A dos décadas de que la URSS colapsara y la bandera roja con la hoz y el martillo fuera arriada definitivamente del Kremlin el 25 de diciembre de 1991, Roberto Regalado, el conocido filosofo y politólogo cubano, emprende la ardua tarea de coordinar los trabajos de 20 dirigentes políticos e intelectuales latinoamericanos que se proponen […]
A dos décadas de que la URSS colapsara y la bandera roja con la hoz y el martillo fuera arriada definitivamente del Kremlin el 25 de diciembre de 1991, Roberto Regalado, el conocido filosofo y politólogo cubano, emprende la ardua tarea de coordinar los trabajos de 20 dirigentes políticos e intelectuales latinoamericanos que se proponen hacer un balance que responda a cuatro interrogantes concatenados: ¿Cuáles fueron los efectos de la desaparición de la Unión Soviética en la izquierda de Nuestra América? ¿Cuánto cambió esa izquierda en estas dos décadas? ¿En que situación se encuentra hoy? ¿Cuáles son sus perspectivas? Resultado de este esfuerzo es la publicación del libro: La izquierda latinoamericana a 20 años del derrumbe de la Unión Soviética (México: Ocean Sur, 2012).
Muy atinadamente, Regalado planeo la antología divida en dos partes: la primera es temas y enfoques generales, en la cual dos capítulos, a manera introductoria, tocan los significados de la Perestroika y la evolución del imperialismo estadounidense, respectivamente; seis capítulos analizan a las izquierdas latinoamericanas desde una perspectiva de conjunto, y a partir tanto de experiencias nacionales, como de las preguntas plateadas; mientras que en la segunda parte, situaciones nacionales, se precisan las vicisitudes de las izquierdas en los casos de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, El Salvador, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
Aparte de las orientaciones ya referidas, los autores no recibieron del editor consigna política alguna; en consecuencia, el libro contiene la riqueza variopinta que caracteriza a la actual izquierda en América Latina, lo que lo hace, de entrada, un libro fresco, polémico y de obligada lectura de los integrantes de los movimientos, partidos y organizaciones populares, y del público en general. En sus 404 páginas, el lector encontrará convergencias y divergencias de las múltiples expresiones del pensamiento crítico que los ideólogos del capitalismo habían condenado a la extinción, una vez que ocurre la implosión y desaparición de la URSS y del campo socialista de Europa del Este.
Ante la magnitud de la obra, destacaré en esta reseña sólo algunos aspectos de la primera parte que llamaron mi atención. Es interesante la hipótesis en torno a la Perestroika en el trabajo de Ariel Dacal en el sentido de que la reforma al sistema soviético fue el colofón de un proceso que levantó parcialmente la «olla hirviendo de corrupción, crimen y descontento» en toda la URSS, las señales más fuertes del estancamiento del modelo socioeconómico y político soviético. Su análisis de la burocracia, como «clase imprevista» respecto al papel antagónico entre el proletariado y la burguesía, que se privilegió del poder estatal y administró la propiedad pública beneficiándose de ella, es muy sugerente; especialmente cuando señala que el 70% de esta nomenclatura continuó en cargos políticos en la Rusia postsoviética y más de un 60% se mantuvo en el mundo empresarial.» Dacal identifica elementos esenciales del modelo político que impuso esta burocracia: «a) centralización estatal extrema; b) la deformación de la función del partido en la sociedad; c) la capacidad de decisión sobre todos los aspectos de la sociedad quedó en manos de una reducida élite; la inmovilidad de los conceptos en el ámbito del marxismo; y e) la anulación de los criterios divergentes, incluso mediante la violencia…la monopolización del poder por el partido-Estado negó los avances que, mediante sus luchas, los oprimidos habían logrado dentro del capitalismo en diferentes niveles y periodos, incluida de modo imprescindible la propia experiencia bolchevique.»
