¿Por qué Bosnia-Herzegovina despierta tan poco interés y curiosidad en los medios de comunicación y en la clase política, y Ucrania, en cambio, está en todas las portadas? ¿Se debe acaso a que no forma parte de la Unión Europea? ¿O tal vez a que su nombre recuerda aquella guerra que, hace una veintena de […]
¿Por qué Bosnia-Herzegovina despierta tan poco interés y curiosidad en los medios de comunicación y en la clase política, y Ucrania, en cambio, está en todas las portadas? ¿Se debe acaso a que no forma parte de la Unión Europea? ¿O tal vez a que su nombre recuerda aquella guerra que, hace una veintena de años, costó la vida a cientos de miles de hombres y mujeres -más de 200.000 víctimas mortales y 600.000 refugiados- ante la práctica indiferencia occidental, y todo esto a apenas una hora y media de vuelo desde París? ¿O quizá a que casi siempre se despierta a la llamada del almuédano?
Y eso que estas últimas semanas el país también se rebela. El pueblo se levanta contra las injusticias sociales y la miseria y clama a los cuatro vientos su voluntad de cambio. Intrigado y entusiasmado por las informaciones recibidas de nuestros camaradas locales, decidí hacer una breve visita a la ciudad de Tuzla. Es fascinante comprobar hasta qué punto el tiempo sabe engañar: las agujas del reloj parecen detenerse justo cuando los péndulos políticos y sociales enloquecen. Sin embargo, es bien sabido que en periodos de revuelta y revolución, los segundos valen minutos, los minutos valen horas y las horas valen días. Este corto periplo de solidaridad internacionalista me ha parecido durar una eternidad, rica en encuentros, discusiones y enseñanzas.
Una vez desembarcados en el aeropuerto de Liubliana, en Eslovenia, Mladen, un camarada del grupo militante Iskra (chispa), conduce a una pequeña delegación formada por dos camaradas belgas y yo hasta Tuzla, epicentro de la contestación que sacude actualmente toda Bosnia. Mladen prepara una manifestación contra la reforma universitaria, liberal, que amenaza a la juventud estudiantil eslovena. Asimismo, organiza activamente la solidaridad con las luchas sociales porque las nuevas fronteras que separan las distintas naciones de la antigua Yugoslavia no son impermeables a este nuevo ímpetu de rebelión. Durante el viaje, Mladen evoca los graves daños causados por veinte años de liberalismo aplicado por la fuerza a la economía de los Balcanes. Maniatada por un sistema burocratizado, a pesar de las disidencias de Tito con respecto al régimen soviético, y después arruinada por años de guerra, la economía de la antigua Yugoslavia ha sido literalmente vampirizada por la economía mercantil. El resultado está ahí: aumento de las desigualdades, de la pobreza, del paro (del 40 al 45 % en Bosnia), privatización de los servicios públicos y de la industria en beneficio de clanes y grupos mafiosos asociados a un puñado de capitalistas occidentales carentes de escrúpulos.
Sobre la guerra, Mladen se muestra más taciturno e insiste en hablar de ella en tiempo pasado. Con una sonrisa en los labios explica que su pasaporte es esloveno, que su madre es croata y su padre, serbio. Poco después, el interminable bosque de coníferas esloveno cede el paso al asfalto de la larga autopista que nos lleva a Croacia, bordea Zagreb (seguimos dentro de la Unión Europea, pues Eslovenia ingresó en mayo de 2004 y Croacia en julio de 2013) y nos acerca a Bosnia, país que no es miembro de la UE. Los kilómetros desfilan del mismo modo que las zonas industriales, identificadas con marcas mundialmente conocidas, y las aldeas cuyos montones de paja recuerdan métodos tradicionales de otro siglo. Progresivamente, una espesa nube de contaminación anuncia la proximidad de Tuzla. Aparecen las chimeneas y los inmensos botes de yogur de la central hidroeléctrica de carbón, que escupen una humareda continua destilando un olor penetrante de azufre que invade toda la ciudad. El decorado es típico: si Sarajevo es la capital administrativa, Tuzla es la capital industrial. Por eso mismo, los bombardeos serbios, hace veinte años, se cuidaban mucho de preservar el patrimonio industrial, esperando recuperar el botín. Los disparos eran muy selectivos, a menudo con efectos peores, como recuerda una estela en el centro de la ciudad que conmemora la matanza, el 25 de mayo de 1995, de 71 víctimas civiles, en su mayoría jóvenes que estaban sentados en las terrazas de los cafés.
