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Cómo la guerra comercial de Hitler allanó el camino hacia la guerra

Fuentes: Rebelión

Traducido del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus

Refiriéndose a la guerra comercial de Trump, el historiador Timothy W. Ryback sostiene en un notable artículo de opinión que la temprana adopción de aranceles y nacionalismo económico por parte de Hitler no fue solo una estrategia desacertada, sino también un presagio de la guerra. Ofrecemos un resumen del artículo.

El 30 de enero de 1933 Hitler fue nombrado canciller de Alemania. Apenas 48 horas después sus ministros ya presionaban para aumentar los aranceles agrícolas. No lo hacían por convicción económica, sino por cálculo político. Hitler quería obtener buenos resultados en las cruciales elecciones que se iban a celebrar poco más de un mes después, el 5 de marzo.

Para él, unas buenas cifras económicas eran el camino hacia el poder. Una vez obtenida la mayoría absoluta, gobernaría con mano de hierro.

El gobierno de Hitler carecía de visión, dirigido por un líder con escasos conocimientos de economía. Hitler hablaba de la inflación como una cuestión de fuerza de voluntad y prometía estabilidad de precios con la ayuda de su organización paramilitar Sturmabteilung, más conocida como los Camisas Pardas. En realidad, apenas entendía el funcionamiento de un presupuesto.

Fundamentalismo económico

Para la elaboración de sus ideas económicas, Hitler confiaba en Gottfried Feder, economista del partido y fanático proteccionista. Feder abogaba por una economía cerrada, autárquica, en la que los trabajadores alemanes produjeran bienes alemanes para consumidores alemanes.

Su visión era tan racista como económicamente absurda: Alemania debía desvincularse de un mundo globalizado. “El nacionalsocialismo exige que ya no sean esclavos soviéticos, culíes chinos ni negros quienes satisfagan las necesidades de los trabajadores alemanes”, escribió Feder. Los aranceles, según él, liberarían a Alemania.

Feder rechazaba tanto el capitalismo como el marxismo. Su solución era el nacionalismo económico, restricciones a las importaciones y favorecer el mercado interno. Según él, los alemanes debían “protegerse contra la competencia extranjera”.

Parecía una política favorable a las personas trabajadoras, pero resultó ser el preludio de un caos económico y del aumento del desempleo.

Oídos sordos a las advertencias

Mientras Feder soñaba con la autosuficiencia, otros miembros del gabinete advertían sobre las consecuencias. El ministro de Asuntos Exteriores Von Neurath hablaba de posibles guerras comerciales y aumentos de precios de hasta el 600%. El exministro Eduard Hamm advertía que Alemania necesitaba sus mercados de exportación para mantener el empleo industrial.

Hamm explicó que Alemania exportaba muchos más bienes industriales que importaba productos agrícolas. Los aranceles no solo iban a sofocar el comercio, sino que también a pone en peligro tres millones de empleos.

Hamm escribió cartas, apeló a la prudencia, advirtió sobre la desconfianza de los socios comerciales internacionales. Recordó a Hitler que el sistema de libre mercado se basa en la confianza, el estado de derecho y el cumplimiento de los compromisos contractuales.

Pero las advertencias cayeron en saco roto. Hitler no hizo ningún intento de tranquilizar a los mercados. Siguió afirmando que los aranceles eran necesarios y que necesitaba tiempo para reconstruir el país arruinado que, según él, le habían dejado sus predecesores.

Incertidumbre en los mercados

Irónicamente, Hitler llegó al poder justo cuando la economía comenzaba a recuperarse del colapso de 1929. La bolsa alemana repuntó tras la noticia su nombramiento. Pero el entusiasmo se desvaneció rápidamente. La incertidumbre sobre el nuevo rumbo provocó estancamiento.

Mientras Hitler demoraba en presentar un plan claro, empresarios y economistas comenzaron a resistirse abiertamente. La Asociación Alemana de la Industria y el Comercio advirtió sobre posibles represalias de los socios comerciales. Las empresas pospusieron inversiones. Se evaporó la confianza en la política económica.

