Abuso de poder, prevaricación, golpe de Estado, estos calificativos, cada uno a su manera, pueden definir lo que el primer personaje del Estado francés está perpetrando contra su país y su pueblo. Según los diccionarios se puede tratar de una medida violenta e ilegal para anunciar un cambio en el Estado, una traición o el […]
Abuso de poder, prevaricación, golpe de Estado, estos calificativos, cada uno a su manera, pueden definir lo que el primer personaje del Estado francés está perpetrando contra su país y su pueblo. Según los diccionarios se puede tratar de una medida violenta e ilegal para anunciar un cambio en el Estado, una traición o el crimen de un funcionario por un acto cometido en el ejercicio de sus funciones, sancionado con penas de las cuales la menor es el castigo de inhabilitación para cargo o empleo público. Así se puede valorar la excepcional gravedad de la acusación dirigida contra quien asume hoy en Francia la primera responsabilidad del Estado. Y sin embargo, en la rápida sucesión de las actuaciones del poder, las medidas y los anuncios multiplicados, esa dimensión de ilegalidad o delictiva tiende diluirse, a relativizarse hasta que se disuelve en una cotidianidad que sería tranquilizadora si no acarrease una acumulación de disposiciones tan temibles unas como las otras. Obviamente cada uno intenta, de entrada, ocuparse sólo de lo que le atañe, considerar únicamente lo que le amenaza en primer lugar, lo inmediato, lo que cuestiona directamente sus ya parcos medios de vida, trabajo, existencia, jubilación… Y a pesar de todo es en este contexto, en un período en el que todo parece acelerarse, donde todas las cuestiones se abren y se generalizan, donde el delito, su preparación y puesta a punto, se disimulan hasta que reaparece entre los peligros que se suceden.
Nueva etapa de desmanes del sistema
Aquí no se trata de elegir entre las distintas disposiciones, todas dirigidas a remarcar al mismo tiempo la dominación y las alienaciones que derivan de la explotación capitalista. Forman un conjunto y su acumulación implica que se sobrepasa el límite y que entramos en una nueva etapa de desmanes del sistema. Por lo que se refiere a los aspectos institucionales europeos de estas evoluciones, en otra época fue necesaria la voz de un Víctor Hugo que estigmatizaba las actuaciones de quien fue príncipe-presidente antes de convertirse en «el pequeño Napoleón», o la resonancia de la acusación de un Zola para indignarse por una traición a la República y por una violación de la soberanía del pueblo de Francia. Estas grandes voces permanecen como tales en la historia. En la actualidad, signo de los tiempos, faltan las «elites» y el pueblo las ha relevado en la defensa de intereses cuya importancia y gravedad evoca a los que dejaron su impronta a lo largo de la evolución de la sociedad. En la actualidad, afortunadamente, es el propio pueblo quien asume los imperativos de su soberanía y esto permanecerá también como una etapa memorable de un cambio de época. Así, en mayo de 2005, cuando la mayoría de las fuerzas políticas y medios de comunicación hacían campaña por el «sí» en el referéndum destinado a dirigir el proceso de construcción de un Estado supranacional encajado por una constitución que habría rematado la obra, ya muy avanzada, fue el pueblo quien impuso su elección.
El veredicto del pueblo
El veredicto del pueblo quedó muy claro: fue como una insurrección contra todos los que querían imponerle el nuevo yugo oficial. El NO restalló rotundo. Y no contemplaba más que el «prólogo» constitucional tras el que están todos los atributos de un Estado, que fueron condenados sin apelación posible, construido en el silencio, en la sombra, los amados tabúes de Jean Monnet, el impulsor, el que decía democráticamente que había que hacerlo y jamás nombrarlo. De hecho en todos los tratados, incluido el fundacional de Roma, ya estaba la larva que los hizo saltar por los aires para desesperación de antiguos o nuevos promotores del golpe de Estado permanente, éste disimulado cuidadosamente. Los franceses sin embargo habían tenido tiempo de recordar sus experiencias y percibir la naturaleza de lo que avanzaba solapadamente. Ya en 1992, en el referéndum destinado a ratificar el Tratado de Maastricht, expresaron fuertes reticencias a los dispositivos encaminados a hacerles perder los elementos de soberanía vinculados a la moneda, la elaboración del presupuesto, el Banco de Francia y la creación de dinero. Los franceses tomaban conciencia de que, cada vez más, las directivas de la Comisión Europea se imponían obligatoriamente en la legislación francesa hasta constituir casi su totalidad; la Asamblea Nacional se reducía de hecho al papel de oficina de registro de decisiones tomadas en otra parte. Así aparecía claramente que otros, con métodos bastante oscuros, decidían en su lugar y los sustituía a ellos y sus prerrogativas republicanas conquistadas con mucho esfuerzo.
