Crece la polémica en América Central sobre el verdadero alcance de la expansión de plantaciones industriales en zonas boscosas o dedicadas a siembras de subsistencia y su impacto en la endeble fuente de alimentos de la población rural. «Hay una reducción drástica del área destinada a la siembra de cultivos básicos porque cuando los campesinos […]
Crece la polémica en América Central sobre el verdadero alcance de la expansión de plantaciones industriales en zonas boscosas o dedicadas a siembras de subsistencia y su impacto en la endeble fuente de alimentos de la población rural.
«Hay una reducción drástica del área destinada a la siembra de cultivos básicos porque cuando los campesinos venden sus parcelas dejan de cultivarlos. Y el impacto no es solo sobre la familia que perdió su tierra o la vendió, sino de tres o cuatro que les arrendaban», dijo a Tierramérica la activista Laura Hurtado, de la no gubernamental ActionAid Guatemala.
En este país, que tiene la mitad de sus 14 millones de habitantes en la pobreza y 17 por ciento en la indigencia, la población rural subsiste sembrando maíz y frijol y hortalizas.
Pero «grandes agroempresarios están comprando enormes extensiones para sembrar caña de azúcar y palma africana (aceitera) lo cual amenaza los medios de subsistencia de esas familias», agregó Hurtado.
El mayor cultivo de Guatemala después del café es la caña de azúcar, con 28,4 por ciento de la superficie con siembras permanentes, según el último Censo Nacional Agropecuario, de 2003. Pero hay hasta 40 por ciento de la superficie agrícola apta para esta plantación.
La palma es el quinto cultivo permanente, con 4,7 por ciento de la superficie plantada, y el potencial para su extensión es de 40 por ciento, indica el informe «Caña de azúcar y palma africana: combustibles para un nuevo ciclo de acumulación y dominio en Guatemala», publicado en 2008 por varias entidades no gubernamentales.
El área cubierta de caña pasó de 84.000 hectáreas en 1985 a unas 220.000 en 2009, sobre todo en la costa sur, mientras que la palma abarcaba en 2008 unas 56.000 hectáreas en el norte y noreste, y para ese mismo año se planificaba sumar otras 11.000, según el estudio de ActionAid «El mercado de los agrocombustibles: Destino de la producción de caña de azúcar y palma africana de Guatemala», publicado en 2010.
Las empresas responsables se expandieron adquiriendo tierras a menudo mediante coacción a los campesinos, quienes «después deben vivir de un bajo salario sin acceso a recursos como agua, leña y otros productos del bosque», dijo Hurtado.
Ovidio Pérez, del Centro Guatemalteco de Investigación y Capacitación de la Caña de Azúcar, matizó estos juicios indicando que la caña se concentra en el sur, en áreas ya degradadas por el ganado u otros monocultivos como el algodón. Por eso «no se está desplazando ni afectando el ambiente», dijo a Tierramérica.
Más que amenazar la seguridad alimentaria de las familias, la caña suministra empleo para miles de personas, añadió. «No creo que haya otro cultivo que genere aquí tantas fuentes de trabajo y desarrollo para las comunidades», dijo Pérez.
Otro informe de ActionAid, «Plantaciones para agrocombustibles y la pérdida de tierra para la producción de alimentos en Guatemala», de 2008, expone ejemplos en materia de concentración tierras, como la finca San Román, en el municipio de Sayaxché del norteño departamento de Petén.
Esa propiedad de 90.000 hectáreas había sido ocupada a partir de 1978 por desplazados de la guerra interna (1960-1996) que dejó 200.000 muertos y desaparecidos.
Concluido el conflicto y tras un largo proceso de legalización, el Fondo Nacional de Tierras entregó en 2001 títulos de propiedad a 2.113 familias.
Pero los interesados en comprar tierras «iban a la entrega a ofrecer dinero (a los campesinos) a cambio de las escrituras. A junio de 2008 el 60 por ciento de la finca había sido concentrada por los empresarios de la palma», dice el documento.
En Honduras, campesinos y activistas reiteran la queja.
«Mientras la palma y la caña prosperan, la producción de granos básicos ha disminuido, al punto que el país se ve obligado a importar maíz y frijol», dijo a Tierramérica la dirigente Miriam Miranda, de la Organización Fraternal Negra Hondureña, que aglutina a las 46 comunidades garífunas de ese país.
«Para inicios de la década de los 90 existían 40.000 hectáreas de palma africana y hoy son 120.000» concentradas en el norte, en el Valle del Aguán y en el departamento de Cortés, precisó.
La expansión no es bien vista por los garifunas, una etnia nacida de la mezcla de nativos y africanos que vivió en la primera mitad del siglo XX el auge y derrumbe de las plantaciones bananeras.
La extensión de la palma lleva a perder el «hábitat funcional» de esos pueblos, que subsisten de la siembra de yuca amarga y de otros cultivos.
En la vecina Nicaragua «el monocultivo de palma se ha convertido en una de las principales amenazas a los recursos naturales», se quejó el ambientalista Saúl Obregón, de la Fundación del Río.
En El Castillo, una reserva biológica a orillas del sureño río San Juan, una empresa obtuvo permiso para plantar palma en 3.200 hectáreas, pero se extendió a más de 6.000, dijo Obregón a Tierramérica.
«Cada vez que esta empresa compra una finca está contribuyendo a que la familia que vende, compre nuevas propiedades en la zona núcleo de la reserva o a que deje de producir alimentos y sus miembros se conviertan en peones agrícolas», describió.
«En 2009 la vegetación boscosa se redujo hasta 60 por ciento. Mientras, la palma africana experimentó un aumento de 92 por ciento entre 2002 y 2009», asevera un informe publicado en septiembre de 2010 por Fundación del Río.
Aída Lorenzo, de la Asociación de Combustibles Renovables de Guatemala, replicó que «existe mucha desinformación» sobre los biocombustibles, la caña y la palma.
En este país «con la palma africana no se produce biodiésel sino aceite vegetal», aclaró Lorenzo. Casi la mitad de la producción se emplea en la industria alimentaria nacional y el resto se exporta.
Además, «no debimos sembrar más caña para producir etanol. La totalidad de la caña se utiliza para hacer azúcar en Guatemala», que es el quinto exportador mundial, apuntó, mientras el alcohol se obtiene de la melaza, subproducto de la refinación azucarera.
Cinco destilerías producen 180 millones de litros de alcohol, que se exporta en más de 90 por ciento, según datos de la industria. En 2008, más de 74 por ciento fue para usos industriales y 25 por ciento como alcohol carburante. Los principales mercados son la Unión Europea (UE) y Estados Unidos, indica «El mercado de los agrocombustibles…».
Gracias al Sistema Generalizado de Preferencias Plus de la UE, Guatemala vende su etanol libre de aranceles al bloque desde 2006.
Si este país mezclara etanol y gasolina en una proporción de 10 por ciento «podría ahorrarse 67 millones de dólares anuales» en combustibles fósiles importados. «Eso es lo que promovemos, porque además disminuye las emisiones» de gases que recalientan la atmósfera, dijo Lorenzo. Para Ricardo Navarro, director de Amigos de la Tierra – El Salvador, los agrocombustibles no son tampoco solución ambiental. Aunque su combustión libera menos gases que la gasolina, «para producir etanol se necesitan muchos insumos que demandan combustibles fósiles» y, a menudo, «para producir un agrocombustible, antes se destruye una selva».
* Este artículo fue publicado originalmente el 19 de febrero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.