La OTAN realiza cada año unos cuarenta grandes ejercicios militares cerca de las fronteras europeas de Rusia.
En marzo de 2024, la alianza militar occidental ejecutó las maniobras Nordic Response 2024 en las fronteras escandinavas rusas, con la participación de España. La propaganda atlantista vendió en la ocasión otra mentira para ingenuos, asegurando que eran «ejercicios defensivos ante la amenaza rusa», pero omitió una cuestión muy relevante: Moscú puede creer, con toda lógica, que lo que hacen regularmente los Estados mayores de Washington y Bruselas son preparativos para un ataque posterior a Rusia, porque es obvio que Estados Unidos intenta crear nuevos focos de tensión en regiones que afectan a la seguridad de Rusia. Transnistria (República Moldava Pridnestroviana es su nombre oficial) es uno de ellos: pese a que Moldavia no forma parte de la OTAN, a finales de octubre de 2023, tropas estadounidenses y moldavas realizaron ejercicios militares (Aurochs Partner 2023) en el norte de Moldavia, cerca de la frontera ucraniana y rumana. El obvio destinatario era Moscú.
Transnistria es uno de los territorios que resistió a la ola de furor nacionalista, estimulada por Estados Unidos, que recorrió la periferia soviética en el período final del mandato de Gorbachov y en el inicio de la presidencia de Yeltsin. El incumplimiento del referéndum de 1991, donde la población soviética votó por abrumadora mayoría el mantenimiento de la URSS, y el estímulo del gobierno de Yeltsin a todas las repúblicas para que se separaran de Moscú, fueron los recursos utilizados por el presidente ruso para apoderarse del Kremlin y desalojar a Gorbachov. Ello supuso la voladura y desintegración de la Unión Soviética y el inicio de guerras en muchas de las repúblicas entre los partidarios de mantener los lazos históricos y los nuevos tiburones del capitalismo que querían apoderarse de la propiedad pública por la vía de despedazar el país. Así ocurrió en Moldavia, la pequeña república situada entre Ucrania y Rumania, cuyo gobierno en Chisináu emprendió con entusiasmo el camino del nacionalismo, no sin resistencias, como en Transnistria. Quienes rechazaron la desintegración soviética y se negaron a separarse de Rusia, como Abjasia, Osetia del sur, Nagorno Karabaj, Transnistria y otros territorios, tuvieron un duro tránsito porque Yeltsin, peón de Estados Unidos y artífice de la voladura soviética, gobernaba en Moscú.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi ocupó Moldavia (entonces, Besarabia) y junto al gobierno fascista rumano de Antonescu asesinaron a más de cien mil personas, pero la herencia del fascismo rumano y sus cómplices moldavos fue recogida por el nuevo poder de Chisináu en 1991, convenientemente reconvertido para la ocasión en un nuevo nacionalismo que se miraba en el espejo de la Rumania capitalista. Tras el caos de los años noventa, durante los primeros años del siglo XXI la victoria electoral de los comunistas mantuvo buenas relaciones con Moscú, quebradas después por los gobiernos derechistas.
Transnistria (Pridnestrovia, en ruso) es una franja de tierra entre el río Dniéster y la frontera con Ucrania, de poco más de cuatro mil kilómetros cuadrados donde casi la mitad de la población tiene ciudadanía rusa, y ya en 1990 el temor de sus habitantes a la hipotética integración en Rumania, a la imposición del idioma rumano, marginando al ruso, tras la alarma por la declaración de independencia de Moldavia promulgada en agosto de 1991, todavía con Gorbachov, y a la amenaza posterior de Chisináu de romper con Moscú, llevó a la proclamación de la República Socialista Soviética Moldava Pridnestroviana, que fue anulada por Gorbachov. La difícil situación de los dirigentes transnistrios en la crisis soviética de 1991, la ilustra el hecho de que quien sería el primer presidente de Transnistria, Ígor Smirnov, fue detenido en Ucrania por el gobierno de Leonid Kravchuk (firmante con Yeltsin y el bielorruso Shushkiévich del ilegal tratado de Belavezha que disolvió la URSS). Después, entre marzo y julio de 1992 se desató la guerra civil entre el ejército de Chisináu y el transnistrio de Tiráspol, cuya población eslava quería seguir manteniendo los lazos con Rusia y rechazaba el furor nacionalista que parecía llevar a Moldavia a una integración inmediata en Rumania. Aunque las fuerzas moldavas recibieron ayuda del ejército rumano no pudieron vencer a los destacamentos transnistrios, y el alto el fuego de julio de 1992 suscrito por los dos bandos dejó la situación en suspenso hasta hoy, con militares rusos acantonados en Transnistria en misión de paz. Las negociaciones 5+2 (Moldavia, Transnistria, Rusia, Ucrania y la OSCE, más la Unión Europea y Estados Unidos como observadores) para encontrar una solución están paralizadas. Transnistria mantiene hoy la hoz y el martillo en la bandera de la república y, aunque ha seguido una orientación socialista, la empresa privada Sheriff, de Viktor Gushan, controla la mitad de la economía. Las malas relaciones de Sheriff con el gobierno anterior de Yevgueni Shevchuk (pese a que era miembro del partido Obnovlenie, Renovación, creado por la empresa y que domina el parlamento) le llevaron a apoyar la campaña electoral del independiente Vadim Krasnoselski, victorioso en 2016, reelegido en 2021, y actual presidente transnistrio.
