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Entrevista a Helen Umaña, Premio Nacional de Literatura de Honduras

‘El éxito de las marchas multitudinarias comprueba la convocatoria de la resistencia en Honduras’

Fuentes: TeleSur

Helen Umaña, Premio Nacional de Literatura de Honduras (1989), es autora de: Literatura hondureña contemporánea (1986); Narradoras hondureñas (1990); Ensayos de literatura hondureña (1992); Francisco Morazán en la literatura hondureña (1995); Panorama crítico del cuento hondureño (1999); La novela hondureña (2006) y La palabra iluminada. El discurso poético en Honduras (2008), entre otros títulos de […]

Helen Umaña, Premio Nacional de Literatura de Honduras (1989), es autora de: Literatura hondureña contemporánea (1986); Narradoras hondureñas (1990); Ensayos de literatura hondureña (1992); Francisco Morazán en la literatura hondureña (1995); Panorama crítico del cuento hondureño (1999); La novela hondureña (2006) y La palabra iluminada. El discurso poético en Honduras (2008), entre otros títulos de crítica literaria, antologías, ensayos académicos y de apreciación estética.

En exclusiva para teleSUR y con la sabiduría de los años, Helen Umaña afirma que La Cuarta Urna y la Asamblea Constituyente: «Lo pueden impedir para un futuro cercano. Pero en la conciencia popular la idea de una nueva Carta Magna ya prendió con una fuerza increíble. Creo que, eso, a un plazo quizá más distante, es imparable y la dirigencia popular sabrá encontrar mecanismos adecuados para que se haga realidad. El éxito de las marchas multitudinarias comprueba su capacidad de convocatoria»

MC.-Usted vivió el exilio en Guatemala, debido a la persecución que sufrió su padre a manos del gobierno de Tiburcio Carías; paradójicamente recibe las noticias del golpe mientras regresa de Guatemala para votar por La Cuarta Urna, ¿por qué decide quedarse, esta vez, en Honduras?

HU.- Quizá debo hacer una aclaración. Mi padre salió en 1944 como exiliado. Yo tenía dos años. Mi infancia transcurrió en Guatemala. Crecí sintiéndome guatemalteca. Me casé allá y formé una familia: cuatro hijos y once nietos. En la década de 1980 trabajaba en la Universidad de San Carlos, una de las instituciones más castigadas por la represión. Bajo el régimen de terror del general Romeo Lucas García, me vi obligada a salir de ese país y mi destino, ya que yo había nacido aquí, fue Honduras, país al que yo no miraba como mi patria. Pero, al irme involucrando en la cultura, en la literatura, se fue generando un sentido de pertenencia, de identificación con Honduras. Cuando pude regresar a Guatemala, ya me había enraizado aquí y no quise retomar el hilo de mi trabajo en ese país. Pero, en treinta años, nunca (con la excepción de este período posgolpe) han pasado quince días sin que vaya a Guatemala a compartir con mi familia. En cierta forma, un exilio (el de mi padre) me alejó de Honduras; otro (el mío), me trajo a un mundo desconocido que me exigió una gran cuota de dolor. Una especie de vida marcada por dos exilios. De consolidarse la dictadura micheletista, se le estaría dando carta blanca a otro período represivo, una posibilidad muy real que, ojalá, no le dé un nuevo vuelco a mi vida. No quisiera sufrir una especie de tercer exilio.

MC.-En un principio describió el golpe de Estado desde «el intenso impacto emocional. En esencia, abortar, con alevosía, la semilla de lo que pudo ser un encaminar al país por senderos de equidad y justicia»; ¿qué caudal de emociones y pensamientos han transcurrido desde entonces?

HU.- Yo sé, en carne viva, lo que significa un régimen en donde los militares ejercen un protagonismo en la escena política. El 28 de junio reviví, como en una especie de flask back cinematográfico, todo el horror experimentado en Guatemala. Temí, hasta en lo más hondo de mí misma, que Honduras se precipitase en un precipicio similar. Las muertes, la férrea represión en la región de El Paraíso (en donde se llegó al extremo de negar el paso a la Cruz Roja que portaba alimentos), las brutales consecuencias de las marchas reprimidas, el silencio casi criminal de los medios informativos, confirman mis temores. De no revertirse el golpe, Honduras puede estar a las puertas de un oscuro período represivo. Pero, frente a ese aspecto negativo, la valiente e inesperada respuesta del pueblo hondureño, su heroica resistencia, me indican que el golpe de Estado ha sido una especie de reactivo que ha hecho que muchos hondureños y hondureñas despierten, se quiten la venda de los ojos y visualicen las intrincadas redes que expliquen qué fuerzas -nacionales e internacionales- están detrás del golpe. Ahora, ya más serena, sé que, pese a todo, estas dolorosas circunstancias están fructificando en una nueva consciencia social. En otras palabras, la política, en Honduras, ya cuenta con un ingrediente nuevo, renovador, y que augura futuras batallas en pro de una sociedad más justa y equitativa.

