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Carta al próximo Presidente de Francia después de Sarkozy

Genocidio armenio: el juego turbio de Francia

Fuentes: www.renenaba.com

Traducido para Rebelión por Caty R.

La política de las contemplaciones (1)

«Vivió dos largas temporadas en Francia, en la Corte, con la idea de que algún día se convertiría en un personaje importante del Imperio que le trataba muy bien. En sus viajes, a Francia o a Rusia, Isaac Bey perdió las sólidas cualidades que adornan a los otomanos recomendables y adquirió, en un grado muy alto, los defectos de los europeos: espíritu de intriga, frivolidad, desdén, corrupción. Todo lo que caracteriza esencialmente a las sociedades de la corte que lo admitió está singularmente remarcado en él». Despacho del 19 de junio de 1795 de Verniac, embajador de Francia en la Puerta Sagrada, en La vie de Pierre Rufin, orientaliste et diplómate (Tomo I), de Henri Déhérain, conservador de la Biblioteca del Instituto-Librería Oriental Paul Guethner, París 1929.

Hubo una época en la que aprender turco, árabe o persa, es decir, las lenguas vernáculas de los pueblos autóctonos, constituía el colmo del refinamiento. Mucho antes de la Revolución, con su Monsieur Jourdain y su Mamamouchi, Molière se abrió por curiosidad intelectual a otras culturas en el siglo XVII, y Voltaire un siglo después con Zadig, el joven babilonio (Irak) que se alzaría como símbolo de la sabiduría contrariada por la injusticia. No había que ser un experto en la época para saber que la política de un país está dictada por su historia y su geografía, y que una diplomacia de buena vecindad es una garantía de prosperidad.

Así, Francisco I (1494-1574) y Solimán el Magnífico superaron sus recíprocas recriminaciones respecto al contencioso de las Cruzadas, en particular el saqueo de Jerusalén (1099) y de Constantinopla (1204) -«Las páginas vergonzosas del Occidente cristiano» según la expresión del historiador Jacques Le Goff- para sellar una audaz alianza. Aprisionado entre Alemania y España, ambas bajo la corona de Carlos V (1550-1558), Francisco I pactó con el emperador otomano, un infiel, con gran escándalo de la cristiandad de entonces, con el fin de contrarrestar el poder del Santo Imperio. En la misma línea de inspiración creó el «Colegio de los Lectores Reales», precursor del Colegio Francés, y en 1537 impuso la enseñanza del árabe, que conocería su consagración cincuenta años después con la creación de la Cátedra Árabe.

Luis XIV completó su obra en el plano cultural. Bajo el impulso de Colbert, deseoso de poner a disposición de los negociantes franceses a los interlocutores apropiados de Oriente, el Rey Sol fundó la sección de lenguas orientales en el Collège Louis le Grand. Colbert, el autor del horrible «Code Noir de l’esclavaget«, que publicó después de su muerte la editorial Mars en 1965, decretó «el privilegio de la tierra francesa» y su capacidad liberadora, una clausula de salvaguarda que permitía satisfacer un triple objetivo: el afrancesamiento automático de los esclavos por el solo hecho de pisar suelo francés, la consagración a priori de la esclavitud en las posesiones de ultramar y la preservación de los intereses fundamentales de Francia valiéndose de su tradición de hospitalidad y su buen nombre en el mundo.

Bajo la Revolución, la sección de las lenguas orientales del Collège Louis Le Grand se convirtió en una institución autónoma «La Escuela de Lenguas Orientales». Árabe, turco y persa fueron las primeras lenguas que se enseñaron. En Egipto el general Bonaparte decretó la «política de las contemplaciones» respecto a los indígenas. No por respeto a los árabes y musulmanes, sino por la evidente razón de que el respeto al otro constituye la primera forma de respeto a uno mismo. En resumen, por un realismo mezclado con idealismo que él consideraba la mejor garantía de la estabilidad.

