En marzo de 2000, durante el Consejo Europeo de Lisboa, se estableció un nuevo objetivo estratégico para la siguiente década: » convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con mayor cohesión social » (Conclusiones de […]
En marzo de 2000, durante el Consejo Europeo de Lisboa, se estableció un nuevo objetivo estratégico para la siguiente década: » convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con mayor cohesión social » (Conclusiones de la Presidencia). Años más tarde, en el documento Decisión 1098/2008 del Parlamento Europeo y del Consejo de 22 de octubre de 2008, se afirma que en la Unión Europea existen 78 millones de personas (de las que 19 millones son niños y niñas) en riesgo de caer en la pobreza.
El informe Global Employment Trends For Youth (OIT, 2010) sostiene que la actual crisis económica global ha fragilizado aún más la relación de los jóvenes con el mercado laboral. Incluso hemos escuchado al peligroso sociópata llamado Dominique Strauss Kahn hablar compungidamente de una «generación perdida». El documento Working Poor, publicado por Eurofund (2010), pone de relieve que, para una parte importante de la población europea (el 8% de la población ocupada en 2007 caía bajo la denominación de «trabajador pobre») ni siquiera la obtención de ingresos regulares, dentro del sistema formal del trabajo, sirve de garantía contra la pobreza y la exclusión social.
Por continuar con este jovial tono, la Comisión Europea (informe de 2009 sobre la situación y tendencias clave en España) afirmaba que a pesar del fuerte crecimiento económico de los últimos años, el número de personas por debajo del umbral de riesgo de pobreza se situaba en 2007 en torno al 20% (16% como media en la UE), una pobreza que amenaza especialmente a la infancia, tercera edad y mujeres.
Ante esta situación, los líderes-con-visión de los mundos político y económico piden austeridad, recortes en los gastos sociales, más reformas liberalizadoras en la educación y la sanidad, reformas laborales; la problemática ambiental queda diferida ad calendas graecas. Perrunamente, a la sombra de sus amos, «esos hombres que aún sonríen como ventanas rotas» (Gil de Biedma) exigen sacrificios, apretarse más el cinturón (cada vez más soga y menos cinturón), tener paciencia, ser más pobres hoy para ser más ricos mañana. Son «los hombres viejos» de los que nos hablaba Miguel Hernández [1] : «Porque se ponen huecos igual que las gallinas / para eructar sandeces creyéndose profundos: / porque para pensar entran en las letrinas, / en abismos rellenos de folios moribundos. […] Retretes de elegancia, cagan correctamente: / hijos de puta ansiosos de politiquerías, / publicidad y bombo, se corrigen la frente / y preparan el gesto de las fotografías. […] A veces de la mala digestión de estos cuervos / que quieren imponernos su vejez, su idioma, / que quieren que seamos lenguas esclavas, siervos, / dependen muchas vidas con signo de paloma.»
El piquete del miedo bate con fuerza sus negras alas: si se osa poner un palito en la rueda de la rentabilidad capitalista, caerán el IBEX 35, el Producto Interior Bruto, las Siete Plagas de Egipto y el cólico nefrítico sobre todos nosotros. Con indignación ensayada ante el espejo, los ojos entornados y ademán docto afirman: «no hay alternativa». El capitalismo y sus sicarios le darán la vuelta al mundo como a un guante; durante todos los días del año maquinan con demoníaca minuciosidad el desesperado aumento de las ganancias y la ruina del ser humano y la naturaleza. El trabajo sólo puede temblar y obedecer. Gritemos a las insoportables plañideras mediáticas de la patronal, con Labordeta: ¡¡¡a la mierda!!!
La huelga tiene que ser un éxito; y, ante todo, debe ser la gente más joven la que inicie, a partir de ese día, algo así como una necesaria alfabetización en historia del movimiento obrero, un sacudirse de encima el imaginario capitalista de la sociedad de consumo. «Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente, / los que entienden la vida por un botín sangriento, / como tiburones, voracidad y diente, / panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.» («El hambre») La huelga tiene que triunfar, «porque, sabed: llevamos mucha verdad metida / dentro del corazón, sangrando por la boca: / y os vencerá la férrea juventud de la vida, / pues para tanta fuerza tanta maldad es poca.» («Los hombres viejos»).
No es que «los mercados» (esas entidades -como las pulsiones freudianas- «míticas, grandiosas en su indeterminación») pongan de rodillas a los gobiernos del mundo; es que si fracasan las movilizaciones, directa y mafiosamente les partirán las piernas. Como en los años 30, se hace cada vez más patente el choque entre la estructura de la sociedad y las fuerzas de producción; entre la soberanía política de los pueblos y el poder económico de las minorías privilegiadas. El curso que sigan las cosas tras el impacto dependerá del grado de organización de la clase trabajadora.
[1] Desde aquí todas las citas pertenecen a poemas del libro El hombre acecha, de este autor.
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