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Nuevos tiempos conservadores

Fuentes: Rebelión

Hace casi cuatro décadas, el reconocido sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva (1937-1992) coordinó el libro Tiempos conservadores: América Latina en la derechización de Occidente (1987), en el que se analizó cómo durante la década de 1970, cuando la región vivía la época de las dictaduras militares anticomunistas, incubó el conservadorismo característico de los años ochenta. El ambiente internacional estuvo marcado por la expansión del neoliberalismo a través del Fondo Monetario Internacional, alentado por el conservadorismo político mundial de Ronald Reagan en los Estados Unidos, Margaret Thatcher en Inglaterra y Yasuhiro Nakasone en Japón. Y bajo ese amparo, en la región se sucedieron gobiernos conservadores. Esta pionera visión fue seguida por los análisis que hicieron varios autores en la revista Nueva Sociedad (“La nueva derecha latinoamericana”, No. 98-Nov/Dic 1988) sobre los gobiernos conservadores de varios países. Cabría añadir que en la década de 1990 la situación fue aún más grave, por el derrumbe del socialismo soviético, la globalización transnacional y la crisis de las propuestas de alternativas sociales. Incluso el marxismo perdió su condición de eje cultural en las ciencias sociales latinoamericanas.

Cuando llegó el ciclo de los gobiernos progresistas en la región desde inicios del siglo XXI, pareció revertirse la tendencia anterior, en beneficio de economías y democracias más sociales; pero le sucedió la actual época de nuevo conservadorismo latinoamericano, vinculado firmemente al proceso conservador en los Estados Unidos, que se afirmó con la primera presidencia de Donald Trump (20017-2021) y que se expande hoy, en su segundo gobierno, bajo el agresivo y nuevo monroísmo del gran garrote. En América Latina no solo se han establecido regímenes directamente controlados por las élites empresariales neoliberales, sino por presidentes millonarios, un fenómeno examinado por numerosos estudios.

Conocemos mejor ese tipo de gobiernos, sus comportamientos y orientaciones, destinados a privilegiar a grandes grupos económicos, garantizar negocios privados, desmontar las capacidades de los Estados y arremeter contra los derechos sociales, laborales y ambientales. El conservadorismo latinoamericano proviene de esa dominación. Pero no se ha encarado mayormente el estudio del conservadorismo social, que contribuye o facilita esa dominación.

A la cabeza de ese conservadorismo social está el modelo empresarial-neoliberal de las élites dominantes y la perversa idea de “libertad económica”. La imagen del empresario autónomo, capaz de generar la acumulación privada, hace creer a sectores populares desempleados, subempleados y en la “informalidad”, que sus actividades de supervivencia diaria, con la producción y venta de cualquier bien o la prestación directa de servicios personales, forman parte de su cotidianidad independiente. El pobre asume ser un “emprendedor” y generador de progreso, considerando, adicionalmente, que los servicios como educación, medicina, seguridad social, son obligaciones de los políticos. Están dispuestos a apoyar a aquellos que mejor ofrezcan estas “externalidades” a la economía doméstica, independientemente de la ideología de esos políticos. Al nivel de capas medias, hay sectores que se imaginan llegar a ser millonarios o por lo menos prósperos, de modo que su “arribismo” busca estatus identificándose con las derechas políticas y los gobiernos empresariales.

La pobreza extrema en amplios sectores de la población alimenta la esperanza de que los políticos cumplan con atender sus necesidades no solo básicas, sino aquellas que permitan mejorar sus condiciones de vida y de trabajo. Bajo esa expectativa, es más fácil que actúe la demagogia, el engaño y la mentira de los candidatos o gobiernos, que aprovechan de mecanismos clientelares para lograr la adhesión popular, aunque el propósito escondido sea la perpetuación oligárquica o la hegemonía derechista. A cambio de bienes o recursos inmediatos se reclama fidelidad a la “causa” de la que hacen propaganda los políticos populistas de todos los colores.

El bombardeo diario contra los impuestos, originado en las capas dominantes, induce a que también la población tienda a rechazarlos y es más acentuada la reacción si se disminuye en la escala de ingresos, pues a ese nivel todo impuesto agrava las condiciones de vida. Con ese rechazo social generalizado se beneficia la cúpula económica en el poder. De este modo, se vuelve muy difícil construir un tipo de economía del bienestar, comparable con el que todavía mantienen los países de la Unión Europea y Canadá, donde los principales servicios en educación, salud, medicina y seguridad social son públicos, universales y “gratuitos”, porque se pagan altos impuestos directos, particularmente sobre rentas.

En América Latina la propaganda elitista es de tal influencia que se supone “comunista” la redistribución de la riqueza, las regulaciones a la empresa privada y a la propiedad. Se ofrece, como contraparte, el ideal de la economía estadounidense, que se convierte en potencia admirada y que es la que normalmente se conoce más incluso por el alto flujo de migrantes latinoamericanos que encuentran mejores posibilidades de vida en los Estados Unidos y pueden enviar remesas a sus familias. Esto ha comenzado a cambiar con las nuevas políticas migratorias del presidente Trump.

Se suma a todo lo señalado el papel conservador que pueden jugar en la sociedad ciertos criterios religiosos y particularmente los evangélicos, que subrayan conceptos sobre la familia tradicional y cuestionan los asuntos de género o los igualitarios, como se ha advertido en Brasil. Igualmente, la desesperación frente a la inseguridad inclina a los pobladores a aceptar las soluciones represivas y la militarización, en lo cual el mayor ejemplo lo ofrece El Salvador. También la democracia aparece cumplida por el simple voto ciudadano, pues no es generalizada la posibilidad de entender el tipo de fuerzas e intereses que están atrás de todo gobierno surgido en elecciones.

La comprensión de estos y otros tantos fenómenos que pueden sumarse, forman el cuadro de la nueva época conservadora que se vive en América Latina, a pesar de la existencia de varios gobiernos progresistas de nueva izquierda. Sin duda el camino de la “derechización de Occidente” está en marcha y bajo una doble perspectiva expresada por el presidente Donald Trump en cooperación con líderes de la Unión Europea: ante todo, volver a hacer grande a los Estados Unidos, pero también volver a hacer grande a Occidente.

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