Viernes 13 es el día de la mala suerte en la cultura anglosajona y, claramente, ha sido un día de pesadilla para el Gobierno irlandés. Lo inimaginable ha ocurrido en Irlanda, el único estado de la Unión Europea en el que los ciudadanos han podido votar, ya que el resultado muestra un claro rechazo al Tratado de Lisboa y a la reforma de la UE.
Desde que se abrieron las urnas a primera hora de la mañana ya se sospechaba que las encuestas en los colegios electorales se habían equivocado: O la supuesta mayoría de votos en apoyo del Tratado de Lisboa se había trasmutado durante la noche, o los entrevistadores le habían preguntado a los votantes equivocados. El hecho es que el número de papeletas con un rotundo «no» al Tratado de Lisboa superaba claramente a aquellas a favor de ese documento, aunque el resultado final refleja la generalidad, pero no el detalle. Los porcentajes -53,4% en contra y 46,6% a favor- no llegan a expresar la acumulación de sorpresas que han producido estos datos.
Laois Offaly, el distrito electoral del primer ministro irlandés, Brian Cowen, fue el último en el recuento y dio como resultado un apoyo al Tratado. Pero para entonces todo estaba ya perdido. El «no» había ganado en la Irlanda rural y en las zonas obreras de la urbana, con tan sólo diez distritos electorales votando a favor del Tratado.
Fue en la región de Dublín donde el resultado fue más apretado, con el «no» ganando por tan sólo dos puntos, mientras que en Connacht/Ulster, los opositores al Tratado obtuvieron el 57% de los votos.
En los resultados se adivina la mano de los agricultores, que han hecho oídos sordos a los llamamientos de la Asociación de Agricultores Irlandeses (IFA) y han hecho del referéndum sobre el Tratado de Lisboa la clave del rechazo a la política agrícola impuesta desde la UE y, particularmente, contra su comisario, Peter Mandelson, así como al contenido de su acuerdo con el Organización Mundial de Comercio (OMC). Lo mismo ha ocurrido en los puertos pesqueros. Los pescadores iniciaron su protesta a finales de mayo y la han mantenido en las urnas.
Además, el hecho de que la confederación de sindicatos pidiera el voto a favor del Tratado, cuando las principales centrales se oponían a éste, se ha reflejado en las áreas obreras, donde el voto ha sido mayoritariamente contrario al Tratado, ya que, pese a su contenido en materia de derechos, socava el progreso social con una creciente presencia decisoria del conservador Tribunal Europeo, y deja vislumbrar una amenaza a los servicios públicos con la introducción de nuevas medidas para forzar la competitividad en ámbitos como la sanidad y la educación.
Excusas
En cuanto se adivinó que el barco del Tratado de Lisboa se hundía, empezaron a escasear en los centros de recuento los representantes políticos de los principales partidos en el Gobierno y la oposición que lo habían apoyado. E, inevitablemente, surgieron las excusas y acusaciones.
La oposición dice que Fianna Fáil estaba más interesado en la elección de un nuevo líder tras la marcha de Bertie Ahern que en hacer campaña, mientras que obviaba que ella tampoco habían logrado los resultados esperados en aquellas áreas electorales en las que posee una mayoría de los votos en las elecciones parlamentarias.
Desde el Gobierno, se prefería simplificar las causas de este resultado. El ministro de Asuntos Exteriores, Micheál Martin -que se desdobló como director de campaña del referéndum para el principal partido en la coalición de Gobierno, Fianna Fáil-, apuntaba a que los votantes se opusieron al Tratado por su desconocimiento del documento, mientras que eludió mencionar que fue el Ejecutivo el que decidió no distribuir copias del mismo entre los ciudadanos. En la zona que Martin representa, el Tratado fue rechazado por más de un 55% del electorado.
