En mayo de este año la balanza comercial mensual de Alemania entró en números rojos por primera vez desde 1991. Al margen de quién resulte vencedor, cada vez está menos claro qué supondrá ganar la guerra en Ucrania. Cuanto mayor es la destrucción más difícil parece resolver el conflicto. Con el aumento de la cantidad de víctimas y de las sanciones los objetivos de los beligerantes son inescrutables.
¿Qué ganaría Rusia anexionándose un rincón devastado de Ucrania en comparación con todo lo que perdería al hacerlo? ¿Por qué quiere conservar Ucrania una región que quiere formar parte de Rusia? ¿Y con que objetivo erige la OTAN un nuevo Telón de Hierro y consolida así un bloque ruso-chino dotado tanto de materias primas como de tecnología avanzada? Por supuesto, Estados Unidos y sus aliados llevan mucho tiempo librando guerras en las que la victoria es imposible de imaginar para Occidente. ¿Cómo sería ganar en Irak? Querer convertir el país en una réplica musulmana de Israel nunca fue un objetivo realista. Al final, Irak fue entregado a la esfera de influencia iraní, mientras que Afganistán se ha abandonado a Pakistán y China (por no hablar de la guerra civil siria).
A partir de estas experiencias bélicas, si bien es difícil identificar a un potencial vencedor en Ucrania, es más fácil vislumbrar a los perdedores potenciales. Como vamos a ver, uno de ellos será probablemente lo que el economista australiano Joseph Halevi denomina “el bloque alemán”, es decir, un conjunto de naciones interconectadas económicamente que se extiende desde Suiza a Hungría.
Por supuesto, más o menos todos los europeos han perdido en la situación actual. Al principio de la invasión lo que más preocupaba a todo el mundo era el suministro de gas y gasolina. Solo más tarde se supo que Rusia y Ucrania representan el 14% de la producción mundial de cereales y hasta el 29% de sus exportaciones mundiales. Más adelante se supo que ambos Estados suministran el 17% de las exportaciones de maíz y el 14% de las de cebada. Los analistas también se dieron cuenta de que el 76% de los productos a base de girasol del mundo proviene de estos dos países. Rusia también domina el mercado de los abonos, de los que tiene una cuota mundial de más del 50%, lo que explica que el bloqueo haya provocado problemas agrícolas hasta en Brasil.
Nos esperaban otras sorpresas. La guerra no solo ha afectado a los sectores del petróleo y el gas, sino también al del níquel. Rusia (donde se encuentra Nornickel, un gigante del sector) produjo 195.000 toneladas de níquel en 2021, esto es, el 7,2% de la producción mundial. La invasión de Ucrania, unida a una demanda cada vez mayor de níquel, que se utiliza en las líneas de alta tensión y en los coches eléctricos, ha disparado los precios. También se ha visto muy afectada la industria de los superconductores, que produce ordenadores y chips informáticos. En efecto, la industria siderúrgica rusa envía gas neón a Ucrania, donde se purifica para su uso en procesos litográficos como el marcado de microcircuitos en placas de silicio. Los centros de producción más importantes son Odesa y Mariupol (de ahí la lucha encarnizada por estas regiones). Ucrania suministra el 70% del gas neón del mundo, así como el 40% del criptón y el 30% del xenón; sus principales clientes son Corea del Sur, China, Estados Unidos y Alemania. También está amenazado el suministro de varios otros metales “críticos”, como anunció en abril el Columbia Center for Global Energy Policy:
“Otros metales estratégicos a los que ha afectado esta crisis con Rusia son el titanio, el escandio y el paladio. El titanio es fundamental para los sectores aeroespacial y de defensa. Rusia es el tercer productor mundial de esponja de titanio, un material esencial para fabricar titanio. El escandio, muy utilizado en los sectores aeroespacial y de defensa, es otro metal clave del que Rusia es uno de los tres mayores productores del mundo. El paladio es uno de los minerales esenciales más afectados por la crisis ucraniana, ya que es un componente fundamental de las industrias del automóvil y de los semiconductores, y Rusia suministra casi el 37% de la producción mundial. El paladio ruso ilustra una de las principales características geopolíticas de los minerales preciosos: los suministros alternativos a menudo están situados en mercados igualmente problemáticos”.
Por tanto, cada día descubrimos nuevas dificultades para desvincular a Rusia de la economía mundial. En parte se debe a que las sanciones han resultado ser menos eficaces de lo que se esperaba, a pesar de los tenaces esfuerzos de Estados Unidos y Europa. Hasta la fecha ha habido al menos seis grupos de sanciones, cada uno más draconiano que el anterior: la expulsión de Rusia del sistema financiero internacional operado por SWIFT; la congelación de las reservas de divisas del Banco Central ruso, que ascienden a unos 630.000 millones de dólares; la congelación de 600 millones de dólares depositados por Rusia en bancos estadounidenses y la negativa a aceptar estos fondos como pago de la deuda exterior rusa; la exclusión de los principales bancos rusos de la City londinense; y la restricción de los depósitos rusos en bancos británicos.
