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El fascismo vuelve a casa

Fuentes: Brave New Europe [Imagen: Sede de la CDU en Berlín (el Partido Demócrata Cristiano del canciller Merz): las banderas lo dicen todo. @watermelonmaaan]

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

La UE siempre ha tenido como objetivo librar una guerra de clases contra la democracia y los trabajadores de Europa.

A veces lo que no se ve es tan importante como lo que es visible. En la reciente oleada de protestas masivas de ciudadanos británicos contra el apoyo de su gobierno al holocausto israelí en Gaza y los crímenes de guerra en Cisjordania y otras naciones de Oriente Medio, contra la política de austeridad del Partido Laborista, que afecta principalmente a los pobres, contra la complacencia del gobierno con los intereses corporativos, como en el caso del agua y los ferrocarriles, en detrimento del medio ambiente y del pueblo británico, y contra la represión de quienes defienden los derechos civiles, resulta asombrosa la ausencia de una sola bandera de la Unión Europea (UE). En su día esta bandera fue un símbolo de las políticas autoritarias neoliberales que, para la clase directiva profesional británica y sus descendientes, promovía la Unión Europea, defensora de los valores occidentales. Nadie parece haberse dado cuenta de que, en los últimos años, la bandera de la UE ha sido sustituida discretamente por las banderas de Ucrania e Israel (la estrella de David se está convirtiendo rápidamente en el equivalente moderno de la esvástica).

¿Qué tiene que ver todo esto con el fascismo y la UE? Si analizamos las políticas europeas actuales, resulta sorprendente sus paralelismos con las de la Alemania nazi: un genocidio, una guerra rusófoba, un programa masivo de rearme, una política económica dictada por las corporaciones a costa de la población trabajadora, una maquinaria de propaganda altamente efectiva, la supresión de la libertad de expresión y los derechos civiles para silenciar a la oposición. Respecto a esto último, cualquier alemán diría: “No se me impide ejercer mi libertad de expresión”. Pero cuando se trata de criticar el genocidio de Israel contra los palestinos y la guerra que libra la OTAN en Ucrania contra Rusia, su miedo a la represión es tan grande que jamás ejercerían ese derecho, buscando refugio en la autocensura.

Este miedo es algo que varios países de la UE y Gran Bretaña intentan inculcar entre sus ciudadanos. Con un éxito rotundo en Alemania y un desastre para el gobierno británico, esto demuestra una vez más la magnitud de las diferencias políticas y culturales en Europa y la importancia de la soberanía nacional. El totalitarismo es la única fuerza política que puede unificar Europa.

¿Por qué la UE y Gran Bretaña están adoptando las políticas de la Alemania nazi? Porque esto es lo que siempre han querido las élites europeas. La Segunda Guerra Mundial no solo no salió según lo previsto para Alemania, sino también para la clase dirigente europea. Si nos fijamos en el discurso occidental sobre ese periodo, uno podría creer que el malvado Adolf Hitler impuso su voluntad a la Europa víctima. Todo lo contrario. La Alemania nazi tenía muchos aliados en Europa que también lucharon junto a los alemanes: Italia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Finlandia, Eslovaquia… Luego estaban las naciones que colaboraron con los nazis: la Francia de Vichy, Noruega, Bélgica, Dinamarca y los Países Bajos. A esto hay que añadir las naciones “neutrales” que ayudaron y se beneficiaron de sus relaciones y comercio con el Tercer Reich, como Suecia, Suiza y España. La mayoría de los capitalistas no judíos de Europa prosperaron inicialmente bajo la hegemonía nazi alemana.

Lo que fue decisivo para el apoyo de Europa a la Alemania nazi fue la clase dominante y sus colaboradores administrativos. No fue el holocausto judío lo que más les atraía, aunque aparentemente el antisemitismo era endémico en estos grupos. Lo decisivo fue la promesa de Alemania de destruir el “bolchevismo”. Eso no solo incluía a la Unión Soviética, sino también a los movimientos obreros europeos, ya fueran sindicatos, medios de comunicación o expresiones culturales. Las empresas y la clase dominante europea eran partidarios fanáticos de la solución final para el movimiento obrero, su erradicación en Europa. Como sabemos, en Gran Bretaña también existía una gran simpatía por Hitler dentro de la clase dominante.

