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Costa Rica

El país en la encrucijada

Fuentes: ANEP/Revista Amauta

Parece que no da para más. El sistema político surgido luego de los acontecimientos bélicos entre costarricenses, acaecidos en 1948, muestra graves signos de agotamiento; generándose tensiones sociales de diversa naturaleza que han de seguir incrementándose, no solamente en cantidad sino en calidad; aunque por ahora (aunque no por mucho tiempo, pensamos nosotros), sin encadenamientos […]

Parece que no da para más. El sistema político surgido luego de los acontecimientos bélicos entre costarricenses, acaecidos en 1948, muestra graves signos de agotamiento; generándose tensiones sociales de diversa naturaleza que han de seguir incrementándose, no solamente en cantidad sino en calidad; aunque por ahora (aunque no por mucho tiempo, pensamos nosotros), sin encadenamientos tácticos ni articulaciones estratégicas… Pero es cuestión de tiempo.

La crisis de nuestra sociedad, en pleno desarrollo, muestra diversas expresiones pero hay un denominador común entre ellas: es la sensación de una inmensa mayoría de la población de que está siendo excluida de los beneficios del crecimiento económico; beneficios éstos que por concentrarse cada vez en menos manos y grupos, atrofia por completo las aspiraciones legítimas de la gente por un desarrollo con equidad, con inclusión y justicia sociales.

La crisis de nuestra sociedad, como ya indicamos, tiene varias facetas, algunas de las cuales citaremos seguidamente, sin ningún orden lógico.

Veamos:

La fiscal-tributaria: un Estado al borde de la quiebra que se endeuda cada 24 horas en una inmensa cantidad de millones.

La de los partidos políticos: la gente se aleja cada vez más de éstos, especialmente cuando comprueba cómo se le sigue estafando cada cuatro años con promesas incumplidas.

La que se padece en los movimientos sindicales, sociales y populares: todavía con los efectos de la conmoción por los resultados del No al TLC, generándose grandes inconvenientes para una rearticulación renovada, a tono con estos tiempos de crisis y con un terreno abonado para un gran trabajo de promoción organizada de la indignación para la movilización con vocación de poder.

La crisis de legitimidad del sistema jurídico que presenta grandes de sus segmentos con fuerte penetración narco.

La crisis de la Caja, nuestra madre institucional, agredida por diversos flancos.

La crisis ecológica agravada por el doble discurso moral de protección a la naturaleza pero de fuerte inclinación extractivista a como dé lugar.

También tenemos una crisis de valores, potenciada por el hedonismo neoliberal del facilismo y del consumismo sin control, a tono con la perversa fórmula de «vales lo que tienes»; sin hablar de la crisis espiritual ante el vaciamiento de contenido solidario de una existencia colectiva que parece forzada a renegar del humanismo necesario e inherente a la búsqueda y promoción del bien común.

La crisis del empleo juvenil y del empleo adulto; así como la crisis de la deserción educativa juvenil e infantil por razones económicas y sociales.

La crisis de la inseguridad ciudadana, la de la violencia narco y la de la corrupción en todas sus formas.

Usted podrá agregar de su propia cosecha otras expresiones de la crisis que vive nuestra sociedad; pero que, digámoslo claro, solamente genera efectos negativos para las amplias mayorías populares que, un día sí y otro también, sienten el deterioro generalizado de sus condiciones de vida.

La sensación de estrujamiento, de arrinconamiento, de asfixia, de exclusión, de invisibilización de no pocos grupos y sectores amenazados de quedar sin tajada en el pastel de la acumulación; obliga a que haya un encuentro multisectorial e intergrupal en un mismo espacio para ver si es posible hacer «algo», ante la angurria, la codicia y el desenfreno de quienes lo quieren «todo», sin repartir nada.

La paradoja de la avidez codiciosa de la acumulación insaciable que muestran los deshumanizados grupos del poder económico-político real; es que está alimentando las condiciones para un encuentro de diversidades impensado hasta hace un tiempo; incluso, que podría superar la gran pluralidad de ciudadanía que vimos con ocasión del Movimiento Patriótico del No al TLC.

Hoy, ya no solamente quienes entendieron en su momento de qué se trataba la cosa en ese entonces, expresan condiciones para la indignación organizada; sino que la situación es mucho mejor ahora, cuando más grupos y sectores van quedando fuera producto de un sesgo aperturista aventurero que va a arrasar con actividades productivas y de servicios que otrora daban empleo y generaban inclusión social. Dos ejemplos: los traileros unitarios y los micropequeños y medianos empresarios turísticos. Si la lógica política que domina en el seno del Gobierno se matricula con los valores (mejor antivalores) de la acumulación financiero-bancaria de sesgo especulativo; el necesario contrapeso puede salir a partir de esos encuentros multisectoriales e intergrupales de amplios segmentos ciudadanos de nuestra sociedad que están siendo lanzados a la precariedad, al desempleo, a la quiebra, a la miseria, a la pobreza… y a la violencia.

La apuesta por la promoción de la indignación, para organizarla, sistematizarla y articularla con visión estratégica y con vocación de poder, es una bellísima provocación para rebelarnos contra el orden del desorden que solamente favorece «a la gente de arriba». ¡Entrémosle!

Albino Vargas Barrantes es secretario general de la ANEP.

Fuente: Asociación Nacional de Empleados Públicos y Privados