La visión de Latinoamérica y el Caribe reafirmando sus propios enfoques confronta a la geoestrategia neo-monroísta de los EE.UU. para el siglo XXI.
Dos  acontecimientos tienen especial significación para la historia  contemporánea de América Latina: la VII cumbre de la CELAC realizada en  Argentina el pasado 24 de enero (2023) y las declaraciones de la jefa del Comando Sur de los EE.UU., General Laura Richardson,  difundidas el día 19 (https://bit.ly/3HmP9MD), sobre las que han circulado algunas referencias con traducción al español.
 La CELAC nació en 2010 como foro de los países latinoamericanos y  caribeños, con exclusión de los EE.UU. y Canadá, para tratar de  convertirse en alternativa a la desprestigiada OEA, que es un  instrumento del americanismo monroísta. La CELAC nunca ha sido del  agrado de los EE.UU. Pero su debilidad también proviene de no haberse  constituido como un organismo independiente, con administración y  recursos propios. De todos modos, la VII-CELAC recobró un camino  estancado por los gobernantes derechistas, tras el primer ciclo de  gobiernos progresistas: en 2017 se conformó el “Grupo de Lima” para  aislar a Venezuela; en 2020 Jair Bolsonaro separó Brasil de la CELAC  argumentando que «daba protagonismo a regímenes no democráticos»; y la  política exterior de Donald Trump (2017-2021) subordinó a gobernantes de  la derecha latinoamericana a la visión y estrategias de los EE.UU. en  el continente, como ocurrió con Lenín Moreno (2017-2021) en Ecuador.
 La VII-CELAC, con la presencia de los 33 países miembros -incluso un  delegado del gobierno de EE.UU.- y bajo un nuevo ciclo de gobiernos que  se identifican con políticas progresistas, ha renovado el camino del  latinoamericanismo. La Declaración de Buenos Aires (https://bit.ly/3JBxy5d)  ratifica a la región como Zona de Paz resuelta en la II Cumbre (2014);  el compromiso con la democracia, los Derechos Humanos, la cooperación  internacional, el multilateralismo, la integridad territorial, la  soberanía, la no intervención en los asuntos internos de los Estados, la  promoción de la justicia y el mantenimiento de la paz y seguridad  internacionales; resalta principios fundamentales para una economía  social, la estrategia sanitaria, el abordaje al problema mundial de las  drogas, la cooperación en materia ambiental, la gestión integral de  riesgo de desastres; sobre ciencia, tecnología e innovación, la  transformación digital, infraestructura; situación de las mujeres,  jóvenes y niñas, las juventudes; los afrodescendientes, lenguas  indígenas, migraciones, discapacidad; educación, cultura, cooperación  entre academias diplomáticas, en materia espacial y nuclear; integridad  pública, prevención y lucha contra la corrupción, intervención en foros  multilaterales y coordinación con organismos regionales; diálogo con  socios extraregionales. Específicamente se pronuncia contra el bloqueo a  Cuba, rechaza las listas y certificaciones unilaterales, apoya el  diálogo en Venezuela, reivindica las Malvinas y la posición  latinoamericana de Puerto Rico. Sin embargo, no hubo un pronunciamiento  sobre las atrocidades que están ocurriendo en Perú.
 Ha sido de particular relevancia la reincorporación de Brasil, el  liderazgo indiscutible que tomó el presidente Lula da Silva, la condena  de algunos mandatarios a la represión desatada en Perú, el anuncio de  Argentina y Brasil por una moneda común (propuesta igualmente planteada  tiempo atrás por economistas ecuatorianos – https://bit.ly/3HAPlYA).  Pero no se topó el tema de las declaraciones de la comandante  Richardson. En ellas abiertamente se considera como parte de la  “seguridad nacional” de los EE.UU. un conjunto de explícitos recursos  naturales: el triángulo del litio en Argentina, Bolivia y Chile;  reservas de petróleo, gas,  cobre, oro, recursos para alimentación, agua  fresca, Amazonia; se advierte que China ha pasado a ocupar el primer  lugar en el comercio de algunos países y crecen sus inversiones; se  refiere a la presencia de equipos militares provenientes de Rusia en 9  países (nombra a Cuba, Nicaragua y Venezuela, pero también lo tienen  Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú) y asegura que se trabaja para  reemplazarlos por equipos norteamericanos, pidiendo a los países  involucrados que “donen” los equipos rusos a Ucrania. La declaración  considera como “adversarios” a Rusia y sobre todo a China y es clara en  señalar que busca “sacar” (box out) a ellos de la región.
