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El intervencionismo amenaza

Fuentes: Rebelión

Es probable que sean pocos los marxistas que no han leído el libro “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, escrito en 1916 por V. I. Lenin, el líder de la Revolución Bolchevique en Rusia. Como dice su autor, se trata de un “folleto” escrito “con un ojo puesto en la censura zarista”, “con la mayor de las prudencias”, con pocas observaciones políticas, empleando “alusiones” y “un lenguaje alegórico”, un “maldito lenguaje esópico”, debido a que tenía que sortear la persecución zarista. De allí, también, que se limita al “análisis teórico” y “específicamente económico”.

Lenin sostuvo: “Si fuese necesario definir el imperialismo lo más brevemente posible, deberíamos decir que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo”. Pero era un concepto reduccionista, de modo que el imperialismo tenía por lo menos cinco “rasgos fundamentales”, que los resumió así: 1. surgen los monopolios; 2. se funden el capital bancario con el industrial y surge el capital financiero en manos de la oligarquía financiera; 3. exportación de capitales (distinto al de mercancías); 4. formación de asociaciones capitalistas monopolistas internacionales que se reparten el mundo; y 5. culmina el reparto territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas, lo cual no impide un nuevo reparto.

Para llegar a esas conclusiones, Lenin examinó abundante material histórico, datos económicos, estadísticas, aunque “tropecé -dice- con cierta escasez de publicaciones francesas e inglesas y con una gran carestía de materiales rusos”. De modo que el libro se detiene a examinar cada uno de los rasgos que caracterizaron al nacimiento del capitalismo monopolista en el siglo XX. Cabe resaltar que a partir de la Conferencia de Berlín (1884-1885) para repartirse el África entre las potencias europeas, quedó en claro el reparto del mundo; pero la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue para Lenin la expresión de un nuevo reparto imperialista. Pero Lenin falleció en 1924, por lo cual no era posible que examinara los acontecimientos que siguieron en el siglo posterior y que adquirieron, además, nuevas características. Asia y África continuaron largamente sujetas al colonialismo europeo y sus procesos de independencia, después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), levantaron al “Tercer Mundo”, a raíz de la Conferencia de Bandung (1955). Pero América Latina era casi un continente de nuevos Estados, que lograron sus independencias contra el coloniaje (principalmente frente a España y Portugal), en las dos primeras décadas del siglo XIX. Sobre estos países no fue posible una recolonización, incluso porque la Doctrina Monroe (1923) detuvo cualquier intención al respecto. Sin embargo, esta misma doctrina no impidió que los Estados Unidos aseguraran su presencia continental, que en el siglo XX expandieran aquí sus intereses y que en la segunda postguerra se convirtieran en la potencia hegemónica del mundo.

Durante el siglo XX América Latina experimentó lo que bien puede llamarse -siguiendo a Lenin-, el sexto rasgo fundamental del imperialismo: el intervencionismo para subordinar o condicionar a los gobiernos latinoamericanos a los intereses continentales de los Estados Unidos. Y la región puede dar cuenta de un largo listado de acciones que ha sufrido hasta el presente: amenazas, intervenciones directas, desestabilización política, derrocamiento de gobiernos, acuerdos militares, dictaduras anticomunistas, mecanismos de asistencia o cooperación, sanciones económicas. Hay una gigante bibliografía y documentación sobre estos temas, que comprueba cómo el intervencionismo monroísta no ha dejado de estar presente en América Latina, aunque a veces luce débil y otras fuerte.

Si bien es cierto que la segunda postguerra mundial paulatinamente fortaleció un mundo internacionalmente basado en normas legales y principios comunes para la solución de los conflictos, así como fueron creadas una serie de instituciones para una convivencia pacífica y civilizada entre las naciones (ONU, OEA) y para su coordinación económica (con los Acuerdos de Bretton Woods nacieron el FMI y el  BM [1944] y en 1995 se creó la OMC), la Guerra Fría significó una época de tensiones internacionales. América Latina igualmente fue arrastrada a ese conflicto y sufrió intervenciones para garantizar gobiernos anticomunistas subordinados a las estrategias norteamericanas, como ocurrió en el Cono Sur. En Ecuador fue derrocado el presidente Carlos Julio Arosemena para instalar una Junta militar (1963-1966) nacida de la directa intervención de la CIA. Imposible dejar a un lado a Cuba, que lleva el peso de un bloqueo ilegítimo por más de seis décadas.

El panorama internacional ha cambiado con el avance del siglo XXI y se ha delineado un mundo multipolar que surge mientras se derrumba la hegemonía unipolar de los Estados Unidos. En este tiempo también América Latina cambió y los gobiernos progresistas impulsaron alternativas para crear economías sociales y democracias populares. Bajo este conjunto de macroprocesos históricos, la nueva “era” que ha inaugurado el presidente Donald Trump está provocando cambios insospechados, que han fracturado el proclamado mundo basado en normas y principios comunes, así como los acuerdos por la coordinación económica planetaria. Incluso Europa está desafiada a redefinir su tradicional alineamiento con Estados Unidos, revisar el papel de la OTAN y reorientar recursos para su propia defensa (https://t.ly/Zfzx4).

Lo singular del nuevo monroísmo del “America first” también afecta a América Latina. Pasa a vivir un momento histórico en el cual se cierne el peligro real del intervencionismo, si es que los gobiernos de la región no se ajustan a los intereses y geoestrategias globales de los Estados Unidos. Se ha comenzado por imponer una mano de hierro a los migrantes; queda destrozada la ideología del “mercado libre” ahora sujeta a las sanciones arancelarias unilaterales y al proteccionismo; se cortaron los programas de financiamiento y cooperación como los de USAID; desde antes ya se había dejado en claro que importan mucho los recursos latinoamericanos (litio, cobre, aguas, tierras, etc.); se considera el combate al “terrorismo” y al crimen organizado; tajantemente se advierte contra la creciente presencia de China (el “enemigo” principal) así como de otros países como Rusia; están amenazados los BRICS; lo mismo Panamá, incluso con preparativos para tomar el canal (https://t.ly/Oz-a7); se revisan acuerdos militares como ha ocurrido con Ecuador, sin descartar el interés por las Galápagos. Y todo esto no es más que el “comienzo”, como lo ha destacado el mismo presidente Trump.

América Latina está desafiada. La unión e integración de políticas comunes para enfrentar la nueva avalancha americanista se volvió urgente, aunque no vendrá de la mano de los gobiernos empresariales y de la derecha oligárquica. Así como México, bajo la presidenta Claudia Sheinbaum, demuestra las virtualidades de adoptar posiciones firmes y progresistas, en Ecuador y Argentina parece que sus gobiernos compiten por demostrar cuál será el mejor ejemplo en ofrecerse como serviciales encubridores del intervencionismo, que vuelve a mostrarse como el rasgo esencial del imperialismo frente a Nuestra América Latina.

Blog del autor: Historia y Presente
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