No es precisamente descubrir la pólvora asegurar que los programas que presenta la televisión peruana particularmente los fines de semana, son catastróficos. No educan a nadie, ni culturizan. No promueven valores, ni invitan a la reflexión o al estudio. Son simplemente programas «distractivos», nomenclatura pomposa que sirve para ocultar proyectos en los que el ridículo […]
No es precisamente descubrir la pólvora asegurar que los programas que presenta la televisión peruana particularmente los fines de semana, son catastróficos. No educan a nadie, ni culturizan. No promueven valores, ni invitan a la reflexión o al estudio. Son simplemente programas «distractivos», nomenclatura pomposa que sirve para ocultar proyectos en los que el ridículo llega a extremos casi inimaginables. Pero algunas veces, esos extremos tocan límites peligrosos en los que el mensaje de muerte aparece proyectado en la pantalla para que lo disfruten las personas que siguen estos bodrios con algún tipo de entusiasmo.
Hace algunos días supe por terceras personas que el Canal 9 de la Tele Peruana se había permitido presentar un programa a cargo de Carlos Alvarez, un talentoso imitador y cómico de cierto éxito, a través del cual se denigraban varias expresiones por cierto respetables. Incluso me mostraron el video de un segmento de ese programa con el propósito de confirmar una indignación de la que buscaban hacerme partícipe. No debieron esforzarse mucho, por cierto. El espectáculo proyectado, en verdad era francamente repulsivo e indignante. Se trataba de «El cartel del humor», que bien podría haberse denominado de otro modo por su tendencia a insultar, ofender y desacreditar; promoviendo, al mismo tiempo, el asesinato como forma de encarar diferencias.
En un primer momento, el imitador de la tele se dedica a ofender a las mujeres en medio de una risotada extendida y francamente ofensiva. Rodeado de muchachas con muy poca ropa, le dice a una de ellas que le han puesto un «apodo». Le dicen, en efecto, «Pasamano del Metropolitano«. Y cuando ella -bobalicona y coqueta- pregunta por qué, le responden: «porque todos te ponen la mano encima». Luego a otra le dice «saco de harina», y cuando ésta pregunta la razón del apodo, le responde: «Porque te sacudes, y haces polvos».
Pareciera que ese es el concepto obsoleto y bárbaro que el cómico tiene de la mujer peruana, porque hace extensiva esa denominación a todas las que comparten el «programa» y que – se supone- representan al sexo femenino en nuestro país.
Pero luego de haber «amenizado» su presentación con «chistes» obscenos de tan baja ralea, el imitador abandona el recurso de burlarse de la mujer para incursionar en un campo completamente distinto: la política venezolana. Y allí, en su línea de mira, está el Presidente de ese país, Nicolás Maduro, un antiguo líder sindical que recientemente fue electo presidente de su país con el apoyo de casi 8 millones de votos que, para Carlos Alvarez, simplemente son nada.
Mediante diversos artificios, se empeña el cómico en presentar al Mandatario venezolano algo así como un retrasado mental, un ignorante de marca mayor, un inculto de vastas proporciones y un analfabeta que no tiene la menor idea de nada. Le hace decir, por ejemplo, que el Perú tiene frontera terrestre con Nicaragua y que los peruanos son los creadores de la cultura Maya. Luego de estas afirmaciones dice sin empacho alguno: «El señor Maduro, es una bestia».
En el desarrollo del evento sigue haciendo mofa de Venezuela, de su pueblo y de su gobierno, al tiempo que hace escarnio también de las dificultades materiales que -dicen ciertos medios- sufre actualmente la Patria de Bolívar. El papel higiénico, que aparentemente falta en los almacenes comerciales aunque sobre en las viviendas de los venezolanos, es razón de risotadas que, sin ninguna gracia, buscan «entretener» al espectador incauto.