Tras la derrota alemana en Stalingrado, que recordó a muchos la derrota de Napoleón en Rusia, y el colapso de la situación económica en el continente, que provocó un aumento de la represión y la explotación por parte de los alemanes incluso entre sus aliados, este apoyo se fue desmoronando poco a poco. Si nos fijamos bien, la autentica resistencia a la Alemania nazi en el continente fue liderada principalmente por miembros de partidos políticos comunistas, no por la clase capitalista dominante, que fue partidaria activa y beneficiaria de su colaboración con el nazismo. La clase capitalista, los gobiernos y las administraciones quedaron desacreditados por su colaboración con la ocupación nazi alemán. La clase capitalista, los gobiernos y la administración quedaron desacreditados por su colaboración con la ocupación alemana.

Con el inicio de la Guerra Fría, todo esto fue dejado de lado por razones propagandísticas. Gran parte de la historia de este periodo parece un cuento de hadas de la factoría Disney. De repente la paternal y benevolente clase dirigente europea supuestamente oprimida por Hitler se convirtió en la heroína creadora de una “nueva Europa”. Impulsada por el pragmatismo de Estados Unidos y su lucha por contener a la Unión Soviética, accedió al establecimiento de la socialdemocracia, por el momento.

El regreso de la hegemonía de la clase dirigente que inicialmente había apoyado con entusiasmo al Tercer Reich ya se estaba iniciando con la recuperación económica europea. La Comunidad Europea del Carbón y del Acero y el Tratado de Roma, que dieron lugar a la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE), integrada por los países centrales del Tercer Reich de Europa Occidental –Alemania, Italia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y Francia (Austria, debido a su neutralidad, no pudo unirse)– en la década de 1950, cuyo objetivo final era, una vez más, crear una economía única en Europa Occidental, marcó la pauta. El Tribunal de Justicia Europeo, creado en 1952, estaba repleto de jueces que habían sido nazis y fascistas. Por cierto, el mismo proceso estaba produciéndose en Alemania Occidental, donde la mayoría de la anterior nomenclatura nazi permanecía en el poder. Y todo esto bajo la apariencia de un fascismo purificado. Como publicó recientemente George Galloway en X, “el fascismo alemán no murió. Se limitó a regresar pintado de verde, de arcoíris y colores pastel”. El último e irrisorio canciller alemán, Friedrich Merz, cree de alguna manera que incorporar más piel morena al fascismo alemán redimirá a su nación.

Con el auge del neoliberalismo y la caída del bloque soviético se abrió el camino para que las élites europeas recuperaran su dominio económico y político completo sobre toda Europa, con la excepción de Rusia, que era completamente inaceptable para la Alemania rusófoba. El Tratado de Maastrich de 1992 no solo incorporó la transformación de la CEE en la Unión Europea y su radical ampliación, sino que también prohibió las políticas “keynesianas” que habían sido habituales en las décadas anteriores. En 1999 se aprobó la introducción del euro, por la cual los estados miembros subordinaban su política fiscal, así como la introducción de las “cuatro libertades de la UE”: el libre movimiento de bienes, capital, servicios y mano de obra dentro de las fronteras de la Unión. En Italia, a esas políticas europeas se las denominó abiertamente “el vincolo esterno” (la restricción externa), introducidas por el poder gobernante tecnocrático de Bruselas, que invocaba las leyes de la UE para impedir que cualquier gobierno progresista pudiera incorporar políticas económicas keynesianas o leyes laborales más liberales. El fascismo es la etapa política final del neoliberalismo, que retira la política económica del control de la democracia representativa.

