En Vichy se ubicaba la sede del gobierno «colaboracionista» durante la ocupación de Francia por el III Reich. La derrota infringida al estado francés no fue únicamente militar, sino que -más aún- sirvió a la derecha de este país para resolver su conflicto secular con la izquierda y el movimiento republicano. Algo muy parecido está […]
En Vichy se ubicaba la sede del gobierno «colaboracionista» durante la ocupación de Francia por el III Reich. La derrota infringida al estado francés no fue únicamente militar, sino que -más aún- sirvió a la derecha de este país para resolver su conflicto secular con la izquierda y el movimiento republicano. Algo muy parecido está ocurriendo 70 años después en la Unión Europea, según el politólogo, miembro del Consejo Político Federal de IU y del Frente Cívico, Manolo Monereo. «La burguesía, sobre todo la del sur de Europa, ha sellado una alianza con el estado alemán para liquidar las conquistas de las mayorías sociales», explica Monereo. Denomina a este proceso el «Vichy global» en su último libro, «De la crisis política a la revolución democrática» (Ed. El viejo topo). El politólogo desmiente asimismo que los viejos estados-nacionales estén en trance de desaparición, víctimas de los procesos de integración supranacional. «Están más vivos que nunca», afirma.
Entidades supranacionales como la UE, intereses de las grandes transnacionales, Tratados de Libre Comercio, dictados de la Troika… ¿Nos enfrentamos ante la defunción del estado nacional de corte clásico, sobre todo en Europa?
Hay que superar el pensamiento único -postmoderno y globalitario– en relación con Europa, que consiste en la idea de que los estados nacionales están obligados a construir marcos supranacionales. Esto es algo que defienden (por sus propios intereses) los estados nacionales imperantes, como Alemania y Estados Unidos. Discutir el problema de los estados al margen de la economía-mundo capitalista y los imperialismos es una barbaridad, tal como se está demostrando en América Latina, donde la principal tarea de los estados ha consistido en recuperar la soberanía económica, política y cultural.
¿Cómo ha evolucionado la Unión Europea en los últimos años, en cuanto al rol de los estados y la relación entre los mismos?
Hay que entender bien lo que ocurre hoy en Europa. Los fundamentos se han ido modificando desde Maastricht hasta la actualidad, y la crisis ha acentuado estos cambios. Podemos hablar en estos momentos de una ruptura. Por un lado, los estados pretendían alinearse para construir un estado federal europeo -los Estados Unidos de Europa-, pero esto ha resultado falso. Porque los estados nacionales han continuado existiendo. Además, se han dado tres elementos nuevos que han cambiado la correlación de fuerzas: La caída del bloque oriental y la ampliación al Este de la UE; la unificación alemana; y el predominio de la política neoliberal, cuyo primer paso fue el Tratado de Maastricht.
¿En qué punto se produce la ruptura? ¿Dónde se encuentra la gran novedad en la relación entre estados?
Con la crisis, el estado alemán inicia una nueva estrategia de competencia con los demás estados para construir su hegemonía política y económica. Es decir, el neomercantilismo. Una estrategia para ser más competitivo que los demás estados de Europa, mediante dos mecanismos: la devaluación interna y la reducción del estado social. Es decir, Alemania devalúa los salarios y se hace más competitiva, con lo que genera asimetrías permanentes con el resto de economías europeas, especialmente las del sur. Ya no se trata, en resumen, de una integración regional, sino de la hegemonía alemana sobre los demás estados.
Es decir, la crisis del proyecto de una Europa unida
En efecto, el proyecto de construcción de la Unión Europea ha entrado en crisis y se ha consolidado un modelo centro-periferia. Este modelo articula, por un lado, a los países centrales y poderosos (Alemania, Austria, Holanda, Finlandia), que son exportadores y acreedores. Están organizados en torno a Alemania. De hecho, se trata de economías que tradicionalmente funcionaban en torno al marco alemán y que, con la consolidación del euro, consolidaron también su posición de dominio. En el otro lado, dentro de este modelo de división internacional del trabajo, se sitúan los países del sur (sobre todo, Grecia, Portugal, España y, con matices, Italia, porque el norte desarrollado se halla en proceso de definición). La dinámica interna de estos países es independiente de las aspiraciones del norte rico. Son importadores y están crecientemente endeudados con los países centrales.