Las opositores al Tratado, que durante la mañana habían mantenido una actitud de cautela, empezaron a celebrarlo pasadas las 17.15 de la tarde, cuando se confirmó el resultado final, en una jornada que fue fiel reflejo de lo que había sido la campaña, y que el líder de Sinn Féin, Gerry Adams, describió acertadamente como un «David contra Goliat».
Desde el ámbito del «no» se espera que el primer ministro Cowen traslade esta lección a Europa. Como apuntaba el fundador del grupo Libertas, Declan Ganley, lo que se ha vivido en Irlanda es «democracia en acción, y Europa necesita escuchar la voz del pueblo».
Ganley añadió que Cowen tiene el mandato del pueblo para «volver a Europa» y renegociar el Tratado. Y aunque ya se está planteando la posibilidad de un nuevo referéndum, como ocurrió en 2002 después de que los irlandeses rechazaran el Tratado de Niza en 2001, la decisión será difícil de justificar para el Gobierno, ya que la participación -tan sólo un 32% en 2001- ha alcanzado esta vez el 53%.
Para la que fuera europarlamentaria del partido Verde, Patricia McKenna, que hizo campaña contra el Tratado a pesar de que su partido, ahora en el Gobierno de Dublín, decidió apoyar el documento, el déficit democrático es una de las claves del resultado, ya que «los ciudadanos no quieren que la élite política en Bruselas se haga con su poder».
Una lección para los gobiernos europeos y para la propia Unión
Tan segura parecía la victoria del «sí» en el referéndum sobre el Tratado de Lisboa que una de las casas de apuestas más importantes de Irlanda, Paddypower, decidió pagar a aquellos que habían apostado a que los votantes irlandeses darían un aprobado al Tratado de Lisboa antes incluso del recuento. Ayer, Paddypower admitía que había cometido un error por valor de 80.000 euros y procedía a pagar otros 100.000 a aquellos que habían apostado por el «no».
Y si ése ha sido el costo del referéndum para Paddypower, ayer también era la hora para evaluar el costo para aquellos partidos políticos y organizaciones sindicales que hicieron campaña a favor del Tratado. Particularmente, para el primer ministro irlandés Brian Cowen -que encara su primera cumbre europea con el resultado de la consulta sobre sus hombros- y para los líderes de Verdes, Laboristas y Fine Gael, a los que los votantes han dado la espalda en esta votación.
Durante la rueda de prensa que siguió a la difusión del resultado, que Cowen definió como «una desilusión», el primer ministro irlandés manifestó su preocupación sobre las implicaciones que este rechazo podría tener para Irlanda. El ministro de Justicia, Brian Lenihan, afirmó que «Irlanda ha perdido influencia en Europa» a raíz del «no» al Tratado.
El Gobierno irlandés ya puede adivinar el enfado de sus colegas europeos, que claramente cuestionarán la sabiduría de plantear referéndum en lugar de sopesar la calidad del contenido del Tratado. Pero para aquellos que desean que se siga el modelo irlandés en Europa y se someta el contenido del documento de Lisboa al voto ciudadano, lo ocurrido ayer en Irlanda es una expresión de esperanza. «Han dado un golpe a favor de la libertad en toda Europa. Verdaderamente, hoy, todos somos irlandeses», aseguró el eurodiputado conservador británico Daniel Hanna. En la misma línea se expresó el laborista Tony Benn, que también pertenece al grupo de los críticos que exigen al británico Gordon Brown un referéndum.
Además, el resultado arroja lecciones para los socios de Gobierno de Fianna Fail y, especialmente, para los Verdes. Los Verdes apoyan, por primera vez, un tratado europeo coincidiendo con su entrada en el Ejecutivo. La derrota, y particularmente el 61% de los sufragios negativos registrado en el área electoral de su líder, el ministro de Medio Ambiente, John Gormley, lleva consigo una clara advertencia: Hay escuchar a las bases y a políticos dedicados como la ex europarlamentaria Patricia McKenna, que tuvo que aliarse con un grupo cívico, el Movimiento del Pueblo, para defender su oposición a Lisboa.