El 23 de febrero de 1965 un hombre que se hacía llamar Anton Kuenzle vio como disparaban a un moribundo. Antes de dispararle, le habían reventado el cráneo a martillazos, y después Moshe Levin le descerrajó dos disparos en la cabeza. Era Herberts Cukurs, un célebre aviador y capitán del ejército letón, siniestro compinche de las Waffen-SS, que se golpeó con su destino en una casa de playa de Shangrilá, un barrio de las afueras de Montevideo. El aviador letón, carnicero de Riga en la Segunda Guerra Mundial, había volado desde São Paulo a Montevideo aquella misma mañana para encontrarse con Kuenzle, y con la muerte.
Los asesinos, un grupo de seis personas entre los que se encontraban Kuenzle y Levin, todos agentes del Mossad israelí, metieron el fiambre ensangrentado en un baúl y dejaron sobre él una nota con las palabras del fiscal británico, Hartley Shawcross, en el juicio de Núremberg que recogían las de un ingeniero alemán, Hermann Friedrich Graebe, que ayudó a los judíos en Ucrania y testificó sobre las matanzas de Dubno. Cukurs, que siempre había odiado a los judíos, sucumbió ante uno de ellos: se hacía llamar Anton Kuenzle, lo había engañado para volar a Montevideo, y cinco años antes había participado en el secuestro de Adolf Eichmann en Buenos Aires.
Kuenzle, un judío alemán que ante Cukurs se hacía pasar por empresario austriaco, era un agente del Mossad, aunque en realidad había nacido alemán como Ernst Miodowski, en Breslau, hoy la polaca Wrocław; en el nuevo Israel se hacía llamar Yaakov Meidad, y ya había tenido otras identidades durante las misiones del Mossad. La operación para matar a Cukurs fue aprobada por el gobierno israelí del primer ministro Levi Eshkol, un ucraniano (Shkolnik) terrorista de la Haganá y sucesor de Ben Gurion (el polaco David Yosef Grün). En aquel espejo de engaños, los asesinos habían llegado desde una colonia a la que dieron el nombre de Israel tras arrebatar su tierra a los palestinos. Siete personas dirigidas por Yoske Yariv (otro terrorista de la Haganá) organizaron la operación. Uno de ellos era Eliézer Sudit Sharon, que participaría unos meses después en la tenebrosa tarea de disolver en ácido el cadáver de Ben Barka, asesinado en París por hombres de Hassan II. Con el asesinato de Cukurs, el gobierno de Eshkol y el servicio secreto israelí querían influir en los debates de Alemania en un momento en que se discutía el período de prescripción de los crímenes nazis.
Pocos días después, en marzo de 1965, la policía uruguaya recibió un aviso desde Europa. El comando de asesinos había telefoneado a Der Spiegel, a la agencia Reuters y a Associated Press, y después escribieron una nota firmada por «Los que nunca olvidarán», que daba cuenta del lugar donde hallarían un cadáver dentro de un enorme baúl: en la casa Cubertini, de la calle Colombia de Shangrilá, en Montevideo. La casa no se llamaba así, pero la policía uruguaya la encontró, con el cadáver de Cukurs dentro.
En él, sobre el fiambre descompuesto que apestaba, los guardias encontraron los datos del finado, lugar de nacimiento en Letonia y profesión. La autopsia concluyó que había muerto a golpes en la cabeza y que pudo recibir un disparo, aunque la descomposición del difunto no permitía asegurarlo. Después, la policía uruguaya afirmó equivocadamente que el grupo que mató a Cukurs estaba compuesto por dos franceses, dos austriacos y un israelí. El 13 de marzo, la policía salvadoreña detuvo a dos franceses en el aeropuerto de San Salvador cuando estaban en un avión costarricense que tenía como destino Panamá, pero el comando del Mossad estaba ya en Europa.
