Reinstalar un pedazo de historia de siglos atrás en éste no es pequeña hazaña y el ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Ahmet Davutoglu, parece empeñado en llevarla a cabo. Visitó Serbia a mediados de octubre para abrir una conferencia titulada «El legado otomano y las comunidades árabes de los Balcanes de hoy». Y dijo: […]
Reinstalar un pedazo de historia de siglos atrás en éste no es pequeña hazaña y el ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Ahmet Davutoglu, parece empeñado en llevarla a cabo. Visitó Serbia a mediados de octubre para abrir una conferencia titulada «El legado otomano y las comunidades árabes de los Balcanes de hoy». Y dijo: «En la era otomana, en el siglo XVI, los Balcanes eran el centro de la política mundial. Fue la edad de oro de los Balcanes. Es un hecho histórico» (grayfalcon.blogspot.com, 5-11-09). Davutoglu sueña a lo grande: quiere restaurar el emirato primero, sultanato después y finalmente imperio que en el XVI y el XVII se extendió por Asia, Africa y el sudeste de Europa con su centro en Turquía. No pequeña cosa.
Davutoglu enseñó relaciones internacionales en Malasia, pero es ante todo un político. Hace seis años que, como asesor presidencial o ministro, moldea la política exterior de Turquía pujando siempre por sacarla de su aislacionismo. Mejoró las relaciones con naciones de Medio Oriente caracterizadas por su hostilidad o indiferencia hacia el gobierno de Ankara. Tiene fama de negociar y conciliar y se ha convertido en una figura de primer orden en la región. A principios de noviembre asumió la presidencia rotativa y temporal del Consejo de Seguridad de la ONU. Lo celebró como si el hecho patentara a Turquía de potencia mundial. Pero él busca, en realidad, convertirla en eje dominante de lo que alguna vez fuera el imperio otomano. Por otros medios.
El ministro turco no oculta su cometido. En la conferencia que dictó en Sarajevo calificó a los Balcanes de zona-tapón, cruce entre Europa y Asia, el Báltico y el Mediterráneo, Europa y Africa. «Esta región tiene dos destinos históricos posibles -aseveró-, o se convierte en centro de la historia mundial o en víctima del conflicto global.» Pasó a explicar: «Son horas de reunificación. Así redescubriremos el espíritu de los Balcanes. Necesitamos crear un nuevo sentimiento de unidad en la región. Necesitamos fortalecer una conciencia regional común… Todo depende de la parte de la herencia histórica que se tiene presente. Del siglo XV al siglo XX, la historia de los Balcanes fue una historia exitosa. Podemos recuperarla». No dice cómo, pero cuando habla de la «reintegración» de los Balcanes, el Cáucaso y el Medio Oriente y califica a Turquía de «tierra de asilo y patria para bosnios, albaneses y chechenos», es imposible engañarse.
La concepción neootomana de Davutoglu alarma a sectores de Turquía que no olvidan la herencia del fundador de la república en 1923, Mustafá Kemal Atatürk. Este comandante militar formado en Alemania organizó la resistencia contra Gran Bretaña y Francia, que habían decretado la partición del país después de su derrota en la Gran Guerra. Hace más de 80 años que se establecieron en Turquía los principios kemalistas, entre los que figuran el nacionalismo, el estatismo y, en especial, el secularismo. Pero hoy gobierna el Partido del Desarrollo y la Democracia (AKP), que casi fue ilegalizado en el 2008 por sus posturas islamistas. Ahí está el punto.
Los críticos de Davutoglu consideran que su manejo de la política exterior privilegia la solidaridad con el mundo musulmán en detrimento de su vieja inclinación proeuropea y es cierto que el gobierno turco discrepa con Occidente en temas importantes. Se negó a permitir que tropas estadounidenses se estacionaran en su territorio para combatir en Irak. Invitó al líder de Hamas Khaled Mashal a sostener conversaciones en Ankara en el 2006 y enfoca el problema palestino-israelí a su manera. Son gestos dirigidos a los países árabes.
Hubo uno de real envergadura. El primer ministro Tayyip Erdogan fue recibido como un héroe en Turquía a su regreso del Foro Económico de Davos que se realizó a fines de enero: en el marco de un panel, calificó de crimen contra la humanidad la represión desatada en Gaza por las tropas israelíes, enrostró al presidente Simon Peres, sentado a su izquierda, «cuando se trata de matar, usted sabe bien cómo se hace», se levantó y se fue. Habló casi como representante del Islam.
Ankara media cada vez más en los conflictos de la región, desde Afganistán a Palestina, convirtió en amigos de Turquía a viejos enemigos como Siria, Grecia, Irán, y hasta procura negociar con el gobierno independentista kurdo instalado en Irak. Brinda una apariencia no-alineada y gana prestigio ante sus vecinos musulmanes. La Casa Blanca alienta esta política: es una manera de obviar la enorme brecha que abrió con ese mundo al invadir Afganistán e Irak. Obama calificó a Turquía de «aliado clave» cuando la visitó en abril pasado. «La grandeza de Turquía estriba en su habilidad de situarse en el centro de las cosas. No es el lugar donde Oriente y Occidente se dividen, sino donde se juntan.» Parecía Davutoglu.
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-135704-2009-11-22.html