Jorge Hernández, en su capítulo: «Estados Unidos y la redefinición de la seguridad nacional en América Latina. El legado de la guerra fría vente años después,» sostiene que como «mentís a la argumentación que afirmaba la muerte de la izquierda latinoamericana y que la utopía había sido desarmada, aparecía el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, como símbolo de lucha contra el neoliberalismo, el mismo día en que se ponía en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.» Asimismo, afirma que lejos de suponer que la guerra fría termino, ésta subsiste en términos que Estados Unidos ha mantenido la identidad y la cosmovisión a ella asociadas, la prepotencia y el uso de la fuerza, aseveración con la que coincido plenamente cuando caracterizó la etapa actual como la imposición de un terrorismo de Estado global. Se sostiene que: «en el mundo actual, se aprecian situaciones en las que podría afirmarse que lejos de amortiguarse, la guerra fría se ha hecho aun más fría…perderán centralidad aspectos tales como la defensa militar, la dimensión internacional de la seguridad, el enfoque estratégico, la matriz geopolítica. En su lugar, se afianza una visión más amplia, que incluye aspectos políticos y económicos, así como la dimensión domestica. Bajo esta perspectiva, se conforma una agenda que paulatinamente ira extendiendo el alcance de la seguridad, prácticamente, a todas las esferas de la vida social». «El comunismo internacional, como peligro externo o «extra continental», es sustituido, en el viejo esquema, por «enemigos internos»: el narcotráfico, las migraciones, el terrorismo, la subversión domestica, la ingobernabilidad.»
En cuanto a la incidencia de Estados Unidos sobre América Latina, Hernández considera que «la supremacía estadounidense sobre la región es un regreso a la normalidad, pero con la fuerte marca del 11 de septiembre, de modo que se considera que el antiguo patio trasero hoy forma parte de los que se denomina homeland security. Las formulaciones cambian, pero las codificaciones remiten a la vieja ecuación que concibe la seguridad nacional de América Latina como función de la hegemonía estadounidense.» El trabajo de Hernández resulta clave para entender en el actual contexto en que se desempeña la izquierda en América Latina, caracterizando a Obama como justificador y seguidor de «los principales componentes de las políticas de seguridad represivas e intervencionistas hacía México, Centroamérica y la región andino-amazónica impulsadas por G. W. Bush.»
Valter Pomar considera con acierto que el impacto de la disolución de la URSS sobre las izquierdas de América Latina fue principalmente ideológico y político. «Pero la proximidad amenazadora de los Estados Unidos, la lucha reciente contra las dictaduras y los embates contra el neoliberalismo naciente parecen haber funcionado como una «vacuna» que limitó los efectos desmoralizantes que la crisis del socialismo tuvo sobre vastos sectores de la izquierda en otras regiones del mundo…No es que no haya habido deserciones, traiciones y conversiones ideológicas. Pero visto de conjunto y de manera comparativa, la izquierda latinoamericana salió mejor (librada) que su congénere europea.»
Pomar platea que «en el año 1991, la izquierda latinoamericana venía de un doble proceso de derrotas: primero, la derrota del ciclo guerrillero de los años sesenta y setenta; después, la derrota del ciclo de redemocratización de los años ochenta. El fin de la URSS y el ascenso del neoliberalismo abren un tercer periodo, cuyo desenlace es distinto: se inicia en 1998 un ciclo de victorias electorales, que resulta en una correlación de fuerzas regional favorable, que aun se mantiene.»
El propio Roberto Regalado incluye un capitulo de su autoría que intitula «El derrumbe de la URSS y el «cambio de época» en América Latina, «en el que señala de entrada que con el colapso de la Unión Soviética «se cierra la etapa de la historia de América Latina abierta el 1ro de enero de 1959 por el triunfo de la Revolución Cubana, cuya característica principal -aunque no la única-es el choque entre insurgencia revolucionaria y contrainsurgencia imperialista, y se abre una nueva etapa en la que predominan la lucha de los movimientos sociales y social políticos contra la restructuración neoliberal, y la elección de gobiernos de izquierda y progresistas dentro del sistema democrático burgués.»
Siguiendo a Nestor Kohan, Regalado concuerda en la tesis de que la corriente política autóctona más avanzada y solida en América Latina es el antiimperialismo: «es con ella con la que ha de empalmar el pensamiento marxista y leninista.» Precursor del pensamiento antiimperialista es José Martí. Muy importantes son las contribuciones de Regalado en cuanto a valorar el impacto del triunfo de la Revolución Cubana en esa abigarrada izquierda latinoamericana que abraza la forma de lucha practicada con éxito por Fidel y el Che, así como la explicación que él expone, honesta y clara, en torno a los factores que inciden en que la teoría de la revolución de Fidel y el Che no tuviera el resultado que sus creadores esperaban: «1) la violencia contrarrevolucionaria y contrainsurgente desatada por el imperialismo en sus dos vertientes, la empleada para bloquear, aislar y estigmatizar a Cuba, y la utilizada para aniquilar a los movimientos revolucionarios del resto de la región; 2 las debilidades, errores e insuficiencias de las fuerzas revolucionarias, incluidas las pugnas que impidieron su unidad; 3) la extrapolación de la estrategia y táctica victoriosa en Cuba a naciones con condiciones y características económicas, políticas y sociales muy diferentes, incluidas las dimensiones étnica y cultural; y 4) el cambio en la correlación mundial de fuerzas que en América Latina repercute a partir de la proclamación de la política de nueva mentalidad de Mijail Govabachov, en particular mediante las presiones que la dirección soviética ejerció sobre el gobierno revolucionario de Nicaragua para que concluyese a cualquier costo, un acuerdo político que pusiera fin a la agresión del imperialismo.»