En 1997, Anton Kuenzle, el agente que se había ganado la confianza de Cukurs, publicó con Gad Shimron The execution of the hangman of Riga. Con los recuerdos de Kuenzle, el libro había sido escrito por Shimron, un periodista y también agente del Mossad, y fue editado en inglés en 2004. Se han publicado muchos libros sobre el asesinato de Cukurs, como el Stephan Talty, The Good Assassin: Mossad’s Hunt for the Butcher of Latvia;elde Marcelo Silva, El baúl de Yahvé: El Mossad y la ejecución de Herberts Cukurs en Uruguay, y aparece brevemente en otros como en el de Ronen Bergman, y se han rodado películas. Sin olvidar el libro de Fernando Butazzoni, Los que nunca olvidarán, y la obra de la estadounidense-letona Linda Kinstler, Ven a este tribunal y llora, nieta de un criminal nazi, donde narra que fue a buscar las huellas de su abuelo y se encontró también con Cukurs: no pudo absolver al viejo Boris Kinstler, no quiso hacerlo, y condena con rotundidad el nazismo pero, siguiendo la vulgata ultranacionalista del Báltico, califica tanto a los nazis como a las tropas soviéticas de «ejércitos de ocupación», añadiendo que tras la liberación, «los soviéticos llegaron con ansias de venganza».
Cukurs había nacido en 1900 en Liepāja, en la Letonia del imperio zarista, y fue capitán de las Fuerzas Aéreas letonas. Siempre quiso ser famoso, aparecer en las páginas de los periódicos, reinar en las calles de Riga. Se casó con Livia Margaret Biers, y después con Milda Berzupe y tuvo cinco hijos; el mayor, Ilgvars Cukurs, luchó con la Legión letona contra el Ejército Rojo y fue hecho prisionero. Con solo veinticinco años, Cukurs se construyó un aeroplano y en los años treinta voló a Gambia y Japón, realizando numerosas paradas: fue un pionero de la aviación. Visitó Shanghái en 1937, y también Yakarta, Osaka, Tokio, entre recibimientos masivos y la atención de la prensa. Celebrado por sus contemporáneos, publicó un par de libros sobre esos vuelos y llegaron a considerarlo «el Lindbergh del Báltico», sin reparar en que el estadounidense Lindbergh también era un ferviente partidario de Hitler. En el verano de 1939 viajó con su mujer, Milda, en automóvil hasta Argel, y recorrió el norte de África para llegar a El Cairo, y a Belén y Jerusalén, la Palestina histórica. Volvieron a casa atravesando las tierras libanesas y sirias del mandato francés, Turquía, Bulgaria y Rumanía, y alcanzaron Riga a través del territorio soviético. Tras meses de viaje, llegaron a casa cuando ya había comenzado la Segunda Guerra Mundial y los militares de Hitler preparaban con sigilo el asalto a la Unión Soviética. En aquellos días del retorno, Cukurs dio una conferencia en el Centro Judío de Riga elogiando el proyecto sionista.
Cuando las tropas nazis ocuparon Riga fueron recibidos con vítores y alegría por una gran multitud: allí estaba Cukurs. Durante la guerra, fue el hombre de confianza de Viktors Arājs, otro letón asesino y jefe de la nacionalsocialista Lettische Hilfspolizei, una unidad a las órdenes de las SS nazis, cuyos miembros estaban obsesionados con matar a judíos y comunistas. La unidad protagonizó la aniquilación de la comunidad judía letona: visitaba los pueblos asesinando, asaltando casas, violando a las mujeres. Cukurs era también un violador. Los comandos de Arājs, compuestos por treinta o cuarenta hombres, recorrían Letonia en autobuses azules: cuando llegaban a una población, los habitantes sabían que iba a comenzar la matanza.
