«Incluso las formas más despóticas y reaccionarias de poder manejan un discurso valorativo que busca su legitimación, y, para hacerlo, se disfrazan de «bien común». Es por esa razón que resulta tan frecuente la demagogia política». (José Ramón Fabelo Corzo) Algo parecido le ocurre al Gobierno del Partido Popular, que busca continuamente la legitimación de […]
Algo parecido le ocurre al Gobierno del Partido Popular, que busca continuamente la legitimación de sus políticas (y la encuentra, y la divulga) en las instituciones internacionales. Esto se utiliza, de cara a la ciudadanía, quizá como el argumento (falaz) más contundente para demostrar, validar y legitimar que las medidas que se están llevando a cabo son las correctas, están en la buena dirección, van en sentido correcto. Y como decimos, el efecto en la ciudadanía más proclive a la manipulación es prácticamente inmediato. Ocurre continuamente: nos visita por ejemplo una delegación de la OCDE, y entonces, uno de sus representantes, en rueda de prensa posterior, alaba las políticas del actual Gobierno, respalda sus reformas, y apoya y constata que las medidas que se están tomando son correctas. Después, para dar una de cal y otra de arena, vierten alguna pequeña crítica, para que no parezca que las políticas que se practican siguen a pies juntillas la hoja de ruta de dichas organizaciones.
Y como decimos, esta escena ocurre continuamente, y se difunde por todos los medios de comunicación convencionales, lo cual va haciendo calar en el conjunto de la ciudadanía un cierto sentido de legitimación de las políticas practicadas. Se instala en la mente de las personas un sentimiento de tolerancia hacia dichas políticas, de complicidad, de justificación, de cierta comprensión, asimilando la aprobación por dichos organismos como la superación de una «prueba del nueve» sobre la adecuación y corrección de las medidas que se toman. Si reflexionamos un poco sobre estos hechos, nos daremos cuenta incluso de que responden a un tratamiento infantil sobre la ciudadanía, intentando buscar el criterio de terceros actores para que respalden nuestras acciones. Pondremos un simple ejemplo: si un padre toma tal o cual medida sobre su hijo, y además trae a otro padre (mejor incluso si es padre de algún amigo de su hijo) para que le respalde en su decisión, se incrementará el grado de convencimiento que el hijo tendrá sobre la medida que su padre ha tomado con respecto a él. Pensará algo así como: «No sólo mi padre ha tomado la decisión, sino que además el padre de mi amigo está de acuerdo con él».
De nuevo, debemos alertar sobre la trampa (en esta ocasión, muy fácil de descubrir) que se esconde tras estas prácticas. Básicamente, la conclusión está muy clara: que terceras instituciones, gobernantes u organismos internacionales (o nacionales) avalen ciertas políticas no significa que éstas sean correctas, sino simplemente, que dichos actores están de acuerdo con dichas políticas, es decir, responden a la misma ideología. ¿Por qué la Comisión Europea, o el FMI, o la OCDE respaldan las políticas de Rajoy? ¿Porque son correctas? No, simplemente porque van en la misma dirección neoliberal para la consecución de sus objetivos. ¿Por qué el PP alardea de que España pertenezca al «club» europeo? ¿Por qué presume de que los demás le avalan sus políticas? Porque la construcción de Europa se está realizando bajo los cimientos neoliberales que marcan sus instituciones. Entonces, démosle la vuelta a estos presupuestos, y encontraremos la respuesta. ¿Qué pasaría si dicho club fuese un club de izquierdas? ¿Respaldaría las políticas del PP? ¿Estarían PP y PSOE tan orgullosos de que nuestro país perteneciera a la Unión Europea, y de que sus instituciones legitimaran sus políticas?
La respuesta a estas preguntas está clara: si esto fuera así, ni siquiera perteneceríamos a dicho club, porque los «requisitos» para estar en él serían muy distintos. Si a la Unión Europea le preocuparan los Derechos Humanos, si persiguieran la nacionalización de los sectores productivos básicos, si defendieran la banca pública, si estuvieran a favor de una política fiscal más redistributiva, si les preocuparan los servicios públicos, si estuvieran en contra de su privatización, si la Unión Europea defendiera el empleo público, si defendiera la no eliminación de las conquistas y derechos sociales de la clase trabajadora, si estuvieran preocupados por la Sanidad y la Educación públicas, si propusieran desde la Comisión Europea la salida de la OTAN y el alejamiento de las políticas de alianza con los Estados Unidos, si atacaran las Monarquías y fomentaran las Repúblicas, si promovieran la pérdida de poder y de financiación de todas las corrientes religiosas, ¿defendería Rajoy con tanto ahínco los acuerdos con la Unión Europea? ¿Estaría tan orgulloso de la pertenencia de España a dicho club? ¿Legitimaría esa Unión Europea las políticas del PP?
La respuesta es no, porque entonces, las «recomendaciones» de la Comisión Europea irían en un sentido muy distinto. La Troika velaría entonces por llevar a cabo en todos los países europeos una auditoría de su deuda, para repudiar la parte ilegítima de la misma. Recomendaría que no se privatizaran las empresas públicas, que ninguna persona ni familia quedara desprotegida, sin recursos, que existiera una renta básica universal, que se fomentaran los planes de empleo público, que se derogaran todas las reformas «estructurales» que el Gobierno de Rajoy ha llevado a cabo, recomendaría la retirada de las leyes que limitan los derechos fundamentales y las libertades públicas, y también recomendaría la celebración de referémdums vinculantes para que el pueblo decidiera sobre los asuntos que les afectan. Una Unión Europea fundada bajo los mimbres de la izquierda rechazaría el absoluto poder de la banca privada, porque el Banco Central Europeo se encargaría no sólo de velar por una política monetaria justa, sino porque los bancos no pudieran hacer negocio a costa de los propios Estados. Por tanto, el consenso existente en torno a los grandes dogmas del europeísmo se basa en realidad en los dogmas neoliberales, que son los que se esconden detrás de las consabidas y vacías expresiones de «más Europa», o «más integración europea». La integración no es un bien ni un mal por sí misma, sino que depende de los propios objetivos que se persigan con dicha integración. No busquemos por tanto la legitimación de las políticas en el contexto europeo, sino en los propios intereses y objetivos de las medidas que se toman.
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