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Pietro Ingrao sobre Luigi Pintor

Las páginas de un subversivo

Fuentes: Il Manifesto

Traducción y anotación: konkreto


El pasado 17 de mayo de 2013 se cumplía el décimo aniversario de la muerte de Luigi Pintor, comunista italiano y fundador del diario «Il Manifesto», aquel de quien nuestro Paco Fernandez Buey, uno de los muy pocos que dijeron algo digno por estas tierras y en aquellas fechas a propósito de la muerte de » el mejor analista político que ha dado el comunismo italiano» según Enrico Berlinguer, escribiera: «En cuanto a la idea que Pintor siempre defendió y que aún figura en la cabecera de Il Manifesto, vosotros, los de la edad del hierro en la garganta, no la olvidéis. Ni siquiera cuando la química neuronal os lleve, desde los prados de la melancolía, al cruce de caminos entre el recuerdo de Pintor y el final de «Arden las pérdidas». Y sepáis ya, como sabe el poeta que busca las palabras para esa edad, que «la única sabiduría es el olvido» («En la muerte de Luigi Pintor» http://www.lainsignia.org 13 de diciembre de 2005).

Es una necesidad nombrarlo, nombraros, hoy. Y eso hago.

Traductor.

Con el título «Querido Luigi» aparece una pequeña nota en Il Manifesto del 17 de mayo de 2013, firmada como T.D.F que traducimos:

  En una de las calles adyacentes a Plaza Bolonia, en Roma, vive Pietro Ingrao, no lejos de donde Eugenio Colorni fue asesinado por los fascistas de la banda Koch en mayo de 1944. Hemos ido a verlo para recordar con él a Luigi Pintor y a que abrazara a Isabella ( la última compañera del fundador de Il Manifesto, ntd). A los 98 años cumplidos en marzo, Pietro nos ha recibido con atención y activa predisposición, con dolor cuando hemos recordado a quien él considera un «hermano», que murió en el mismo año en el que él perdió a su mujer, Laura Lombardo Radice -sobre la que Luigi escribió un afectuoso saludo como «hermana mayor»- y nos dejó tamb i én Mirella, la compañera de Aldo Natoli (componente, junto a Rossana Rossanda y Luigi Pintor, del grupo inicial de Il Manifesto) . Y el año 2003 fue también el año de la guerra. Así, con nosotros, ha vuelto a recorrer la que ha denominado «nuestra juventud» y ha insistido en el mensaje y la escritura «de no breve contenido» de Pintor, tejida «de una lectura trágica de las cosas» y «de los acontecimientos del siglo que no han dejado ni dejan respiro alguno», como en un susurro. Después, ayudado por su hija Chiara y su nieta Giovanna, ha cogido el texto que escribió el día de la muerte de Luigi ( y que «Il Manifesto» publicó el 18 de mayo de 2003), para proponer, con pasión y fuerza, que lo releamos. Aquí está.

Es siempre difícil y quizás imposible -al menos para mí- responder a la pregunta sobre quién es y qué ha sido otra persona para uno mismo. Pues bien, si tuviese que responder quién fue Luigi Pintor, contestaría sin dudarlo: un subversivo. Uno que quería subvertir la sociedad en la que vivía. De ella no le gustaban ni las leyes, ni las costumbres ni los modelos. ¿Se rebelaba frente a una opresión? Creo que era algo distinto y más profundo.

Ante todo, mirándolo, Luigi Pintor me parecía que protestaba principalmente contra una forma de ver la vida: enfermaba con los códigos y los ensalzados rituales sagrados. Le asombraba la hipocresía que había en esos cánones. Aunque después – tras su amarga reflexión- siempre parecía preguntarse socarronamente: ¿pero de qué nos sorprendemos?

Para él el origen de la depravación estaba en el capitalismo con su avidez inagotable. Luigi no era un reformista. No lo fue nunca, incluso ni cuando con sarcasmo denunciaba y cuantificaba la avaricia de la burguesía en sus ritos del limosneo social. Con su sarcasmo burlón era como si dijera: ¿habéis visto de qué pasta están hechos estos?

Había asumido una idea del Mal del mundo, una injusticia más grande que la del propio orden social imperante. Y el furor y la cólera contra tal orden social en auge parecían acrecentarse en él precisamente en relación con la dureza de la infeliz condición humana. Y más con la sordidez de la burguesía.

¿Era, por tanto, un apocalíptico mediterráneo? Lo sorprendente, en este queridísimo y áspero narrador del malestar del vivir, era la persistente tenacidad combativa con la que se empeñaba -se podría decir: cada día- en la lucha cotidiana, en el conflicto real de la izquierda tal y como era, con sus defectos y sus esperanzas más elementales, en sus pasiones y en las pruebas de todos los días. Le gustaba la página culta y rigurosa y el canto desesperado, mezclado con la crítica cultural punzante en el periódico, junto al latigazo breve contra el enemigo de clase, contra los traficantes de la política. Eso era, para mí, lo que lo identificaba de manera inconfundible y que también se encuentra en las páginas breves y alusivas de sus novelas o sus memorias.

Es una gran pérdida, precisamente en el momento en el que la partida mundial vuelve a coger nuevos vuelos y a situar la guerra como el eje central de la política. Y cuestionándose, de nuevo, los modos de analizar el mundo y sus sistemas políticos.

Otro hablará de la natural vocación literaria de Luigi, de su singular pasión por transformar la emoción ética en escritura y el olvido como un cuestionamiento de la vida.

Me gusta recordar su gran inquietud por el sentido de la existencia y a la vez cómo lo vinculaba todo en su quehacer cotidiano en la refriega de las exigencias del momento. Aquí es donde detecto su singular humanidad.

Luigi no era un hombre ingenuo. Su inquietud no era fugaz. Y su pasión, polémica – en el fondo- hasta con los suyos.

Reflexionando sobre él, obrando ya desde la calma severa de la muerte, es necesario que nos remontemos lejos a una herida en el costado de Europa que creció en la «guerra total» (como la definió Hobsbawm) que irrumpió en el planeta a mediados del siglo XX -y después durante la época de Bush- y ha vuelto a medirse con el nuevo nivel alcanzado del arte de matar.

En esto me vienen a la memoria asuntos del pasado. ¿Qué vimos, qué comprendimos entonces, en aquel incendio mundial de nuestra juventud, cuando Luigi rozaba apenas los veinte años y ya estaba en el desbarajuste de la insurgencia partisana? ¿Y qué es lo que no entendí de la ruptura del manifiesto que nos dividió? Y aún hoy no hemos conseguido construir un nivel de encuentro adecuado ante las difíciles mutaciones de la izquierda en la actualidad o bien después de la extraordinaria novedad del new global. ¿Cuál es la razón de que no hayamos superado aún lo que nos dividió? ¿Y cómo podemos pensar en ti, evocarte, hermano que te vas, sin buscar las respuestas a estas preguntas? Desde tu silencio, sigues testarudamente apelándonos en tu amarga interrogación sobre el mañana…

Fuente: Il Manifesto, 17 de mayo de 2013