En 1941, Letonia tenía 1.900.000 habitantes, y 160.000 sirvieron al ejército de Hitler, en unidades alemanas o letonas. Los miembros de la unidad de Arājscelebraban fiestas y borracheras en el 19 de la calle Valdemāra de Riga, sede del Kommando Arājs, y en julio de 1941 asaltaron la sinagoga de la calle Gógol, la mayor de la ciudad, quemando vivos a los judíos refugiados en ella. El fiscal jefe estadounidense en el juicio de Núremberg, Robert H. Jackson, citó un informe sobre las ejecuciones que llevó a cabo el Kommando, que enroló a casi dos mil letones; de ellos, las autoridades soviéticas pudieron detener y condenar tras la guerra a trescientos cincuenta y seis criminales.
Testigos del ghetto de Riga declararon en el juicio a Eichmann que vieron a Cukurs matar a mujeres y niños, y que disparaba a quienes se rezagaban en los transportes de la muerte, y Eliezar Karstadt declaró haber visto a Cukurs matar a mujeres y niños. Un miembro del Kommando Arājs había declarado que un grupo dirigido por Cukurs quemó aldeas y mató a cuarenta partisanos soviéticos. Una superviviente de Riga, Ella Medalje, declaró haber visto a Cukurs pasearse borracho por el ghetto con una pistola en la mano, y el joven violinista Abraham Shapiro (Sasha Semenoff en Estados Unidos), a quien Cukurs incautó la casa de su familia, declaró que vio al aviador nazi matar a judíos letones disparándoles en la cabeza. Shapiro pudo salvarse porque, cuando lo llevaban junto a un nutrido grupo de prisioneros al campo de concentración de Stutthof, en Polonia, un soldado alemán le pidió que tocara La Paloma con su mandolina. Una canción le salvó la vida.
En Riga vivían más de cincuenta mil judíos, y muchos más en toda Letonia: en el museo del ghetto (Rīgas geto muzejs) están consignados los nombres de setenta mil víctimas, exterminadas durante la ocupación nazi. Cukurs participó con entusiasmo en las matanzas: la primera tuvo lugar el 30 de noviembre de 1941, en el bosque de Rumbula, cerca de Riga, donde fueron asesinadas quince mil personas de un disparo en la cabeza; en la segunda matanza, el 8 de diciembre, aniquilaron a más de diez mil judíos. Decenas de miles de personas fueron ejecutadas por los nazis y sus colaboradores. El máximo responsable de las matanzas fue el general de las SS Friedrich Jeckeln. Dos meses antes de la escalofriante carnicería de Rumbula, Jeckeln había ordenado la matanza de Babi Yar, en Kiev. El despiadado Jeckeln fue quien creó el procedimiento del sardinenpackung: los presos se desnudaban y bajaban para tenderse junto a las víctimas anteriores en la fosa excavada, uno junto a otro, a esperar las balas de su muerte que disparaban los miembros de las SS del comando Arājs. Cukurs participó en la misión, en la cacería del ghetto de Riga y disparando ante las fosas de Rumbula. La precisión nazi era espeluznante: calcularon las dimensiones de las seis fosas que debían cavarse para veinticinco mil cadáveres, los condenados tenían que estar desnudos para ocupar poco espacio.
Poco antes de que las tropas soviéticas liberaran la ciudad el 15 de octubre de 1944, Cukurs huyó a Berlín. El último día de la ocupación nazi en Riga, treinta barcos alemanes llegaron al puerto para llevarse el botín. El 3 de febrero de 1946, en la Plaza de la Victoria de Riga, junto al Daugava, fueron ahorcados siete militares nazis: el general Fiedrich Jeckeln, el Generalmajor Hans Kopper, el Generalleutnant Siegfried Ruff, el Standartenführer Alexander Boecking, el Generalleutnant Wolfgang von Ditfurth; el Generalleutnant Albrecht Digeon von Monteton, y el Generalmajor Bronislav Pavel. Allí, en 1985, se inauguró el monumento soviético a los libertadores de Riga, que nacionalistas y nazis consideraban «odioso» y que el primer ministro letón Krišjānis Kariņš hizo derribar en agosto de 2022. No podía extrañar: el influyente abogado Andris Grūtups (íntimo amigo de Andris Šķēle, el ultraderechista primer ministro de los años noventa y uno de los hombres más ricos de Letonia) publicó en 2007 un libro donde afirmaba que los generales nazis ejecutados en 1946 eran unos «hombres honorables». Grūtups, otro oportunista, había sido miembro del PCUS y se reconvirtió después en ultraderechista defensor de nazis.