Hasta este día, Tuzla no me evocaba más que el nombre de un inconcreto destino en el mapa, asociado al proyecto de convoy humanitario «Socorro obrero por Bosnia» a comienzos de la década de 1990. En el origen de esta iniciativa, sindicalistas y organizaciones anticapitalistas habían recorrido varias ciudades de Europa occidental, el Reino Unido, Francia, Bélgica, para recolectar víveres, libros y medicamentos antes de intentar llegar hasta Tuzla, la ciudad obrera que se atrevía a reivindicar en voz alta su carácter multiétnico a pesar de la guerra y del odio. Al final, solo un camión consiguió llegar a destino.
En el centro de la ciudad nos ha tragado una niebla densa y maloliente que hace que las calles y los barrios parezcan Londres en pleno siglo XIX, tal y como lo describió el novelista escocés Conan Doyle. Las casas son bajas y en muchos casos de construcción ilegal, pues el suelo es inestable. La juventud va por las calles en cuadrillas que se cruzan continuamente entre risas y discusiones que no van a más. En los bares se bebe, se baila, se liga, como en cualquier otra parte del mundo. La misma ropa, la misma actitud: la juventud de Tuzla se parece a la nuestra. La juventud de Tuzla también es la nuestra. Simplemente, ha nacido del vientre de la guerra y ha conservado por ello un talante serio y maduro. Cuando discuten entre ellos, los jóvenes toman conciencia rápidamente de que aquella terrible prueba, que únicamente se evoca con un lapidario «después de la guerra…», ha marcado profundamente a esta generación que parece, cuando se encona el debate, sumamente precoz para su edad. Su carácter aguerrido constituye probablemente uno de los fermentos de la revuelta.
Leas secuelas de la catástrofe social y de la revuelta política están a la vista: comercios cerrados, pavimentos deteriorados, inmuebles en mal estado en los que sin embargo siguen viviendo inquilinos, muros y paredes que rinden testimonio del clima reinante a través de las pintadas que ostentan, mezcla de insultos (como cualquier fachada urbana que se precie) y de los sentimientos que inspiran el antiguo gobierno y los políticos a la población. El colofón de este rápido repaso es el inmueble del gobierno cantonal de Tuzla, saqueado y después incendiado por los manifestantes el pasado 7 de febrero, punto culminante de tres jornadas de protesta protagonizadas por más de 15 000 personas. Algunas horas después, en Sarajevo, los manifestantes asediaron la sede presidencial, que también acabó siendo pasto de las llamas. Aquí, los policías pasan a partir de ahora indiferentes ante esos locales calcinados, recuerdo «remoto» de un gobierno obligado a dimitir frente al poder de la calle. Una enorme pintada proclama la «revolución» y apunta contra los «nacionalistas, ladrones». En efecto, en la raíz de la rabia están la miseria y la indignación por la corrupción. Miseria y corrupción: dos palabras que condensan el balance de las políticas liberales aplicadas en buena armonía por la socialdemocracia y el Partido Nacionalista de Bosnia (fundado por Aliya Izetbegovic y dirigido ahora por su hijo Bakir) en una alternancia política tan compenetrada que merece este comentario de Mladen: «Aquí, la oposición estaba siempre en la posición y viceversa».
«¿Es la guerra la que ha causado todo esto?» – «Sí, la guerra económica.»
Ahora ya no hay gobierno en Bosnia desde hace un mes y esto no parece inquietar a nadie. Un vacío de poder que bien podría infundir el pánico a cualquier político de aquí o de otras latitudes, pero que cualquier vecino es capaz de explicar pacientemente, sin temor y con convicción. Gordan, de 35 años, uno de los militantes más antiguos del grupo Lievyi, nos explica, por ejemplo, la experiencia original de democracia directa que ha surgido en Tuzla después de las manifestaciones y la caída del régimen. A falta de un gobierno, el pleno, es decir, la asamblea popular abierta a toda la población de la ciudad, se reúne regularmente en una sala municipal -al comienzo lo hacía cada día, ahora dos veces por semana- para abordar problemas corrientes y temas políticos. Este pleno reúne a un total de 700 a 1 000 personas, que no siempre son las mismas. Las intervenciones son breves y a quienes pretenden darse ínfulas se les cortan las alas. En cada reunión se eligen moderadores para asegurar la buena marcha de los debates.
Los asuntos son múltiples y se plantean libremente: empleo, industria, servicios públicos, educación, cultura, corrupción, violencia… Se han creado doce comisiones para trabajar sobre los temas que manejaban hasta ahora los ministerios. Otra está encargada de las relaciones con los trabajadores. Tres grupos de trabajo se ocupan de los medios de comunicación, de los aspectos jurídicos y de la logística. El pleno ha exigido al parlamento que nombre de inmediato un gobierno técnico y se ha opuesto a que el primer ministro surja de la misma asamblea, ya que prefiere seguir siendo independiente del juego político tradicional para no ser instrumentalizado. El pleno se concibe ante todo como un contrapoder poderoso y legítimo. Su objetivo es que las soluciones que elabora sean aplicadas al pie de la letra por el futuro gobierno, so pena de tumbarlo de nuevo en caso de que no cumpla el mandato. Es una especie de derecho de veto instituido por la democracia directa.