La otra franja de tierra situada al sur de Transnistria, entre la frontera rumana del Danubio, Moldavia y el Mar Negro, fue desde el final de la Segunda Guerra Mundial territorio soviético y ucraniano, y hoy está bajo el control de Kiev. Su relevancia es indudable: Odessa, ciudad de población y cultura rusa, y principal puerto controlado por Ucrania, se encuentra a apenas cuarenta kilómetros de la desembocadura del Dniéster, y su hipotética reincorporación a Rusia desencadenaría la pérdida para Kiev de toda la costa del Mar Negro. Hoy, Moldavia cuenta con unos dos millones y medio de habitantes, de los que más de quinientos mil se encuentran en Transnistria. El Partido Comunista ha gobernado el país y ha sido la fuerza más votada, aunque sufrió intentos de golpe de Estado, como el de 2009 atribuido por el presidente de la república a las maquinaciones de Rumania, el vecino que no renuncia a absorber a Moldavia, y han sido frecuentes los períodos de gobiernos y presidentes interinos para impedir gobiernos comunistas: la oposición prooccidental, denominada «democrática» por Washington y Bruselas, ha recurrido también a estimular la defección de dirigentes comunistas, como consiguió con Marian Lupu, y ha llegado a comprar a algunos diputados comunistas para imponer sus candidatos en el parlamento.
Las elecciones presidenciales de diciembre de 2020 dieron la victoria a Maia Sandu (una economista liberal con lazos en Estados Unidos, que trabajó en el Banco Mundial y preside el partido derechista Acción y Solidaridad, miembro del Partido Popular Europeo), que obtuvo el 57 % de los votos frente al 42 % del presidente saliente, Ígor Dodon, que estaba apoyado por socialistas y comunistas. En mayo de 2021, se formó el Bloque Electoral de Comunistas y Socialistas (agrupando al partido comunista y al partido socialista) que está presidido por el comunista Vladímir Voronin y conforma la principal oposición a Sandu. Bajo la nueva presidencia de Maia Sandu, Moldavia intenta entrar en la órbita de la OTAN (pese a que casi tres cuartas partes de los ciudadanos no quieren la integración y prefieren optar por la neutralidad) y de la Unión Europea, mientras su gobierno, presidido por Dorin Recean, recibe asesoramiento político y militar estadounidense, apoya a Zelenski, permite maniobras con militares de la OTAN, persigue a la izquierda comunista (en octubre de 2023, el Servicio de Seguridad e Información, SIS, bloqueó treinta medios moldavos de internet con la excusa de que estaban controlados por Moscú) y tantea la situación en Transnistria para recuperar su control. El gobierno de Sandu quiere conseguir la integración en la OTAN sin realizar un referéndum, a sabiendas de que lo perdería.
