Traducido por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas
Se ha perdido la compostura. La profundización de la crisis en Europa ha hecho posible una nueva radicalidad y una nueva transparencia. Hasta hace poco, se consideraban radicales las posiciones opuestas a la intervención y recetas de la troika [1] por razones de soberanía, democracia, y por la sospecha de que la crisis era el pretexto de la derecha para implementar en Portugal las «políticas de choque» de las privatizaciones, incluidas las de la salud y la educación. En vista del desastre griego, proponían el incumplimiento del memorándum de entendimiento [2] o exigían una auditoría pública de la deuda para eliminar parte del endeudamiento ilegítimo o incluso ilegal. Eran consideradas radicales porque cuestionaban la supervivencia del euro, desacreditaban a Portugal en el contexto europeo e internacional y porque, en caso de ponerse en práctica, conducirían al desastre social, precisamente lo que se pretendía evitar con el memorándum.
La profundización de la crisis ha originado una nueva radicalidad que, paradójicamente, y al contrario de la radicalidad anterior, parte de la estricta conformidad con la lógica que rige la troika y el memorándum. Comentaristas del Financial Times y políticos de países del norte de Europa defienden el fin del euro, porque, al fin y al cabo, el «euro es el problema»; proponen un euro para los países más desarrollados y otro para los menos; sostienen que la salida controlada del euro por parte de Grecia (o de otros países, se sobreentiende) puede que no sea mala idea; y defienden, por último, la permanencia del euro, a condición de que los países endeudados se sometan completamente al control financiero de Alemania (federalización sin democracia). Dicho de otro modo, la radicalidad tiene actualmente dos caras, y esto quizás nos permita una nueva transparencia respecto a lo que está en juego o nos conviene.
La transparencia de lo que se omite es tan importante como la de lo que se dice. Esto es debido a que, en ambos casos, los intereses subyacentes han quedado al descubierto.
La transparencia de lo que se omite. En primer lugar, no es posible volver a la «normalidad» en el actual marco institucional europeo. En este marco, la Unión Europea camina inevitablemente hacia su descomposición. A Italia le seguirán España y Francia. En segundo lugar, las políticas de austeridad, además de ser injustas socialmente, no sólo son ineficaces, sino también contraproducentes. Nadie puede pagar sus deudas produciendo menos, por lo que después de estas medidas vendrán otras aún más severas, hasta que el pueblo (no tengamos miedo de la palabra), golpeado y desesperado, diga basta. En tercer lugar, los mercados financieros, dominados como están por la especulación, nunca recompensarán a los portugueses, los griegos o los irlandeses por los sacrificios hechos, pues la insuficiencia de estos sacrificios es lo que alimenta los beneficios de la inversión especulativa. Sin controlar las dinámicas especulativas, y esperando a que el mundo haga lo que puede y debe empezar a hacerse sólo en Europa, el desastre social se producirá de todos modos, tanto por la vía de la obediencia como de la desobediencia a los mercados.
La transparencia de lo que nos conviene. Me refiero a los portugueses, aunque el «nos» abarca al 99% de los ciudadanos y a todos los inmigrantes del sur de Europa, así como también incluye a todos los europeos para los que una Europa de nacionalismos es una Europa en guerra y para los que la democracia es un bien tan precioso que sólo tiene sentido si está democráticamente distribuido. Cualquier solución que trate de minimizar el desastre que se aproxima debe ser una solución europea, es decir, una solución articulada, como mínimo, con algunos países del euro.
Hay dos posibles soluciones. La primera, llamada escenario A, consiste en ejercer presión junto al resto de países «en dificultades» para cambiar a corto plazo el marco institucional de la Unión Europea para llegar a un mutuo acuerdo con la deuda y federalizar la democracia. Entre otras cosas, esto implica conferir más poder al Parlamento Europeo, hacer que la Comisión responda ante él y elegir directamente la presidencia. También implica una política industrial europea y la búsqueda de los desequilibrios comerciales dentro de Europa. Por ejemplo, Alemania, que tanto exporta al resto de Europa, ¿no debería importar más del resto de Europa, abandonando el mercantilismo de su incesante búsqueda de excedentes comerciales? Para que esto sea posible, es necesaria una política aduanera y de preferencias comerciales intraeuropeas, además de una refundación de la Organización Mundial del Comercio (hoy un cadáver aplazado), en el sentido de empezar a construir el modelo de cooperación internacional del futuro: acuerdos globales y regionales que, cada vez más y siempre en la medida de lo posible, hagan que los lugares de consumo coincidan con los lugares de producción.
También es necesaria una prudente regulación financiera a escala europea que contemple un mandato posneoliberal para el Banco Central Europeo (más poderes de intervención basados en un mayor control democrático en la estructura y el funcionamiento). Esta solución se opone frontalmente a la solución autoritaria propuesta por Alemania, que consiste en poner a todos los países bajo la tutela alemana a cambio de eurobonos o algún otro mecanismo de europeización de la deuda. Esta rendición al imperialismo alemán significaría que en Europa sólo tiene derecho a la democracia quien tiene dinero.
El escenario A es muy exigente. Implicaría que, de manera inmediata, y a pesar de las limitaciones del actual mandato, el Banco Central Europeo asumiera un papel mucho más activo para garantizar el periodo de transición. Sin embargo, la prudencia recomienda prever y considerar seriamente el fracaso de este hipotético escenario.
Por este motivo, debemos comenzar a preparar cuanto antes el escenario B, una salida del euro, solos o con otros países, argumentando que, como demuestran los hechos, con él, las desigualdades entre países no han dejado aumentar. La auditoría de la deuda será una señal de la seriedad de nuestro propósito. Los costes sociales de la solución B no son más elevados que los costes del fracaso de la solución A y, al menos, dejan ver una luz al final del túnel.
Notas
[1] Se refiere a la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. (N. T.)
[2] Documento que plasma los acuerdos de cooperación bilateral o multilateral suscritos entre partes. (N. T.)
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).
Fuente: http://www.cartamaior.com.br/templates/colunaMostrar.cfm?coluna_id=5321