La relación entre Europa y América Latina siempre ha estado marcada por una herida de siglos.
El 12 de octubre de 1492, tres embarcaciones que habían zarpado en agosto desde España, tocaron tierra en la isla de Guanahani, cerca de las Bahamas. No se trató de un idílico “encuentro entre dos mundos” como nos lo pintaron en los textos escolares; fue el inicio de una invasión europea al nuevo continente que con el tiempo sería nombrado “América” por los conquistadores.
Luego vinieron más de trescientos años de coloniaje, lo que significó dominación política e imposición cultural que a su vez dio origen al mestizaje. Ocurrió también la explotación de poblaciones indígenas para la extraer las riquezas naturales, comenzando por la plata y el oro que, al ser enviadas al viejo continente, aceleraron lo que Marx llamó la acumulación originaria del capitalismo industrial. Fue así que Europa se convirtió en hegemónica a nivel mundial, una posición de privilegio que recién cedería en el siglo veinte.
¿Toda esta historia quedó superada con la independencia de numerosos países latinoamericanos? No del todo, porque la soberanía estatal del siglo diecinueve preservó en las nacientes repúblicas latinoamericanas el racismo y la opresión hacia los pueblos originarios. Esta infame herencia colonial la supo interpretar el Papa Francisco -el primer purpurado nacido en estas tierras- que el año 2015 pronunció las siguientes palabras: “Pido humildemente perdón por los crímenes cometidos contra los pueblos originarios durante la llamada Conquista de América”. Este primer arrepentimiento es trascendental ya que la iglesia católica desde México hacia el sud, lo mismo que el protestantismo hacia el norte, fueron parte esencial del régimen colonial.
Con estas enormes salvedades, durante el siglo que corre y que es calificado como “el siglo de la integración”, los 27 países que conforman la Unión Europea y los 33 países que el año 2010 fundaron la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), iniciaron reuniones bianuales para abordar temas de interés compartido bajo la premisa de lograr acuerdos en un plano de igualdad. He aquí la gran diferencia histórica: ya no es América Latina la región subordinada a Europa, y no es más Europa el centro del mundo. Hoy la relación a nivel de bloques es cada vez más de igual a igual.
Pero esa relación quedó interrumpida por la pandemia que paralizó al mundo hace tres años, y por el alejamiento brasileño del bloque latinoamericano bajo la presidencia de Bolsonaro. Las Cumbres no volvieron a hacerse desde el 2015.
Durante estos ocho años, Europa fue perdiendo protagonismo en una geopolítica global dominada por Estados Unidos y China, al mismo tiempo que Latinoamérica retomó el impulso integrador con los nuevos gobiernos de izquierda progresista en México, Chile, Argentina, Bolivia, Colombia y Brasil. También durante este tiempo se ha acelerado el calentamiento global, debido a que los “Acuerdos de Paris” para poner límite inmediato a la emisión de gases de efecto invernadero, firmados por 193 países y por todo el bloque de la Unión Europea, unilateralmente fueron desconocidos por el Gobierno estadounidense de Donald Trump.
En estos ocho años se gestó la guerra en Ucrania, que ha deteriorado aún más la situación en el continente europeo, por la subida general de precios de los energéticos y de los alimentos, causando un malestar social que está catapultando a la ultraderecha hacia los gobiernos, como ya ocurrió en Italia y Finlandia.
Vuelven a reunirse la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) en la ciudad de Bruselas, sede del Parlamento Europeo. Y lo hacen en momentos en que Alemania, la potencia industrial del viejo mundo, entró en recesión económica, y en que la mayor parte de los países de América Latina mantienen una relativa estabilidad financiera y de abastecimiento alimentario. Esto pone en desventaja coyuntural a los países europeos, siempre necesitados de los mercados y recursos naturales –ahora se agrega el Litio- que los países latinoamericanos poseen.
No son muchos los consensos como para tener demasiadas expectativas en esta Cumbre, pero sí es posible construir una nueva agenda que incluya la opción por el multilateralismo, retomar los acuerdos internacionales para frenar el calentamiento global, acelerar la transición energética, rediseñar el sistema financiero mundial y discutir si para América Latina conviene acoplarse al gran proyecto de inversión (Global Gateway) con el que Europa quiere recuperar el terreno perdido ante el avance chino. El intento de involucrar a los países latinoamericanos en el financiamiento y el abastecimiento de armas a Ucrania ha sido rechazado por varios países de la CELAC, con lo que fracasa la estrategia guerrerista de los países europeos miembros de la OTAN, prevaleciendo la orientación latinoamericana de encontrar una salida negociada y pacífica a la matanza.
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