En el mismo momento que acaba de ser difundido el informe de la Comisión Chilcot (sobre la guerra contra Irak), los diputados que han intentado deponer al dirigente del Partido Laborista Jeremy Corbyn -cuyas figuras de referencia están manchadas por su apoyo a la guerra- llaman a la paz. Una semana en la que se […]
En el mismo momento que acaba de ser difundido el informe de la Comisión Chilcot (sobre la guerra contra Irak), los diputados que han intentado deponer al dirigente del Partido Laborista Jeremy Corbyn -cuyas figuras de referencia están manchadas por su apoyo a la guerra- llaman a la paz. Una semana en la que se han sucedido las dimisiones de alto nivel, las declaraciones a la prensa, las reivindicaciones, los lamentos y las amenazas, solo han conducido a la consolidación de la posición de Corbyn. En un tiempo récord se ha pasado de un golpe de cobardes a terminar siendo un golpe de cobardes decapitados.
Se trataría de uno de los mayores goles en propia puerta de toda la historia política británica. Los periodistas han seguido los pasos del sentido común que reina en Westminster (sede del Parlamento) al considerar que todo había terminado para la primera dirección socialista radical del Partido laborista. ¿Cómo podría dirigirlo Corbyn si sus aliados parlamentarios no querían trabajar con él (después de la dimisión de varios miembros del «gobierno en la sombra» laborista, es decir, el «gobierno paralelo» de la oposición, el 28 de junio fue votada una moción de confianza por 174 diputados frente a cuatro y en los días siguientes, las declaraciones y las «revelaciones» contra Corbyn se sucedieron en la prensa)? Finalmente, utilizando términos prestados de la realpolitik, esto no fue más que una presunción señorial y los privilegios congelados de la casta dirigente tradicional del Partido Laborista. Incluso algunos defensores bienintencionados de Corbyn se unieron a esta visión. Podrían haber sido más avispados.
El plan de los golpistas consistía en orquestar una avalancha de críticas y de condenas a Corbyn en los medios de comunicación de forma que esto causaría en el Partido Laborista estragos lo suficientemente importantes como para que este último se viera obligado a dimitir. El aspecto táctico de este plan ha sido ejecutado a la perfección por gente versada en la manipulación del espectáculo (mediático). Sin embargo, gracias al hecho de que a Corbyn no le haya impresionado el espectáculo mediático, de que no haya sido intimidado por el rango de los dignatarios (laboristas) involucrados y de que haya tenido la feliz idea de apelar a las bases por encima de las élites del partido, su estrategia se ha desintegrado. Esto revela como concibe esa gente la política.
A esta interferencia no le ha faltado preparación. Antes incluso de que fuera elegido dirigente del Partido Laborista, filtraciones a la prensa ya indicaban que se daría un golpe inmediatamente después de su elección (en septiembre de 2015). En las semanas precedentes al referéndum de la Unión Europea, activistas laboristas han contado que este golpe se daría después de conocerse los resultados cualesquiera que fueran estos. Era una idea burda; aún no existía una crisis aplastante para justificar un golpe. Así ha sido.
Sin ninguna duda, lo que en parte ha provocado una aceleración de esta tentativa de derrocamiento residía en la próxima publicación de los resultados de la comisión Chilcot, de la que se esperaba que fuera muy crítica tanto respecto al antiguo primer ministro Tony Blair, como hacia las justificaciones para la invasión de Irak o sobre los vínculos con la administración Bush. En relación al papel que jugó la sección parlamentaria del Partido Laborista en el camino que llevó a Gran Bretaña a la guerra (frente a una fuerte oposición pública e internacional) y en relación al apoyo a la ocupación que siguió a la invasión, no era el mejor el momento para que una persona como Corbyn (que se opuso a la guerra) estuviera a la cabeza del partido. De hecho, Corbyn sobrevivió para hacer una declaración digna en el parlamento pidiendo perdón por el papel del Partido Laborista en este desastre y prometiendo comprometerse con una política exterior diferente: es decir, con una política que estaría en contradicción con la preconizada por los diputados que apoyan los submarinos nucleares Trident y los bombardeos.