Francisco I, el precursor, y Bonaparte, el sucesor, percibieron los dividendos de esta política de apertura hacia ultramar dos siglos después, con Jean François Champollion, uno de los alumnos más ilustres de las «Lenguas Orientales», que descifró los jeroglíficos egipcios, un descubrimiento que convirtió a Egipto en uno de los centros de influencia cultural francesa en Oriente, un ejemplo de rentabilidad operativa, el famoso «retorno de la inversión» de la jerga moderna (2).

En cuanto a la estrategia, el general corso, sin duda más experto en las sutilizas geoestratégicas del Mediterráneo, se limitó a reajustar la política de su real predecesor considerando que La Meca, y no Constantinopla, constituía el centro de impulsión de la política francesa en la zona. Guardándose de cualquier mesianismo, reivindicó para Francia el dominio soberano y dejó a los autóctonos la gestión de sus asuntos locales, aplicando la «política de las contemplaciones», primera expresión política de la autogestión de los territorios conquistados. Su sobrino, Napoleón III, incluso acarició el proyecto de fundar un «Gran Reino Árabe» en Argelia. Esta evidencia tardaría en imponerse dos siglos. Pero mientras tanto, cuántas humillaciones, cuántas complicaciones. Por ignorar esa regla, por renegar de sus propios principios, Francia pagará el precio.

El gusano en la manzana

La alianza entre Francisco I y Solimán el Magnífico llevaba en su germen los términos de la discordia. El pacto de las capitulaciones, si bien tuvo buen cuidado en inventariar, recapitulándolos, los derechos y deberes de ambos contratantes, constituyó uno de los primeros tratados injustos de la historia moderna en cuanto que el francés se beneficiaba del privilegio de jurisdicción y se sustraía de la justicia de la Sublime Puerta, mientras que el otomano quedaba sometido a la ley común debido a que ya entonces se le percibía como «cabeza de turco» del francés.

Tierra de asilo, «la hija mayor de la Iglesia» (Francia, según la expresión del Cardenal Langénieux en 1896, N. de T.) acogió a los armenios supervivientes del genocidio turco en 1915 pero, paradójicamente, premió a Turquía -erradicadora de los armenios y enemiga de Francia en la Primera Guerra Mundial- sirviéndole en bandeja la provincia de Hataya al amputar el distrito de Alexandrette de Siria. Una operación que se reveló como una aberración del espíritu realmente única en la historia del mundo, patética ilustración de una confusión mental en nombre de la preservación de presuntos intereses supremos de la nación a costa de la víctima.

En esta perspectiva, la criminalización de la negación del genocidio armenio se podría haber exonerado de cualquier sospecha electoralista si no hubiera ido acompañada en primer lugar de la prevaricación turca (Alexandrette), de una cooperación estratégica cincuentenaria entre Francia y Turquía, incluso contra la independencia de Argelia, y de una resuelta hostilidad de Francia hacia los dos grandes protectores de los armenios: Irán, vecino y aliado de Armenia a lo largo de los siglos, y Siria, que custodia el Gran Memorial de los Armenios en Deir Ez-Zor, el centro de peregrinación anual de la diáspora, el 23 de abril.

Protectora de los cristianos de Oriente, Francia facilitó el acceso a su territorio a los libaneses que huían de los estragos de la guerra civil (1975-1990), pero al mismo tiempo institucionalizó e instrumentalizó la confesionalidad política despreciando el principio del laicismo y la separación de la Iglesia y el Estado, principios fundadores de la República Francesa. El montaje confesional francés fue el detonante de la guerra fratricida que gangrenó la vida pública nacional después de la guerra de la independencia de Líbano, hace 70 años, con consecuencias desastrosas sobre la cristiandad árabe, en particular los maronitas, aliados privilegiados de Francia en la zona.

En una inversión de tendencia, sin duda irreversible, el número de hablantes francófonos en Líbano conoció una bajada drástica en beneficio del inglés, pasando del 67% en la década de 1960 al 27% a principios del nuevo milenio, mientras el éxodo de cristianos de Líbano llegaba a una tasa alarmante: el 40% de los cristianos libaneses abandonó el país desde el principio de la guerra, en 1975, aunque la diáspora desplegada en América del norte (Estados Unidos y Canadá), en América Latina, en Australia y en África, ha mantenido lazos estrechos con la madre patria. En la misma línea, el señalamiento del presidente libanés Emile Lahoud, a raíz del asesinato en febrero de 2005 del Primer Ministro Rafic Hariri, el multimillonario libanés-saudí amigo del Presidente Chirac, acabó aislando al único dirigente cristiano del mundo árabe. Un precedente de graves consecuencias para el futuro de la cristiandad árabe.