MC.-En su primer artículo «El miedo a una palabra de dos letras», usted se avergonzaba de «La ambigüedad e indiferencia de la máxima casa de estudios. Duele el comunicado gallo-gallina de las autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras»; recientemente la comunidad universitaria fue víctima de los crímenes del régimen de facto, ¿ni la ambigüedad e indiferencia resguardaron a la UNAH de la represión golpista?

HU.- Cuando veía la transmisión televisiva que recorre, paso a paso, la histórica jornada, sólo se me venía a la mente aquel famoso poema de Bertolt Brecht: «Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. (Â…) Después siguieron con los curas (Â…), pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen a por mí, pero ya es demasiado tarde». En otras palabras, la represión va ampliando su radio de acción hasta que alcanza a los indiferentes, a los que vieron cometer el crimen y callaron. Las autoridades universitarias pudieron experimentar, en su propia piel, qué sienten las personas cuando se ven frente a esos pelotones de hombres dotados de máscaras antigás, grandes escudos y armados hasta los dientes (y no con balas de goma). Toda una lección. La UNAH, amparada en la supuesta neutralidad de la ciencia, en esta difícil coyuntura, no ha estado a la altura de las circunstancias. Los juicios de los historiadores presentes y futuros no serán clementes con ella. Los brotes de dignidad han sido aislados (posturas de análisis y rechazo realizadas a título personal, comunicados y acciones solidarias de organizaciones estudiantiles, un claustro de docentes pronunciándose al respecto pero que, incluso, fue cuestionado por otros miembros del mismo), no institucionales. La UNAH, en su conjunto, nunca entendió que la cuestión no implica un apoyo a Mel. El meollo del asunto radica en un punto que nunca se debió ignorar o minimizar: un golpe de Estado es un retroceso anacrónico y había necesidad de abogar, desde su alta envestidura y con verdadera fuerza persuasiva, por el restablecimiento del estado de derecho, inclusive porque, en ella misma, se alberga la Escuela de Derecho más antigua del país.

MC.-En una declaración de principios dijo: «Desde hace treinta años, sólo he escrito sobre arte y literatura. Pero la ruptura del orden constitucional y el descaro con que actuaron Micheletti y sus socios golpistas me sacaron de la voluntaria torre de marfil», ¿qué satisfacción personal le deja no vivir en la indiferencia?, ¿otros colegas siguen su ejemplo y ya bajaron de la torre de marfil?

HU.- Me costó incorporarme a la Resistencia. Desde el principio supe cuál era mi deber. Mi experiencia había sido demasiado dolorosa y temía que se repitiese. El terror es paralizante. Pero la conciencia no me dejaba en paz. Para «aquietarla», redacté el artículo que usted citó. Publicarlo, espiritualmente, me tranquilizó. Me trajo paz interior porque estaba actuando conforme a los principios éticos que constantemente he proclamado frente a mis hijos, frente a mis nietos y frente a muchas generaciones de alumnos. Siempre he expresado, en las aulas y en mis escritos, que todos estamos obligados a transformar el pedacito de mundo dentro del cual vivimos. No podía, ya cuando vivo la recta final de mi existencia, desdecir, con un acto de cobardía intelectual, la trayectoria moral de toda mi vida. Respecto de la última pregunta, pienso que cada quien responde a planteamientos ideológicos provenientes o de una posición de clase o de una situación de alienación de la propia realidad. Pero sí cuesta entender cómo personas inteligentes y sensibles se niegan a ver lo que está ocurriendo en Honduras y se han puesto en contra de los sectores populares.

MC.-En «La pisoteada dignidad de un artista popular», usted denuncia el dolo y desvirtualización que hace El Heraldo con las declaraciones del escultor Juan José Valle Larios; ¿concedería una entrevista para la prensa golpista a sabiendas que todo lo que diga será utilizado en su contra?, ¿cuál es su lectura de la manipulación periodística?

