Los que vivieron o conocieron etapas anteriores y aún frescas de la historia regional, no pueden menos que reconocer: la América Latina de nuestros días dista bastante de la que existente apenas dos o tres décadas atrás. No precisamente por el hecho de constituirse en área geográfica donde los patrimonios material o cultural puedan resultar […]
Los que vivieron o conocieron etapas anteriores y aún frescas de la historia regional, no pueden menos que reconocer: la América Latina de nuestros días dista bastante de la que existente apenas dos o tres décadas atrás.
No precisamente por el hecho de constituirse en área geográfica donde los patrimonios material o cultural puedan resultar distantes o diferentes a los que les precedieron.
El asunto se concentra esencialmente en el radical cambio político que vive el área, el cual ha sido el largo producto de luchas insistentes de los mejores hijos del Sur del hemisferio, desde el enfrentamiento a las metrópolis coloniales europeas hasta las batallas más inmediatas contra el injerencismo norteamericano.
La región se ha convertido, en buena medida, en hervidero de independencia y autodeterminación, como precedente de la estructuración de la unidad muy especial que intenta materializar el sueño ancestral de los próceres regionales del universo propio, ajeno a toda suerte de ataduras externas, orgulloso de su devenir y tradiciones, y capaz de hacerse fuerza global de carácter determinante.
Y son muchas las marcas indicativas de cómo ese propósito viene haciéndose realidad. Hace muy poco, por ejemplo, las fuerzas reaccionarias de Paraguay, mediante el golpe de «nuevo tipo» encabezado por el poder legislativo de mayoría derechista, creyó pertinente deponer al presidente constitucionalmente electo, Fernando Lugo.
En otros tiempos, y no porque Washington haya dejado de intentarlo ni mucho menos, con toda seguridad los restantes poderes oligárquicos del área, bajo el ala gringa, hubiesen impuesto sin mayores miramientos la salida de la casa de gobierno del mandatario de trayectoria progresista. Sin embargo, hoy no todo es así.
Entidades formadas al calor del empeño por la independencia regional, como el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), junto a otras asociaciones, gobiernos y movimientos sociales, han mostrado encomiable firmeza al desconocer a las autoridades golpistas paraguayas, denunciar la ilegalidad de sus acciones, y alejarlas de inmediato del renovado contexto hemisférico como lógica repuesta a su devenir espurio.
Ha sido la repuesta, en su momento, recibida por los facinerosos quienes depusieron en Honduras al gobierno legalmente constituido; los que intentaron reasumir el poder en Venezuela con el relevo violento de Hugo Chávez, y quienes pretendieron la asonada policial en Ecuador con el virtual secuestro del mandatario Rafael Correa.
De manera que, lejos de recibir aplausos y congratulaciones cómplices, quienes hoy osan violentar la voluntad popular materializada en las urnas o mediante otros mecanismos positivos de cambio, están cada vez más expuestos a la condena y el rechazo mayoritario de las naciones y pueblos latinoamericanos, y por tanto, les será más complicado imponer su voluntad y la de quienes les respaldan desde el exterior.
Nuevos tiempos regionales, sin dudas, en cuya formación ha tenido que ver en mucho la lucha y la resistencia de experiencias revolucionarias como la cubana, referente obligado para quienes apuestan por la instauración definitiva de la Patria Grande.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.