Con ocasión de la cumbre de la OTAN en Madrid a finales de junio, en que se plantea su nuevo diseño estratégico, conviene analizar este modelo europeo y, en particular, su autonomía estratégica y de seguridad.
Jürgen Habermas es un filósofo alemán de orientación progresista, referente relevante de la conciencia alemana y, en cierta medida, europea. Partidario del diálogo y la democracia deliberativa y especialista en la teoría de la comunicación, ha escrito un reciente y extenso artículo titulado “Hasta dónde apoyamos a Ucrania”, que ha tenido una amplia repercusión, especialmente, ante el giro de su Gobierno (socialdemócrata-verde-liberal) hacia el rearme militar y las tendencias para involucrarse abiertamente en la guerra en Ucrania.
Se trata de una reflexión profunda sobre el dilema de Europa. Es interesante su marco interpretativo por la paz y, específicamente, el análisis de la ‘nueva crisis de identidad alemana’.
Por un lado, analiza el cambio de mentalidades pacifistas representadas por el partido Verde y su conversión hacia la indignación moral y el posibilismo político que le lleva ahora a apoyar el refuerzo de la OTAN y la militarización alemana, así como su actitud más intervencionista en la guerra de Ucrania, con la retórica de la soberanía nacional; contrasta con la actitud más prudente de la socialdemocracia alemana, criticada por las derechas y los dirigentes estadounidenses y ucranios, así como con el pacifismo de los años ochenta, del que nacieron los Verdes, frente a la nuclearización de los euromisiles y el riesgo de guerra con la URSS.
Por otro lado, explica la nueva orientación del Ejecutivo alemán, con su presidente el socialdemócrata Olaf Scholz, que pasa a un segundo plano la autonomía estratégica europea, con garantías colectivas de seguridad que había sido una tradición desde los tiempos de la Ostpolitik, la apertura a los países orientales en plena Guerra Fría, con Wily Brant, en los años sesenta. Este giro estratégico apunta a un cuestionamiento de lo que han sido los fundamentos de la política alemana, de ahí su crisis de identidad: atlantista pero realista y conciliadora con el Este. Pero ante la perspectiva de la agresividad rusa y un agravamiento del conflicto y sus consecuencias, el debate sobre el interés para Alemania y Europa, de promover un acuerdo y distanciarse de la orientación dominante en EEUU y la OTAN, resurge, particularmente en la dirección socialdemócrata y la intelectualidad progresista. La identidad europea se vuelve a asociar a autonomía estratégica con proyecto autónomo.
En una sintonía similar está el gran intelectual francés Edgar Morin (“Escalada y hundimiento”) que, con su conocida revalorización de un pensamiento complejo, apuesta por un acuerdo razonable sobre la guerra en Ucrania. Igualmente, podemos añadir al prestigioso sociólogo alemán Wolfang Street (“El retorno del rey”) que relata el conflicto de intereses entre Alemania y EEUU, con la presión particular de estos hacia el Partido socialdemócrata alemán por sus supuestas inclinaciones autónomas respecto de los intereses del imperio estadounidense.
Curiosamente, todos estos textos se publican a primeros de mayo (8/05/2022), precisamente ante la inquietud franco-alemana de la nueva estrategia estadounidense-ucraniana (y los países más ‘dispuestos’), comunicada por los dos Secretarios de Estado (de Exteriores y Defensa) estadounidenses en su convocatoria a los líderes europeos en su base militar de Ramstein (Alemania, 25/04/2022) (no en Bruselas, sede de la OTAN): superar la simple actitud defensiva ante la invasión rusa de Ucrania, apostar por la victoria frente al ejército ruso, involucrar más a los socios europeos, en especial a Alemania, e impulsar una fuerte militarización y rearme. La afirmación del jefe del Pentágono es expresiva: “Ucrania cree claramente que puede ganar y también lo cree todo el mundo aquí”.
Es una muestra de un debate profundo, por parte de lo más granado de la gran intelectualidad progresista francoalemana que acompaña la conversación política, sobre el proyecto militar y de seguridad europeo, pilar fundamental de la identidad europea, junto con la construcción político-económica y de relaciones socioculturales de la UE.
Con ocasión de la cumbre de la OTAN en Madrid a finales de junio, en que se plantea su nuevo diseño estratégico, conviene analizar este modelo europeo y, en particular, su autonomía estratégica y de seguridad.
La nueva estrategia hacia la victoria militar
La injustificable y criminal invasión rusa, con su imperialismo conservador y autoritario, a un pueblo soberano como Ucrania debe ser rechazada. La resistencia del pueblo ucraniano es legítima y merece apoyo y solidaridad. Rusia no representa una alternativa política, económica, sociocultural y de relaciones internacionales para la población europea, salvo para algunos sectores ultraderechistas.
Aquí, pasamos a otro plano paralelo: la política de bloques. Tal como he señalado en “¿Un frente común atlantista?, en la sociedad europea hay puntos compartidos con la OTAN en el apoyo al pueblo ucraniano y las sanciones contra Rusia, pero no se puede hablar de una unidad total. Hay una constatación, esta agresión rusa ilegal ofrece la coartada y la legitimidad pública para reforzar el hegemonismo imperial estadounidense. La legítima defensa del pueblo ucraniano ante una agresión externa se combina con la pugna interimperialista entre los dos ejes principales: EEUU y sus aliados europeos y asiáticos, y China y su aliado ruso. Por otro lado, del temor a Putin se ha pasado al fracaso del Régimen ruso, a la expectativa de su derrota completa.