En la comisión de relaciones con los trabajadores, a la que asistimos, se plantea la cuestión de la reanudación de la actividad en la fábrica de detergente Dita. Esta empresa, privatizada algunos años, antes cerró después de que sus directivos se enriquecieran de manera fraudulenta. El debate se alarga en el seno de esta comisión, que debe presentar sus conclusiones al pleno: ¿hay que ayudar a los trabajadores a comprar las acciones de la empresa? ¿Procede decretar la anulación de la deuda de Dita con respecto a sus proveedores? ¿Cómo otorgar la propiedad de la fábrica a sus trabajadores?
Mirna, empleada de la fábrica y miembro del grupo, nos acompaña a visitar la fábrica. En la zona industrial de Tuzla parece haberse producido una hecatombe y contemplamos un verdadero cementerio económico. Ante los numerosos terrenos baldíos, las naves abandonadas, los edificios desvencijados, pregunto ingenuamente: «Fue la guerra la que causó todo esto?» «Sí, la guerra económica», responde Mirna espontáneamente. Mientras nuestras historias industriales occidentales, ahora también desbaratadas, se extienden a menudo a lo largo de un siglo, la vida económica en Tuzla es efímera. Se resume en un periodo corto de acumulación mafiosa de capital, reducida a su más jugosa y óptima expresión en que el capitalismo viene a practicar el pillaje y se va tal como ha venido: una especie de guerra relámpago económica. Una profunda sensación catastrófica nos invade a todos.
Unos perros abandonados nos acompañan por las rampas de carga y descarga y el recinto, donde la vegetación recupera sus derechos. Desde 2011, los trabajadores y trabajadoras, 120 en estos momentos frente al millar que habían llegado a ser, ya no cobran su salario y se relevan en pequeños grupos coordinados para proteger la fábrica a todas horas del día y de la noche e impedir los robos o los sabotajes. Explican orgullosos que invirtiendo un poco y recibiendo formación profesional, la empresa podría ponerse de nuevo en marcha rápidamente si se adopta una decisión política en este sentido.
De vuelta al centro de la ciudad, nos reunimos con cuatro camaradas que vienen de Sarajevo. Tijana informa de que, más allá de las ciudades de Tuzla y Sarajevo, es toda Bosnia la que se ha alzado. En Mostar, por ejemplo, la lucha ha adquirido un cariz simbólico. El río que cruza la ciudad separa dos comunidades, la croata y la bosniaca, habitualmente enfrentadas entre sí. Esta vez, la revuelta ha unificado a ambos grupos y no ha dejado intactos los locales gubernamentales bosniacos ni croatas. Ante las acusaciones de las autoridades bosniacas a los manifestantes croatas de haber incendiado sus locales, los habitantes bosniacos han reivindicado ruidosamente esa acción y proclamado su solidaridad con sus «hermanos croatas». Está claro que las cuestiones nacionales no han desaparecido y que siguen estando presentes, sordas y latentes. Sin embargo, hoy por hoy la cuestión social las acalla y las trasciende, para gran orgullo de esta nueva generación que dice observar con cierta angustia el contraejemplo ucraniano. Allí, el pueblo que se ha levantado primero contra la injusticia social y la corrupción se encuentra ahora preso de los tejemanejes del imperialismo ruso y de la OTAN.
Ahora bien, si Ucrania merece la atención de todos los partidarios de la UE porque las bazas estratégicas son mucho más apetecibles que las de Bosnia (desde el punto de vista geoestratégico, económico, energético…), Tuzla no ofrece más que la posibilidad de solidarizarse e identificarse con una lucha de emancipación ejemplar. Esta experiencia social y política se afirma en voz alta y redescubre probablemente una veleidad autogestionaria que se había perdido en las capas freáticas de la memoria colectiva yugoslava. Es caótica y se enfrenta a numerosos obstáculos, pero existe, está allí ante nuestros ojos por poco que los abramos.
Asegurar el apoyo político unitario a los insurrectos de Bosnia, impulsar una campaña sindical internacionalista para respaldar la puesta en marcha de la empresa autogestionada Dita, he aquí algunas vías no exhaustivas para unir a las organizaciones de la izquierda social y política en Francia que estén dispuestas a ello. ¿Primavera balcánica, conjugación eslava del movimiento de los indignados? Poco importa el nombre, y una cosa es segura: con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina, en un momento en que la clase política está sumamente desacreditada, redunda en interés público e internacionalista proclamar que Tuzla es la capital de la Europa que echamos de menos. Una Europa de los trabajadores y los pueblos que hay que construir sobre los escombros de la UE, de sus tratados y de su representación económica y política actual.
15/03/2014
Traducción: VIENTO SUR