En su diversidad, América Latina muestra todavía enormes fisuras y contraposiciones en materia de ejercicio de la autoridad nacional. No es secreto que el área, a pesar de haber logrado pasos tan positivos como la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), debe lidiar con las tentaciones y trampas que les llegan […]
En su diversidad, América Latina muestra todavía enormes fisuras y contraposiciones en materia de ejercicio de la autoridad nacional.
No es secreto que el área, a pesar de haber logrado pasos tan positivos como la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), debe lidiar con las tentaciones y trampas que les llegan desde el Norte opulento, y las cuales en estas tierras aún encuentran oídos y actitudes fértiles para su ejecución.
Es el caso de la reciente puesta en vigor del llamado Tratado de Libre Comercio entre los Estados Unidos y Colombia, proyecto integrado a los convenios neoliberales los cuales Washington está utilizando de forma particularizada luego del mayoritario rechazo continental a su titulada Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), lo que puso en jaque su intención de convertir al bloque de los vecinos del Sur en sus siervos económicos.
De manera que este nuevo TLC bilateral insiste en abrir brechas entre las naciones y colocar las variantes imperiales de forma tangible en nuestros patios, con la esperanza nunca desvanecida de establecer su control íntegro desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego.
Por demás, se trata de una avanzadilla frente a los nuevos y potentes programas integradores latinoamericanos surgidos al calor de la instauración en la zona de gobiernos progresistas y empeñados en la independencia más absoluta.
Desde luego, no se trata de acciones e imposiciones acatadas sin chistar. De hecho, Colombia refleja el movimiento de protesta ante la decisión oficial, pues el TLC abre las puertas del país a los numerosos excedentes norteamericanos, muchos de ellos subsidiados oficialmente, los cuales echarán por tierra a los productos locales que no gozan de esa protección y por tanto se vuelven incapaces de competir en igualdad de condiciones con los embarques Made in USA.
No obstante, se trata de incongruencia peligrosa y explosiva sembrada en pleno corazón sudamericano, frente a alternativas, como por ejemplo, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que impulsa la convergencia en términos totalmente diferentes.
El ALBA surgió en La Habana en 2004 por acuerdo de Fidel Castro y Hugo Chávez, y hoy agrupa a un importante número de naciones latinoamericanas y caribeñas sobre bases que difieren diametralmente del carácter comercial asimétrico en que se asientan los TLC impulsados por Washington en la zona.
Mientras el TLC se sostiene sobre la ley de la selva, el ALBA reconoce las diferencias de desarrollo entre las naciones que lo integran, y sobrepasa la esfera económica para expandir sus beneficios hacia áreas esenciales como la salud, la educación, el suministro y uso de energía, y la utilización equitativa de recursos comunes en programas de gran porte hemisférico.
Por demás, trabaja en la concreción de su propia esfera financiera, y de la moneda única compensatoria para las transacciones entre sus asociados.
La filosofía de ambos, TLC y ALBA, es también totalmente equidistante. El primero se sustenta en la explotación y el saqueo que caracterizan a la economía imperialista, mientras el segundo hace de la solidaridad y el humanismo las bases permanentes de todos sus actos.
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