En el Berlín nazi, Cukurs trabajó en una empresa aeronáutica haciéndose pasar por ingeniero, y después pasó a Francia antes de saltar a América. Se ha conservado el salvoconducto que expidieron a Cukurs para entrar en Brasil, fechado en Marsella el 18 de diciembre de 1945. Cukurs y su familia partieron hacia el Brasil en el vapor Cabo de Buena Esperanza que zarpó del puerto marsellés, llevándose con ellos a su suegra, Made Berzupe, y a la chica judía de Riga, Miriam Kaicners, a la que había salvado la vida albergándola en su granja de Bukaiši, cerca de la frontera lituana. El 4 de marzo de 1946, llegaron a Brasil, gobernado entonces por Eurico Gaspar Dutra, un mariscal que había dirigido la represión contra los comunistas, y allí Cukurs y los suyos recibieron después protección de la policía brasileña. Todo podía empezar de nuevo.
En Brasil, Cukurs mintió sin freno, desafiante, sobre su pasado: según sus palabras, salvó a muchos judíos y luchó para «liberar a Letonia del comunismo». Después de la guerra, Cukurs llegó a escribir que, con la llegada de las tropas de Hitler, «Letonia se liberó de las tropas comunistas por primera vez en setecientos años», aunque tras la derrota de Hitler tuvo buen cuidado de negar su participación en las matanzas y calificar la ocupación nazi de Letonia como «la más aterradora de todos los tiempos». Kaicners, la chica judía a la que Cukurs había salvado, descubrió en los círculos judíos de Brasil la tarea que Cukurs había desempeñado en el Kommando, y acabó distanciándose de él. El aviador mantuvo un negocio en la laguna Rodrigo de Freitas, en Río de Janeiro, y vivió en São Paulo con su empresa de hidroaviones en la represa de Guarapiranga.
Los trampantojos de la historia: Cukurs era un asesino sanguinario, pero su ejecución fue una sucia muestra de venganza, ejecutada además por judíos que habían visto desaparecer a sus familias en el horror nazi: los miembros del Mossad siempre creyeron que mataban por justicia. Los padres de Yaakov (el Anton Kuenzle de la operación de Montevideo) fueron asesinados en los campos de exterminio: el padre, el médico Felix Miodowski, en Theresienstadt, la Terezín checa, en mayo de 1944; la madre, la profesora Erna Galewski, en Auschwitz, no se sabe cuándo. Yaakov emigró a Palestina en 1934, y ese viaje lo salvó de la muerte. Pero esa justicia a la que creían servir solo miraba hacia los suyos: mientras Kuenzle y sus compañeros del Mossad perseguían a criminales nazis, sus compatriotas colonos robaban y asesinaban a la población árabe para asegurar el futuro de la colonia que habían creado en Palestina y a la que llamaron Israel: habían creado un Jano bifronte con una cara justiciera y otra criminal. Después, el Mossad asesinaría a centenares de personas en el mundo. Incluso algunas víctimas se convirtieron en criminales: Jehuda Feitelson, un superviviente del ghetto de Riga que murió en 2020, participó en 1948 en las operaciones sionistas para expulsar a los palestinos de su tierra que culminaron con la creación de Israel.