La expedición franco-anglo-israelí de Suez, en 1956, originó un éxodo de los cristianos de Egipto, la creación de Israel por parte de Occidente y la rastrera judaización de Palestina, un gran éxodo de cristianos palestinos, del mismo modo que la destrucción de Irak por parte de Estados Unidos provocó el éxodo de los cristianos iraquíes.

Hay que señalar al respecto que los más célebres refugiados políticos contemporáneos de Oriente Medio en Francia, el Ayatolá Rouhollah Jomeini, guía de la Revolución Islámica iraní, y el antiguo jefe del gobierno provisional libanés y líder de la Corriente Patriótica Libanesa, Michel Aoun, se volvieron contra su país anfitrión cuando regresaron a su país natal.

Así, la «desconcertante alianza» de Hizbulá y el general Michel Aoun, parafraseando a los analistas occidentales, aparece como resultado y réplica de la «desconcertante actitud» de los occidentales con respecto a las aspiraciones del mundo árabe, especialmente en lo que concierne a Palestina y a los cristianos de Oriente. Una alianza tan urgente para «preservar el carácter árabe» que estratégicamente quebró la división confesional islámica-cristiana de la ecuación libanesa. La adhesión del partido Tchnag, el principal partido armenio de la diáspora, se une a esas preocupaciones, lo mismo que las reticencias del nuevo patriarca de los maronitas a optar por un alineamiento incondicional a la estrategia occidental en la tierra árabe.

De la Gran Siria a la Siria menor

Casi 560.000 árabes y africanos, cristianos y musulmanes, acudieron en auxilio de Francia en la Primera Guerra Mundial de los cuales murieron 73.000, otros tantos en la Segunda Guerra Mundial, pero a cambio Francia solo ha dado a los árabes su ingratitud, dos veces en el mismo siglo, en Alexandrette (Siria) en primer lugar y después en Sétif (Argelia) una reincidencia que no es en absoluto fruto del azar.

Sin embargo el proyecto francés en Siria no carecía de audacia ni de grandeza. Francia pretendía construir una «Gran Siria» que abarcase Jerusalén, Belén, Beirut, Damasco, Alepo, Van Diyarbakir, hasta Mossul, es decir, un territorio que englobase Siria, una parte de Líbano, de Palestina, de Turquía y de Irak. Las instrucciones del Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Aristide Briand, a Georges Picot, su cónsul general en Beirut, estaban claras y no adolecían de la menor ambigüedad: «Que Siria no sea un país estrecho… tiene una larga frontera que la convierte en un departamento que puede valerse por sí mismo», concluía la nota del 2 de noviembre de 1915(3).

Frente a los hábiles negociadores ingleses, Siria, por culpa de Francia que no cumplió sus promesas, se redujo a la mínima expresión por una cuádruple amputación que no solo la despojó de todos los territorios periféricos (Palestina, Líbano, Turquía e Irak), sino que además amputaron de su propio territorio nacional el distrito de Alexandrette. Una traición que lanzó personalmente al Ministro de Defensa sirio, Youssef Al Azmeh, a tomar las armas contra los franceses para conjurarlos en Mayssaloune (1925), donde pereció con 400 de los suyos, en la batalla fundadora de la conciencia nacional siria.

Desde entonces Siria se lo ha hecho pagar caro a Francia al oponerse frontalmente a todas sus actuaciones en tierra árabe, bien en Argelia, donde Siria fue el primer país árabe que envió voluntarios a los «fellaghas» (combatientes argelinos o tunecinos por la independencia de su país, N. de T.) o en Líbano, donde Siria constituyó el «cerrojo árabe» durante medio siglo. En vista de la hipocresía francesa y de la voracidad turca, el patrocinio franco-turco compromete un tanto la credibilidad de la oposición siria del exterior en su protesta contra el régimen baasista.