La UE se había convertido en una entidad al servicio del capital, no de la ciudadanía, como quedó claramente demostrado en 2005, cuando los votantes franceses y holandeses rechazaron la propuesta de constitución europea, algo que la propia Unión ignoró al adoptar prácticamente el mismo documento con la creación del Tratado de Lisboa, que no exigía la aprobación popular de los electores europeos. La prioridad de los intereses del capital quedaba así íntegramente arraigada en la legislación europea. La última vez que se preguntó a la ciudadanía europea lo que pensaba de la UE fue con el Brexit. La celebración de dicho referendo aterrorizó a las élites europeas, conscientes de lo que se avecinaba. La realidad es que para muchos europeos la UE es una potencia tecnocrática y autoritaria que les resulta ajena, que solo tiene contacto con la clase dirigente.

A mediados de la década de 2010 los medios de comunicación y la propia UE comenzaron a referirse a la entonces canciller alemana Angela Merkel como la “líder” de la Unión Europea. Gracias a su dominio financiero durante la Gran Crisis Financiera, Alemania había consolidado su poder dentro de la Unión. El ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäubel, un consumado fascista, dictaba la política económica europea. Nunca fue tan visible este dominio alemán sobre la UE como en el curso de la crisis financiera griega que se prolongó desde 2009 hasta 2015, cuando las decisiones eran dictadas por Berlín. Alemania no solo dominaba la política financiera, sino también la económica, ya que la UE estaba subordinada a las industrias devoradoras de energía alemanas, impulsadas por el petróleo barato adquirido en Rusia, principalmente a través de los oleoductos Nordstream, y al mercantilismo alemán, del cual el resto de la Unión también era una víctima incapaz de protestar. Alemania ignoró repetidamente las leyes y normas de la UE a sabiendas de que las demás naciones europeas no se atreverían a oponerse.

En 2019 los alemanes decidieron apoderarse también del aparato político de la UE. El político teutón Manfred Weber estaba destinado a convertirse en el presidente de la Comisión Europea, otro cargo no electo de la UE, pero como muchos parlamentarios europeos no lo tragaban quedó claro que no era elegible, así que Alemania decidió sustituirlo por Ursula von der Leyen, que no tenía ningún cargo en la UE. El parlamento europeo la aprobó sin más. Podemos suponer que Alemania tuvo que emplear un montón de dinero en sobornos para asegurar su elección. Cabe mencionar que, en aquel entonces, von der Leyen tuvo que ser retirada de Berlín por un escándalo de corrupción cuando era ministra de defensa, escándalo que era casi una copia exacta del actual caso de corrupción de [la empresa farmacéutica estadounidense] Pfizer.

Von der Leyen no tuvo necesidad de introducir la corrupción en la clase parasitaria de la UE en Bruselas. Parece que al menos una vez al año el parlamento europeo se ve sacudido por grandes escándalos de corrupción. Las condenas nunca llegan a producirse. Quien obedece a Berlín está protegido.

La Unión Europea ha recorrido un largo camino desde que recibió el premio Nobel de la Paz en 2012. La UE es solo una cara de la moneda. La otra es la OTAN. Lo que desconoce la mayoría de la gente es que las once naciones del Bloque del Este que se unieron a la UE tuvieron que hacerlo previamente a la OTAN. Esto ha llevado a la afirmación de que la Unión Europea es simplemente la administración civil de la OTAN. La OTAN, que en sus inicios era solo una alianza de defensa, se ha convertido con el tiempo en una fuerza internacional de intervención militar. Libró la guerra contra Serbia en 1999 sin un mandato de la ONU. Tal y como la propia organización declara: “Los aliados de la OTAN entraron en Afganistán en 2001. Desde agosto de 2003, la OTAN lideró la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF)”. La OTAN continúa afirmando que durante los 20 años de ocupación de Afganistán por la OTAN no se produjeron ataques terroristas en suelo aliado desde aquel país. Qué curioso. Ninguna nación europea ni de la OTAN ha sido jamás atacada por Afganistán. Todos los secuestradores del 11-S eran de Oriente Medio, la mayoría de ellos de Arabia Saudí. Estaban liderados por un saudí. En 2011, la OTAN abusó de un mandato de la ONU para imponer una zona de exclusión aérea en Libia con el fin de intervenir directamente. En 2021, los miembros de la OTAN enviaron 21 buques de guerra a aguas asiáticas, donde llevaron a cabo operaciones conjuntas con todas las armadas regionales que Estados Unidos intenta alinear contra la expansión china. En la actualidad la OTAN libra una guerra indirecta en Ucrania, que no es un miembro de la organización atlántica.