Cukurs, que se ufanaba de haber combatido a los soldados soviéticos en el sur de Letonia,
era un fanático anticomunista que se paseaba con la pistola en la mano por el ghetto de Riga. En 2014 se estrenó en Liepāja una comedia musical Cukurs. Herberts Cukurs, con gran éxito, donde el turbio periodista Juris Millers defendía al aviador nazi, y después llevaron la obra de gira por Letonia. Millers no dudó en calificar a Cukurs como el Indiana Jones letón. No era una extravagancia: para el nuevo poder letón surgido de la división de la Unión Soviética, Cukurs es un héroe nacional, y los desfiles nazis cuentan con el favor del gobierno y de una parte importante de la población, aunque en ocasiones se distancien por temor a las críticas internacionales, como hizo saber el nacionalista ministro Rayyan Sabet-Parry tras el estreno de la obra de Millers, pero según el hipócrita discurso de quienes gobiernan hoy en Riga, Cukurs es un héroe que amó profundamente a Letonia y trató de «salvarla del comunismo», y no olvidan que las tropas de Hitler fueron recibidas con alegría en Riga cuando ocuparon la ciudad el 1 de julio de 1941.
Cuando, en 2016, la estadounidense-letona Linda Kinstler decidió investigar el pasado de su abuelo, temía descubrir a un asesino nazi. Así fue, y escribió su libro (Ven a este tribunal y llora) pero le horrorizó constatar en Letonia que el pequeño país intenta rehabilitar a los asesinos. Es tarea de los gobiernos, pero encuentra gran apoyo entre la población. Su abuelo Boris Kinstler formó parte también del Kommando Arājs, y su recurso para justificar el nacionalismo letón de nuestros días es equiparar a los nazis y los soviéticos, hablar de una «doble ocupación», como hace el discurso oficial en Letonia y en los otros dos pequeños países bálticos, siempre para consumo exterior, aunque los gobiernos de Riga, de Vilna y de Tallinn, sigan tolerando y amparando las manifestaciones nazis. En Bukaiši, junto a Lituania, hay un museo dedicado al aviador Cukurs. Después de todo tenían buenos ejemplos a seguir: Ewald Bucher fue ministro de Justicia en Alemania, y Hans Globke fue el principal colaborador del canciller Adenauer, y ambos fueron miembros del partido de Hitler. Y Washington y Londres protegieron durante décadas a miles de notorios criminales nazis que pudieron seguir ejerciendo como militares o científicos.
Todavía en 2011, la Fiscalía letona investigaba si Herberts Cukurs «había participado en el asesinato de judíos». Como si pudiera dudarse. La familia de Cukurs niega los crímenes, y mantiene un blog en internet donde afirma que la participación del aviador letón en las matanzas «no ha sido nunca probada», y aunque tras el asesinato del viejo piloto su propia esposa admitió los crímenes de Cukurs en la represión nazi contra los comunistas y los letones partidarios de la Unión Soviética, una biznieta de Cukurs, la brasileña Laura Rizzotto (que fue enviada por Letonia para representarla en 2018 en Eurovisión) declaró que estaba orgullosa de su bisabuelo.
Bajo los nuevos gobiernos ultranacionalistas, en Riga se levantó un monumento a los letones de las SS nazis. Vaira Vike-Fraiberga, presidenta de Letonia hasta 2007, hija de un colaboracionista nazi, decidió que continuasen los homenajes a las divisiones letonas de las Waffen-SS pero sin carácter oficial, para evitar críticas en el exterior. Por su parte, Valdis Zatlers, presidente de Letonia hasta 2011, defendió públicamente los actos de homenaje a veteranos nazis: cada año se celebra el 16 de marzo para honrar a las dos divisiones letonas de las Waffen-SS que se enfrentaron al Ejército Rojo en 1944. Por contraste, Letonia condenó por criminal de guerra al partisano comunista Vasili Kónonov, que combatió a las divisiones letonas nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y Elena Kreila, una mujer letona que puso una bandera rusa en su ventana y frases sobre la amistad de Rusia y Letonia, fue condenada a tres años de cárcel. En 2023, con la excusa de la guerra ucraniana, Letonia dio otro paso más, prohibiendo las celebraciones del 9 de mayo (marchas, reuniones, actos) por la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial y la derrota nazi. Estonia, Ucrania y Lituania han tomado decisiones semejantes.