Regalado profundiza en el impacto que tuvo en América Latina el fin de la bipolaridad, «con la invasión a Panamá en diciembre de 1989. La derrota «electoral» de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua en febrero de 1990, la desmovilización de una parte de los movimientos guerrilleros en Colombia de 1990 a 1992 y como colofón, en la firma de los Acuerdos de Chapultepec en enero de 1992, que pone fin a doce años de insurgencia en El Salvador, el país latinoamericano donde esa forma de lucha alcanzaba el mayor desarrollo e intensidad.»
También son muy interesantes sus apreciaciones sobre el proceso de transnacionalización del capital y su impacto en la estructura social de América Latina, en particular, en la estructura de clases. Su análisis sobre las repercusiones políticas, económicas e ideológicas que este proceso de transnacionalización tiene en las transformaciones del Estado y en la acción política de las izquierdas, es fundamental, así como su caracterización de los gobiernos de izquierda y progresistas. En esta dirección me parece muy importante su señalamiento en torno a los aspectos negativos que tiene en estos gobiernos sus concesiones al extractivismo, criticado duramente por la izquierda social y los movimientos indianistas.
En capítulo de mi autoría, «La izquierda latinoamericana a 20 años del derrumbe de la Unión Soviética», reitero la necesidad de partir de reconocer la variedad dentro de la izquierda, al grado de hacer necesario referir a las izquierdas, así en plural: la institucional que transita por las vías electorales de la democracia burguesa, la armada ortodoxa, la izquierda social inorgánica y diversa y la izquierda autonomista relacionada principalmente con la lucha de los pueblos indígenas, entre otras. Sostengo que la caída de la Unión Soviética es un retroceso histórico junto con el regreso del capitalismo a China y Vietnam, quedando sólo Cuba como país que ha construido su socialismo a partir de condiciones endógenas y en el contexto de un enfrentamiento de más de 50 años con Estados Unidos. Esta debacle de la Unión Soviética y el campo socialista significa también paradójicamente la posibilidad de un avance del socialismo libertario y democrático. Critico las posiciones de quienes siguen actuando y pensando cómo si la desaparición del socialismo real no hubiera ocurrido. Reitero, asimismo, mis señalamientos sobre las distorsiones obreristas en el campo de marxismo y los acotamientos de la izquierda partidista que ha devenido funcional al sistema de partidos del Estado capitalista neoliberal. Defino a la izquierda como la fuerza política que construye poder popular y sujetos auto determinados a partir de la experiencia zapatista y el pensamiento crítico de Rosa Luxemburgo y Raya Dunayesvskaya, y los análisis actuales de Raúl Zibechi. Termino destacando la necesidad de estudiar las nuevas formas que adopta el imperialismo, la contrainsurgencia y su derivado en lo que denomino terrorismo de Estado global, y concluyo que ser de izquierda hoy en día es luchar por el derrocamiento del capitalismo.
Por su parte, Hugo Moldiz, en su capítulo «La izquierda revolucionaria antes y después de la caída de la URSS», destaca que América Latina y el Caribe se han convertido en un espacio en disputa entre dominación y emancipación, proyectándose en primer lugar Cuba, su revolución, su partido y su pueblo, que han enfrentado la permanente agresión del imperialismo, y en segundo lugar sobresalen Bolivia, Venezuela y Ecuador, que han desplegado formas no convencionales de organización y lucha. Señala un condicionante con el que coincido plenamente para la definición actual de las luchas de la izquierda: «Los métodos de lucha pueden variar y los objetivos estratégicos redefinirse, pero las fuerzas de izquierda de Nuestra América, o son radicales, o su destino inevitable es facilitar, aun a costa de su voluntad, las estrategias de dominación.» Esta idea clave la fundamenta entre otros argumentos, en dos citas de Lenin y Luxemburgo, respectivamente, de indudable validez y pertinencia: «el reformismo, incluso cuando es totalmente sincero, se trasforma de hecho en un instrumento de la burguesía» (Lenin). Quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en oposición a la conquista del poder político y a la revolución social, no elige, en realidad, una camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente; en lugar de la implantación de una nueva sociedad, prefiere unas modificaciones insustanciales de la antigua…no busca la realización del socialismo, sino la reforma del capitalismo.» (Luxemburgo)
También coincido con Moldiz en su crítica a fomentar «el antagonismo y construir una dicotomía entre lucha armada y participación electoral, cuando más bien la historia de América Latina aporta ejemplos del carácter relativo que tienen ambas vías…es tan mala la fetichización de la vía armada como de la vía electoral, así como negativa la tendencia a fetichizar el poder.»