¿Qué futuro avizoras para la periferia de Europa?
Ciertamente, la crisis acentúa esta deriva centro-periferia. Se desmantelan las estructuras productivas del sur y, del mismo modo, se acentúan sus rasgos periféricos: una economía de servicios, dependencia del turismo, industria muy débil y dependiente. Además, con derechos sociales y sindicales muy disminuidos. Pero la gente, en todo caso, busca seguridad y protección. De esta afirmación se infieren dos alternativas: por la izquierda, con tendencia al socialismo; o por la derecha, hacia el fascismo.
Por otra parte, ¿Cómo definirías, en términos sencillos, el «neomercantilismo» alemán, expresión utilizada por los economistas críticos?
Se trata, en pocas palabras, de una estrategia estatal para conseguir arruinar al vecino. Alemania, una economía con superávit permanente en la balanza por cuenta corriente, acumula reservas mientras que el resto de países acumula deudas. Se trata de una estrategia no cooperativa en las relaciones internacionales, dentro de un marco de teórica integración suprarregional. Alemania está imponiendo a los demás su modelo económico -el ordoliberalismo- un capitalismo muy liberal y con fuerte presencia del estado.
En esa correlación de fuerzas entre estados, hablabas en un artículo en «El Viejo Topo» (septiembre de 2013) del «Vichy global». ¿A qué te refieres?
Es una metáfora. Cuando Alemania derrotó a Francia en la segunda guerra mundial, le impuso el régimen de Vichy a los franceses. Lo importante es que Alemania le resolvió entonces a la derecha francesa el problema (pendiente desde hacía décadas) de acabar con la izquierda, el movimiento obrero y el movimiento republicano. Ocurre ahora lo mismo en la Unión Europea. La burguesía, sobre todo la del sur de Europa, ha sellado una alianza con el estado alemán para liquidar las conquistas de las mayorías sociales, y promover las desregulaciones de carácter neoliberal. Es éste el Vichy global. Alemania es el instrumento, se la presenta como a «la mala de la película», pero a las burguesías locales les interesa su actuación para la liquidación de las conquistas sociales. Se trata, a fin de cuentas, de una alianza de clases.
Por tanto, consideras que existe hoy una hegemonía alemana en Europa que no admite discusión.
En la coyuntura actual, el principal obstáculo para una Europa alemana es Francia. Es la única «anomalía» que le queda a Alemania por destrozar. Francia es un estado fuerte y culturalmente republicano. De ahí las dificultades germanas. Hollande está de acuerdo con la Europa alemana y la erosión de la soberanía política, económica y cultural francesa. También está de acuerdo la patronal. ¿Cuál es el problema? Hollande le tiene miedo al pueblo francés. Pero esta contradicción le lleva a un «callejón sin salida». O cambia de política y refuerza a la Francia republicana frente a la Unión Europea y Alemania, o convoca elecciones legislativas, que ganaría la derecha y aplicaría otras reformas.
Parecen los países de la periferia europea condenados a pagar la factura de la crisis. Condenados a una «austeridad» calvinista por sus excesos. ¿Consideras que Alemania debería asumir también responsabilidades?
El estado alemán ha sido, de hecho, uno de los más implicados en la crisis de las subprime. El estado alemán ha invertido en «reflotar» a su banca 500.000 millones de euros y ha conseguido -a través de diferentes mecanismos- que las cajas de ahorro (vinculadas a los lands y donde además se esconden los grandes «pufos») no se sometan a los «test» del Banco Central Europeo, por los que sí tendrán que pasar los bancos del sur de Europa.
También has señalado que la Unión Europea vive actualmente un «Estado de Excepción». ¿En qué sentido?
Es éste un término jurídico complejo del que han hablado, entre otros, Carl Schmitt, Walter Benjamín o Giorgio Agamben. El «Estado de Excepción» se refiere, por un lado, a la supresión del derecho y además al predominio de los poderes fácticos. Tras la caída de Lehman Brothers (septiembre de 2008), se produce una declaración de «Estado de Excepción» para los países del sur de Europa. Como decía Carl Schmitt, el soberano es quien declara el «Estado de Excepción». Pues bien, el soberano actual de la Europa del euro son los poderes económicos, y las constituciones de los países del sur (Grecia, Portugal, España y parcialmente Italia) han sido de facto suspendidas. Se produce en estos países una crisis del régimen democrático con emergencia de fenómenos fascistas o neofascistas. Siguiendo a Polanyi, las sociedades buscan, ante la agresión de la economía de mercado, seguridad y protección. Los mercados autorregulados capitalistas generan miedo en la gente (es precisamente este miedo el que pretenden para imponer sus dictados).