Un rastrero abuso de autoridad
Este abuso de autoridad rastrero que se les pedía que aprobaran, con cierto cinismo para no utilizar formas habitualmente más brutales, cuando no violentas, era el mejor posible pero estaba lejos ser el menos dañino, todo lo contrario. Se actuó con prudencia, sin ninguna precipitación superflua, pero, a pesar de todo, su sucesión y acumulación comedidas construían una verdadera expropiación de soberanía fuera de toda duda. Por eso, a partir de las elecciones al Parlamento Europeo de 2004, los electores franceses al igual, por otra parte, que la mayoría de los de otros países, se abstuvieron en masa: el 57% en Francia y hasta sobrepasar el 80% en países del Este europeo, de los que se decía, sin embargo, que esperaban a «Europa» con mucha impaciencia. Sin embargo, dichos países venían de una experiencia supranacional y así declaraban que no querían más de eso. ¿Los pueblos de los países del oeste entendieron el aviso y eso reforzó las prevenciones que ya manifestaban? Incluso aunque franceses y holandeses rechazaron en 2005 el tratado constitucional, los gobiernos de los demás países decidieron permanecer allí… por un tiempo. El tiempo de la reflexión para encontrar nuevas formas que permitan conseguir que los pueblos, con presiones renovadas y acentuadas, acepten lo que no quieren. Si esto no es la preparación de un nuevo golpe de Estado, desde luego es una violación. Y eso expresa la idea de que en el fondo el mejor estado, en cualquier democracia, prescinde de la opinión de los pueblos.
Una violación renovada
Eso es lo que propone Nicolas Sarkozy. ¿El pueblo francés ya se pronunció? ¡Da igual! ¡Se renueva la violación, el golpe de Estado! ¡Que importa! ¡Qué desfachatez, que menosprecio al pueblo de Francia y su soberanía! ¡Como si la soberanía no fuera inalienable! ¿Hay que dar alguna credibilidad a lo que es inadmisible, inaceptable? ¿Hay que garantizar esta nueva violación del pueblo francés pidiendo un referéndum que ya tuvo lugar, en realidad para aceptar que se obliga a los franceses a reafirmar lo que ya decidieron? ¡Es tan grotesco como inaceptable! Sin embargo es necesario considerar que las razones que impulsan a los reaccionarios y la mayoría del PS a renovar su golpe de Estado son especialmente apremiantes para que asuman ante la historia la responsabilidad de forzar el destino de mala manera pisoteando la conservación de la democracia y la República. Por lo tanto, ¿qué urgencias les impulsan a atentar de nuevo contra lo que subsiste de democracia, soberanía y derecho del pueblo francés a disponer de sí mismo? Manifiestamente, las fuerzas capitalistas están muy preocupadas. Tras las elecciones europeas de 2004 y el referéndum que las confirmó en 2005, la dominación, el poder y el sistema capitalista están en cuestión. Las encuestas de opinión lo confirman: ¡un 61% de los franceses considera negativo el capitalismo y los jóvenes todavía más! Consecuentemente conviene amordazar, y amordazar forma duradera, al pueblo de Francia. Impedirle a toda costa marcar la pauta a los pueblos de Europa como pasó varias veces desde la Revolución. Ahogar la democracia y la soberanía en un Estado supranacional concebido a tal efecto, ¿no es la estrategia que permite presentar, bajo los colores afables de la paz y la cooperación, la peor de las prevaricaciones?
¿Adónde va el dinero de Francia?
Las grandes sociedades capitalistas de origen europeo lo único que tienen que hacer en la era de la globalización es el mercado único europeo que ya tienen prácticamente conquistado; ya están muy desplegadas por el mundo, especialmente hacia los mercados solventes donde encuentran salidas reales para sus productos. Francia, por ejemplo, en 2006 fue el principal inversor extranjero en Estados Unidos con una inversión de 38.600 millones de dólares en el territorio estadounidense, por delante de los Países Bajos, Japón y Alemania. Ya en 1999 los flujos franceses de inversión en el extranjero habían aumentado mucho con respecto a los 3 años anteriores, llegando a 101.000 millones de euros, lo que equivalía al 7,5% del PIB. En 1998 el montante de las inversiones francesas en el extranjero alcanzaba 240.000 millones de euros, lo que equivale al 18% del PIB francés, contra el 12% en 1996. Sin embargo, precisa un estudio del ministerio, si se calcula el valor de estos activos en el extranjero en valor de mercado y no en valor contable, dicho valor llega a 632.000 millones de euros, lo que equivale al 48% del PIB. Se puede ver así cómo la riqueza creada por el trabajo de los franceses permite la internacionalización de las empresas francesas, y no sólo su europeización, mientras nos dicen que en Francia falta dinero no sólo para reducir la pobreza, sino incluso para garantizar un buen nivel de los medios sanitarios, los transportes, jubilaciones, vivienda, educación, investigación…
Empresas insaciables