Esas decisiones de Chisináu están ligadas al objetivo estadounidense de crear nuevos focos de tensión en las fronteras rusas en su plan de acoso a Moscú, y Transnistria es una pieza más, que Washington pretende cobrar. El sabotaje a tres de las cuatro tuberías de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 con explosivos colocados por militares estadounidenses que detonaron después especialistas noruegos en septiembre de 2022 fue un paso más en esa agresiva estrategia de Estados Unidos y la OTAN. Significativamente, Suecia, Dinamarca, Alemania y Estados Unidos se negaron a que Rusia participase en la investigación del atentado. En marzo de 2023, el viceministro ruso de Exteriores, Alexandr Grushkó, denunció las actividades estadounidenses en Georgia (donde la embajadora estadounidense, Kelly Degnan, en una grosera injerencia, ha tenido el atrevimiento de exigir la anulación de leyes al parlamento georgiano) y Moldavia «que son claves, por razones geográficas, para la seguridad de Rusia», según afirmó. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Lavrov, declaró en el foro de Antalya, Turquía, que el gobierno moldavo de Sandu seguía los pasos del régimen ucraniano prohibiendo la cultura rusa y discriminando su lengua, aunque Estados Unidos y la OTAN prefieren omitir esa realidad insistiendo en la «amenaza rusa». A su vez, el secretario del Consejo de Seguridad ruso, Nikolái Pátrushev, declaró que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN están intentando impulsar procesos separatistas en el Cáucaso Norte ruso con provocaciones de sus servicios secretos y una activa desinformación. La situación en Armenia y la colaboración con Estados Unidos del primer ministro armenio, Nikol Pashinián, junto con la inestabilidad creada por la desaparición del gobierno de Nagorno Karabaj, crea un escenario favorable para la acción de los hombres de Langley y del Pentágono. Moscú también permanece vigilante ante los posibles ataques de Ucrania, con la colaboración de Chisináu, a la base militar de Kolbasna en Transnistria.
El Servicio de Inteligencia y Seguridad moldavo, SIS, que dirige Musteață Alexandru, está difundiendo el argumentario de la OTAN sobre la «amenaza rusa», e insiste en la «acción disolvente» de partidos políticos «sumisos al Kremlin» y en su pretensión de que Moldavia no se incorpore a la OTAN y la Unión Europea. El SIS no repara en acusaciones a la oposición y a Moscú: califica de sospechosas a redes como Telegram y Tik Tok e incluso Facebook, tilda de violentas y manipuladas las manifestaciones de protesta de los trabajadores y de la izquierda, y asegura que Rusia recurre al soborno a partidos políticos moldavos, corrompe y financia a opositores, y difunde informaciones falsas para desprestigiar a Maia Sandu y su partido. Curiosamente, el SIS no ha detectado ninguna actividad de los servicios secretos estadounidenses, ni injerencias de Washington en el país. Los planes del gobierno de Sandu pasan por organizar un referéndum trucho para ingresar en la Unión Europea, con la promesa de que la difícil vida de los moldavos mejorará, y colar de matute la entrada en la OTAN.
No puede obviarse que Rusia lucha contra la OTAN en Ucrania: el gobierno de Kiev aporta los soldados, pero la OTAN contribuye con todo lo demás: armamento, pago a los soldados y mercenarios, suministros militares, redes de inteligencia y comunicación, e incluso con sus especialistas, que operan baterías de misiles y drones. La guerra ucraniana es la herida abierta, pero los servicios secretos estadounidenses y el Pentágono no descuidan trabajar activamente para impulsar su plan global de acoso a Rusia, en la frontera moldava, en Bielorrusia, en el Báltico y en el Cáucaso. En 2020, antes del inicio de la «operación especial rusa», el responsable de la antigua Russia House (desde la reorganización decidida por John Brennan en 2015 se denomina ahora Mission Center for Europe and Eurasia: es decir, el departamento de la CIA que controla y organiza las operaciones encubiertas contra Rusia) convocó en La Haya una cita secreta con el MI6 británico, los servicios de inteligencia ucranianos, el AIVD holandés y otras agencias de países de la OTAN para concertar y coordinar sus fuentes de información y las acciones contra Rusia. En febrero de 2024, el diario estadounidense The New York Times revelaba con fuentes solventes que la CIA había establecido una «red de bases secretas» en Ucrania desde poco después del golpe de Estado del Maidán, y que la «cooperación de Kiev con las agencias de inteligencia estadounidenses» ha convertido a Ucrania en un «centro de recopilación de inteligencia», espionaje, y también de operaciones encubiertas sobre Rusia. El sanguinario atentado en la sala de conciertos de Moscú el 22 de marzo, que causó ciento cincuenta muertos, tiene detrás, con alta probabilidad, a los servicios secretos ucranianos y occidentales. El diario señalaba que William Burns, el director de la CIA, ha visitado Ucrania en diez ocasiones en los dos últimos años. Desde 2016, Estados Unidos ha construido en el país doce bases secretas espías resiguiendo las fronteras rusas y ha adiestrado comandos ucranianos como la «Unidad 2245». El general Serguéi Dvoretski, uno de los responsables de los servicios de inteligencia ucranianos, reveló al diario que todas las bases fueron financiadas y provistas de tecnología por la CIA, y periodistas del diario pudieron visitar una de las bases subterráneas desde donde operan con drones de ataque, siguen los movimientos de las fuerzas rusas y controlan los misiles. Moldavia y Transnistria completan el mapa de operaciones en esa región.