¿Puedes citar algún ejemplo?
Recientemente, se ha publicado el libro de memorias de Rodríguez Zapatero en el que se nos da cuenta de algo que ya sabíamos: la carta que le remiten Trichet y Fernández Ordóñez (ambos, conocidos socialistas). La misiva nos revela lo que los poderes económicos europeos exigían para comprar bonos españoles. Zapatero renuncia, así, a su programa electoral y acepta un chantaje increíble en un estado democrático. De hecho, Zapatero traicionó la Constitución española y la soberanía popular ante el chantaje de los poderes económicos europeos. ¿Había alternativa? Pudo denunciar la carta, hacerla pública y convocar unas elecciones generales en torno a los recortes. Eso habría girado el debate europeo. Pero el PSOE no podía ni quería hacerlo.
¿Por qué razón?
El PSOE es parte del «establishment», la segunda parte del régimen bipartidista y es, además, subalterno a los poderes económicos tanto en España como en Europa. Zapatero no tuvo el coraje moral ni la integridad política de defender los intereses de los ciudadanos. Nadie en el partido socialista se levantó contra ello. Pero esto ha ocurrido ya en otros países. La misma carta se la escribieron a Berlusconi, y hubo una conspiración encabezada por el expresidente de la República italiana, el excomunista Giorgio Napolitano, que puso al frente a Mario Monti (antiguo miembro de Goldman Sachs). A su vez, cuando a Papandreu (PASOC) se le organizó convocar un referéndum sobre los ajustes, se creó tal crisis en la UE que finalmente renunció, y se organizó un gobierno de técnicos con Papademos (otro hombre de Goldman Sachs). Esto es el «Estado de Excepción»: la violación de la legalidad y la legitimidad democrática en los estados del sur de Europa.
¿Piensas que configura la Unión Europea un bloque político y económico enfrentado a los Estados Unidos?
Como afirmaba recientemente ha señalado Chevènement, se da una paradoja decisiva en la UE. La izquierda pensaba que la integración europea iba a significar una Europa más fuerte que actuara como sujeto autónomo en las relaciones internacionales, y que buscara además relaciones preferentes con el tercer mundo. Ahora bien, conforme la integración europea avanza, Europa es cada vez más un aliado subalterno de la administración de Estados Unidos. Es decir, a más Europa neoliberal, más subalterna es la UE del imperialismo estadounidense y, por tanto, de la OTAN y de la presencia de bases militares norteamericanas, sobre todo en el Mediterráneo (el «Mare Nostrum» de Estados Unidos). Existen en Alemania 26 bases militares norteamericanas (la segunda más importante del mundo se emplaza en este país). En muchos casos, con armamento nuclear. En síntesis, es imposible -compartiendo el marco de la OTAN- que se trate de dos bloques enfrentados.
En la presentación de tu libro «De la crisis a la revolución democrática» (Ed. El viejo topo), también te refieres -en un contexto más amplio- a una segunda crisis de la globalización capitalista.
Es esa la tesis que defiendo. Nos hallamos ante el segundo gran intento de crear la vieja utopía liberal del mercado autorregulado, un mercado libre de la injerencia del estado y de la sociedad, y en el que se asegure su predominio. Es aquello que Karl Polanyi escribió en «La gran transformación». A una fase A, de expansión de la economía de mercado capitalista, se sucede (fase B) una reacción social que se enfrena a esos mecanismos destructivos generados por el mercado. Hoy nos hallamos en la fase B: La sociedad va a reaccionar contra esta globalización totalitaria. Esto es algo que ya ocurrió, como han puesto de manifiesto diferentes autores (Arrighi, Wallerstein, Samir Amin y más recientemente Jean-Pierre Chevènement). Existe un antecedente, la primera globalización moderna, que comienza en torno a 1870 y acaba en 1914. El periodo comprendido entre 1914 y 1945 (la «guerra de los 30 años») es consecuencia de la crisis de la primera globalización. Lo que hay que discutir es si la segunda globalización va a terminar con dos guerras mundiales o no. En este punto aparece la vieja tesis de Rosa Luxemburgo. Pensó que el capitalismo es siempre imperialista; y que acaba imponiéndose por la violencia («expropiación por desposesión», en términos de Harvey), la militarización y la guerra.