Moldiz cita a David Harvey para identificar la actual etapa del capitalismo, «como una suerte de retorno a los mecanismos extraeconómicos utilizados durante la fase de la acumulación originaria de capital, al que llama «acumulación por desposesión» y su combinación con dispositivos propios de la reproducción ampliada, es lo que el capitalismo ha puesto en marcha para remontar una crisis multidimensional: financiera, productiva, alimentaria, climática, política y moral…Esto quiere decir que el capitalismo busca resolver su crisis por la vía de la violencia, el despojo y el asalto, como lo hizo en sus orígenes y como lo hace ahora en Asia y África donde el uso de su poderosa maquinaria bélica acompaña una inusual campaña neocolonizadora.»
Coincido plenamente en el reconocimiento de Moldiz a los aportes de los pueblos indígenas a la teoría y práctica emancipadora, «al restablecer, previa redefinición del concepto, la vigencia de una comunidad basada en la reciprocidad, la solidaridad y la cooperación entre sus miembros», advirtiendo al mismo tiempo sobre los peligros del etnicismo.
Se destaca también su conclusión sobre el cuadro de situación de la América Latina del siglo XXI, en el sentido de que «no se hubiese llegado hasta donde está en la actualidad, de otra forma que no sea mediante la convergencia de la lucha social y política de los movimientos sociales, más allá de los partidos tradicionales de izquierda.»
Su clasificación de las izquierdas en la geografía política de América Latina es sugerente, aunque controvertida: una izquierda revolucionaria que apuesta al socialismo; una izquierda reformista que no reniega del capitalismo, «que continua aspirando a materializar el mito del desarrollo; la vieja y nueva ultraizquierda que aplica mecánicamente el marxismo dentro de un reduccionismo economicista. Mi divergencia es que Moldiz sitúa a los que denomina «autonomistas más radicales y los esencialistas del indianismo» dentro de esta corriente, señalando al EZLN por sus críticas a López Obrador, cuestión que merecería un debate de mayor profundidad en cuanto a la situación mexicana.
Moldiz plantea lo que denomina los grandes desafíos: «Seguir desplegando la capacidad de administrar bien la energía acumulada en años de avances y retrocesos, y cuidar los espacios conquistados en más de una década de haber recorrido un sendero posneoliberal…Un segundo desafío…es continuar por el camino de la ampliación de la democracia,» tomado en cuenta la amplia participación de «los de abajo»…Es en la democracia de la calle, en la que los pueblos han triunfado previamente a su victoria institucional en las urnas: esa es una verdad que los ideólogos burgueses pretenden enterrar por las grandes lecciones teóricas y políticas que aporta a la practica universal…Esto conduce a un tercer desafío: establecer una relación de nuevo tipo entre el Estado y la sociedad, entre el Estado y la comunidad.» El cuarto desafía que plantea nuestro autor es la necesidad de otro tipo de Estado «que vaya dejando atrás las lógicas de dominación y represión al servicio del capital y se vaya convirtiendo en un espacio para concentrar la participación del pueblo y desarrollar las lógicas del trabajo y la vida…Un quinto desafío para la izquierda en general, revolucionaria y reformista, aunque más para la primera que la segunda, es como transitar de un tipo de producción a otro, lo que significa abandonar el carácter exportador que le ha asignado a nuestras economías, en mayor o menor medida, desde la colonia.»
Como puede observarse de lo hasta ahora expuesto, muchos son los aportes de los diferentes autores de este libro, mismos que continúan en los siguientes capítulos que por la extensión misma de esta reseña, ya no desarrollo. El texto contribuye de manera importante al debate de las ideas que nuestra realidad esta reclamando.
Fuente: http://enelvolcan.com/nov2012/192-balances-y-perspectivas-de-las-izquierdas-latinoamericanas