Los aeropuertos (y el espacio aéreo) occidentales están ahora cerrados a los aviones rusos y los buques mercantes rusos tienen prohibido atracar en los puertos occidentales (incluidos Japón y Australia). Se han prohibido las exportaciones de tecnología a Rusia, lo mismo que muchas importaciones. La UE ha adoptado sanciones contra 98 entidades y 1.158 personas, incluidos el presidente Putin y el ministro de Asuntos Exteriores Lavrov, oligarcas como Roman Abramovich, 351 representantes de la Duma, miembros del Consejo de Seguridad Nacional ruso, oficiales de alto rango de las fuerzas armadas, empresarios y financieros, publicistas y actores. Todos los bancos occidentales y la mayoría de las empresas occidentales han cerrado sus tiendas en Rusia y vendido sus sucursales. Rusia respondió prohibiendo la exportación de más de 200 productos y exigiendo pagar en rublos las exportaciones de petróleo y gas.
Sin embargo, paradójicamente algunas sanciones han jugado a favor de Moscú. El embargo de petróleo y gas ha aumentado los ingresos de Rusia debido a la subida de los precios que ha provocado, mientras que los observadores extranjeros señalan que las estanterías de los supermercados rusos todavía parecen bien abastecidas.
En los cuatro primeros meses del año 2022 la balanza comercial rusa registró su mayor superávit desde 1994, 96.000 millones de dólares. Además, tras la caída inicial del rublo durante los primeros días de la guerra, esta moneda se ha ido recuperando gradualmente hasta el punto de que hoy vale más que el año pasado. En 2021 se necesitaban 70 rublos para comprar un dólar. El 7 de marzo, el peor día para la divisa rusa, esta cifra casi se había duplicado, aunque el 18 de julio había descendido a 57.
La relativa falta de eficacia de las sanciones era previsible. Décadas de guerra económica no han logrado derribar a países indefensos como Cuba (bloqueada durante más de 70 años), la Venezuela bolivariana (30 años) o el Irán jomeinista (42 años de sanciones estadounidenses). Por tanto, resulta muy difícil imaginar que las sanciones puedan desencadenar un cambio de régimen en un país como Rusia que se ha preparado para esta eventualidad renovando sus capacidades industriales.
Sin embargo, cuanto más ineficaces son las sanciones, más se alarga la guerra, que va de escalada en escalada y ahonda unas divisiones que cada vez parecen más insalvables. Llegados a este punto, podemos suponer que las relaciones con Rusia se romperán al menos durante unas décadas (una situación desagradable para cualquier occidental que no haya tenido la suerte de visitar Moscú y San Petersburgo). Se ha levantado el nuevo telón de acero y permanecerá en los próximos años.
Esto frustrará los planes estratégicos del bloque alemán en los últimos treinta años. La tesis de Joseph Halevi es que desde la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS Alemania ha tratado de construir economías recíprocamente interdependientes que ahora equivalen esencialmente a un único sistema económico. Este grupo económico tiene un flanco occidental (Austria, Suiza, Bélgica y los Países Bajos) y otro oriental (la República Checa, Eslovaquia, Hungría, Polonia y Eslovenia) que se distribuyen papeles y sectores diferentes. Los Países Bajos tienen la función de plataforma global y de centro de transportes; la República Checa y Eslovaquia la de sedes de la industria del automóvil; Austria y Suiza la de productores de tecnologías avanzadas, etc. Dado que Alemania es el centro hegemónico de este bloque, deberíamos revisar nuestra visión de su papel geopolítico y su importancia global. En total el bloque cuenta con 196 millones de habitantes frente a los 83 millones de Alemania y un PIB de 7,7 billones de dólares frente a los 3,8 billones de Alemania. Esto convierte a este país en la tercera potencia económica del mundo, más pequeña que Estados Unidos y China, pero mayor que Japón.
Esta red de relaciones es especialmente visible cuando analizamos el comercio. Las exportaciones alemanas a Austria y Suiza, que suman 17 millones de habitantes, ascienden a 132.000 millones de euros, frente a los 122.000 millones de euros a Estados Unidos y los 102.000 millones de euros a Francia. En términos de comercio total con Alemania, Francia (con una población de 67 millones) está por detrás de los Países Bajos (con solo 17 millones): 164.000 millones de euros frente a 206.000 millones. Italia, por su parte, recibe menos que Polonia, a pesar de tener una población mayor (60 millones frente a 38 millones) y casi el doble de renta per cápita. Se trata de un cambio radical, puesto que en 2005, un año después de la entrada de Polonia en la UE, el comercio de Alemania con Polonia era solo la mitad del que tenía con Italia.