Parto de la base de que esta parte del conflicto de bloques se parece más al conflicto de la primera guerra mundial que al de la segunda. Es decir, es un conflicto entre distintos intereses nacionales-imperiales, no entre la democracia y la autocracia, tal como he explicado en “Ucrania: soberanía y rearme” y “La alternativa por la paz”.
Por tanto, hay que elaborar una tercera posición, realista, legítima, pacifista y con respaldo cívico. Enlaza con la construcción de la identidad europea o, si se quiere, con su modelo social y democrático acompañado de su autonomía de defensa y seguridad.
La nueva apuesta estratégica de la OTAN es por la ‘victoria’ militar frente a Rusia; no se sabe en qué puede consistir su derrota y las posibles consecuencias reactivas, pero en todo caso el objetivo es claro: su debilitamiento político-militar y económico y con un gran refuerzo del apoyo armamentístico a Ucrania con armas pesadas y más sofisticadas. La escalada belicista está servida.
Es un paso cualitativo para prolongar y ganar la guerra, una vez valoradas las supuestas debilidades del ejército ruso y el impacto de las sanciones económicas. Se aparca el proceso diplomático y de colaboración política para avanzar en un posible acuerdo en base a la renegociación de los acuerdos de Minsk (2014/2015), firmados por Ucrania (y las milicias del Dombas), Rusia, Francia y Alemania. Ahora son denostados y vistos con recelo por EEUU que se quedaba fuera y que siempre los ha cuestionado.
¿Qué conlleva la apuesta por la victoria y la derrota de la otra parte?. El Régimen ruso ha fracasado en sus máximos objetivos imperiales y parece que se contenta con el relativo empate militar, con sus dos resultados fundamentales: la neutralidad de Ucrania y el statu quo para Crimea y el Dombas. El Régimen ucranio (y EEUU), en su apuesta actual por la victoria, admite la neutralidad formal pero ansía derrotar al ejército ruso y expulsarlo de esas zonas, es decir, prolongar la guerra para desempatar a su favor. El punto intermedio sigue siendo los acuerdos de Minsk: neutralidad de Ucrania con garantías de seguridad para ambas partes, statu quo para Crimea, estatuto autónomo para el Dombas y reconocimiento del carácter pluri lingüístico y étnico de Ucrania.
La consecuencia de la prolongación de la guerra, con las expectativas victoriosas y/o de desgaste de cada bando, es el agravamiento de las condiciones socioeconómicas y vitales ucranianas, europeas y mundiales y el debilitamiento de la democracia y los derechos humanos, así como el fortalecimiento del autoritarismo, el nacionalismo excluyente y el militarismo que reproduce los conflictos a medio y largo plazo.
Se supone que la OTAN no está en guerra, pero esa frontera aparece cada vez más difusa y, en todo caso, no se teme a la reacción rusa por mucho que mencione su armamento nuclear en caso de supervivencia como Estado, cosa que tampoco define. Para EEUU se trata de avanzar en la reordenación geopolítica para reforzar su primacía internacional, con dos objetivos paralelos: aislar al poder emergente de China y su alianza con Rusia, a pesar de que no representan un peligro para la seguridad mundial, al menos a medio plazo, y subordinar a Europa bajo el mando y los intereses estratégicos y económicos estadounidenses.
Por tanto, oficialmente es un adiós a una defensa europea propia o a la llamada autonomía estratégica; ahora, lo posible y realista sería una OTAN al mando estadounidense. La ofensiva propagandística atlantista, el proceso de ampliación (Finlandia, Suecia y la incorporación de Dinamarca a la estructura militar), la reducción de los países europeos neutrales a prácticamente Austria y la colaboración del ejercito ucraniano con las fuerzas militares de EEUU y la OTAN, aun admitiendo su no integración formal como concesión retórica a Putin, suponen la consolidación de la OTAN y la prevalencia de EEUU en los asuntos europeos.
Ante la agresividad imperialista rusa en Ucrania los países más cercanos, incluido Alemania y los nórdicos, buscan razonablemente un paraguas de seguridad. En un artículo reciente “La mitad de la población se opone al aumento del gasto militar”, aparte de lo señalado en el título, explicaba que la capacidad defensiva y el gasto militar europeo (sin la contribución estadounidense) cuadruplica los de Rusia; o sea, demuestra la suficiente capacidad disuasoria, incluida la nuclear de Francia y Reino Unido, como para que el Régimen ruso no se plantee una agresión a la Unión Europea.
Aquí hay una distorsión interpretativa. La propia Unión Europea ha asumido algunas funciones de coordinación militar, más bien en el ámbito de la fabricación de armamento, y solo con la creación de una fuerza común de 5.000 efectivos. Está claro que ese contingente no representa una capacidad disuasoria ante Rusia, las sociedades próximas que sienten su amenaza no lo consideran un paraguas suficiente, y solo está pensada para intervenciones en zonas secundarias, poco más que Frontex como Guardia de Fronteras.
Pero la cuestión es que la suma y la coordinación de los ejércitos europeos sí suponen una gran ventaja militar frente a Rusia, sin necesidad del amparo estadounidense. La debilidad europea viene derivada de haber renunciado a su capacidad de decidir autónomamente de forma coordinada, no de que no tenga suficiente capacidad militar y de defensa. La solución es política: la autonomía estratégica real con un plan político-económico y de seguridad propio.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.
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