El gobierno de Álvaro Colom se autocalifica socialdemócrata. Tiene entre sus funcionarios a personas que provienen de la insurgencia, y adopta gestos progresistas, especialmente en octubre, el mes de la revolución, que conmemora a los gobiernos de la primavera democrática (1944-1954), los cuales defendieron los recursos nacionales frente a la voracidad de las corporaciones norteamericanas. […]
El gobierno de Álvaro Colom se autocalifica socialdemócrata. Tiene entre sus funcionarios a personas que provienen de la insurgencia, y adopta gestos progresistas, especialmente en octubre, el mes de la revolución, que conmemora a los gobiernos de la primavera democrática (1944-1954), los cuales defendieron los recursos nacionales frente a la voracidad de las corporaciones norteamericanas. Estos gobiernos democráticos fueron abortados por la CIA y sustituidos por dictaduras militares que abrieron de par en par el país al saqueo de las grandes empresas norteamericanas.
El pasado octubre, el presidente Colom hizo traer desde México, para exponerlo en el Palacio Nacional de la Cultura, el famoso mural «Gloriosa Victoria», del mexicano Diego Rivera. En él se ironiza la humillante entrega de los recursos guatemaltecos al imperio gringo por parte de los gobiernos títeres de la CIA. La conmemoriación oficial de estas fiestas octobrinas ha tenido el título de ¡Oh, revolución!
Falta poco para llegar al millón de ciudadanos guatemaltecos, mujeres y hombres, que en estos tres años han participado multitudinariamente en cerca de 50 consultas comunitarias sobre megahidroeléctricas y explotaciones mineras o petroleras. Sólo en las dos últimas semanas, 217 aldeas, cantones, caseríos y parajes, más la cabecera departamental del Quiché y el municipio de Uspantán, se han pronunciado sobre esa problemática de máximo interés nacional.
Importa añadir que estos eventos cívicos se realizan en escenarios de gran violencia tolerada o promovida por el Estado, en que mujeres y hombres líderes son acosados, amenazados y a veces asesinados; que las compañías extranjeras invaden impunemente territorios comunitarios utilizando los servicios de funcionarios corruptos, además de fuerzas de seguridad públicas o privadas, las cuales actúan coordinadamente; que estas fuerzas realizan brutales desalojos, en los que todo se vale, como en los años de la gran vergüenza, incluidos graves ultrajes y violaciones de mujeres; y que el propio gobierno irrespeta convenios y organismos internacionales para defender descaradamente los intereses de las corporaciones.
¡Cuánto se podría decir sobre esta limpia y fiera pelea del pueblo llano de Guatemala, defendiendo su tierra y su hogar frente a la amenaza de invasión extranjera! (Ya lo ven, el propio himno patrio nos presta sus palabras).
Sin embargo, algunos palabreros de la prensa escriben columnas chabacanas declarando que estas consultas son realizadas por campesinos pobres y manipulables, rebaños del interior engañados por lobos politiqueros (Prensa Libre, 2/11/10, pg 14). ¿Acaso la Comisión Interamericana de Derechos Humanos también está manipulada? ¿Será que los aviones, helicópteros y tropas que sobrevolaron con estruendo y ocuparon el pueblo de Uspantán estaban defendiendo al pueblo de alguna invasión extranjera? ¿Y no que el ejército está para eso?
Los dueños del país, y sus medios de manipulación social, se cuidan, por encima de todo, de que los de abajo no alcen sus gritos más allá de lo tolerable. En años pasados, y al dictado de los USA, a éstos se los eliminaba masivamente con exceso de sufrimiento; ahora se los silencia con lujo de palabrería comprada.
Palabrería que se caracteriza por usar un discurso demagógico con el que no sólo pretenden engañar a la gente, sino también a sí mismos, pero cuyas palabras, en realidad, sólo vuelan del diente al labio (¿No ve pues que el tema del reciente Encuentro Nacional de Empresarios fue La reducción de la pobreza?); un discurso políticamente correcto (pintado a brochazos con estereotipos burlescos de fascismos pasados, y con palabras de moda como libertad, democracia, igualdad de la mujer, rechazo al racismo, revoluciones históricas, etc.); y, sobre todo, con un gran despliegue mediático.
En los años de la sangrienta seguridad nacional los oligarcas aplicaron en nuestra América la represión; eran tiempos de la guerra fría. Ahora, les resulta mucho más limpio y, sobre todo, rentable, manejar los medios de manipulación. Éstos, sin necesidad de sacar militares a la calle, bastan para sumergir a la gente en un medio social axfisiante caracterizado por la urgencia de sobrevivir, el miedo y la desconfianza, el individualismo, la comezón del consumo, la desinformación, y la omnipresencia bondadosa, bella, joven, poderosa, suficiente, garante de la vida y del futuro, de las corporaciones transnacionales.
Ellas, en realidad, ocupan el lugar que los dioses en el pasado (éstos se van apagando, reducidos, cada vez más, a leves convenciones sociales). Y como dioses actúan, siguiendo sus intereses, cuando provocan o intervienen en situaciones de shock. Hay muchos ejemplos. Algunos no tan lejanos como la gripe porcina, el terremoto de Haití o el rescate de los mineros chilenos. Pero estos dioses-corporaciones también miran hacia otro lado cuando los problemas humanos no les interesan: el hambre de cada vez más gente, las epidemias perfectamente prevenibles, las luchas campesinas e indígenas por su tierra, la crisis del planeta…
(Esta superchería asesina del dinero no sólo la practican las grandes corporaciones, también los poderes locales. Es un cóctel de religión y cosa nostra que cómo pega en el ánimo de algunas gentes. En nuestra Guatemala también se practican esas mañas. Mientras ocupamos los más altos ranking de violencia, desnutrición, desatención sanitaria y mala calidad de vida, los diputados retrasan por meses y años la aprobación de leyes y reglamentos sobre desarrollo rural, minería, seguridad y justicia, que son vitales para el país. La explicación es que ¡reciben prebendas del crimen organizado, o que esas leyes afectan sus intereses! (Prensa Libre, 1/11/10, pg 2 y 3).
Pero los medios -que ya no son el «cuarto poder», sino un recurso más del «primero»-crean climas sociales manejando las noticias y los silencios. Vean el rincón inferior de la página 8 de Prensa Libre, 26 de octubre. Allí dice: «Campesinos piden ley rural», y muestra una imagen pequeña y desagradable de barrotes de hierro y hombres airados. Sin embargo, dos días después, la primera plana y las cinco columnas de texto de la segunda página muestran grandes fotos alegres de jóvenes urbanos, bien vestidos y alimentados, en torno a una artística manta que reza: «Jóvenes contra la violencia». ¡Oh, la ley de desarrollo rural! ¡Bla, bla, bla!
¡Oh, Revolución! Perdón, O, revolution. Se me olvidaba que nuestra Ley de Minería nos la clavaron amañada y redactada en inglés.
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