El gobierno de Sandu acusa a Moscú de preparar un supuesto golpe de Estado en Moldavia y ser un peligro para la seguridad del país, aunque no hay ningún indicio de ello. Por el contrario, la presencia de tropas estadounidenses y el declarado propósito de terminar con la independencia de facto de Transnistria, en medio de la guerra ucraniana, llevó al Ministerio de Defensa ruso a advertir sobre la hipotética invasión de ese territorio donde se encuentran tropas rusas en misión de paz desde el alto el fuego de 1992. Ante los signos de crisis y el aumento de tropas ucranianas en la frontera transnistria, en febrero de 2023 el gobierno ruso advirtió a Estados Unidos, la OTAN y Ucrania sobre las continuas provocaciones y los preparativos para agredir a Transnistria, señalando que el ejército ruso respondería adecuadamente y protegería el arsenal de Kolbasna, una pequeña localidad a dos kilómetros de Ucrania. En marzo, los servicios de seguridad de Transnistria impidieron un atentado contra el presidente Vadim Krasnoselski que iba a tener lugar en el centro de Tiráspol, detuvieron a los integrantes del comando terrorista y señalaron la autoría del SBU, los servicios secretos de Zelenski. Uno de los partidos de la oposición moldava, el SOR, que denunció en el parlamento las provocaciones militares organizadas por el gobierno de Sandu en la frontera de Transnistria, fue amenazado por el presidente de la cámara (Ígor Grosu, dirigente del partido liberal de Maia Sandu) con la prohibición para «realizar declaraciones», con el pretexto de que desinformaban y desestabilizaban el país. Grosu calificó al partido opositor de «grupo de delincuentes». La vicepresidenta del SOR, Marina Tauber, denunció también los preparativos para una agresión a Transnistria organizada por Maia Sandu y el primer ministro, Dorin Recean. En mayo de 2023 aumentó la tensión: tras varios atentados terroristas y la caída de restos de misiles en Transnistria, el gobierno de Tiráspol denunció que el gobierno de Sandu había bloqueado la Comisión de mantenimiento de paz que cuenta con representantes de Moldavia, Transnistria y Rusia y a la que asiste la OSCE. Unos cuatrocientos soldados de las tres partes, además de algunos militares ucranianos, supervisan quince lugares de control en la línea que separa a las fuerzas moldavas y transnistrias. Al mes siguiente, el presidente transnistrio, Krasnoselski, pidió a la OSCE que obligase a Moldavia a cumplir los acuerdos suscritos con Transnistria y que volviese a las mesa de negociaciones. Uno de los problemas transnistrios reside en las limitaciones aduaneras que impone Chisináu para las importaciones terrestres, que deben pasar forzosamente por Moldavia o Ucrania, las únicas fronteras que tiene Transnistria: Ucrania cerró la suya en el tramo transnistrio en 2022, de forma que las mercancías sólo pueden entrar en Transnistria a través de puntos controlados por Chisináu. En febrero de 2024, con las negociaciones estancadas, Krasnoselski declaró que «la situación es alarmante» y pidió a la OSCE vigilancia sobre el inquietante entrenamiento de grupos militares de sabotaje moldavos y ucranianos que estaba llevando a cabo Moldavia con la ayuda de especialistas extranjeros, presumiblemente militares de la OTAN, que añadido al abandono por Moldavia de la condición de país neutral y la militarización de todo el entorno estaba agravando la tensión. Dos meses antes, el jefe del Estado Mayor ruso, Valeri Guerásimov, declaraba que Europa se había convertido en un escenario de enfrentamiento entre Rusia y Occidente. Guerásimov hizo referencia a la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN, al aumento de tropas de la Alianza occidental en toda Europa del Este, en el Báltico y el mar Negro, y en las regiones polares. Transnistria fue uno de los focos apuntados por Guerásimov, además de los Balcanes, el Cáucaso y Asia central.
