Es incierto lo que ocurrirá en el Perú el próximo jueves 22 cuando -por segunda vez en 90 días- el Congreso de la República vote una moción estableciendo la vacancia de la Presidencia de la República por «incapacidad moral permanente» de quien hoy detenta la función. Se trata -y esto lo sabe el país- de […]
Es incierto lo que ocurrirá en el Perú el próximo jueves 22 cuando -por segunda vez en 90 días- el Congreso de la República vote una moción estableciendo la vacancia de la Presidencia de la República por «incapacidad moral permanente» de quien hoy detenta la función. Se trata -y esto lo sabe el país- de una lucha que se asemeja al que suelen librar los escorpiones con las tarántulas, cuando se trata de establecer una precaria e inconsistente supremacía.
Si la moción multipartidaria presentada exigiendo la Vacancia Presidencial obtiene 87 votos, será aproada, y el Jefe del Estado deberá cesar en sus funciones. Por línea constitucional, asumirá el cargo el Primer Vice Presidente, Martín Vizcarra o, en su defecto, la Segunda Vice Presidente Mercedes Araoz. Si ambos declinasen la responsabilidad, la conducción del Ejecutivo quedará en manos del Congreso y su actual Presidente, el fujimorista Luis Galarreta convocará nuevas elecciones.
Si, por el contrario, la moción no obtiene los 87 votos requeridos, se considerará rechazada; y PPK continuara en sus funciones hasta nuevo aviso, o incluso hasta el 2021.
En verdad, ni una ni otra «salida», cambiará para nada el escenario nacional. Y es que las fuerzas en disputa, realmente están -ambas- completamente descalificadas, «incapacitadas moralmente de modo permanente». Por eso, a más de un ingenioso observador del escenario peruano se le ocurrió sugerir que la cita celebrada en Palacio de Gobierno el pasado viernes, entre la Comisión Investigadora Parlamentaria y el Presidente Kuzcynski, fue algo así como un encuentro entre «Los Malditos de San Jacinto» y el Jefe de «Los Injertos», aludiendo a las dos bandas delictivas más letales y mejor organizadas. que operan actualmente en el país.
Y es que realmente, el pueblo peruano ya le ha perdido completamente el respeto a una u otra facción de las que hoy se disputan el control de los instrumentos del Poder. Las confesiones entregadas recientemente por Jorge Barata ante los fiscales peruanos en Sao Paulo, no ha hecho sino confirmar lo que el común de los peruanos asegura hace ya mucho tiempo: todos los exponentes de la Clase Dominante están minados por las prácticas corruptas que les han tomado -como una Metástasis- hasta los huesos.
Lo que diferencia a uno de otros no es, entonces, saber cuán podridos están; sino simplemente determinar cómo unos u otros escapan de la ley o se atienen a las consecuencias de sus acciones. Por lo pronto, Ollanta Humala y Nadine Heredia -acusados de haber recibido tres millones de dólares del Partido de los Trabajadores de Brasil, vìa Odebrecht- están presos desde hace más de 8 meses, en tanto que todos los otros-acusados del mismo delito y con el agravante de haber recibido coimas para la concreción de obras- mantienen hoy «perfil bajo», y gozan de la mayor impunidad. Es el caso de Alan García y Keiko Fujimori, ambos situados en la primera fila de los acusados por delitos de corrupción. Curiosamente sus seguidores, allegados y proyectores, serán quienes decidirán que PPK sufre de «incapacidad moral permanente».
¿Alguien podría considerar, por ejemplo, a Héctor Becerril, Lourdes Alcorta, Santiago Salaverrry o Mauricio Mulder, moralmente idóneos para dictar cátedra de ello en el plano político? ¿Alguien por ventura podría considerar Luz Salgado, Cecilia Chacón o Velásquez Quesquén, legítimos modelos de moralidad y autorizarlos a actuar -a partir de allí- como porta estandartes de la voluntad de los peruanos? Nadie en su sano juicio podría considerar al medio centenar de congresistas acusados de manera fehaciente y documentada de falsificar títulos y grados, certificados y constancias, a más de muchos otros documentos; como los «moralizadores» prestos a sentar jurisprudencia en la materia.
Es claro que en el tema, acusados y acusadores están envueltos en similar miasma; o, si se quiere, habitan el mismo depósito de desperdicios que bien puede pasar al olvido sin dejar la menor huella de solvencia moral en nuestro suelo.
Hace algunas semanas el Presidente de Venezuela Nicolás Maduro Moros, aludiendo a la » «voluntad» de los gobernantes peruanos de no permitirle estar en la Cumbre de las Américas en abril próximo; dijo entre socarrón y risueño: «creo que quien no va a llegar a la Cumbre, es PPK». Y está a un tris de acertar, por cierto.
Los peruanos, sin embargo, tienen sus opiniones divididas pero no por PPK o sus adversarios de hoy, sino por Nicolás Maduro Unos -atosigados por la prensa reaccionaria que sustenta la monserga aquella de «la dictadura chavista», no quieren ni oír hablar del Jefe de Estado Venezolano; en tanto que otros -los trabajadores, los jóvenes, las mujeres y otros segmentos populares; se aprestan a darle al compatriota de Bolívar la más calurosa recepción. Pero para unos y otros, es casi lo mismo que quien reciba a los dignatarios visitantes sea Kuzczynski, Vizcarra, Galarreta, o quien fuere. Ninguno de ellos, representa realmente a los peruanos. Un Conserje de Palacio, lo haría mejor.
Es claro que el desenlace ya está cantado. Cualquiera sea el resultado de la votación del día jueves, la gente sabe que los que gobiernan, no representan a nadie. Y bien harían en irse con su música a otra parte; porque aquí, ya se les conoce.
Por eso, si alguna novedad se registrara, ella podría partir de la base social, del pueblo mismo, de la ciudadanía, que ese día, en las calles exigirá más bien que se vayan todos: Presidente. Ministros, congresistas y dirigentes de partidos metidos hasta el cuello en la olla podría que destaparan Marcelo Odebrecht y Jorge Barata, recientemente.
A todos los comprometidos en los desaguisados que el país conoce, habría que recordarles algo que nuestro inigualable Manuel González Prada, afirmara hace algo más de cien años: «Nada debe sorprendernos en un país donde la corrupción corre a chorro continuo, donde se vive en verdadera bancarrota moral. Donde los hombres se han convertido no solo en mercenarios, sino en mercancías sujetas a las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Una conciencia se vende y se revende hoy en el Perú, como se vende o se revende un caballo, un automóvil o un mueble. Admira que en las cotizaciones de la Bolsa, no figure el precio corriente de un ministro, de un juez, de un parlamentario, o de un regidor, de un prefecto de un coronel o de un periodista».
Ese Perú, es el que está legando a las nuevas generaciones la clase dominante. De sus escombros humeantes, habrá de surgir las cenizas que vertebren la recuperación nacional. Esa es la tarea de los pueblos.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera.
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