Los intensos testimonios que se han escuchado en el juicio por genocidio contra Efraín Ríos Montt (jefe de Estado en el período 82-83) y José Mauricio Rodríguez Sánchez (jefe de la temida sección de inteligencia militar del ejército, la G2), son parte de una larga cadena de dolores que aún no han sanado. Contrario a […]
Los intensos testimonios que se han escuchado en el juicio por genocidio contra Efraín Ríos Montt (jefe de Estado en el período 82-83) y José Mauricio Rodríguez Sánchez (jefe de la temida sección de inteligencia militar del ejército, la G2), son parte de una larga cadena de dolores que aún no han sanado.
Contrario a las posiciones negacionistas provenientes de personas afines al ejército, pero también de sectores conservadores de derecha, este juicio permite apreciar que las heridas producidas por las atrocidades ocurridas durante el conflicto armado interno en Guatemala siguen abiertas y pendientes.
¿Borrón y cuenta nueva? De ninguna manera. La cuenta es demasiado larga.
Es tan larga que los vencedores de ayer tienen cierto aire de familia con los vencedores de hoy. El presidente Otto Pérez Molina y otros militares que tuvieron participación en el conflicto son parte del gobierno actual en Guatemala. Las promesas de mano dura sobre una población atemorizada por la delincuencia, la desmemoria y la falta de opciones populares reales les dieron la victoria.
Es por ello que se debe reconocer la persistencia de las víctimas y las organizaciones acompañantes que a través de un sostenido esfuerzo han hecho que se pueda llevar a juicio a estos militares, a pesar de los obstáculos que han encontrado y que hacen que sólo hasta hoy, después de 30 años de lo sucedido, estos militares puedan ser juzgados por la responsabilidad que tuvieron.
Es larga la cuenta porque este juicio, que también existe como un proceso social, muestra que la polarización en el país se sigue dando entre los que ejecutaron y apoyaron el genocidio y los delitos de lesa humanidad (y que ahora lo niegan) y las víctimas que reclaman justicia. Polarización que resulta todavía más trágica porque una de las estrategias que utilizó el ejército y mayores consecuencias tuvo fue la de haber usado a miembros de las comunidades indígenas golpeadas por la represión a tener participación en lo ocurrido (las tristes Patrullas de Autodefensa Civil). En realidad, este juicio no crea posiciones polarizadas como algunos señalan, sino destapa las profundas divisiones que el conflicto agudizó en la sociedad guatemalteca y que permanecen.
Pero sobre todo, esta cuenta es larga por todo el dolor acumulado sobre las víctimas. Como se evidencia en los testimonios que se escuchan en el juicio (pero también en miles de testimonios consignados en informes y otros que circulan en cuerpos marcados por el recuerdo), está el dolor que experimentaron las víctimas directas en aquellos terribles momentos en que fueron asesinadas, violadas, secuestradas y desaparecidas.
Está también el dolor de los familiares que pudieron compartir ese dolor por asistir como testigos al suplicio causado o por la incertidumbre y agonía que sintieron al saber que sus seres queridos habían sido asesinados o desaparecidos.
También está el dolor más sutil, pero no por ello menos presente, que se transmite en gestos que van desde las narraciones hechas hasta los silencios, los vacíos, las ausencias, las tristezas sin nombrar y que afectan a quienes aún no habían nacido en los momentos en que el dolor se estaba produciendo. Aunque hay algún conocimiento respecto a esta situación, los efectos transgeneracionales que se producen a nivel individual y a nivel social son parte de las deudas pendientes que siguen produciendo sus nocivos efectos en el país.
Finalmente, este juicio que muestra que las heridas y fracturas en la vida social guatemalteca están abiertas y expuestas, es un paso en el largo camino hacia la justicia que se viene recorriendo desde hace ya bastante tiempo.
Ojalá que este juicio sea también una oportunidad para reexaminar el pasado y la memoria, hacerla actual y que anime las resistencias y luchas presentes.
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