La UE también ha tomado la iniciativa en intervenciones militares extranjeras fuera de la OTAN. En 2013, por ejemplo, Alemania autorizó la EUTM Mali (Misión de Entrenamiento de la Unión Europea en Mali) para apaciguar a Francia, que había quedado relegada a un segundo plano en la UE. A pesar de conseguir se independencia en 1960, Mali seguía siendo en la práctica una colonia francesa. Con su costoso arsenal nuclear, Francia no puede permitirse mantener un gran ejército y sufre una persistente escasez de efectivos sobre el terreno, lo que la obligaba a recabar apoyo en su guerra contra los militantes islámicos en Mali. Las fuerzas alemanas ayudaron a Francia en sus misiones de «guerra contra el terrorismo» Serval y Barkhane, utilizando su papel en la misión de estabilización de la MINUSMA en Mali para proporcionar inteligencia a los ataques aéreos franceses. A través de la EUTM Mali, Alemania y muchos otros Estados de la UE entrenaron a las fuerzas malienses para luchar junto a Francia en su guerra. El ex alto representante para asuntos exteriores de la UE Josep Borrell afirmó que la EUTM entrenó al 90% del ejército maliense. Esto significa que fue responsable del entrenamiento de fuerzas que posteriormente cometieron múltiples crímenes de guerra y atrocidades. Todo ello terminó después de un golpe de estado militar que, en 2021, llevó al poder a fuerzas antiimperialistas que derrocaron al gobierno colaboracionista con Francia y luego ordenaron a la EUTM, la MINUSMA y Barkhane que abandonaran el país.

Hoy en día la UE desempeña un papel importante con su apoyo político, económico y militar no solo en la guerra indirecta de la OTAN en Ucrania, sino también en el genocidio de Israel en Gaza. Con las belicista Von der Leyen y la vergonzosa alta representante de la Unión para asuntos exteriores y política de seguridad, Kaja Kallas, la UE ha adoptado de facto el apoyo de Alemania a Israel como Staatsräson (razón de Estado). La increíble hipocresía de la UE en su trato a Rusia e Israel es difícil de creer y ha provocado asombro fuera de las naciones occidentales. Mientras que Putin es, a ojos de la UE, un criminal de guerra y Rusia está cometiendo un genocidio en Ucrania, el holocausto de Israel en Gaza se considera simplemente legítima defensa y Netanyahu, contra quien la Corte Penal Internacional ha dictado una orden de detención por crímenes de guerra, es considerado un honorable jefe de Estado. Lo que estamos presenciando es la adopción por parte de la UE del fascismo humanitario, conocido en Alemania como “política exterior feminista”. Esto ha permitido a la UE convertirse en la excusa para que los Estados miembros y las naciones aliadas no cumplan con el derecho internacional.

Mientras tanto los países de la UE están recurriendo a la austeridad para reducir sus déficits, al tiempo que gastan cada año decenas de miles de millones de euros en apoyo financiero y armamentístico a Ucrania. Además, ahora se espera que los Estados miembros de la UE aumenten radicalmente sus déficits para financiar programas de rearme que exigen aún más austeridad. En el pasado Alemania intentó expropiar los derechos de otras naciones europeas por medios militares. Ahora lo está haciendo a través de la OTAN y la UE. La economía de la UE, liderada por Alemania, está estancada debido a la guerra en Ucrania. Esta no es una guerra contra Rusia. Es una guerra contra la clase trabajadora de la UE.