Todavía se encuentran otras secuelas de esas historias de infamia: algunos comprenderán a los asesinos del aviador letón. Después de todo, Cukurs era un asesino nazi, cómplice de Hitler, colaborador en las monstruosas matanzas de Riga, y merecía la muerte: también fueron ajusticiados los criminales de guerra en Núremberg y en el Sugamo tokiota. El hecho de que quienes mataron a Cukurs en Montevideo estuvieran comprometidos con la deportación y las matanzas que los sionistas protagonizaban entonces en Palestina queda en un segundo plano, aunque a veces la historia haga guiños siniestros: en el largo periplo que hizo Cukurs con su esposa en el verano de fuego de 1939, visitó Jan Yunis, la población de Gaza donde hoy los judíos sionistas de Netanyahu protagonizan la matanza de palestinos. Están también quienes, en nuestros días, miran hacia otro lado ante los desfiles de veteranos nazis en el Báltico, ante la comprensión de sus gobiernos hacia aquellos hombres que colaboraron con el nazismo, con la exaltación y los honores que siguen rindiendo a la memoria de Herberts Cukurs. Durante años se han publicado materiales sobre la supuesta injusticia con Cukurs, reivindicando su memoria como héroe nacional letón. Carl Biörsmark realizó una exposición y una película defendiendo al aviador. Se titula, increíblemente, Presunción de inocencia, en muestra de revisionismo histórico y mentiras. Un popular periodista deportivo, Armands Puče, escribió una infame novela, Nunca lo mataréis, que destila nacionalismo y anticomunismo, defendiendo a Cukurs, donde el aviador nazi representa el orgullo y el futuro de Letonia. También, hacen documentales, publican artículos, hablan en televisión. La escritora Baiba Šāberte publicó un libro defendiendo con ardor a Cukurs, y el historiador Andrievs Ezergailis (cuya familia huyó a Alemania cuando el Ejército Rojo liberaba Letonia de los nazis en 1944, y cinco años después a Estados Unidos) escribió The Holocaust in Latvia, 1941-1944, fue condecorado por Letonia y murió en 2022 convertido en un defensor de Cukurs.
Esas circunstancias son conocidas. Efraim Zuroff, un historiador estadounidense que dirige el Centro Simon Wiesenthal en Jerusalén, publicó en 2010 un artículo en The Guardian alertando de las actividades nazis en Letonia y Lituania. Pero los cómplices del nazismo siguen ahí: el anciano Valdas Adamkus, presidente lituano entre 2004 y 2009, luchó junto a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial contra el ejército soviético, después huyó a Alemania y fue captado para los servicios de espionaje de Estados Unidos, país donde vivió durante muchos años antes de su retorno a la nueva Lituania ultranacionalista. Mart Laar, ex primer ministro de Estonia, escribió un par de libros defendiendo a los estonios que lucharon junto a los nazis, y Untsakad, un grupo musical, ha publicado canciones nazis estonias. Allí, celebran anualmente la Marcha de Erna, en homenaje al batallón de las Waffen-SS estonio, con asistencia de ministros del gobierno. No puede extrañar que Trivimi Velliste, que fue ministro de Asuntos Exteriores estonio, considere la colaboración de los estonios con la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial como la «segunda guerra de liberación».
