¿Por qué muchas de nuestras abuelas, durante la primera Colonia, al saberse embarazadas, prefirieron abortar a sus criaturas, como un acto de resistencia? ¿Por qué muchas estatuas de la Virgen María o de los santos, esculpidos por artistas indígenas, llevaban escondido en sus adentros nuestras wakas (estatuillas de deidades nativos)?… son preguntas que externalizan las […]
¿Por qué muchas de nuestras abuelas, durante la primera Colonia, al saberse embarazadas, prefirieron abortar a sus criaturas, como un acto de resistencia? ¿Por qué muchas estatuas de la Virgen María o de los santos, esculpidos por artistas indígenas, llevaban escondido en sus adentros nuestras wakas (estatuillas de deidades nativos)?… son preguntas que externalizan las resistencias creativas y fecundas emprendidas por nuestros abuel@s desde hace varios siglos.
Ell@s no asumieron la resistencia como la «capacidad de aguante» premiada como una virtud sublime de un buen cristiano. La resistencia no fue un acto folclórico reducido a los selfies de cada 12 de octubre. Para ell@s, la resistencia fue una virtud cotidiana existencial. Era un estilo de vida que le quitaba el sueño al opresor
Y, para nosotr@s, herederos de las y los sobrevivientes al holocausto indígena en Abya Yala, ¿cuáles son los retos y desafíos que nos deja esta resistencia de más de cinco siglos?.
Resistencia económica. Necesitamos transitar de la resistencia discursiva (en las oficiales fechas permitidas) a la resistencia económica. El Dios Mercado, y sus ministros (los ricos), se mantienen gracias a lo que Ud. y yo consumimos irreflexivamente y pagamos por ello.
Dejemos de consumir progresivamente sus productos, de creer en su mentirosa publicidad comercial, y la carga sobre nuestras espaladas serán cada vez más ligeras, y nuestros caminos de liberación menos empinados.
Ellos son ricos y poderosos porque nosotr@s centavo a centavo le damos el poco dinero que tenemos a cambio de sus productos en los mercados. Y, la gran mayoría de esos productos (alimenticios, farmacéuticos, estéticos, etc.) están hechos para perpetuarnos como enfermos y dependientes del rico y de sus productos.
Podemos y debemos producir y consumir lo nuestro. Prevenir las enfermedades con la medicina ancestral. Urge re encantarnos con la Madre Tierra y volver a las plantas, sin excluir los aportes positivos de la ciencia médica moderna.
Resistencia religiosa/espiritual. La mayor desgracia que el invasor/colonizador sembró en los núcleos culturales de nuestros pueblos es la idea del Dios obediente y manso hasta la cruz. Y, en consecuencia, el indígena bautizado, para ser aceptado como buen cristiano ha de practicar la obediencia y la mansedumbre hasta la muerte. Por ello muchos indígenas cristianos, cuanto más aplastados por el rico, se sienten más bendecidos por Dios.
Los blancos vinieron con su Biblia y su Dios, y con esas dos herramientas nos extirparon nuestra alma, el alma de nuestros pueblos. Y desde entonces, subsistimos mirando al lejano cielo, agradecidos por nuestras desgracias terrenales.
Y ellos, sin Dios y sin Biblia, se banquetean el presente y el futuro nuestro y el de nuestros retoños.
Así, no podemos, ni debemos de seguir. Es un imperativo existencial que las espiritualidades indígenas abandonen la comodidad del espiritualismo «apolítico» y se comprometan a caminar por los caminos de liberación con nuestros pueblos. Espiritualidad indígena que se abstrae de las luchas sociopolíticas es un espiritualismo terapéutico, o un negocio de subsistencia. Urge decolonizar las espiritualidades indígenas.
Resistencia cultural. Aprendimos e idealizamos los vicios del colonizador como sublimes virtudes. Mediante su moral y su estética nos inculcaron lo que era bueno y bonito, y resultamos siendo nosotros los «impresentables» y «malos». Desde entonces, nos esforzamos (competimos entre nosotros) para ser «buenos» y «bonitos» como ellos. Nos esforzamos por hablar, consumir, vestir, valorar, sentir, explotar/destruir como ellos.
Es importante estudiar las disciplinas del conocimiento occidental. Pero, es perverso tener los títulos o conocimientos occidentales para alardear supremacía cultural sobre los nuestros, despreciar los destellos de las ciencias y tecnologías nuestras. El racismo intelectual es lo más vulgar entre las y los indígenas.
La cultura de la resistencia activa y creativa nos debe liberar del machismo que nos habita, del desprecio cotidiano a los nuestros (racismo), del mercantilismo deseado, y del especismo que nos inyecta la falsa conciencia de ser los humanos los únicos sujetos con derechos en el planeta, en detrimento de los otros seres.
Necesitamos resignificar nuestras categorías culturales propias e interculturales para sospechar y desvirtuar las hegemonías simbólicas y materiales aprehendidas.
Resistencia política. Necesitamos transitar de las resistencias folclóricas culturalistas, hacia las resistencias para la construcción/disputa del poder político hegemónico. Transitar de la defensa y el ejercicio de los derechos culturales hacia el ejercicio de los derechos de la autodeterminación política.
No podemos decir que somos pueblos en resistencia y sentirnos cómodos con los estados naciones criollos que nos despojaron/despojan en nuestros territorios. Esos estados no son nuestros.
La resistencia política implica abandonar los símbolos patrios criollos asumidos como nuestros, y comenzar a resignificar nuevos símbolos políticos que nos represente a tod@s.
Dejar de sentirnos cómodos y orgullosos de los gentilicios nacionales que nos impusieron los criollos. Implica platear y emprender procesos emancipatorios para la construcción de estados plurinacionales, incluso rompiendo las fronteras de los actuales estados nacionales. Implica construir nuestros propios instrumentos políticos para disputarles el poder electoralmente, y acelerar los cambios estructurales desde los espacios de poder.
Resistencia social. Asumimos que el individuo debe primar sobre la comunidad. Y, en consecuencia, nos encaminamos a la competencia individualista con los «nuestros » y con los «otros», sacrificando la cooperación y los códigos comunitarios que preservaron la vida por miles de años.
Nos legaron la ilusión por los títulos académicos (cual si fueran títulos feudales). Y, competimos entre nosotros por alcanzar dichos títulos, creídos que per se la obtención de dichos papiros nos ascenderán socialmente, o nos garantizarán pleno empleo. Y, en base a esos papiros valoramos a los nuestros.
Necesitamos reinventar/fortalecer la comunidad. Transitar de la competencia hacia la cooperación. Sospechar de los fetiches sociales criollos, e imaginar un mundo donde la comunidad cósmica sea el centro y el fin de nuestra existencia, y así, estaremos superando el antropocentrismo construido sobre el monoteísmo.
Estas resistencias, en ningún momento implica abandonar todas las bondades del conocimiento y las tecnologías modernas. Podemos y debemos utilizar todo ello, pero sin caer en la patológica obsesión del consumismo espectacular.
En otros términos, el reto del camino de la resistencia en los diferentes flancos implica también un camino gradual y honesto hacia adentro en cada uno de nosotr@s. Porque el colonizador nos habita, y lo amamos en alguna medida.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.