Una de las principales afirmaciones de la UE es que fortalece a sus Estados miembros al aumentar su poder de negociación. Como bien explica Thomas Fazi: “Durante décadas se ha dicho a los europeos que solo poniendo en común su soberanía en un bloque supranacional podrían ejercer suficiente influencia colectiva para hacer frente a las potencias mundiales. Esto siempre ha sido una conveniente ficción. En realidad ocurre lo contrario: la UE erosiona sistemáticamente la capacidad de las naciones individuales para responder con flexibilidad a los retos internos y externos en función de sus propias prioridades económicas y políticas. Esta mentira quedó al descubierto después de que la UE se viera obligada a aceptar aranceles más elevados por parte de Trump que los que pagaría el Reino Unido. En otras palabras, la UE se ha convertido en un lastre para las economías de muchos Estados miembros.

Esto también ha ocurrido con la importancia de Europa en la geopolítica. Trump ha reducido a Europa a un papel secundario y humillante en sus negociaciones con Rusia sobre la guerra de la OTAN en Ucrania y la seguridad rusa. Ahora los líderes europeos tendrán que averiguar cómo convertir su abismal derrota en Ucrania en una victoria. Tras haber destrozado la diplomacia para reforzar su postura moral, Europa ya no tiene la capacidad de influir en los acontecimientos mundiales.

Con la UE acumulando un fracaso tras otro, la élite liberal autoritaria europea ya no se vio en la necesidad de ofrecer mejoras a sus ciudadanos, dejando caer su máscara y volviendo a la pura y dura búsqueda del poder que siempre había planeado. En estos tiempos difíciles, la UE ha recurrido a las herramientas nazis para dominar políticamente. Ha ejercido presión política y económica sobre las naciones que se desvían de las políticas dictadas por Alemania, como hemos visto en Polonia, Hungría y Eslovaquia, y ha interferido en elecciones libres, como se ha visto recientemente en Rumanía.

En una UE desorganizada, delirante y fragmentada, que está perdiendo rápidamente su legitimidad, solo la represión violenta puede mantener a raya a la población. En este sentido, Gaza es el paradigma y el laboratorio de una nueva etapa del fascismo europeo. Estamos siendo testigos de una violación sistemática de los derechos civiles y de la libertad de expresión. En mayo la UE impuso sanciones a red.media, siendo la primera vez que utilizaba esta arma. Según la UE, red.media ha “difundido sistemáticamente información falsa sobre temas políticamente controvertidos con la intención de crear discordia étnica, política y religiosa entre su público objetivo, predominantemente alemán”. La élite de la UE es consciente de que, por muy malo que sea el presente, el futuro será peor, por lo que se aferra desesperadamente al presente.

La UE, que en su día fue un símbolo del liberalismo europeo y los valores ilustrados, se ha transformado en una institución represiva, autoritaria y, sí, fascista. Si en su día la Alemania nazi lideró el ataque contra la Unión Soviética, los judíos y la clase trabajadora, hoy en día la UE lidera el ataque contra Rusia, los musulmanes y la clase trabajadora. Y al igual que la élite económica europea llevó al continente a la ruina al unir su destino a la visión nazi alemana en la Segunda Guerra Mundial, ahora está haciendo lo mismo.

En el futuro veremos menos banderas de la UE en las manifestaciones, menos fuegos artificiales conmemorativos de la UE y escucharemos menos la Oda a la Alegría de Beethoven. En cambio, la UE seguirá promoviendo la destrucción de la democracia en Europa. El fascismo está volviendo a casa.

Mathew D. Rose es periodista de investigación especializado en la delincuencia política organizada en Alemania y editor de BRAVE NEW EUROPE.

Fuente: https://braveneweurope.com/mathew-d-rose-the-eu-fascism-is-coming-home

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