Ni Estados Unidos ni la Unión Europea han expresado críticas ante ello. La comprensión actual de Estados Unidos y sus aliados europeos hacia esa actitud en Letonia, Estonia y Lituania, y en Ucrania, repite la que mantuvieron en la posguerra. Estados Unidos ayudó y armó a los Hermanos del Bosque, grupos guerrilleros de veteranos estonios nazis que actuaron hasta finales de los años cincuenta para hostigar al gobierno soviético. Los criminales nazis pagaron sus culpas en la Unión Soviética y en Polonia, pero en Occidente no fue así, hasta el punto de que a principios de los años sesenta, quince años después del fin de la guerra, los servicios secretos de Estados Unidos, Alemania, Francia y Gran Bretaña calculaban que más de cien mil criminales de guerra nazis estaban en libertad sin que ningún tribunal les molestase. Reinhard Gehlen, el general nazi que fue jefe de la contrainteligencia de la Wehrmacht en territorio soviético durante la guerra, pasó a ser el responsable del servicio secreto de la Alemania occidental. Gehlen tuvo como asistente a la hija de Heinrich Himmler, Gudrun Burwitz, que durante toda su vida asistió a actos y celebraciones nazis, nunca repudió el nazismo, y defendió siempre la actuación de su padre. En junio de 2018, el periódico alemán Bild reveló que la hija de Himmler fue contratada por el Servicio Federal de Inteligencia alemán (BND) en los años sesenta, y Bodo Hechelhammer, responsable del Departamento de Historia del BND, confirmó las revelaciones sobre las actividades de la hija de Himmler en la agencia de inteligencia de la Alemania occidental.
La negación del genocidio por el procedimiento de considerar héroes a asesinos como Cukurs, y valientes luchadores por la independencia a los nazis letones, estonios o lituanos; el adoctrinamiento ultranacionalista impuesto por los gobiernos en todas las estructuras educativas, junto al discurso oficial de equiparar nazismo y comunismo como escudo protector; la filiación familiar que explica muchas veces el arraigo actual del nacionalismo cómplice del nazismo y la simpatía hacia los veteranos de las Waffen-SS, revelan la extendida complicidad en el Báltico con un corpus ideológico que está en el origen de los campos de exterminio, y de la catástrofe que padeció el mundo.
El nacionalismo es un veneno y, en el Báltico, siempre ha estado junto a los nazis. Y sin embargo, pese a la interesada propaganda del turbio nacionalismo de nuestros días, la independencia y la ruptura de lazos con Moscú ha hecho retroceder a todo el Báltico: Estonia, Letonia y Lituania tienen ahora menos población que en 1990 con la Unión Soviética: en aquel año, sumaban unos ocho millones de habitantes; hoy, los tres países apenas suman seis millones. Letonia tenía 2.650.000 habitantes en 1990; hoy, cuenta con 1.871.000. En las dos últimas décadas, Letonia ha perdido el veinte por ciento de su población.
En 2018 el fiscal letón, Monvīds Zelčs, dictaminó que no podían probarse los crímenes de Cukurs durante la ocupación nazi. Afirmó que «más bien, al contrario: se ha obtenido información de que ayudó a varios civiles judíos, arriesgando su propia seguridad y la de su familia, llegando incluso a esconderlos en su casa». Sin citarla, el fiscal hablaba de Miriam Kaicners, y cerró el caso tras doce años de procedimiento «con una sentencia de rehabilitación». Un recurso consiguió la reapertura del caso, pero no puede olvidarse que Letonia nunca ha intentado juzgar a los colaboradores letones de los nazis, pese a la evidencia de los crímenes cometidos.
La historia, o la casualidad, le reservó a Cukurs el calificativo de verdugo o carnicero, pero no fue el único. Junto a él, merecen ese juicio Friedrich Jeckeln, Viktor Arājs, Franz Walter Stahlecker, Heinrich Neurath, Eduard Roschmann. La indigna Riga que recibió con vítores a las tropas de Hitler continúa existiendo, pero la que combatió al nazismo y presenció la horca de Jeckeln en 1946, miles de ciudadanos, también. Una parte de la población del país sigue resistiendo en difíciles condiciones, y sabe que Cukurs no es un héroe letón, pero la canción de Horst Wessel que cantaban las escuadras nazis («Paso libre a los camisas pardas», dice una de sus estrofas) sigue fascinando a demasiados ciudadanos letones.

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