La imbricación europea del estado español. ¿Cuál es la historia reciente de este encaje?
Si se mira con perspectiva histórica, el gran consenso de la transición fue la integración europea. Se trataba, realmente, de una «fuga» del un estado español que presentaba profundas diferencias territoriales y sociales, y que había vivido décadas de guerra, con una derecha muy oligárquica y parasitaria. Quien mejor ejemplificó todo esto fue el gobierno de Felipe González, hasta el punto de que nunca se discutió en serio la integración europea. ¿Por qué? Se consideraba un bien en sí mismo. Sólo rompió esta regla la Izquierda Unida de Julio Anguita y su crítica al Tratado de Maastricht. Así pues, la Europa que se consideraba la redención es hoy el problema real de España. La Europa alemana del euro nos hace más dependientes y nos «roba» el estado social y de derecho.
¿Cómo se ha llegado a esta situación?
Es la otra cara de tantos años de fondos FEDER y sumisión a los poderes económicos dominantes, por parte del PP y del PSOE. El gran descubrimiento de Felipe González fue, como señala Fernández Steinko, la construcción de un «estado del bienestar financiarizado» por diferentes mecanismos. En España se construyo un estado social basado en el endeudamiento, la llegada de capitales extranjeros y las cuantiosas ayudas que provenían de la Unión Europea. En la época de Aznar, el capital exterior sirvió para financiar grandes infraestructuras y «burbujas» inmobiliarias. Podemos hablar, en resumen, de una economía «dopada» desde el exterior, de donde se obtenía la fuente principal de financiación. Cuando acabó la inyección de recursos, pudieron observarse las debilidades del modelo.
En numerosos artículos has abordado la «cuestión nacional» en el estado español y el papel de las burguesías nacionalistas. ¿Quedan espacios intermedios entre los nacionalismos español y periférico?
Cuando se habla de nacionalismo en España, hay que considerar al nacionalismo español como el actor principal. Es decir, 40 años de dictadura uniformadora española ha generado una resistencia de otro tipo de nacionalismo que ya existía en el estado español. Superada la transición, hemos entrado en una permanente discusión entre víctimas y victimarios en relación con las libertades nacionales. A mi juicio, desde hace muchos años ambos nacionalismos se retroalimentan, excepto en el caso de Galicia donde, por tratarse de un nacionalismo plebeyo, simplemente se ha eliminado del debate. La tercera parta del régimen han sido siempre las burguesías catalana y vasca, antes y después de la transición, con el PP y el PSOE. Así las cosas, no es casualidad que con la crisis este mapa político haya saltado por los aires y, específicamente, en Cataluña. En un momento en que la derecha catalana -que en lo fundamental comparte el Vichy global- se disponía a aplicar durísimas medidas de ajuste, usa el «espantajo» de Madrid y España para culpabilizarlos de la crisis y los recortes.
Por último, has subrayado en artículos y conferencias la «mutación antropológica» que ha generado el capitalismo neoliberal. ¿A qué te refieres?
Soy un viejo lector de Pasolini. Es algo que debo a Juan Ramón Capella y Mariano Maresca, quienes me enseñaron la vigencia de las intuiciones pasolinianas. Es suya la expresión «mutación antropológica». Karl Polanyi también señalaba que toda sociedad tiende a producir individuos que se relacionan con las lógicas sociales dominantes. Pues bien, el neoliberalismo está produciendo un nuevo tipo de ser humano. Podríamos definirlo como un ser humano convertido en máquina desiderativa y alienada por el mercado y el consumo, de naturaleza inestable y con una búsqueda permanente de la identidad personal. Pero lo cierto es que esta identidad personal no puede construirse al margen de la sociedad. El neoliberalismo genera individuos de estas características, cada vez más solos, desprotegidos y con miedo en el cuerpo. De este modo han logrado también «mutar» el «imaginario rebelde», es decir, la posibilidad de plantear un modelo social alternativo al dominante. Es este precisamente el gran problema de la izquierda desde la caída del Muro de Berlín, en 1989.
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