A finales de febrero de 2024, el parlamento transnistrio pidió la protección rusa, denunció la guerra económica llevada a cabo por Chisináu, el bloqueo de suministros, las detenciones y amenazas contra funcionarios transnistrios que cruzan la frontera, y solicitó a los organismos internacionales que presionasen a Moldavia para reanudar el diálogo. Tras la iniciativa de Tiráspol, también la región autónoma de Gagaúzia pidió protección a Rusia: la presidenta regional, Evghenia Guțul, partidaria del acercamiento a Rusia y que se reunió con Putin en Sochi, declaró que «el gobierno moldavo viola los derechos de los ciudadanos gagauzi y los oprime en todo el territorio». Gagaúzia tiene unas tensas relaciones con Chisináu y cuenta con unos doscientos mil habitantes, moldavos de orígenes turcos: en el referéndum celebrado en febrero de 2014, con una alta participación de las tres cuartas partes de la población, el 98 % votó a favor de estrechar relaciones con Rusia y otros miembros de la CEI y rechazó ingresar en la Unión Europea si Moldavia tomaba ese rumbo. Algo parecido ocurre en el distrito de Taraclia, un enclave de población de orígenes búlgaros que también quiere formar parte de Rusia.
Tras la petición de ayuda hecha por Transnistria a Moscú, Moldavia suspendió el Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa, FACE. No había duda de que Chisináu daba ese paso tras haberlo concertado con Washington y Bruselas. Antes, la falta de ratificación de los países de la OTAN de la variante actualizada del acuerdo, que fue ratificado solamente por Rusia, Bielorrusia, Kazajastán y Ucrania, y tras los preparativos estadounidenses para desplegar sistemas antimisiles en Polonia, Chequia y Rumania que quebraban el FACE, llevaron a Moscú a suspender el acuerdo en 2007 (viendo la expansión de la OTAN, la apertura de bases militares estadounidenses en Rumania y Bulgaria y la amenaza de instalar escudos antimisiles en Europa oriental, que Washington desplegó después), y lo abandonó definitivamente en noviembre de 2023. La OTAN también suspendió el acuerdo. El tratado FACE limitaba el número de aviones de combate, helicópteros, tanques, vehículos acorazados y artillería pesada en el territorio de los países firmantes. Esa decisión de Moldavia le permitirá autorizar el despliegue de tropas extranjeras en su territorio que, es obvio, solo pueden ser de Estados Unidos y de la OTAN.
El director de la CIA, William Burns, escribía en enero de 2024 en Foreign Affairs que Moscú ya había perdido la guerra ante Kiev porque no había conseguido su objetivo de «conquistar Ucrania», y que aunque ha reconstruido su industria militar, la economía «ha quedado muy dañada por la guerra» y Rusia «está sellando su destino para ser un vasallo de China». Curiosamente, a principios de marzo de 2024, Burns y la directora de Inteligencia Nacional, Avril Haines, declaraban ante el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes que sin más ayuda militar de Estados Unidos, Ucrania tendrá que replegar más su ejército y se verá obligada a iniciar negociaciones en el plazo de un año según los términos de Moscú. «A los ucranianos no se les está acabando el coraje y la tenacidad. Se están quedando sin municiones», aseguró Burns. «Y a nosotros se nos está acabando el tiempo para ayudarlos».
En marzo de 2024, el consulado ruso en Moldavia fue atacado con bombas incendiarias, y poco después, el 17 de marzo, confirmando los temores de Transnistria, un dron ucraniano destruía un helicóptero en una base militar en Tiráspol. Ucrania y Moldavia se apresuraron a negar su autoría, que Kiev atribuyó a «una provocación rusa»: es decir, según esa disparatada versión, Rusia atacó a las fuerzas transnistrias que protege.
Ajenos al peligro de que estalle el polvorín de Transnistria y Moldavia y se extienda por el continente la guerra ucraniana, la presidenta Maia Sandu y el primer ministro Dorin Recean siguen aplicadamente las instrucciones de Washington, cuyo objetivo es expulsar a las tropas rusas de Tiráspol y de todo el curso del Dniéster, mientras los aventajados alumnos bálticos, como Kaja Kallas y Gitanas Nausėda, el polaco Tusk y el francés Macron, añaden fuego al lenguaje de guerra que aventa la OTAN en toda Europa oriental.
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