Errar es humano, pero para un país que reivindica una postura moralizadora, la repetición de los errores es maléfica. Potencia continental y marítima, por añadidura bordeada en su flanco sur por la ribera musulmana del Mediterráneo, Francia volvió la espalda a la visión innovadora de Francisco I y Bonaparte y optó, respecto a la esfera musulmana, por la diplomacia de las cañoneras y una política de confinamiento

Heredera de Roma y del universalismo católico, Francia no renovó el Edicto de Caracalla que concede a los hombres libres del imperio romano la calidad de ciudadanos romanos. Como si los herederos de la Revolución Francesa hubieran querido penalizar a los autóctonos de su condición de oprimidos. Francia se encontrará penalizada de rebote.

Así, en Argelia, a modo del «Gran Reino Árabe» imaginado por Luis Napoleón, pies negros y padres blancos, los soldados labradores del general Thomas Robert Bugeaud y los discípulos del cardenal Martial de Lavigerie se lanzaron, al unísono, a una política conquistadora sobre la base de la constitución de las «colonias militares» acompañándose de la destrucción sistemática de las instituciones musulmanas. Argelia incluso fue entregada a los colonos por una política de asimilación que asimiló todo excepto al indígena, el auténtico propietario del país arrojado irremediablemente a la condición de subalterno por el «Código Indígena».

Peor todavía, en una proyección hegemónica y egocéntrica de su representación, como una marca de incompetencia o ingratitud, por una aberración del espíritu sin duda única en la historia mundial, Francia perpetró la mayor carnicería de su historia el mismo día de la victoria aliada, el 8 de mayo de 1945, ahogando en un baño de sangre en Sétif la mayor manifestación por la autonomía argelina. Sin ningún respeto por el sacrificio que ellos había hecho durante la Segunda Guerra Mundial.

Si en la actualidad Francia está situada en el campo de la democracia, se lo debe, es cierto, a las «cruces blancas» de los cementerios estadounidenses de Normandía, pero también al sacrificio de los 500.000 combatientes del mundo árabe y africano que ayudaron a Francia a liberarse del yugo nazi mientras un amplio sector de la población francesa colaboraba con el enemigo. 500.000 combatientes en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y otros tantos, o más, en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), entonces no se mencionaban «rastros genéticos, pruebas de ADN o umbrales de tolerancia».

Bajo Sarkozy un sonoro y doble desaire a Turquía

Bloquear a Turquía el camino a Europa con el pretexto de que no es europea ganaría en credibilidad si ese argumento falaz se aplicara igualmente a su presencia en la OTAN, el pacto atlántico en el que no parece forastera en absoluto. Sellar una Unión Transmediterránea con base en una división racista del trabajo, «la inteligencia francesa y la mano de obra árabe», según el esquema esbozado por Nicolás Sarkozy en su discurso en Túnez el 28 de abril de 2008, no auguraba nada bueno para la viabilidad de un proyecto que ratificaba la permanencia de una postura racista de la élite política-mediática francesa, una postura manifestada a través de las variaciones seculares sobre ese mismo tema oponiendo unas veces «la carne de cañón» al «genio del mando», naturalmente francés, en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), u otras veces «las ideas del genio francés frente al petróleo árabe», recuperando el eslogan de la primera crisis del petróleo (1973): «Tenemos las ideas, pero no el petróleo».

Por añadidura el hecho de sustituir a Israel por Irán como nuevo enemigo hereditario de los árabes tenía el objetivo de exonerar a los occidentales de su propia responsabilidad en la tragedia palestina, banalizando la presencia israelí en la zona en detrimento del vecino milenario de los árabes, Irán, cuyo potencial nuclear es sesenta años posterior a la amenaza nuclear israelí y al despojo de Palestina.

