En la Unión Soviética, la expansión del mercado negro se dio en correspondencia con la escasez de productos de básicos, consecuencia de los gigantescos destrozos causados por la II Guerra Mundial (Le corresponden a este país el 30% de los costos de la destrucción total causada por la guerra, o sea, la cifra de l28 […]
En la Unión Soviética, la expansión del mercado negro se dio en correspondencia con la escasez de productos de básicos, consecuencia de los gigantescos destrozos causados por la II Guerra Mundial (Le corresponden a este país el 30% de los costos de la destrucción total causada por la guerra, o sea, la cifra de l28 mil millones de dólares en valores de la época. Para reconstruir la URSS no hubo ni Plan Marshall ni la mínima ayuda económica de parte de sus aliados de guerra), este mercado posibilitó también la formación paulatina de una nueva clase, según la definición de Mijail Djilas, compuesta por seres humanos carentes de principios morales, éticos y religiosos que, luego de instituir sus propias reglas de propiedad, tomaron el control del aparato productivo y de los bienes de la sociedad. Se trata de los cerditos de «La rebelión en la granja» de George Orwell convertidos en hipopótamos.
La nueva clase fue el fruto de la decadencia moral de los herederos de la vieja guardia bolchevique. Sus intereses de rapiña coincidían con los de los altos círculos gobernantes y eran el reflejo de una economía de nuevo cuño, caracterizada por la unidad prácticamente convertida en amalgama entre la delincuencia común, el crimen organizado y los administradores más altos del Estado Soviético. La toma del poder por esta clase se hizo inicialmente de manera timorata, luego tomó ímpetu hasta que sus tentáculos se disgregaran por los interminables laberintos de la URSS y del Campo Socialista.
El deterioro intencional de este sistema desencadenó en la nueva clase, especialmente entre los negociantes generados por la perestroika, una lucha virulenta por obtener e incrementar sus áreas de influencia y dominio. Con el pretexto de las privatizaciones, la nueva clase obtuvo las riquezas de estos países por una bagatela; fue una época fructífera para el interés de estos buitres hambrientos. El ciudadano común y corriente fue engatusado por sus nuevos «libertadores», que se adueñaron del producto del sacrificio de una parte del mundo que alguna vez soñó en tomar el cielo entre sus manos.
¡Para qué realizar una revolución cruenta! ¡Para que ganar la guerra! ¿Para que unos cuantos vivos se levantaran con el santo y la limosna? Es inconcebible que el resultado del esfuerzo de muchas generaciones, de todo aquello que representó el sudor de millones de trabajadores, que se sacrificaron al extremo de lo imaginable durante una buena parte del siglo XX, se repartiera alegremente entre los nuevos dueños del poder.
El colapso del socialismo no fue casual sino organizado por las potencias extranjeras y sus testaferros internos. El grueso de la suma con la que la nueva clase inició sus incursiones en este novísimo sistema financiero provenía de norteamericanos, europeos e israelíes, que arriesgaron una pizca de sus capitales para sacar una buena tajada de las fraudulentas oportunidades que les ofrecían las privatizaciones durante el derrumbe del socialismo; se comportaron como las siete plagas de Egipto, devorando a un gigante agónico.
La desintegración del sistema socialista a nivel europeo fue la mayor tragedia de la humanidad del siglo XX, pues rompió el equilibrio estratégico del planeta mantenido luego de la derrota del nazismo, debilitó a las fuerzas revolucionarias del mundo y facultó al imperialismo a actuar con la total desfachatez actual.
La nueva clase, devenida en la oligarquía mafiosa que actualmente gobierna a la mayoría de los antiguos países socialistas, tuvo por meta apoderarse de la totalidad de los bienes de la sociedad, y lo hizo así en contubernio con las mafias de Occidente. Para sacarle más jugo a la troncha evadía impuestos y realizaba miles de truculentos actos. Había adquirido mediante fraude bienes públicos y los hacía fructificar sin que le preocupara el aspecto económico, lo que fue una de las principales causas de la destrucción social de los países de Europa del Este, de la espantosa caída del nivel de vida de sus poblaciones y de la prematura muerte de decenas de millones de sus ciudadanos.
Los nuevos patrones insistían en que la redistribución de la riqueza y la moderna economía eran incompatibles y a los obreros, que se quejaban por los bajos salarios y las malas condiciones de trabajo, los amenazaban con que si protestaban serían despedidos y se irían a casa a rascarse la barriga con las manos vacías. Le pagaban a los trabajadores en especies porque dizque no tenían liquidez de fondos, les bajaron tanto los salarios que muchos asalariados se comían a los perros callejeros. El capitalismo, como era de esperar, fue un espejismo que sólo trajo miserias y angustias al trabajador.
Los más engatusados fueron los jóvenes que sin recapacitar se embarcaron en la nueva ola, creyeron haber nacido en un mundo que los mataba de aburrimiento, donde vivían por vivir y que ahora todo iba a ser hermoso. Pero luego las cosas cambiaron para peor. Esto sucedió abruptamente, sin darles tiempo para calibrar la complejidad de la nueva vida, y sólo les fue posible hundirse bajo el brillo sórdido de las discotecas, la hermosura de los carros de lujo, los desfiles de moda ostentosos y los placeres de una existencia vacua, a la que sólo en sueños tuvieron acceso.
Así se originaron las mafias de estos países, en particular de la de Ucrania, donde lo peor de su corruptela gobierna en la actualidad. Ninguno de estos oligarcas heredó propiedad alguna ni le sudó el sudor su frente para adquirir algo sino que se apoderó de todos los bienes de la sociedad mediante el crimen, el robo y la estafa. Tal vez estos hechos expliquen por qué estos gobernantes carecen de escrúpulos, cumplen al dedillo los mandatos del imperialismo y conviven y se apoyan en organizaciones nazis para exterminar a la población ucraniana antifascista que los combate denodadamente. Vale la pena recordar que inicialmente este pueblo sólo pidió que le permitan hablar ruso y les concedieran algo de autonomía, pero cuando el gobierno de Kiev los comenzó a exterminar a mansalva, a tratarlos de subhumanos, a quemarlos vivos y a disparar contra cualquiera que asomase la cabeza se sublevó y ahora busca terminar con el régimen mafioso que actualmente los oprime.
¿Por qué los gobiernos de la UE y de los EE.UU. financiaron la toma del poder y le dan todo sustento a la ultraderecha ucraniana? Pues por la misma razón por la que en el Medio Oriente apoyan a Al Qaeda, para usar a los miembros de estas organizaciones de carne de cañón y conseguir a bajo precio sus objetivos geopolíticos sin emplear a sus propias fuerzas armadas. Se trata de ahorro simple, y nada más.
Presidente Obama, la agresión de los EE.UU. en Ucrania está condenada al fracaso, usted escupe hacia arriba y la situación se va a revertir en contra suya, sus fracasos en Afganistán e Irak deberían demostrarle que es imposible derrotar a un pueblo en armas y que el levantamiento popular en el sureste de Ucrania vencerá al régimen fascista que con su ayuda intenta exterminarlo.
Los pueblos conscientes del mundo tienen la obligación de apoyar a la lucha de la nación ucraniana en contra del nazi-fascismo, que ha resucitado en los EE.UU. y la UE después de 70 años de haber sido derrotado por la humanidad progresista.
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