Desde el inicio de este gobierno el grupo empresarial periodístico más poderoso del país se ha dedicado a publicar, diariamente, algún reportaje sobre las deficiencias, absurdidades, injusticias, actos corruptos, improductividades, regímenes atentatorios contra la justicia salarial en el sector público, y los inocentes lectores, que nunca faltan, creyeron que se trataba de una forma de […]
Desde el inicio de este gobierno el grupo empresarial periodístico más poderoso del país se ha dedicado a publicar, diariamente, algún reportaje sobre las deficiencias, absurdidades, injusticias, actos corruptos, improductividades, regímenes atentatorios contra la justicia salarial en el sector público, y los inocentes lectores, que nunca faltan, creyeron que se trataba de una forma de «ayudar» en la depuración del desastre dejado por los gobiernos anteriores del PUSC y PLN. Campaña que había propuesto el PAC durante su actividad proselitista, en la que -valga la pena decirlo- creyó la ciudadanía de forma asombrosamente exitosa.
Este malpensado de siempre supuso, con acertada apreciación, que lo que parecía bien intencionado más bien debía interpretarse como el continuar con la campaña neoliberal de desprestigio de la administración pública, incluyendo la de la administración de justicia (epítome de lo que es un régimen de privilegios), a fin de fortalecer en la mente de los ciudadanos que lo público no sirve para nada, y por ello hay que «privatizar» todo lo humanamente posible. Desde la construcción de carreteras hasta el régimen carcelario.
Hoy, a través de publicaciones en uno de sus periódicos, se hace una «declaración de guerra» medio solapada, pero evidente a los observadores que con cierta agudeza puedan interpretar los mensajes «subliminales» que allí se esconden.
En una de ellas se dice lo siguiente: «su diatriba (del Presidente Solís) fue una confirmación del discurso negativo, pesimista y derrotista, según el cual somos un país fracasado en el que todo es un desastre, una catástrofe, que le sirvió para ganar las elecciones y con el que ahora pretende disimular su impericia, la falta de acciones concretas en sus primeros meses frente al Gobierno y la ausencia de un rumbo claro» (Luis París Chaverri, página 27ª en FORO). Este es sólo un ejemplo, pues existen varios, del respaldo editorial del grupo controlado por los intereses más conservadores del país.
Es decir, no es indispensable que un medio periodístico editorialice en contra de un gobierno, abierta y directamente, pues existen otros medios para lanzar sus opiniones, mediante la utilización de escritos de terceras personas, que expongan lo que son sus opiniones, sin que se les atribuyan directamente, amparándose luego en aquella frase cajonera de que el medio no se hace responsable de las opiniones vertidas por el articulista.
Al parecer, ésta es la expresión de disgusto de los grupos empresariales que cogobernaban con los dos partidos políticos tradicionales en, al menos, los últimos veinte o treinta años, defendiendo sus intereses particulares y corporativos con la anuencia de políticos alejados de los intereses ciudadanos. Temen, con acierto, que se les acabó el tiempo de «manipular» las decisiones gubernamentales, y por ello diversas cámaras empiezan a expresar su disgusto cuando sospechan que se acabará la época de privilegios, exenciones impositivas y proteccionismo estatal a diversos sector, en detrimento de las actividades de bien social.
Para entender estas ideas creo indispensable un párrafo de Gaetano Mosca, en su obra sobre Ciencia Política, que menciona lo siguiente: «entre los hechos y tendencias constantes que se encuentran en todos los organismos políticos, hay uno tan obvio que resulta patente aun ante una mirada casual. En todas las sociedades -desde las que apenas tuvieron un desarrollo incipiente y apenas alcanzaron los albores de la civilización, hasta las más poderosas- hallamos dos clases de individuos: una clase que dirige y otra que es dirigida. La primera, que es siempre la menos numerosa, cumple todas las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de las ventajas que ésta conlleva, en tanto que la segunda, la más numerosa, es conducida y controlada por aquélla de un modo más o menos legal, a veces más o menos arbitrario o violento, y provee a la primera (al menos en apariencia) con los medios materiales de subsistencia y con los procedimientos instrumentales que son esenciales para la vitalidad del organismo político.»
Este argumento de Mosca, al parecer, se orienta hacia una triste verdad, que representa un desafío fundamental a la posibilidad de que la idea democrática se concrete alguna vez: que la dominación es inevitable, y por lo tanto la democracia es imposible, que está totalmente alejada de las posibilidades humanas. Y resulta bastante curioso, por no decir ridículo, que aquellos grupos oligárquicos que son los socios inseparables de los políticos venales que conocemos, acusen de ello a los gobiernos autoritarios de corte socialista, pero jamás expresan una reflexión acerca de la imposibilidades democráticas que se manifiestan en la defensa irracional de prebendas y beneficios a sus grupos o corporaciones, en detrimento de la mayoría ciudadana.
Para declarar la guerra no hay que atacar violentamente al adversario, basta una campaña mediática para hacerlo ver como inoperante, mediocre, sin rumbo, indeciso, a fin de que la ciudadanía se convenza de que se equivocó y vuelva a la actitud borrega de antes.
Los observadores externos estamos, pues, informados y estaremos vigilantes, no para favorecer un gobierno en particular, éste, sino el ideal de un viraje hacia los social, en contraposición a lo neoliberal.
Y ejemplo de lo que está sucediendo localmente es lo que acontece a nivel mundial, cuando se ha declarado una «guerra tibia, no fría» entre los grupos tradicionalmente antagónicos. Y digo tibia, porque la violencia y los muertos los ponen otros, las naciones y grupo involucrados en guerras genocidas, absurdas y basadas en fundamentalismo.
En esta guerra, la nuestra, los únicos que perderán serían los ciudadanos todos, si no se corrige el rumbo de perversión que llevaba nuestro país. Y no debemos ser víctimas propiciatorias de los grandes intereses en juego en nuestro país, en donde estamos acostumbrados a la «domesticación». Y vuelvo a insistir, es indispensable la denuncia y la rebeldía ciudadana, la exigencia e incluso la confrontación.
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