La Unión para el Mediterráneo, que nació muerta, aparece como una distracción, un señuelo que traicionaba las verdaderas intenciones de los occidentales con respecto a un país, ciertamente miembro de la Alianza Atlántica pero musulmán, que quieren a Turquía como una fuerza suplementaria de Occidente, pero no como miembro de pleno derecho de la familia europea. En el bando de Europa, pero no en el banco de Europa, a pesar de que ninguna potencia militar musulmana ha llegado tan lejos en su colaboración con Occidente, al forjar una asociación estratégica con Israel, una alianza contra natura firmada entre el primer «Estado genocida» del siglo XX y los supervivientes del genocidio hitleriano.

Más allá de las construcciones teóricas, la opción atlantista de Turquía se basa en un pacto tácito establecido con el campo occidental que se fundamenta en la ocultación de la responsabilidad de Turquía en el genocidio armenio como contrapartida de la implicación de ese país de cultura musulmana no solo en la defensa del «mundo libre» frente a la Unión soviética, sino además en una alianza estratégica con Israel contra el mundo árabe.

El segundo efecto de su adhesión a la OTAN respondía al deseo de Estados Unidos de ubicar el contencioso entre Grecia y Turquía, el binomio Atenas-Constantinopla, más allá de la controversia entre el islamismo y el cristianismo, bajo control de Occidente, en cuanto que Atenas constituye la cuna de la civilización occidental y Constantinopla-Ankara el último imperio musulmán. El despliegue de Turquía en el escenario regional de Oriente Medio basándose en una diplomacia neo-otomana conducida por un Islam teñido de modernidad, en competencia directa con los intereses de las antiguas potencias coloniales, ha llevado a Francia a atrincherarse en su antigua postura

A la vista de los hechos, la política árabe de Francia, dogma sagrado si los hubiera, se ha revelado como una gran mentira, un argumento de venta del complejo militar-industrial francés.

Alexandrette, Sétif, y además Suez. Diez años después del final de la Segunda Guerra Mundial, en 1956, en concierto con Israel y Gran Bretaña, Francia se lanzó a una «expedición de castigo» contra el líder del nacionalismo árabe, Nasser, culpable de querer recuperar su única riqueza nacional: el Canal de Suez. Curiosa yunta, por otra parte, ese «equipo de Suez» formado por los supervivientes del genocidio nazi (los israelíes) y uno de sus exverdugos, Francia, que hundió su flota y en la época de Vichy se convirtió en la antesala de los campos de exterminio. Curiosa yunta, ¿para qué combate? ¿Contra quién? ¿Contra los árabes? ¿Los mismos a quienes se requirió de forma abundante durante la Segunda Guerra Mundial para vencer al régimen nazi, es decir, al invasor de Francia y verdugo de los israelíes?

Auténtico portaaviones estadounidense en el Mediterráneo oriental, Turquía ha servido lealmente a Occidente, incluida Francia, llegando incluso a pronunciarse contra la independencia de Argelia, negando al combate de los nacionalistas, contra toda evidencia, el carácter de guerra de liberación y llegando, incluso, a poner sus bases militares y su espacio aéreo a disposición de la aviación israelí para el entrenamiento de sus cazabombarderos en operación contra el mundo árabe.

La puesta en marcha del proyecto de ley de criminalización de la negación del genocidio armenio, aunque parece que en principio responde a consideraciones electoralistas, su primera consecuencia es la ruptura de la cooperación entre los dos patrocinadores esenciales de la oposición siria, ubicando a los dos países artífices del desmembramiento de Siria en posición de guerra latente. Curioso giro de dos viejos cómplices.

La desclasificación de Francia en el ranking de las potencias

Primera potencia continental de Europa a principios del siglo XX, en un momento en el que Europa era el centro del Mundo, Francia se verá relegada al noveno puesto alrededor del año 2017, de lo cual la rebaja de su calificación económica de AAA a AA, es una señal precursora.