Por consiguiente, lo que ha ocurrido es que el aparato industrial alemán se ha reorientado, por un lado, hacia los otros socios europeos y, por otro, hacia su propio bloque económico y el comercio con China. Pekín se ha convertido en el mayor socio comercial de Alemania, con una relación comercial valorada en 246.000 millones de euros. Los demás miembros del bloque alemán también han experimentado un notable aumento del comercio con China. Halevi señala que
“Si tomamos como punto de referencia 2005, el año inmediatamente posterior al ingreso de los países de Europa Oriental en la Unión Europea, en 2021 el valor en dólares de las exportaciones globales de mercancías de Alemania aumentó un 67%, mientras que su comercio con China se multiplicó por más de cuatro. Durante el mismo periodo aunque las exportaciones francesas e italianas a China casi se triplicaron, crecieron a un ritmo mucho más lento que el comercio alemán. En el caso de los Estados del bloque alemán la integración con Alemania generó una verdadera explosión de exportaciones a China: Alemania no solo les allanó el camino, sino que estableció vínculos entre sectores y empresas individuales que, a su vez, estimularon las exportaciones locales. Al oeste de Alemania las exportaciones directas de los Países Bajos a China por lo menos se han multiplicado por cinco desde 2005, mientras que las de Suiza se han multiplicado por doce, lo que la convierte en el segundo exportador europeo a China. Estas tendencias fueron mucho menores en Bélgica y Austria. En el lado oriental, las exportaciones a China aumentaron cinco veces y media en el caso de Polonia, seis veces en el de Hungría, unas diez veces en el de la República Checa y casi 21 veces en el de Eslovaquia.
La consecuencia natural de este proceso es la formación de una zona económica euroasiática, que es un verdadero objetivo de China tanto por su necesidad de materias primas rusas como por los cada vez mayores nudos de infraestructuras ferroviarias que atraviesan Rusia, Kazajistán y Ucrania. Según informa Financial Times, en la última década los primeros convoyes de trenes de mercancías salieron de China con destino a Dortmund y los Países Bajos. Al menos en el ámbito industrial, los alemanes pretendían crear sinergias entre China, Rusia, Kazajistán, Ucrania y, por tanto, Europa y Alemania. En otras palabras, se trataba de integrar a los Estados que reunían las zonas exportadoras de logística, producción y energía (Rusia, Ucrania, Kazajistán) y a los importadores de bienes industriales de China y Alemania”.
Este programa era el equivalente alemán de la Nueva Ruta de la Seda o Belt and Road Initiative, que emprendió Xi Jinping en 2013. Según Halevi, el objetivo final del bloque alemán es crear un frente continental euroasiático cuyos dos extremos sean Alemania y China, y Rusia el conector indispensable. Esto explica la persistencia de los alemanes en poner en marcha (en contra de los intereses de Washington y la OTAN) el gaseoducto Nordstream 2.
La guerra ha acabado con el sueño de un espacio euroasiático común, porque obliga a Alemania a debilitar sus lazos con China y cierra el canal de comunicación ruso entre ambos. También impide que Alemania utilice los ricos recursos energéticos de Rusia (o Großraum [gran espacio], en el sentido del término utilizado por Carl Schmitt). En vez de en un Großraum Rusia se ha convertido ahora en un obstáculo geopolítico insalvable, lo que obliga a los estrategas del bloque alemán a revisar todo el plan, a repensar la relación entre su propio poder subimperial y el imperio estadounidense, y a redefinir sus relaciones con los demás Estados europeos. Al mismo tiempo, el bloque alemán se ha visto afectado por los intereses contrapuestos de los distintos estados que la integran.
Un dato pequeño aunque significativo indica hasta qué punto han cambiado las reglas del juego: en mayo de 2022 la balanza comercial mensual de Alemania entró en números rojos por primera vez desde 1991. Aunque no fue una cantidad muy elevada (solo unos 1.000 millones de dólares), se trata de un déficit comercial que era impensable hasta hace poco.
Con el conflicto de Ucrania se produce una situación que no carece de precedentes históricos: la derrota de la estrategia alemana. En esta casi “Tercera Guerra Mundial” los perdedores siguen siendo los alemanes.
Fuente: https://www.sinistraineuropa.it/approfondimenti/la-guerra-in-ucraina-e-la-crisi-della-germania/
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