«El Perú tiene dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos«. Tal la célebre frase de El Libertador Bolívar, contenida en su Carta de Jamaica de 1815. Increíblemente, casi 200 años después, ella mantiene una plena vigencia. El Oro de los poderosos, pero también la genuflexa conducta de quienes tienen alma […]
«El Perú tiene dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos«. Tal la célebre frase de El Libertador Bolívar, contenida en su Carta de Jamaica de 1815. Increíblemente, casi 200 años después, ella mantiene una plena vigencia. El Oro de los poderosos, pero también la genuflexa conducta de quienes tienen alma de esclavos, ha generado una situación en extremo difícil en el que la angurria devora a algunos, y la corrupción se impone en variados escenarios de la vida nacional.
Don Manuel González Prada -un paradigma de la peruanidad a través de la historia- dijo mirando lo que le rodeaba a finales del siglo XIX: «El Perú, es un cuerpo enfermo. Donde se pone el dedo, brota pus». Y También lo acogió la razón no sólo entonces. Su verdad, se extendió en el tiempo y hoy golpea como un látigo cada uno de los elementos de nuestra sociedad. Este mal extremo -el de la corrupción- seguramente se heredó del virreinato, época en la cual era previsible -y fácil- hacer fortuna a la sombra de los poderosos chapetones de turno. Pero se extendió y se agravó considerablemente en la República. Creciendo año a año en la medida que las autoridades descubrían nuevas modalidades operativas para sus acciones deplorables.
Sobre todo a partir de 1980 y virtualmente hasta hoy, la corrupción se ha perfilado como el enemigo más encarnizado de los peruanos empeñados en la lucha por el desarrollo y el progreso. El régimen de Alan García, en 1985, dio inicio a una serie sucesiva de latrocinios que cubrieron buena parte de la vida nacional.
Pero fue la dictadura Fujimorista la que se llevó el premio mayor. Si hubiera gobernado Francia, habría vendido la Torre de Eiffel; y su Poder se hubiese extendido a la Península italiana, el Coliseo Romano habría sido entregado sin licitación a cualquier mafia al servicio del Capital. Aquí, caso ni Machu Picchu se ha salvado.
Nunca se ha podido establecer de modo fehaciente a cuánto sumó el latrocinio fujimorista consumado contra la vida peruana. Pero más allá de muertos y heridos – que los hubo- el monto pecuniario de los robos rompió todos los record, y se hubiera ganado el primer premio en cualquier olimpiada si se hubiese establecido una para celebrarlo.
Para no quedarse atrás, el reciente gobierno de Alan García buscó reeditarla hazaña y -como un extraño y sorprendente rey Midas, convirtió en botín todo lo que tuvo a la mano. Bajo el argumento de no ser «como el perro del Hortelano», repartió los lotes de la selva peruana a sus amigos, las empresas extranjeras. Pero hizo más: suscribió Tratados de Libre Comercio don distintos países -entre ellos Estados Unidos y China- recibiendo a cambio insospechados beneficios. Y entregó licencias para la explotación minera adjudicando a las empresas, suscribiendo contratos que las liberaban del pago de impuestos y otras regalías. Y lo hizo, por cierto, de manera gratuita.
Adicionalmente, hizo turbios manejos en el Sistema Integral de Salud -el SIS-, en las adjudicaciones otorgadas por el Banco de Materiales, en el proceso de «reconstrucción» de las zonas afectadas por el terremoto en el año 2007; en la construcción de las vías para el Metropolitano de la ciudad capital; en la reconstrucción de los llamados «Colegios emblemáticos» sobrestimando escandalosamente los casos de reparación y reconstrucción de los mismos; en el Tren Eléctrico ostentosamente inaugurado en la primera quincena de julio, pero que no funciona; o en la reconstrucción del Estadio Nacional de Lima, donde los beneficios alcanzados por los implementadotes del proyecto, fueron más grandes que la obra misma.
La reciente denuncia hecha en torno a los desaguisados en la Seguridad Social, que superan los 200 millones de soles, los robos descarados en distintas dependencias de la administración pública, así como los contratos desmedidos de personal premunido apenas de su carnet partidario; no son sino la tapa de la bombonera en esta historia.
Probablemente por esto fue que la ciudadanía, francamente hastiada, resolvió elegir una alternativa distinta en los comicios nacionales de este año. Y ungió a Ollanta Humala, que tuvo el acierto de acuñar una frase que probablemente lo inmoralizará: «en la honestidad, está la diferencia».
Y es que eso era, finalmente lo que el peruano de la calle esperaba de cualquier administración del Poder Central: un gobierno eficiente y honrado. En las condiciones de hoy, que así lo sea, le otorgaba de verdad el carácter de un verdadero gobierno revolucionario. Porque todo lo demás, lo de antes y lo de después, había estado corroído hasta sus cimentos por lodo y basura.
La creación reciente de una Comisión Parlamentaria Investigadora de latrocinios en el gobierno de García y la decisión judicial se variar la condición del ex alcalde Castañeda de «testigo» a «acusado» por el caso Comunicore; permiten afincar la idea de que este mal -la corrupción- será realmente enfrentado. Y eso se apuntala, sin duda, por el esforzado trabajo de algunos congresistas entre los que sobre sale, por méritos propios, Javier Diez Canseco.
A nadie debiera sorprender, sin embargo, que hoy existan secuelas de corrupción incluso en la administración emergente. Si se pudiera comparar el arribo del humalismo con la llegada de un río, podría señalarse que el río, trae de todo. No sólo agua. También piedras, ramas, hojas secas, animales muertos y hasta cadáveres de personas. Si queremos separar a todos esos elementos a fin de obtener simplemente agua, tendremos que recurrir a diversos procedimientos de purificación.
En el plano social, es lo mismo. Lo importante es tener la voluntad de limpiar, por encima de todo. Y eso, parecer haberlo entendido bien el Presidente Humala que una vez más dijo que no toleraría ningún acto de corrupción, cualquiera fuera su origen.
Decirlo ahora, cuando uno de los congresistas de su gobierno, representante de la región selvática de Madre de Dios está acusado de recibir oro de los mineros informales; y cuando otro aparece ligado -a través de sus asesores- con gente del narcotráfico-; tiene un significado concreto: la lucha contra la corrupción no puede detenerse.
Tampoco puede, por cierto, conducir a error. Aunque el Presidente dijo que un delito es mayor cuando se comete con un arma en la mano, hay que sancionar más el hecho que la circunstancia. Porque los grandes banqueros y los Mafiosos de verdad no usan pistolas para robar. Los ejemplos, sobran. En el Perú, hoy estos delitos se cometen a sola firma.
Gustavo Espinoza M. Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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