HU.- Creo que, en la actual coyuntura política, la prensa golpista no estaría interesada en entrevistarme. En el futuro, dada mi participación dentro de la Resistencia, tampoco estarán interesados en hacerlo. Creo que al escultor Valle Larios le dieron ese trato tan infame porque es un artista popular. Para ellos, un don nadie intrascendente que sólo les sirvió para sus propósitos políticos espurios. Con relación a la manipulación periodística, la juzgo esencialmente inmoral: ellos mienten con conocimiento de causa. Son maquiavélicos en la forma de presentar los hechos. Saben, a la perfección, en qué consiste la selección y acomodo de los distintos tipos de signos (verbales, icónicos, proxémicos, etcétera) para lograr determinados efectos dentro de un público, generalmente, acrítico. Inclusive, con el episodio en la UNAH, pese a la claridad del video, hubo «periodistas» que dijeron que los policías habían «salvado» a la rectora de las turbas de «infiltrados» y «falsos estudiantes» que estaban en la universidad.

MC.-Siguiendo con el análisis, usted dice: «la respuesta humanitaria de Mel Zelaya quizá explique o ayude a entender por qué la gente humilde se ha volcado en su defensa»; ¿es el caso de los artistas populares, poetas, escritores e intelectuales en resistencia?

HU.- Esa fue una frase que dudé en escribir. Finalmente la dejé porque pienso que Mel tiene una personalidad sui géneris. Se sale del protocolo, bromea con el público, platica con cualquiera y hasta canta. Un comportamiento que chocó con las personas acostumbradas a los protocolos rígidos usuales. Pero al pueblo ajeno a refinamientos y fórmulas rígidas de cortesía le gustaba ese estilo. Mel supo «llegar», con su manera de ser campechana, a muchas personas que siempre habían recibido la indiferencia o el desprecio de los poderosos. Su respuesta al ver a un hombre humilde mostrándole un caballito por encima de las cabezas de sus guardias, indica la existencia de un real interés en los demás. Muchos dirán que eso es populismo. Yo lo veo como una prueba de la existencia de una fibra humana de alguien a quien sí le interesan los demás. Un poco como cuando, en la calle, nos asalta la mano de una anciana o de un niño pidiéndonos una limosna. Los científicos sociales rechazan ese tipo de caridades. Algo humillante que no resuelve el problema. Pero como sabemos que el hambre de esa anciana o de ese niño dependen del lempira que le podamos dar, a regañadientes, lo sacamos de nuestra bolsa y se lo damos porque intuimos que, para ellos, las soluciones sociales permanentes, probablemente, lleguen muy tarde.

MC.-Cito un párrafo que escribió en «La hora del pueblo», «cuál es su meta inmediata: trazar los pasos concretos para llegar, organización y unidad mediante, a la redacción de una nueva Constitución, única opción para la restauración global del país», ¿qué sucederá si los Acuerdos de San José impiden la consulta para una Asamblea Constituyente?, ¿qué estrategia le queda al pueblo organizado si los golpistas imponen al próximo presidente?

HU.- Lo pueden impedir para un futuro cercano. Pero en la conciencia popular la idea de una nueva Carta Magna ya prendió con una fuerza increíble. Creo que, eso, a un plazo quizá más distante, es imparable y la dirigencia popular sabrá encontrar mecanismos adecuados para que se haga realidad. El éxito de las marchas multitudinarias comprueba su capacidad de convocatoria.

MC.-La burócrata encargada de la cultura de facto, Mirna Castro, prohibió varias joyas de la literatura hondureña; el régimen de Micheletti piensa asignar a los milicos, el edificio del Centro Documental de Investigaciones Históricas de Honduras, eso ya lo vimos en Chile: por decreto se prohíbe a varios autores y el «Centro de Convenciones Gabriela Mistral» fue cedido a la Junta Militar de Pinochet; usted lo denomina «Delitos de lesa cultura», ¿cuál es la importancia de denunciarlos ante la UNESCO?, ¿otros acervos están en riesgo de sufrir graves pérdidas?

