El tribunal estimó que no existe prueba alguna de que el ex jefe de gobierno haya incurrido en «denuncia calumniosa». El caso Clearstream, que tuvo ingredientes de odio y traiciones, sacudió por años a la clase política francesa.
Nicolas Sarkozy se quedó sin la última, deliciosa, embriagadora victoria. Su enemigo más irrenunciable, el ex primer ministro Dominique de Villepin, heredó el triunfo que le estaba destinado al presidente francés: el Tribunal Correccional de París lo descargó de toda culpabilidad en el caso conocido como Clearstream, un montaje urdido para que Sarkozy y otros hombres políticos aparecieran en listas de personas que supuestamente tenían cuentas bancarias abiertas en la empresa luxemburguesa Clearstream. Sarkozy figuraba allí con su nombre húngaro, «Nagy» y «Bocssa».
Las listas eran falsas y fueron elaboradas mediante una confabulación en la que participaron otros dos personajes condenados ayer por la justicia: Imad Lahoud, un matemático y agente doble libanés, y el ex presidente del conglomerado aeronáutico EADS, Jean-Louis Gergorin, acusado de ser el operador central de esta maquinación. En este esquema en el cual también entra el ex general Philippe Rondot, De Villepin emergía como una de las riendas que dirigió la operación. Sin embargo, la Justicia consideró que no era así. El Tribunal condenó a Lahoud a tres años de cárcel, de los cuales 18 meses con cumplimiento de pena, y a Jean-Louis Gergorin a 15 meses de cárcel completa. En lo que atañe a De Villepin, la Justicia estimó que no existe prueba alguna de que el ex jefe de gobierno haya incurrido en «denuncia calumniosa». El Tribunal borró así todos los cargos que pesaban sobre De Villepin.
El veredicto significa una derrota personal para Sarkozy, ya que el jefe del Estado era una de las partes querellantes en este escándalo que sacudió el corazón de la clase política francesa durante varios años y expuso en la plaza pública la rivalidad feroz entre los dos hombres. La decisión deja sin efecto las penas planteadas por el ministerio público en octubre del año pasado: el ministerio había pedido 18 meses de cárcel con suspensión de pena -sin ingreso en la celda- y 45.000 euros de multa contra De Villepin. Ayer, luego del veredicto, èste elogió la decisión del Tribunal y se puso en órbita para su carrera política futura.
De Villepin dijo que se congratulaba «por la valentía del tribunal, que supo hacer triunfar la justicia y el derecho sobre la política». Luego, situándose en el horizonte de las elecciones presidenciales de 2012, De Villepin dijo dos cosas concretas. Una: «Quiero mirar hacia el futuro para servir a los franceses». Dos: «Necesitamos otras ideas, otras propuestas, es en ese terreno donde quiero ubicarme».
Mediante un comunicado, la presidencia francesa hizo saber que «tomaba nota» de la decisión y que, por consiguiente, no apelaría la sentencia, iniciativa a la cual Sarkozy no tiene derecho debido a su carácter de jefe de Estado. Sólo la fiscalía puede interponer un recurso de apelación, acción que De Villepin excluye. El denso contenido del escándalo Clearstream, sus ingredientes de complot, odio, mentiras y traiciones quedan atrás con la identidad y las funciones que cumplieron los protagonistas. Cartas anónimas, jueces que negocian en secreto con los denunciantes, generales de los servicios secretos que guardan notas personales en su computadora, periodistas inescrupulosos, alcahuetes y manipuladores, matemáticos de alto vuelo que se dedican a alterar las informaciones de CD bancarios, toda esta corte se queda detrás del telón para dejar a Dominique de Villepin con un estatuto inédito: ser, tal vez, el único hombre político que, en la Francia de hoy, puede representar un peligro para Nicolas Sarkozy.
Con cierta ironía se podría pensar que, con una oposición socialista sin crédito, el brazo opositor surgió a la derecha. «Estoy aquí por la voluntad de un hombre, estoy aquí por el ensañamiento de un hombre, Nicolas Sarkozy, que es también presidente de la República. Saldré libre y limpio en nombre del pueblo francés», había dicho el ex jefe del Ejecutivo cuando, el año pasado, se presentó ante la Justicia. Y así salió.
La virulencia del caso Clearstream no destruyó a De Villepin. Al contrario, lo mantuvo como actor central en los medios. La sentencia, ahora, hizo de él un actor limpio con una potencia de fuego que nadie posee frente a la habilidad de Sarkozy. Hoy (por ayer) nace la oposición, decían con humor algunos comentaristas políticos.
Los aliados de Sarkozy descartan esa hipótesis. Citado por el diario Le Monde, el consejero presidencial en comunicación, Franck Louvrier, dijo: «Es puro ruido mediático. De Villepin no tiene partido, ni dinero, carece prácticamente de parlamentarios. Nadie lo seguirá». Es lícito reconocer que, al menos por ahora, las tropas del ex premier son estrechas. Pero el veredicto del Tribunal hace de De Villepin a la vez una víctima de la furia presidencial y un hombre inocente. Para la opinión pública francesa es el hombre que se opuso a la guerra de Irak. Tal vez el ex jefe de gobierno siga los pasos de Sarkozy y haga de los medios sus mejores aliados del futuro.
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