En la Unión Europea (UE) y sus instituciones podemos encontrar, para bien o para mal, una diversidad política no muy diferente de la que tenemos en España. Así, conservadores, liberales, nacionalistas de derecha o izquierda, socialdemócratas, verdes e izquierda radical, están presentes en la mayoría de los países de la UE. Entre esta diversidad, alguien […]
En la Unión Europea (UE) y sus instituciones podemos encontrar, para bien o para mal, una diversidad política no muy diferente de la que tenemos en España. Así, conservadores, liberales, nacionalistas de derecha o izquierda, socialdemócratas, verdes e izquierda radical, están presentes en la mayoría de los países de la UE.
Entre esta diversidad, alguien puede pensar que la izquierda radical o anticapitalista es cosa del siglo pasado y que ha quedado totalmente obsoleta, sea por el supuesto avance de no se sabe que «estado del bienestar», sea por el fracaso del llamado «socialismo real». De hecho, la «guerra fría» puso en una difícil situación a la izquierda comunista y radical de algunos países europeos, principalmente en Alemania Occidental, a pesar de no llegar a la persecución que se llevó a cabo en Estados Unidos a través de la llamada «caza de brujas», no demasiado diferente de la que soportó la disidencia en los países del Este. Varias décadas después, la apertura democrática que Mijail Gorbachov, en aquel momento secretario general del PCUS, propició en la Unión Soviética y en la Europa del Este, y que llevó a la caída del muro de Berlín supuso, paradójicamente, una nueva cruzada anticomunista. Una cruzada que durante las últimas dos décadas ha hecho desaparecer de las instituciones, sea mediante la prohibición pura y simple, sea por una legislación electoral poco democrática y menos proporcional, a diversos partidos comunistas o socialistas radicales, por ejemplo en Polonia, Hungría o los países bálticos, donde se ha pasado al extremo contrario, es decir a una sorprendente tolerancia o un apoyo explícito al fascismo y al nazismo.
Sin embargo, ante la cada vez más poderosa dictadura de los mercados, del evidente fracaso del «capitalismo real» para llevarnos a una sociedad mínimamente justa y solidaria, la presencia de la izquierda anticapitalista tiene hoy más sentido que nunca y, con uno u otro nombre, está presente en las instituciones europeas y en los movimientos sociales de buena parte de Europa. Es el caso de la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) en Grecia, del Frente de Izquierdas (Front de Gauche) en Francia, de Izquierda Unida (IU) en el Estado Español, de la Izquierda (Die Linke) en Alemania, del Partido de la Izquierda (Vänsterpartiet) en Suecia, del Partido Socialista (SP) en los Países Bajos, del Bloque de Izquierdas (Bloco de Esquerda) en Portugal, o de los partidos comunistas de Portugal (PCP), Italia (PRC y PdCI), Grecia (KKE) o la República Checa (KSCM).
El objetivo no puede ser otro que la construcción de un verdadero bloque anticapitalista en toda la Unión, encabezado por el Partido de la Izquierda Europea, del que la mayoría de estos partidos forman parte, pero buscando también amplias alianzas con otros sectores anticapitalistas, ecologistas, nacionalistas de izquierda o incluso socialdemòcratas, que se comprometan a luchar por una Europa de los pueblos y contra la dictadura del capital y la gran banca que hoy domina el continente y buena parte del mundo.
Jordi Córdoba es Coordinador de Esquerra Unida (EUiA) en las comarcas de Girona
Junio de 2012
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