Grasa de cerdo

Hans Joachim von Rohr, que trabajaba en el Ministerio de Agricultura y Alimentación, explicó en la radio nacional el razonamiento que había detrás de la política arancelaria de Hitler. Según von Rohr, se debían encarecer artificialmente aquellos productos que Alemania no producía en cantidad suficiente. Estos bienes escasos —a menudo importados— se volverían más caros para el consumidor gracias a aranceles a la importación.

La idea era incentivar así financieramente a los agricultores para que produjeran precisamente esos productos en mayores cantidades, ya que el mercado interno sería más atractivo sin competencia extranjera. Se esperaba reforzar así la autosuficiencia de Alemania.

Von Rohr utilizó como ejemplo la grasa de cerdo (Schmalz), un producto básico en la cocina alemana. Si se encarecía su importación mediante mayores derechos de aduana, los agricultores se animarían a criar cerdos más grandes que produjeran más grasa en lugar de los cerdos más pequeños criados para carne magra. De esa manera, razonaba él, Alemania se volvería más independiente de las importaciones de alimentos del extranjero. Pero los cerdos más grandes comían más y generaban menos beneficios que los cerdos magros.

El plan era un sinsentido económico. Un experto en economía señaló que el sistema de comercio internacional funcionaba desde hacía doscientos años y que la política arancelaria de Hitler sumiría al país en una «grave crisis» que podría costar cientos de miles de empleos. Y eso incluso antes de considerar los daños por medidas de represalia.

El ejemplo de la grasa de cerdo demostró de forma dolorosamente clara hasta qué punto faltaba lógica económica. Los agricultores fueron las primeras víctimas de la política que, en teoría, debía salvarlos.

Espectáculo político, desastre económico

Los aranceles de Hitler, anunciados el viernes 10 de febrero de 1933, dejaron atónitos a los observadores. The New York Times habló de una auténtica “guerra comercial” contra los vecinos europeos.

Los aranceles sobre productos agrícolas y textiles aumentaron hasta un 500 por ciento. Los países escandinavos y los Países Bajos resultaron especialmente afectados. Dinamarca vio colapsar sus exportaciones ganaderas. Las reacciones no se hicieron esperar.

En pocos días cayeron las cifras de exportación. Se cancelaron reuniones con representantes extranjeros. Los socios comerciales amenazaron con sanciones.

Esa misma noche, Hitler apareció en el Palacio de Deportes de Berlín, vestido con su camisa parda. Habló de la restauración del honor, de la autosuficiencia y de la resistencia contra el Tratado de Versalles (1919), que había impuesto a Alemania fuertes reparaciones tras la Primera Guerra Mundial. Ni una palabra sobre la guerra comercial que él mismo había iniciado ese día.

Tampoco mencionó el rearme que había discutido el día anterior en el consejo de ministros. Allí había declarado: “Se necesitan miles de millones de marcos del Reich para la reconstrucción del ejército. El futuro de Alemania depende única y exclusivamente de la reconstrucción del ejército”.

La guerra comercial de Hitler con sus vecinos iba a resultar solo un presagio de su devastadora guerra contra el resto del mundo.

La historia se repite, pero nunca de la misma forma. “Primero como tragedia y luego como farsa”, dice una conocida frase. Conocemos la tragedia de los años treinta. Esperemos haber aprendido lo suficiente de ella como para evitar la farsa.

Timothy W. Ryback es un historiador germano-estadounidense y director del Institute for Historical Justice and Reconciliation en La Haya. Es autor de Hitler’s Private Library y Takeover: Hitler’s Final Rise to Power. Ryback publica regularmente en The Atlantic, The New Yorker y The New York Times. Se puede leer aquí el artículo de opinión en el que se basa este texto.

Texto original: https://www.dewereldmorgen.be/artikel/2025/04/24/hoe-hitlers-handelsoorlog-de-weg-naar-oorlog-plaveide/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la traducción.