HU.- La importancia de la denuncia internacional nace de la propia indefensión en que ha quedado el patrimonio cultural de Honduras. De una ministra capaz de formular las sandeces que le hemos oído, sólo pueden esperarse desaguisados mayores a los ya perpetrados. Pero lo terrible, en este caso, es que estamos frente a un férreo cerco mediático de ocultamiento de la verdad. A la población se la desinforma. Por lo mismo, tampoco se formulan comentarios que clarifiquen el trasfondo de las decisiones ministeriales (vr. gr., el despido de funcionarios capaces, la agresión verbal contra las casas de cultura, el hostigamiento a los empleados del Instituto de Antropología e Historia). El panorama es desolador porque la depredación cultural puede pasar inadvertida. Documentos invaluables para estudios futuros pueden quedar destruidos para siempre, tal como pasó con los tesoros que albergaba el museo de Bagdad. Frente a ese estado de indefensión, quizá sólo la intervención de instancias de prestigio internacional como UNESCO pueda contener la acción depredadora. Asimismo, hay que tomar en cuenta que, tal como están actualmente las cosas, magníficos proyectos que se llevan a cabo mediante ayuda o colaboración internacional, están suspendidos. El golpe de Estado también ha sido un golpe a la cultura.

MC.- Usted es crítica de arte; históricamente los procesos sociales se expresan con importantes legados pictóricos en los murales y en el diseño de panfletos, ¿advierte una nueva gráfica popular en Honduras?, ¿cuál es la tradición en las artes plásticas hondureñas?

HU.- Las artes plásticas hondureñas tienen una tradición sumamente rica. En la mayor parte de los artistas es muy fuerte la crítica social y sus trabajos advierten que no han sido ciegos al entorno. Desde Pablo Zelaya Sierra con su escalofriante denuncia del salvajismo y la crueldad de la guerra civil, hasta el trabajo de los más jóvenes. La fuerza de su trabajo radica, justamente, en esa vinculación con el momento histórico en el que les ha tocado vivir y éste no será la excepción. También existe una extraordinaria vitalidad en el campo de la caricatura política. Los periódicos del siglo XX lo comprueban en forma incontrovertible. El golpe de Estado, como lo observamos al abrir las páginas de Internet, desató una verdadera explosión gráfica no sólo en Honduras. Caricaturistas del mundo entero han hecho mofa de los absurdos y contradicciones de Micheletti y sus socios golpistas. Una especie de sangriento teatro del absurdo de dimensiones estrambóticas. Y no quisiera terminar sin referirme a otra forma artística fundamental en nuestra época: la fotografía. Hay fotos realmente inolvidables. Ellas, por sí solas, hablan de la magnitud de lo que está ocurriendo en el país. El cronista del futuro que quiera entender este período no podrá remitirse a los periódicos mentirosos que han ocultado o tergiversado la información. Habrá de acudirse a los archivos fotográficos que se están dando por millares. En cámaras y celulares se ha registrado la brutalidad y torpeza del sector dominante, pero también la dignidad y la valentía del pueblo hondureño.

MC.- Finalmente, ¿nos recomendaría la lectura de algunos autores de novelas sobre la reciente historia hondureña?, por otra parte, ¿está recopilando los poemas y ficciones que se escriben online para denunciar el golpe de Estado?

HU.- Uno de los factores que me ha retenido en Honduras es la admiración que siento por su literatura. Nunca deja de sorprenderme. Inclusive, cuando se lee el Manifiesto de David de Francisco Morazán o los escritos de Valle o de Ramón Rosa, se advierte su actualidad. Como si el tiempo no hubiese transcurrido, sus reflexiones se aplican perfectamente a nuestra época. Pero contestando a su pregunta, hay autores (poetas, cuentistas y novelistas) que han incidido en temas como los que usted propone. Nombres concretos: Eduardo Bähr, Julio Escoto, Roberto Castillo, Marcos Carías, Longino Becerra, Roberto Sosa, Pompeyo del Valle, José Adán Castelar, Rebeca Becerra, Amanda Castro, Rigoberto Paredes y Roberto Quesada…

«Respecto de la última pregunta, es asombrosa la cantidad de poemas, canciones y textos de matiz literario que generó y seguirá generando este golpe. Especialmente es importante aludir a otro fenómeno de una validez indiscutible: el de los escritos de raíz popular. Campesinos, obreros, amas de casa, estudiantes de secundaria, etcétera, leen sus poemas en las radios que dan participación al público y los comparten en los actos culturales que se desarrollan durante las marchas y plantones populares. Quizá desagraden al profesor de ínfulas académicas, pero tienen una legitimidad humana extraordinaria. Es tal el rechazo al golpe que obligó a la población a este tipo de respuestas, dentro de las cuales también tendríamos que hablar de la riqueza de los grafitos y consignas coreadas durante los actos de protesta pacífica. En otras palabras, la necesidad de la catarsis a través del arte»