La expansión de la soja en el campo uruguayo es avasallante. Lo que también se llama sojización del agro. Todas las notas periodísticas o enfoques técnicos sobre el tema hablan de que el avance de la frontera agrícola sojera respecto de las áreas de cultivo a principios de la década (y del siglo) se ha […]
La expansión de la soja en el campo uruguayo es avasallante. Lo que también se llama sojización del agro.
Todas las notas periodísticas o enfoques técnicos sobre el tema hablan de que el avance de la frontera agrícola sojera respecto de las áreas de cultivo a principios de la década (y del siglo) se ha multiplicado por 50, hacia 2007, por 100 hacia 2009…
Todas son también contestes en que el implante sojero ha significado un enorme agrandamiento del dinero con él vinculado. En resumen, una enorme monetarización de la producción agropecuaria.
Y la prensa adicta «expone» todos estos datos como si se tratara de «avances», «desarrollos», «adelantos». Que sería lo que habría que probar. Por ejemplo, la monetarización de la agricultura puede esconder que la economía tradicional, previa a la sojización, intercambiaba más productos, más alimentos, pero lo hacía con menos cash. Es apenas una hipótesis, pero bastante verosímil, si uno conoce en qué consiste la llamada economía agraria «tradicional».
Pero sin entrar al análisis de muchos errores y escamoteos en el material que circula exaltando el avance sojero, o en todo caso, cuidándose de criticarlo, podemos decir, con rigor histórico, que Argentina le lleva al Uruguay unos cinco años de diferencia. En el sentido que lo que arranca como furor en 2002 en Uruguay, había arrancado con similar empuje en Argentina desde 1996.
Con lo cual, algunos fenómenos que en Argentina no se reconocían, al menos públicamente a mediados de esta década que termina, rompen ahora los ojos. Así, podríamos decir −siguiendo el viejo adagio de que cuando veas las barbas de tu vecino arder (aunque al parecer son las bardas), más vale que pongas las tuyas en remojo− que a los orientales más les valdría no ser sólo valientes sino también ilustrarse, ya que tienen el espejo enfrente.
En agosto de este año de 2010 se reunió el Primer Congreso de Médicos de Pueblos Fumigados, en Córdoba. La cantidad de malformaciones congénitas, de trastornos respiratorios, de anemias, alergias y hasta de cánceres, empieza a ser inocultable en el territorio argentino, por lo menos en los territorios de las provincias más sojeras del país, como la misma Córdoba, pero también Entre Ríos, Santa Fe, Buenos Aires.
A mediados de 2009, el investigador del CONICET (Consejo Nacional de Ciencia y Técnica de la Argentina, ¿equivalente aproximado al LATU?) Andrés Carrasco expuso públicamente el resultado de sus investigaciones de años sobre los efectos teratogénicos, cancerígenos, de alteraciones endócrinas y otra serie de enfermedades temibles ocasionadas por el glifosato sobre vertebrados, es decir sobre animales con muchísimo en común con nosotros (y con nuestra ganadería, por ejemplo).
Algo en sí gravísimo, aunque el ministro K del gobierno argentino, Lino Barañao, lo haya desautorizado públicamente. Y doblemente grave porque ya en 2005, el investigador francés Gilles-Eric Seralini había llegado exactamente a las mismas conclusiones. En ambas investigaciones se usaron milésimas y hasta cienmilésimas partes de las dosis de glifosato habituales en usos agrarios y así y todo se revelaba su potente patogenicidad.
Por eso, leer en El País, de Montevideo, el «glifosato, uno de los herbicidas más amigables con el ambiente» 1 resulta penoso y da vergüenza ajena.
Los mismos autores, revelando su condición de polea de transmisión de los enunciados corporativos del tándem Monsanto y Ministerio de Agricultura de EE.UU. (USDA), que celosamente omiten, nos quieren hacer creer que la soja y sus desarrollos transgénicos «abren un horizonte de oportunidades para todos», cuando todos los estudios de campo nos revelan claramente que el «modelo de la soja» es una forma muy marcada de contrarreforma agraria, es decir de exclusión de campesinos y trabajadores rurales.
Los partidarios del «paquete tecnológico» de la soja transgénica, RR, que incluye necesariamente al biocida (Round Up, constituido por glifosato, un surfactante, POEA y una serie de biocidas «aliados») han alegado que «usado con propiedad, es absolutamente inocuo». Esa frase hecha proviene, aunque no se diga, de Monsanto, su productor inicial y su gran usufructuario. Sus jerarcas siempre aclaran que a diferencia de otros biocidas −que como lo expresa su propio nombre, matan− éste, con licencia para hacerlo, sin embargo, no lo haría.
¿De dónde proviene tamaña «verdad»? «En 1996 Monsanto fue acusado de falsedad y publicidad engañosa de los productos derivados del glifosato, acarreando una demanda judicial iniciada por el fiscal general del Estado de Nueva York. Y en Francia, en el 2001 se le hizo, también a Monsanto, un juicio similar. En enero de 2007, Monsanto fue declarado culpable de publicidad engañosa por presentar al Roundup como biodegradable y alegar que el suelo permanecía limpio después de su uso.2
Con semejantes juicios ya consolidados en varios sitios, llama la atención la actitud panglossiana que impera en algunos circuitos mediáticos del Uruguay.
Quede un examen de los factores en juego para una próxima oportunidad.
Notas:
1 «El gato tiene cuatro patas», El País Agropecuario», abril 2006.
2 Véase glifosato en wikipedia.
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