Leyendo atentamente las propuestas de un intelectual de renombre como es Mario Roberto Morales y de un líder importante del campesinado presente, Daniel Pascual, en las cuales coinciden ambos en que Guatemala necesita perfilarse bajo la senda del capitalismo, deseo opinar al respecto. Primero, hay que comprender que el capitalismo es una relación social, como […]
Leyendo atentamente las propuestas de un intelectual de renombre como es Mario Roberto Morales y de un líder importante del campesinado presente, Daniel Pascual, en las cuales coinciden ambos en que Guatemala necesita perfilarse bajo la senda del capitalismo, deseo opinar al respecto.
Primero, hay que comprender que el capitalismo es una relación social, como las anteriores formaciones sociales y que por lo tanto ha tenido, por lo mismo, un proceso evolutivo que lleva a establecer que no podemos hablar de un capitalismo tal y como se perfilaba en los albores del siglo XVI igual al que señorea en este siglo XXI. Tampoco podemos hablar de un mismo desarrollo del capitalismo para las diversas regiones del planeta. Al contrario, hay uno para las metrópolis y otro para las ex colonias, donde se pueden ubicar a nuestros países. Uno moderno que permitió alcanzar a sus beneficiarios cierto grado de libertad, bonanza económica y tranquilidad para afrontar el futuro, y el otro, el que vivimos en las áreas marginales del planeta, primitivo y dependiente, características que datan de la distorsión que marcó la voracidad de los conquistadores de las distintas zonas a las que sometieron a sangre y fuego para expoliarlas y devastarlas en pro del progreso y desarrollo de sus economías. Léase Inglaterra, Holanda, Francia, Alemania, España, Portugal, Italia, Bélgica y, en el último tramo histórico, Estados Unidos.
Por la misma ley de concentración y centralización de capitales, planteada por Marx, es imposible volver a una forma de capitalismo rebasado por la evolución y expansión del mismo. Quizá, haya puntos que parecieran repetirse pero que en ningún momento iguales. Parecidos a los sumo.
Por ello, no veo congruencia con las propuestas de los dos intelectuales que han planteado que se vuelva a un capitalismo con su fantasía del mercado perfecto. De hecho, el libre juego de la demanda y la oferta, se dio en un período de tiempo demasiado breve de la historia y ya muy, pero muy lejano a nuestros tiempos actuales cuando la globalidad deja su impronta en las relaciones mercantiles. La misma dinámica capitalista no podía sostenerse bajo esta premisa. Su único basamento es teórico sobre el cual siguen cabalgando los académicos de la Francisco Marroquín en público para no perder sus trabajos pero que en lo privado saben que es imposible concretar sus premisas.
En la vida real, muchos factores establecen que esto no es posible ya que la acumulación capitalista históricamente ha creado unos cuantos poderosos que se han convertido en los trusts de carácter global (transnacionales) que hoy gobiernan el mundo impidiendo así uno de los postulados del liberalismo clásico: la libertad de empresa, lo que determina que otros con menos capital jamás puedan representar peligro para sus monstruosas capacidades. Los tiburones, así pues, siguen devorando a las sardinas quienes desaparecen en el anonimato de la fuerza de trabajo o la bancarrota. Y, cuando ya no encuentran sardinas se devoran entre ellos.
Las guerras que hoy se llevan a cabo son los resultados de esa avidez por el control de los recursos energéticos y naturales del mundo y por el dominio de los mercados.
En ellas solo veo destrucción, muerte, desplazamientos humanos con sus consabidos dramas para las familias en vez de construcción, modernización y vida. Amplias regiones del mundo que están siendo llevadas de nuevo a la feudalidad que emerge de la balcanización que quieren las corporaciones para hacerse de sus riquezas. O, grandes contingentes de personas a quienes sus gobiernos están quitándoles sus salarios, sus pensiones, su seguridad social para pagar la supuesta bancarrota de sus especuladores financieros.
Guatemala, que no escapa a esas paradojas, es parte de ese mercado capitalista mundial que le ha conferido el mismo papel de antaño: el de proveedor de materias primas. De ello, se desprende que hoy nos hayan invadido las empresas transnacionales de carácter extractivo como las de metales y petróleo; las de cultivo de extensión como las sembradoras de caña de azúcar y palma africana para la fabricación de etanol; y, las de generación de energía como las hidroeléctricas. Todas con la consigna de apropiarse a toda costa de nuestras riquezas propagando dentro de nuestras comunidades violencia, miseria y zozobra.
Por supuesto, dejándole al Estado una exigua ganancia por dejarle expoliar, saquear y llevarse nuestras riquezas y el uso de nuestros caudales.
De esa cuenta, las comunidades del interior del país han sido despojadas de sus tierras por las compañías transnacionales aliadas con las de la oligarquía local para sembrar, extraer y usufructuar. Privando a una gran masa de campesinos del sustento diario. Masas que sin educación, sin salud y sin tierras, forman parte de los grandes contingentes de desempleados y desnutridos que deambulan de finca en finca vendiendo su única mercancía como es su fuerza de trabajo. Y, que en su desesperación por conseguir el pan ellos y sus familias engrosan los cinturones de miseria de las urbes o huyen de ésta hacia el norte.
No es de extrañar, entonces, que con este panorama, las tasas de desnutrición se hagan más evidentes ahora. Pues los productores de alimentos que se sostenían a sí mismos y al mercado interno no producen más por falta de tierra; o, sencillamente, porque esos productos han sido depreciados por los importados del extranjero en el marco del Tratado de Libre Comercio con el Norte, los cuales gozan de enormes subsidios estatales de sus gobiernos, tal es el caso del maíz, frijol, arroz y trigo orillando a los productores guatemaltecos, los que aún poseen tierra, a cultivar otros apetecidos en el mercado internacional: flores, legumbres y vegetales de exportación o de colocación en grandes cadenas de supermercados a donde la mayoría de la población, en especial, la campesina no tiene acceso por sus magros ingresos.
Por ello, creo que el llamado a volver a una forma de capitalismo en su fase primitiva, es ingenua e insustancial. En tal caso, es mejor hacer un llamado, el cual encabezo, a una discusión seria sobre el futuro de Guatemala en estas circunstancias de capitalismo imperialista, en cuyo escenario no solo ya estamos inmersos sino que sus contradicciones nos golpean fuertemente en la cotidianidad. Lo cual no solo nos roba los sueños, la esperanza y el futuro.
Un llamado urgente sin ambages, ni agendas ocultas.
Fuente original: http://barometrointernacional.bligoo.com.ve