Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y en especial a partir de la década de 1960, el distrito berlinés de Kreuzberg es un crisol de culturas: sus residentes proceden de los Balcanes, la cuenca del Mediterráneo, África, Asia, Europa central y América Latina.
Siguiendo esta tradición, el jardín urbano situado en la Moritzplatz, en el corazón de Kreuzberg, cultiva hoy día tomates de la India, de Turquía, de Marruecos e incluso de Rusia, perejil de Italia, Grecia y Japón, papas de África y de los Andes, y menta y hierbabuena de todas partes de la Tierra. Es uno de los primeros proyectos berlineses de agricultura en la ciudad.
«Muchas veces las semillas de nuestras hortalizas nos las regalan nuestros vecinos cuando regresan de viaje de sus países de origen», dijo a Tierramérica uno de los fundadores y coordinadores del proyecto, Robert Shaw. «En otras ocasiones encargamos las semillas por catálogo».
Shaw, cineasta documental de profesión, y el fotógrafo Marco Clausen comenzaron la huerta en el verano boreal de 2009, limpiando un terreno comunal de unos 6.000 metros cuadrados situado junto a Moritzplatz y que permanecía baldío desde hacía décadas.
«Con la ayuda de vecinos y amigos recolectamos dos toneladas de basura acumuladas en el terreno desde muchos años», contó Shaw.
Tras un viaje a Cuba, donde Shaw conoció el desarrollo de la agricultura urbana en La Habana, el cineasta y Clausen concibieron «el jardín de las princesas» (Prinzessinnengarten), llamado así por el nombre de la calle donde está situado, la Prinzessinnenstrasse, como un proyecto comunal en el que todos los vecinos pueden participar.
La situación de este tipo de agricultura en Cuba es muy distinta. Sólo en el primer trimestre de 2010, los huertos y parcelas urbanas produjeron 362.608 toneladas de vegetales y emplean a unas 300.000 personas. A partir del éxito de esta producción, el gobierno prepara un gran plan de cultivos suburbanos en un intento de reducir la importación de alimentos y acercarse a la soberanía alimentaria.
En Moritzplatz, mientras tanto, «la huerta no es propiedad de nadie,» explicó Shaw. «Nosotros la administramos, pero puede participar quien quiera, pues el objetivo es proveer de verduras orgánicas producidas localmente a la población del distrito y promover un trabajo comunitario y de rescate de tradiciones de agricultura orgánica olvidadas en una ciudad como Berlín».
Esta gestión permite que cualquiera que labore aquí obtenga, como remuneración, hortalizas y hierbas a precios menores en promedio a los que ofrece el mercado local. En la huerta no se utilizan insumos químicos y, puesto que sus productos se consumen en la zona, se reducen o eliminan los costos de transporte y las emisiones de dióxido de carbono que éste conlleva.
Durante el invierno, el jardín se muda a un antiguo mercado cubierto, recién remodelado y que sirve de centro comunitario.
Además del jardín y huerta, donde se plantan 15 variedades de papas, otras tantas de tomates, 10 de zanahorias y de calabazas, varias de col y remolacha y numerosas hierbas, como perejil, menta, ajedrea, albahaca y cilantro, el Prinzessinnengarten incluye también un café y un restaurante en el que una cocinera japonesa prepara sopas y otros platillos, utilizando únicamente las hortalizas del lugar.
El equipo de Shaw y Clausen también coopera con proyectos similares en otras ciudades alemanas y en el extranjero, organiza seminarios con universidades y aconseja a organizaciones asentadas en Berlín en la remodelación de sus jardines y espacios verdes.
«Nuestra premisa es que todos pueden aprender de todos», dijo Shaw, quien, según sus propias palabras, heredó su amor por la horticultura de su abuela, «obsesionada por la autosuficiencia alimentaria tras la experiencia de la guerra».
El Prinzessinnengarten es uno entre muchos proyectos de agricultura orgánica que florecen en numerosas ciudades europeas. En la misma Berlín, otra iniciativa organizada por un grupo de agricultores urbanos de la ciudad suiza de Zurich, utiliza la acuaponia, que combina el cultivo hidropónico de hortalizas y la cría de peces, reduciendo el consumo de agua y los desechos.
En la Rostlaube (pérgola oxidada), un contenedor transformado en tanque modelo de piscicultura e invernadero, el grupo UrbanFarmers, dirigido por Roman Gaus, siembra tomates y otras legumbres en la parte superior y utiliza como fertilizante las heces de peces cultivados en la parte inferior.
«Nuestro propósito es ayudar a la gente a recordar que podemos producir alimentos con el empleo más reducido posible de insumos químicos, sin fertilizantes ni pesticidas ni antibióticos», dijo Gaus a Tierramérica.
En el tanque de piscicultura, el amoníaco de las heces de los peces es convertido en nitrato por acción de bacterias, y éste utilizado como fertilizante de tomates y hierbas en un circuito cerrado de agua e insumos.
El propósito de UrbanFarmers -cuyo lema es «buena comida desde el techo»- es aprovechar todos los espacios urbanos libres, terrenos baldíos, azoteas y áreas industriales abandonadas, para producir alimentos.
La Rostlaube produce unos 200 kilogramos de legumbres y 60 kilogramos de pescado por año. Pero «es solo un modelo», explicó Gaus.
«En una ciudad como Basilea, en Suiza, hay dos millones de metros cuadrados de azoteas que pueden transformarse fácilmente en huertas y estanques piscícolas». Según Gaus, usando cinco por ciento de esa superficie, es decir 100.000 metros cuadrados, «sería posible proveer de verduras, frutas y pescado a 25 por ciento de la población local, casi sin insumos químicos y con una emisión mínima de gases de efecto invernadero, dado que el transporte es inexistente».
Nicolas Leschke, director adjunto de Malzfabrik, un centro de negocios de economía sostenible que alberga la Rostlaube en Berlín, explicó que se eligió una especie de pez local a fin de evitar costos adicionales.
«Por eso escogimos la carpa (Cyprinus carpio), común en lagos y ríos alrededor de Berlín, y cuya cría es muy fácil», dijo a Tierramérica, mientras comía un tomate cultivado en el invernadero situado encima del estanque.
El proceso completo recicla todos los insumos, excepto el forraje para los peces, las semillas para las hortalizas y el filtro del agua, donde el amoníaco es convertido en nitrato. «Incluso la electricidad que utiliza el filtro podríamos generarla con paneles solares», puntualizó.
Proyectos similares brotan en otras ciudades europeas, como Ámsterdam y París.
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 16 de julio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.