Sin duda imputable al auge de los grandes bloques (China, India) y a la pérdida de su imperio, la relegación de Francia también es imputable a los ininterrumpidos desastres militares franceses desde hace un siglo: de la derrota de Waterloo (1815) a la de Fachoda; de la expedición de México (1861-1867) a la de Suez (1956); de la capitulación de Sedan (1870) a la de Montoire (1940) y la de Dien Bien Pu Hu (1954); del golpe de Trafalgar al hundimiento de Toulon (1942); y a los fiascos económicos: Crédit Lyonnais, Elf Aquitaine, France Télécom, Gran Dexia, los mercados de la Ile de France y los gastos suntuarios, así como la famosa «excepción francesa» que ha hecho que en un cuarto de siglo Francia haya perdido el 40% de su mercado a nivel mundial, lo que ha acarreado el cierre de 900 industrias, una reducción drástica del número de trabajadores, de 6 millones a 3,4 millones, con el consecuente aumento del número de parados, que ronda los 4 millones, uno de los mayores de Europa. Sin el menor cuestionamiento.

Una reducción que explica la pérdida del 40% del mercado en un cuarto de siglo y marca la desclasificación de Francia en el ranking de las potencias medianas y la coloca en una posición muy parecida a la de Turquía, nueva potencia regional en Oriente Medio, en competencia directa con Francia. Una desclasificación que al mismo tiempo, ocho siglos después de las capitulaciones de Solimán el Magnífico, marca la capitulación de Francia en la clasificación de las potencias mundiales.

Así en menos de un decenio, bajo el mandato de Sarkozy, Francia ha asestado a Turquía dos grandes ofensas: la prohibición de integrarse en Europa y la criminalización del genocidio armenio. Siria, su punto de convergencia y connivencia en el siglo XX, se ha convertido en su punto de percusión en el XXI. Un resultado imputable a una política hipócrita generada por la postura protofascista inherente a todo un sector de la sociedad francesa fundada, no en una visión prospectiva, sino en los supuestos ideológicos de una clase política compulsiva animada por un pensamiento convulso.

En el curso de su historia, a menudo Francia ha sido pionera, pero esta singularidad alimentada con una concepción hierática de la universalidad de su misión se ha dirigido hacia la especiosidad hasta el punto de convertirse en una forma de comportamiento. Las altas cumbres que ambicionaba escalar las sustituyó a veces por meandros enfangados de caminos tortuosos desperdiciando los beneficios de aquella postura pionera.

Occidente, en particular el bloque atlántico, debe una parte de su victoria sobre la Unión Soviética al mundo árabe y musulmán que apoyó todas sus empresas, incluidas las más aberrantes, comprometiendo sus intereses a largo plazo, bien contra el imperio soviético ayer o contra Irán hoy, a pesar de que Occidente ha sido el enemigo más implacable de las aspiraciones nacionales del mundo árabe desde hace casi un siglo: en Mayssaloune-Alexandrette (Siria), en Sétif (Argelia), en Suez (Egipto), en Bizerte (Túnez), y naturalmente en Palestina, la mayor operación de deslocalización del antisemitismo institucional europeo a la tierra árabe.

Al frente de un Estado degradado, sin embargo expurgado de tránsfugas perjudiciales, el próximo presidente post-sarkozista deberá ser el presidente de la solidaridad nacional y de la reconciliación postcolonial. En Argel, en Dakar e incluso en Damasco, y no el presidente de las stock options y de un atlantismo febril al servicio del sionismo… En el Kurdistán, Sudán del Sur, en Libia y en Gaza.

Notas

* El título del epígrafe en francés «La politique des égards» es una expresión empleada a finales del siglo XIX que designaba una práctica francesa en la política colonial con respecto a los indígenas que, en algunos aspectos, tenía en cuenta las instituciones tradicionales de los indígenas.

(1) La documentation Française/Monde árabe – Machreq Magreb, revista trimestral nº 152 (abril-junio 1996) «La politique musulmane de la France», bajo la dirección de Henry Laurens.

(2) » Du Bougnoule au sauvageon, voyage dans l’imaginaire français «, René Naba, Harmattan 2002.

(3) París 2 de noviembre de 1915 (Archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores, instrucciones de Aristide Briand, Ministro de Asuntos Exteriores (1862-1932) a Georges Picot, cónsul de Francia en Beirut. Documento publicado en «Atlas du Monde árabe géopolitique et société» de Philippe Fargues y Rafic Boustany, prefacio de Maxime Rodinson (ed. Bordas)

Fuente: http://www.renenaba.com/genocide-armenien-le-jeu-trouble-de-la-france/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.