Pero como las cosas no se quedan a medias, Alvarez busca «soluciones» a los «problemas» de Venezuela de hoy. Y entonces se le ocurre la mayor de sus gracias: hace capturar al persona que representa al Presidente Maduro, lo reduce y lo introduce en una caseta. Inmediatamente después, dispara bombas de alto poder explosivo contra esa caseta para asegurarse que, en efecto, su transitorio ocupante, es decir el Presidente Maduro, ha sido realmente despedazado por las explosiones, y lanzado por los aires.
¿Es todo eso una «gracia»? ¿Es un chiste típico del humor peruano? Es una manera de hacer escarnio de personas que simplemente no tienen la menor posibilidad de defenderse porque ignoran lo que se está pasando? ¿O es más bien una incitación al magnicidio el que busca «vendernos» el payaso del Canal 2 en su repulsivo «Cartel del humor».
Es lícito que alguien muestre disconformidad con lo ocurrido en el Arauco vibrador, que tome distancia, o aun critique, expresiones o conductas de sus gobernantes. Eso, forma parte de la democracia y resulta natural en el plano de la confrontación de ideas. Pero eso no es lo que hace el cómico de marras en el canal 2. El, se burla irrespetuosamente del Jefe de Estado de un país amigo con el cual el Perú tiene las más cordiales relaciones y alienta el crimen contra él como una manera de «resolver» los conflictos sociales y políticos que hubiesen surgido en suelo bolivariano. ¿A quién beneficia esto?
Es muy probable, por cierto, que personalidades erráticas, carcomidas por el prejuicio y cegadas por el odio -como ocurre con José Barba, Cecilia Valenzuela, Aldo M. y algunos otros- «festejen» eventos como el que comentamos. Ellos hacen lo mismo, aunque algunas veces de otra manera. Pero el más elemental sentido común debiera indicar que resulta deplorable, y francamente insensato, que se alienten programas televisados de esa naturaleza.
Podríamos admitir que no debe haber censura para los medios de comunicación, pero un elemental sentido de decencia debiera inducir a los propietarios de un Canal de la Tele que busca llegar a niños y jóvenes para «divertirlos» recurra a procedimientos de esta índole.
Hasta hace algunas semanas podía decirse que todos los países del mundo -salvo Estados Unidos- habían reconocido al gobierno del Presidente Maduro como el representante indiscutido del pueblo de Venezuela. Hoy puede asegurarse que incluso el gobierno de los Estados Unidos se ha sumado a esa condición.
Hace muy poco -y casi coincidiendo con la visita del Presidente Humala a Washington- el Secretario de Estado de los Estados Unidos recibió en la Casa Blanca a su par, el Canciller venezolano. Ambos, resolvieron «dejar atrás» los incidentes del pasado y construir una nueva relación de ayuda mutua y colaboración recíproca. ¿Ha visto algo de esto el productor de los programas del Canal 2? ¿Entenderá algo de eso el payaso del Cartel del Humor? Dirán algo respecto a este reciente encuentro los panegiristas locales del Imperio, que son al mismo tiempo los cancerberos del odio desenfrenado contra Venezuela y Cuba?
Podríamos hablar de valores, de ética, de responsabilidad y madurez en el manejo de la prensa. Pero quizá no sea posible hacerlo con gentes que tienen esas prácticas. Recordemos a Chuang Tse, ese pensador chino del siglo IV antes de nuestra era. El decía «¿Cómo podré hablar del mar con la rana, si ella no ha salido de su charca?»
Entendámonos. Nadie quiere suprimir ni censurar nada. Pero no debemos tampoco aceptar pasivamente basura televisiva tan repugnante como esa. A Carlos Alvarez, entonces, parodiando a Ortega y Gasset, habría que mirarlo «con una sonrisa nihilista, feroz, a lo Lenin»… y luego invitarlo a que dedique sus habilidades artísticas a alentar la vida, y no la muerte (fin)
Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / http://nuestrabandera.lamula.