Las últimas dos décadas han marcado una etapa para el territorio latinoamericano: economías en crecimiento, gobiernos progresistas, horizontes de transformación social y soberanía popular, e incluso una integración política regional sin precedentes. Todo esto parece estar tambaleándose al advertir que fuerzas neoliberales, de derecha y extremadamente conservadoras, vuelven a ocupar gobiernos. América Latina es un […]
Las últimas dos décadas han marcado una etapa para el territorio latinoamericano: economías en crecimiento, gobiernos progresistas, horizontes de transformación social y soberanía popular, e incluso una integración política regional sin precedentes. Todo esto parece estar tambaleándose al advertir que fuerzas neoliberales, de derecha y extremadamente conservadoras, vuelven a ocupar gobiernos. América Latina es un escenario de disputa donde los derechos conquistados por las poblaciones están amenazados por la imposición de un nuevo -aunque ya viejo- patrón de dominación.
En el plano político-social, los últimos años fueron increíblemente importantes por la acumulación de fuerzas sociales y políticas que, desde abajo, se han reapropiado de soberanía y dignidad, mediante procesos creativos de lucha y construcción de alternativas. Luego de mucho tiempo, existió un involucramiento social frente a la cosa pública que acompañó y tensionó a los gobiernos populares. Conceptos como Buen Vivir, plurinacionalidad, poder popular, despatriarcalización, reorganizaron la sociedad bajo una nueva forma de entender el gobierno de los muchos. Los procesos constitucionales como los de Bolivia, Ecuador y Venezuela, con todos sus reconocimientos de derechos antes siempre negados; e instrumentos normativos como la ley de medios de comunicación, de identidad de género y de matrimonio igualitario en Argentina -entre otros muchos avances transformadores- son una prueba de ello.
En lo económico se planteó una relación diferente con el capital, el Estado adquirió un central protagonismo, y se tendió a mejorar las condiciones de vida de la población a través de un conjunto de medidas de distribución de la riqueza. Se implementaron programas de amplio alcance en vivienda, empleo y seguridad social ; se promovió la nacionalización de empresas; y aumentó significativamente la capacidad de consumo de grandes porciones de la población. La renegociación de la deuda externa en Ecuador, la expulsión del FMI de las economías regionales, el planteamiento de otro tipo de integración económica regional sin subordinaciones, son algunos ejemplos de estos avances históricos.
Pero subrayar la importancia de estos logros no significa creer que estas medidas empujadas por los gobiernos progresistas hayan logrado la superación del modelo capitalista , ni siquiera del patrón económico colonial y extractivista. Al contrario, la disputa entre fuerzas conservadoras y sujetos emancipadores sigue más abierta que nunca.
En este escenario, está surgiendo una derecha con un discurso renovado, que atrae sectores populares con un lenguaje populista y un imaginario de cambio y consumo continuo, sin perder los viejos rasgos racistas, clasistas y posiblemente un machismo todavía más fuerte que en el pasado. Además, aparecen otros antagonistas no formalmente políticos o politizados que, sin embargo, representan un aliado terriblemente poderoso para las fuerzas más conservadoras y reaccionarias. Nos referimos al paramilitarismo, un capitalismo en salsa criminal que se está convirtiendo cada día más en un actor estratégico en diferentes países de América Latina; y al significativo ascenso del evangelismo en países como Brasil, con una tremenda capacidad de dominación ideológica sobre las masas que cumplen un papel clave para la restauración neoliberal.
Otra consideración imprescindible es el papel que está jugando aquella clase media, surgida gracias a las políticas redistributivas de los procesos progresistas, en la vuelta de los gobiernos neoliberales en Argentina, Brasil o en la relegitimación de la derecha en Venezuela. La inclusión de las clases populares al consumo sin un efectivo trabajo de concientización política y participación democrática, hizo que estos sectores sean atraídos por el imaginario y el discurso de una nueva derecha maquillada de progresista y defensora de un modelo consumista de ciudadanía.
