofrece oportunidad para reforzar las relaciones».
En política es útil recordar algunas curiosidades: Angela Merkel no accedió a que Obama hablase ante la simbólica Puerta de Brandenburgo; Gordon Brown fue tan aliado como Anthony Blair de George W. Bush; Nicolas Sarkozy evidenció sus simpatías hacia el destronado Presidente republicano; Silvio Berlusconi lo honraba; José Luis Rodríguez Zapatero fue menospreciado por el inquilino de la Casa Blanca y Obama se pronunció por el derecho de Chipre a lograr un Estado bizonal y bicomunal, previa eliminación de la ocupación. Esto último podría enrarecer la tradicional armonía entre Turquía y Estados Unidos. Los acontecimientos tendrán la última palabra.
El contraste entre lo precedente y lo inmediato se resume como sigue: el actual Presidente del Consejo de la Unión Europea, a la vez mandatario galo, señaló que «la elección suscita interés en Francia, en Europa y más allá con una inmensa esperanza en que las relaciones tendrán nueva energía para preservar la paz y la prosperidad del mundo»… La Canciller Federal alemana enfatizó que «nadie puede resolver por sí solo los problemas del mundo»; el Primer Ministro italiano consideró que «la amistad y cooperación crecerán» y el Presidente del Gobierno español espera «una etapa más intensa, fluida y positiva».
Varios gobiernos de países de Europa central y oriental han expresado su confianza en que la presidencia demócrata «conduzca a la renovación y al fortalecimiento de la cooperación trasatlántica». Se han manifestado favorables a construir una cooperación trasatlántica fuerte y útil: el Presidente austriaco; el checo (país que presidirá la Unión durante el semestre enero-junio de 2009), quien lo invitó a Praga; el rumano consideró que la campaña «consolidó la confianza en la democracia norteamericana y robustecerá la consolidación estratégica»; mientras que el búlgaro confía en que «Estados Unidos encabezará los esfuerzos de la comunidad internacional para crear y reafirmar un mundo próspero y pacífico».
Mientras esperamos otros augurios afloran diversas incógnitas a la usanza de los antiguos prestigitadores: ¿Qué representará Obama para la UE? ¿Quién vaticina el próximo cuatrienio? ¿Se aproximarán ambas posiciones sobre el cambio climático? ¿Existe alguna remota posibilidad de que los eurocomunitarios sostengan con los nuevos políticos de Estados Unidos enfoques diferentes sobre la migración, la xenofobia, la desigualdad étnica y religiosa o la sistemática crítica de los derechos humanos en los países pobres?
La Habana, 5 de noviembre de 2008
«Año del 50 Aniversario»