 La visión de la comandante Richardson desafía y contradice la  Declaración de la CELAC. El presidente colombiano Gustavo Petro ha  tenido que salir al paso y confirmó que EE.UU. le propuso entregar a  Ucrania el equipo militar de fabricación rusa, lo que fue rechazado,  pues “nuestra Constitución tiene como orden en el terreno internacional  la paz. Quedará como chatarra en Colombia”, aclarando: “No estamos de  parte de nadie. Estamos de parte de la paz. Por eso, ni una unidad del  equipo militar ruso, esté en las condiciones que esté en nuestro  territorio, se utilizará en ese conflicto” (https://bit.ly/3Y0nd6v).  También el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador ha tenido  claros conceptos sobre la condenable guerra en Ucrania y la  independencia de América Latina frente a las potencias en conflicto. El  año pasado su gobierno propuso en la ONU (https://bit.ly/3WH0aN2)  un camino para la paz, que enseguida fue tildado como inviable,  tratando de minimizar el proyecto y hasta considerándolo “pro-ruso”. En  el marco de la CELAC, esas posiciones pudieron adquirir relevancia  internacional. Si bien el presidente López Obrador no participó en la  VII-CELAC (asistió el Canciller Marcelo Ebrand), envió un caluroso  mensaje de respaldo a la cumbre y sus conclusiones y además opina que la  integración continental no debería excluir a EE.UU. ni al Canadá (https://bit.ly/3JBQ7Gr).  En todo caso, hay un contraste frente a la inasistencia del presidente  ecuatoriano Guillermo Lasso, quien simplemente envió a su Canciller,  mientras prefirió asistir a la reunión de los multimillonarios en el  Foro Económico Mundial (WEF), donde estuvo entre los suyos y en la cual  no se ofrecen perspectivas acordes a las necesidades del desarrollo de  las economías y los pueblos de América Latina y el Caribe, aunque sí a  sus elites empresariales (https://bit.ly/3H72QxM).
 Nuevamente se advierte la tendencia de largo plazo en el continente: la  visión de Latinoamérica y el Caribe, que enfatiza en sus propios  enfoques confronta a la geoestrategia neo-monroísta de los  EE.UU. para el siglo XXI. Los pronunciamientos son reiterados: en mayo  2022, Antony J. Blinken, Secretario de Estado de los EE.UU., dio un  contundente discurso sobre “El enfoque de la administración hacia la  República Popular China” (https://bit.ly/3tbVDGE);  la misma Comandante Richardson compareció ante el Comité de Servicios  Armados del Senado (marzo, 2022), donde advirtió que China es la  “amenaza principal” y Rusia una amenaza “secundaria”; que China se está  “expandiendo”, mientras Rusia “intensifica la inestabilidad” a través de  sus vínculos con Venezuela, Cuba y Nicaragua; y que se llevará adelante  una “disuasión integrada” para contrarrestar estas influencias  “negativas”, que desafían la influencia de los EEUU (https://bit.ly/3PWMrzA).  Y en la “Conferencia Sudamericana de Defensa” realizada en Ecuador  (Southdec, septiembre 2022), con la presencia de altos mandos militares  de América (https://bit.ly/3DsMpeP),  aunque el tema general fue la seguridad, el asunto central trató los  “desafíos transversales” a la democracia y las libertades del  continente, así como la “amenaza” que representan China y Rusia (https://bit.ly/3dfaMlB). Se trata de la convocatoria a un nuevo monroísmo (https://bit.ly/3qX9yyD),  que no descarta la politización de las fuerzas armadas. La región ya  tiene suficiente experiencia histórica con la irracional época de la  Guerra Fría, que implantó dictaduras militares como las del Cono Sur,  que se colocaron por encima de las Constituciones, la democracia, los  gobiernos civiles y los derechos humanos, para combatir al “comunismo”  cometiendo crímenes de lesa humanidad. De modo que los principios de la  CELAC, con las limitaciones y hasta contradicciones que todavía siguen  presentes, están llamados a orientar la integración latinoamericana para  una nueva era, sobre la base de paz, derechos, economías sociales y  democracias reales, en un mundo multipolar.
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