En otro orden, estos escenarios nos llevan a estar atentos a situaciones como las de Brasil que después de una brutal campaña de manipulación mediática contra Dilma Roussef, se ha ensayado una nueva forma de «golpe blando» desde el poder judicial que, además de representar un continuum con los últimos años (Honduras, Paraguay), nos interroga sobre la necesidad de reformular nuevas estrategias en el ámbito mediático e institucional. En Argentina, el macrismo avanza a través de golpes de privatización y recortes de derechos; y la guerra económica está golpeando duro al proceso bolivariano.
El ascenso de estas nuevas derechas hace que varios analistas sostengan la tesis del fin del ciclo progresista; nos permitimos rechazar esta afirmación. Desde una perspectiva internacionalista, es evidente la coyuntura crítica que sufren los diferentes procesos de transformación social. Sin embargo, confundir más o menos interesadamente esta fase de dificultad con un fin de ciclo comporta diversos problemas. La expresión «fin de ciclo» transmite una idea de vuelta al principio de todo, como si estos procesos progresistas no hubieran dejado ninguna riqueza material y simbólica, como si un proyecto político tendría solamente dos opciones: avanzar o morir. La realidad es ciertamente mucho más compleja y así, fases de avance se alternan a otras etapas de resistencia y retroceso. Pues sí, el avance político de la izquierda latinoamericana parece haber entrado en crisis en diferentes países. No obstante, esto no comporta un fin de ciclo, sino más bien el fin de una primera oleada que deberá ser seguida por otras; sería ingenuo creer que se puede estar siempre en la cresta de la onda.
Precisamente, la nueva oleada plantea varios desafíos para volver a articular los procesos de cambio. La corrupción es un problema enquistado en las sociedades actuales; las economías, a la par que mejoraron las condiciones de la población, se basaron fundamentalmente en la explotación de la naturaleza como principal recurso económico con las consecuencias observables para la vida de las poblaciones y del planeta; sigue la dependencia del mercado mundial, con una clara tendencia a consolidar la primarización de las economías y la posición de subordinación respeto a las grandes potencias económicas. Por supuesto, los errores cometidos a nivel interno no pueden de ningún modo hacernos olvidar las inaceptables injerencias y presiones externas para sabotear estos procesos democráticos. Tampoco se puede negar las enormes dificultades para revertir siglos de colonización y patriarcado en un tiempo tan limitado como una década. Al contrario, el camino es largo y tortuoso, pero la ola progresista ha dejado grandes enseñanzas en cuanto a nuevas estrategias políticas, económicas, sociales, culturales.
A partir de esta fuerza material y simbólica acumulada, los sujetos que protagonizaron el cambio político y social en las dos décadas necesitan recuperar radicalidad y fuerza. Cabe señalar la necesidad de cuidar la diversidad y el pluralismo, el diálogo respetuoso y constante entre diferentes visiones y sensibilidades, evitando la fragmentación interna de los procesos de transformación, para recomponer un bloque histórico necesario para resistir y contratacar al avance de la derecha.
Por último, subrayar que la lucha más estratégica se da en el espacio social, en lo cotidiano, donde explotan constantemente las contradicciones del sistema capitalista. Allí, en las calles, en las organizaciones sociales de base, están surgiendo nuevos sujetos que reclaman protagonismo. Los movimientos feministas están demostrando una increíble capacidad de resistencia en contra del capitalismo heteropatriarcal que, en Brasil y Argentina, vuelven con fuerza tras las políticas de los nuevos gobiernos neoliberales . Los pueblos indígenas siguen siendo fuerza renovadora con conceptualizaciones como el Buen Vivir o el derecho de autodeterminación que interpelan el presente y el futuro. También aparecen nuevas formas de movimientos comunales, sociales y populares que, allí donde gobiernan fuerzas aliadas, como en Venezuela, El Salvador, Bolivia o Ecuador, reclaman una profundización del poder popular y una participación más protagónica de los actores sociales al proceso de cambio.
Estos nuevos sujetos de lucha representan hoy el núcleo duro de la resistencia popular y, posiblemente, el germen de nuevas alianzas, hacia la nueva ola de conquistas que vendrá.
Davide Angelilli y Juliana Hernández. Miembros del Grupo de Investigación Parte Hartuz Latinoamerika
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