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Portugal

¡25 de abril sempre, 25 de abril sempre!

Fuentes: Rebelión

Nos llegaron noticias de la revolución el mismo 25 de abril de 1974. No sabíamos exactamente qué ocurría pero una revolución -¡una revolución!- de militares y del pueblo portugués arrojaba a la cuneta de las grandes infamias de la historia décadas de salazarismo, aquel régimen tan próximo al franquismo, el mismo que había expatriado a […]

Nos llegaron noticias de la revolución el mismo 25 de abril de 1974. No sabíamos exactamente qué ocurría pero una revolución -¡una revolución!- de militares y del pueblo portugués arrojaba a la cuneta de las grandes infamias de la historia décadas de salazarismo, aquel régimen tan próximo al franquismo, el mismo que había expatriado a Miguel Hernández a España en 1939, sellando su condena a muerte o a cadena perpetua.

¿Qué sentimos en aquellos momentos los jóvenes antifranquistas que entonces teníamos 18, 19 o 20 años? Ilusión, esperanza, emoción por lo que íbamos leyendo entre líneas en los artículos de, entre otros, Manuel Vázquez Montalbán y Eliseo Bayo, y más de una perplejidad: un ejército, una parte del ejército tomaba posiciones democráticas, socialistas y populares acompañados de un general, Spínola, que nos recordaba en muchas de sus formas y contenidos a algunos de los generalotas fascistoides que poblaban densamente y mandaban ampliamente en el ejército encabezado por el Generalísimo criminal y golpista.

A pesar de los que nos contaban de los militares de la UMD, no pensábamos que lo ocurrido en Portugal permitiese copias mejoradas en nuestro país. La represión era, seguía siendo salvaje. Apenas un mes antes, Salvador Puig Antich había sido asesinado. No fue el único. En abril de 1973, la Guardia Civil ametrallaba a un trabajador en la puerta de la central térmica de Sant Adrià de Besòs (Barcelona) y en agosto de 1974 era asesinado en Carmona, también por la Guardia Civil, que nunca ha sido depurada, Miguel Roldán.

Cuando pudimos, un año después en mi caso, en el primer aniversario de la revolución de los claveles, viajamos a Lisboa, una de las ciudades más hermosas que pueden visitarse. Tan cercana y tan desconocida. Apenas vimos la ciudad, no vimos casi ninguno de los rincones que suelen visitarse. Mis visitas, nuestras visitas, se dirigieron a las sedes de todos los partidos de izquierda, incluidos los de extrema izquierda (especialmente el MRPP y Arnaldo Matos) y a barrios de trabajadores que seguían luchando organizadamente, en pie de resistencia y combate, anhelando un socialismo democrático no descafeinado para su país y para sus pobladores. Por supuesto el partido «socialista» de don Mario Soares ya hacía de las suyas. Fue premiado por ello.

Intentamos aprender portugués en 10 días. Leímos a Lenin y algunos de sus opúsculos más esenciales. Y, sobre todo, bajábamos a la plaza del Rossio a oír los comentarios, los agudos comentarios de los ciudadanos lisboetas. A veces osados, sin vergüenza, nos atrevimos a intervenir. Nunca fuimos rechazados a pesar de nuestras estupideces.
Adquirimos todos los libros, panfletos y materiales que nos fue posible. Queríamos difundirlos aquí, en España. La operación tenía sus riesgos. La guardia civil, la misma que 36 años antes había asesinado a mi abuelo, seguía asesinando, acechaba y vigilaba la frontera. Yo tuve la ayuda inestimable del conductor y de algunos trabajadores del tren. Sin pedirles permiso, era desde luego un verdadero irresponsable izquierdista, guardé mi paquete de papeles y libros en una de sus taquillas. Eran compañeros del PCP y del sindicato de ferroviarios. Me echaron, con razón, una bronca suave. Por qué no había hablado con ellos antes. Me ayudaron.

Volví a Lisboa, siempre se vuelve a la ciudad del Tajo. La visité con mi compañera hace pocos años. Una noche, tomando algo en un pub, pregunté a unos jóvenes camareros si podía sonar el Grândola, Vila Morena. Se rieron algo perplejos; no era el lugar más adecuado me respondieron con cortesía. Eso sí, todos los jóvenes con los que hablé conocían la canción, inolvidable para ellos y para todos nosotros, y sabían su significado. Lisboa, todo Portugal, seguía siendo una tierra de fraternidad.

Como ahora, exactamente como ahora. Lo dijo, lo cantó, lo vindicó, nos lo hizo sentir, nos lo hace sentir el no olvidado -¡nunca habitará nuestro olvido sobre él!- José Afonso, en uno de sus últimos recitales: «¡25 abril sempre, 25 abril sempre, 25 abril sempre!».

Acertó de pleno, conocía el alma de la ciudadanía popular, del demos. De allí y de aquí. ¿O no es el caso?

 

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia) 

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

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