Estas empresas pretenden seguir saqueando al pueblo francés y su territorio para posibilitar nuevas salidas a sus productos en los mercados mundiales solventes y, por otra parte, para mantener su estatus en los mercados económicos y de especulación financiera a escala mundial. Y son insaciables, siempre quieren más y más, y todavía más parte de PIB, todo debe estar subordinado a esos objetivos, incluso reduciendo cada vez más los gastos nacionales necesarios y útiles para cubrir las necesidades, e incluso aumentando el déficit del presupuesto del Estado. Los gobiernos nacionales, también ellos subordinados a la economía de mercado y sus exigencias faraónicas, son demasiado débiles para someter a sus pueblos a esas exigencias draconianas de larga duración. Por eso se les conmina a renunciar a sus prerrogativas nacionales y delegarlas, cada vez más, en esas instancias supranacionales menos sensibles por estar más lejos de las presiones populares. Y además se dedican a presionar a sus pueblos para que acepten lo inaceptable, que renuncien a sus prerrogativas sociales, políticas y democráticas y al derecho de disponer libremente de sí mismos. Por eso los dirigentes socialistas y sus adláteres se empeñan en lo que haga falta para explicar al pueblo que ese Estado supranacional es otra cosa y que algún día podría trabajar por el pueblo. Olvidan que ese no es el objetivo del Estado supranacional, sino todo lo contrario. ¿Veríamos a las multinacionales abogar ardientemente por la «supranacionalidad» si ésta amenazara, aunque fuese de lejos, su dominación? Y Sarkozy, ¿se hubiera volcado en el acoso que está ejerciendo sin una estrecha colaboración con el presidente del MEDEF? No. Es obvio que los pueblos no tienen ningún interés para el gran capital si no es para que pierdan su espíritu y renuncien a liberarse de cualquier explotación, dominación y alienación.
Rebatir las exigencias del capital internacional
El terreno nacional debe permanecer como el lugar esencial de la lucha de clases, el primer lugar desde donde es posible rebatir las exigencias del capital internacionalizado, lo que obviamente no es exclusivo de algunas formas de lucha y solidaridades internacionales. Cada pueblo, según su cultura y su identidad, debe avanzar a su ritmo, todavía no ha llegado, y seguramente aún tardará mucho, el momento en que todos decidan marchar al mismo paso, pero la experiencia todavía reciente de los países del Este y las determinaciones que se afirman en el oeste ponen de manifiesto que las construcciones de «superestados» sólo pueden ser duraderas si derivan de voluntades libremente expresadas. En la actualidad, al contrario, es a la limitación de la libre expresión a lo que se dedican todos los esfuerzos. El principio de reconocimiento de las realidades debe consagrarse ya que, como se dice, son testarudas, la experiencia histórica lo demuestra. Por lo tanto conviene exigir que el NO que se emitió en mayo de 2005 se respete y orientarse hacia la construcción de la Europa de las cooperaciones y solidaridades entre los pueblos contra cualquier construcción oficial; ésta es la única realidad.
La Europa de las cooperaciones y solidaridades
Por eso conviene derogar y suprimir en los Tratados actuales todo lo que usurpa las soberanías de los pueblos, en realidad todas las disposiciones y prerrogativas ya establecidas en el ámbito europeo: moneda, BCE, Parlamento, presupuesto, defensa y las diversas políticas llamadas «comunes» ya aplicadas, para sustituirlos por cooperaciones libremente acordadas; que los países decidan cooperar en tal o cual ámbito financiando ellos mismos sus proyectos. Se podrían crear un fondo solidario para luchar contra las desigualdades de desarrollo; una Asamblea general de los pueblos que tomase las decisiones necesarias para la multiplicación de cooperaciones y solidaridades más amplias y diversificadas y un ejecutivo reducido encargado de aplicar las decisiones de la Asamblea. Estas cooperaciones y solidaridades tenderían a extenderse al conjunto de los pueblos del mundo, dado que se facilitaron los intercambios por la creación de una moneda común que no es el dólar, y conservar las monedas nacionales para las necesidades internas de los países. La Cuenca mediterránea, cuna de culturas e intercambios, debería beneficiarse de cooperaciones reforzadas. La paz, el desarme -nuclear en primer lugar- y el libre derecho a la autodeterminación serían favorecidos frente a los objetivos hegemónicos e imperialistas. Las políticas energéticas y medioambientales, especialmente sensibles, naturalmente deben englobar a todo el planeta. Las cooperaciones, con una ONU renovada y democratizada, se volverían primordiales para extender los intercambios a toda la humanidad. Por lo tanto hay, obviamente, alternativas europeas para sustituir a las agrupaciones de dominación y hegemonía: la paz y el desarme contra las intervenciones imperialistas; vínculos e intercambios hacia una nueva civilización, una nueva globalización. En consecuencia esta es la obra que conviene emprender cuanto antes.
Michel Peyret nació en 1938 en Bègles, (Gironde-Francia), profesor de instituto y diputado comunista en la Asamblea Nacional por Gironde de 1986 a 1988. Es miembro del Consejo de Orientación de Espacios Marxistas de Aquitania-Burdeos-Gironde (Francia).
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.