Mientras los siniestros análisis de la Comisión Chilcot han empezado a difundirse en el ámbito público, algunos diputados laboristas se han levantado en defensa de su apartado líder (Blair). Ian Austin, un diputado blairista de Dudley ha abucheado a Corbyn durante su discurso exhortándole a «sentarse y callarse». Para otros, la fórmula de » buena fe» salió del fondo del corazón: el señor Blair siempre actuó de buena fe. Efectivamente, nadie hizo otra cosa, Blair, por su parte, criticó lo que describió como revelador de una «adicción» a ver lo peor de cada uno. Efectivamente, tenemos problemas con un hombre que se muestra capaz de ver algo bueno no solamente en el presidente Bush sino también en Moubarak, Putin, Nazarbaïev (presidente de Kazajistán desde… 1990) e incluso en algún momento en Gadafi. Si las condiciones hubieran sido diferentes, no habría duda de que Sadam Hussein hubiera sido visto como una «fuerza de estabilidad». Ciertamente, es ahí donde reside el problema de la «buena fe»: puede justificar todas los retorcimientos de la moral o de la lógica así como cualquier recuento de cadáveres. No obstante Blair sale muy tocado por esta investigación que al señalar que la invasión de Irak era el producto de una elección, abre la posibilidad de una persecución por crímenes de guerra. Sobre la base del mismo razonamiento, todos los diputados que apoyaron la guerra o que votaron para impedir la creación de la comisión, están desacreditados.
Comprender cómo ha fracasado el golpe, girando tan lamentablemente pronto a la sombra de Chicot, obliga a entender una cosa en lo que respecta a la crisis política. Cuando Corbyn fue elegido como dirigente del Partido Laborista, el misterio era el siguiente: ¿cómo era posible que el partido eligiera una dirección inclinada a la izquierda por primera vez en su historia en una época en la que la izquierda británica era históricamente tan débil? Bajo todos los aspectos la izquierda se mostró mediocre. En la era Thatcher le arrancaron las entrañas, el número de afiliados disminuyó tanto como su grado de organización; sus publicaciones desaparecieron. A continuación, entró en un lamentable declive. El movimiento de los asalariados organizados, el bastión de las esperanzas de la izquierda, se encontraba en un estado tan miserable como el Partido Laborista a medida que el tejido sindical y el número de huelgas caían año tras año.
El declive de la izquierda y el explosivo éxito del centro neoliberal, sin embargo, estaban acompañados de una crisis creciente de la democracia participativa mientras las funciones del Estado eran cada vez más sustraídas al control democrático y puestas en las manos de Quango (casi una organización no gubernamental, o sea, un organismo estatal más o menos independiente del poder ejecutivo), de la patronal y de los organismos no elegidos. Millones de personas, viendo que verdaderamente no existía elección, comenzaron a boicotear el sistema electoral. Las élites del partido se refugiaron en el Estado y en la manipulación de los nuevos círculos, el vínculo con la política de masas disminuyendo cada vez más.
En el contexto del Partido Laborista, el resultado fue la aparición de una generación de dirigentes políticos que se han forjado en puestos de consejeros especiales, de consultores think tanks, de consejeros políticos o de asesores de imagen. Sin embargo, tenían poco que ver con una comprensión real de la forma de motivar a los activistas y comunicar con un público amplio. En el gobierno, se han revelado frecuentemente como partidarios de políticas públicas que iban en contra de su propia base popular (una tendencia que alcanzó su cima con la guerra de Irak). Después de años embarcados en la experiencia fracasada del Nuevo Laborismo (la faceta organizativa de la «tercera vía» de Blair), se desacreditaron mucho a los ojos de los miembros del Partido Laborista y de los jóvenes radicalizados contra la austeridad que siguió a la crisis. Corbyn apareció en 2015 como el único candidato a la dirección (laborista) que aún estaba en condiciones de comprender lo que era la política laborista, sabiendo al mismo tiempo cómo articular estos métodos con la comunicación con las redes sociales. Lo ha demostrado de nuevo. Los conspiradores sabían cómo manipular los viejos medios de comunicación pero perdieron pie cuando Corbyn paró el golpe inflamando a sus bases y cuando millares de personas pisaron la calle para defenderle de Londres a Hull.
¡Qué extraño periodo atraviesa la política británica! El resultado de la tentativa de derrocamiento de Jeremy Corbyn es un improbable reforzamiento e inesperado de la izquierda. Desde el referéndum sobre la UE, 200 000 personas han entrado en el Partido Laborista, la gran mayoría de ellos apoyando a Corbyn. El número total de miembros a partir de ahora se aproxima a 600 000. El gobierno en la sombra está más orientado a la izquierda, es más multirracial e incluye un número acrecentado de mujeres. La postura de Corbyn, después de haber parado el golpe frente a la extraordinaria barrera de ataques e incluso el fuego amigo, sale reforzada. Los conspiradores débiles y desorganizados por sus errores de cálculo, cubiertos de vergüenza por sus vínculos y afinidades con un pasado desacreditado se encuentran en un enredo indigno.
El peor de todos los golpes.
Richard Seymour es autor, entre otros, de una obra titulada Corbyn: the Strange Rebirth of Radical Politics, Verso, 2016
Traducido de la versión en francés de Al’enconctre: http://alencontre.org/europe/grande-bretagne/royaume-uni-anatomie-du-coup-contre-corbyn.html
Traducción VIENTO SUR